jueves, 13 de agosto de 2020

Biden-Harris, el imperialismo bueno, pero imperialismo militar y económico

 


Carlos Ramírez

 

El primer discurso de presentación de la senadora Kamala Harris como candidata demócrata a la vicepresidencia de los EE UU en nada se diferenció del modelo republicano de administración del imperio estadunidense. Pero los votantes y muchos de los analistas extranjeros siguen pensado en la existencia de un imperialismo bueno: Trump es el imperialista atrabancado y Biden-Harris son imperialistas misericordiosos, pero los dos son imperialistas.

Lo que se vota en cada elección presidencial es el estilo de los candidatos y en él de manera sobresaliente el discurso. Pero en el fondo, todos los políticos estadunidenses han llegado a los diferentes niveles del Estado para mantener el american way of life o modo de vida estadunidense. El confort y la riqueza es producto del modelo imperial de expoliación interna y de otras naciones.

La diferencia entre Trump y Obama, por ejemplo, es de imagen; el primero es grosero, arrogante, racista, irrespetuoso; el segundo ofreció indicios de humildad al saludar a un empleado de limpieza de la Casa Blanca o a un marine de su guardia de escolta. Pero los dos, como todos los presidentes anteriores, garantizaron el funcionamiento militar imperial, desde Corea a mediados del siglo pasado hasta ahora en el medio oriente.

Obama prometió regularizar a los hispanos ilegales y se olvidó de la promesa, y hoy Biden dice que sí les otorgará estatus oficial legal. Sin embargo, la decisión le toca al Congreso y no a la presidencia y de todos modos tampoco se cumplió el compromiso con una mayoría demócrata en la cámara baja. La guerra de Bush Jr. contra Irak basada en inteligencia falsa de Inglaterra y la CIA fue aprobada por los entonces senadores Barack Obama y Hillary Clinton porque respondía a los intereses del imperio.

Los presidentes de los EE UU son titulares del poder ejecutivo del Estado de Seguridad Nacional. Es decir, la principal función de la Casa Blanca y de sus habitantes es la de mantener la centralidad estadunidenses en el mundo y someter a todas las naciones a las necesidades de los estadunidenses, incluyendo a los que votan liberales y los que apoyaron al socialista Bernie Sanders. La seguridad nacional estadunidense es el bienestar del 70% de los estadunidenses que disfrutan de los placeres del capitalismo.

El gran enigma no resuelto en la policía estadunidense sigue latente: explicar porque el racista, imprudente, atrabiliario y atrabancado Donald Trump ganó las elecciones del 2016 si Hillary Clinton representaba la herencia moral, social y de imagen de Obama. El voto hizo pasar a los EE UU del día a la noche. Un intento de explicación radica en el voto del estadunidense resentido contra el Estado, contra la burocracia y contra los políticos, y hoy Biden y Harris representan ese perfil que fue repudiado hace cuatro años.

Lo que los habitantes del mundo deben entender radica en el hecho de que no hay imperialismo malo ni imperialismo bueno, sino que existe una sola categoría de funcionamiento determinista de los EE UU: el imperialismo expoliador que vive de la exacción de recursos de naciones y ciudadanos pobres. Todavía hay personas fuera de los EE UU que añoran a Obama, pero sin aportar ni un solo dato que probara que hizo algún programa social para los pobres. El entusiasmo de 2008 por la victoria de Obama se convirtió en resentimiento social en el 2016.

Trump y Biden ya dejaron claro que la salida de la crisis económica y social de los EE UU pasará por la exacerbación de la explotación comercial y racial de otras naciones. Los demócratas liberales en el Congreso avalaron las reformas al Tratado Comercial con México de Trump porque beneficiaban a los EE UU y sometía más la economía mexicana a las exigencias de la economía estadunidense. La mayor deportación de mexicanos ocurrió no con Trump, sino en los dos periodos de Obama.

El enfoque analítico mexicano sobre las elecciones estadunidenses debiera de salirse de la dialéctica buenos/malos y centrarse en la racionalidad de la dinámica de explotación económica. La sociedad estadunidense, bases y élites, se mueve por tres resortes: la codicia, la competencia y la expoliación. Si Biden y Harris ganan las elecciones, gobernarán con menos groserías y más urbanidad, pero con los mismos objetivos de explotación económica y de dominio militar y sin modificar la estructura interna de desigualdad social que quita a los muchos para mantener a los pocos.

 

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Contracolumna • ¿POR QUÉ NO RENUNCIA? • UN SEXENIO PERDIDO

 




JOSÉ MARTÍNEZ M.

La incompetencia del presidente Obrador está fuera de toda duda. Es imposible que a estas alturas de su gobierno remonte la gran crisis que agobia al país. Las metas que se trazó difícilmente se cumplirán. 
Cuando presentó su Plan Nacional de Desarrollo prometió las perlas de la virgen. Lo peor que pudo hacer fue meter su mano en la elaboración del documento. No había ninguna necesidad de hacerlo y desestimó el trabajo de los expertos. 
Un presidente que no entiende cómo funciona la economía y que se rige por sus ocurrencias. Simplemente no tiene la capacidad de análisis porque no está preparado para ejercer un cargo de tal envergadura. 
Lo dijo sin rubor: “salgo al escenario todas las mañanas y hablo de lo que siento. No analizo”.
Lo mismo ocurre en sus juntas de trabajo. En las reuniones no deja hablar a su equipo de colaboradores y cuando hablan, no los escucha y termina por imponer sus caprichos. 
Una y otra vez cuando presenta sus informes a lo largo del año hace cuentas alegres y aburre. Sus informes se convierten en un fastidio como sus mañaneras. 
Se ha pasado todo el tiempo quejándose de las pasadas administraciones y su cantaleta es la misma. Todo es culpa de la corrupción. 
Lo más sensato es que renuncie. Que se vaya. 
En cualquier empresa cuando un ejecutivo no entrega resultados y pone pretextos para todo es echado a patadas. 
Obrador está obligado a rendir cuentas a los mexicanos. Debe transparentar su gobierno. Por desgracia reina la opacidad. Pero él siempre alega para todo que tiene otros datos.
Cuando llegó al poder prometió resultados y se comprometió a transformar el país en una auténtica democracia. Lo primero que iba hacer –según él– era implantar un nuevo régimen en sustitución “del modelo neoliberal neoporfirista” para resolver la corrupción, la inseguridad y la violencia. 
En todo ello ha fallado. Los resultados, hasta ahora, son incluso peor que los de sus antecesores. 
“Vamos por el camino de todo nuevo”, prometió cuando señaló que el país llevaba 36 años “sin un plan de desarrollo apegado a nuestras necesidades”. 
Lo que importa a la gente –decía Obrador– es saber cómo se va a reactivar la economía, cómo se va a garantizar el bienestar de los mexicanos.
Vamos acabar –insistía– con las llamadas reformas estructurales, se va a priorizar el bienestar y no el lucro.
“La Cuarta Transformación significa un cambio de mentalidad… una revolución de las conciencias”. 
Para él, todo estaba mal a partir de la llegada de los tecnócratas al poder desde el sexenio de Miguel de la Madrid pasando por la alternancia del PAN hasta llegar a Peña Nieto con el regreso del PRI a Los Pinos. 
Todo quedó en palabrería. En lugar de transformar al país, hay un severo retroceso. En términos prácticos el gobierno de Obrador en materia económica es más neoliberal que las administraciones anteriores. En lo político es más populista que los gobiernos de Echeverría y López Portillo. 
En la práctica todo es improvisación comenzando por las peroratas de las mañaneras y las acciones de gobierno, los ejemplos más claros son la “estrategia” para enfrentar la crisis sanitaria y la política de seguridad para enfrentar la violencia del crimen organizado.
No se puede hablar de grandes logros, cuando la cruda realidad nos anticipa que el de Obrador será un sexenio perdido.
En materia económica se registra el peor de los escenarios. Obrador recibió al país en una situación inmejorable tanto en las reservas del Banco de México como el Fondo de Estabilización.
Lo malo es que se han tomado decisiones de política económica equivocadas con obras polémicas como la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el Aeropuerto de Santa Lucía.
El modelo que pretendía Obrador era el de continuar por la senda del llamado “milagro mexicano”, pero resultó un espejismo a la hora de enfrentarse a la realidad.
Sin experiencia mínima en materia económica y con enormes prejuicios por el tema del Fobaproa, Obrador sigue anclado en el pasado, por lo que su falta de visión hace prácticamente imposible que se tomen las medidas adecuadas para amortiguar el impacto negativo de la economía derivado de la crisis provocada por la pandemia. Por ejemplo, equivocadamente no se recurre a la deuda pública para obtener recursos a menor costo y reactivar la economía.
Estamos en el peor momento con el peor gobierno y con el peor presidente que se recuerda. Cada vez es mayor la evidencia de su incompetencia, la eficacia del discurso obradorista ha ido minando. 
Se suponía que la cuarta transformación traería nuevas ideas y expresiones, pero la ideología y el lenguaje están anclados en el pasado.
Es significativo el vacío como la interpretación de los símbolos, las imágenes, los mitos y las evocaciones. 
Es pertinente que el presidente contemple su renuncia. No es descabellado asumirlo. El país reclama un verdadero liderazgo no un político charlatán que sale al escenario a ver qué se le ocurre todas las mañanas con un discurso hostil e irrespetuoso contra quién sea.
Ya basta de la repetición de conjuros.
Es imposible que el presidente se vaya a dormir todas las noches como una fresca lechuga soñando que las decenas de miles de víctimas mortales de la pandemia y de la violencia son un “montaje”.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Mercados, ejército y élites, los verdaderos problemas de EE UU

 



Carlos Ramírez

 

La nominación de la senadora Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia de los EE UU por el Partido Demócrata hizo arrancar el proceso electoral presidencial. El presidente Trump viene de atrás, abajo en las encuestas y en el ánimo mediático, en medio de una grave crisis social por las protestas afroamericanas estridentes, la violencia en las calles y los desastres por el coronavirus.

Las primeras lecturas saludaron a Harris por un inexistente perfil afroamericano, producto del color de su piel. Pero las raíces familiares vienen de Sri Lanka y Jamaica, no de Africa. Y como para poner su juego central, el candidato Joe Biden adelantó la legalización de los indocumentados hispanos que han sido perseguidos por Trump.

Pero el eje del proceso electoral no girará en torno a los afectados por Trump porque constituyen temas menores, sino que repetirá el escenario del 2016: la reconstrucción del imperio estadunidense contra la falsa bandera feminista de Hillary Clinton.

Los tres temas centrales de los EE UU están a la vista: recuperar del papel central de la economía estadunidense ante la competencia china, reposicionar el dominio militar estadunidense como eje imperial y depurar las funciones de las élites políticas que se han desviado del poder para centrarse en quejas sociales.

El tema del racismo afecta a la minoría, la violencia policial es el eje del control social de las masas como punto correlativo al imperialismo militarista exterior y la agenda afroamericana se reduce a quejas y no a la incorporación de esa comunidad minoritaria --16%-- al conjunto social productivo y dominante.

En el 2016 Trump ganó a Hillary-Obama por su meta de “hacer a América grande otra vez”, esencia del dominio imperial dominante de países, clases y economías. Cuatro años después los EE UU han recuperado parte de su centralidad mundial.

Para entender la lógica del electorado estadunidense hay que explorar la sociología de la dominación imperial: que los electores entiendan que el american way of life --modo de vida estadunidense-- no se logra con las buenas maneras, sino con la explotación de los otros. El modelo de “faro de la democracia” debilitó el pensamiento imperial estadunidense del siglo XIX de la expansión territorial sobre las muertes de indios y el robo de territorio a México.

Biden y Harris representan el pensamiento culpable de un imperio fundado a sangre, fuego y expansión militarista. En su discurso en Berlín en 2008 como candidato de la esperanza de la paz, Obama se comprometió a reparar el daño imperial; en el poder, el aparato presidencial lo orientó a salvar al capitalismo expoliador. James Carter, el último presidente con cargo de conciencia, asumía compromisos morales, pero a la hora de incumplirlos sólo alcanzaba a justificarse: “es que Casa Blanca dice”.

Aunque Biden-Harris podrían representar ante el electorado moral una imagen de cargo de conciencia, al final de cuentas esa presidencia sólo alargará la crisis de decadencia del imperio. Lo grave es que Trump tampoco ofrece una salida, porque su presidencia ha carecido de una estrategia de reconstrucción imperial. El único que tenía un modelo funcional al Trump que quería rehacer la grandeza de los EE UU fue Steve Bannon, pero la nueva burocracia trumpista lo echó de la Casa Blanca y creó un círculo de aislamiento de Trump de su propio proyecto.

Con la presidencia de Ronald Reagan se agotó el ciclo de la élite gobernante con pensamiento estratégico de los EE UU como un Estado de Seguridad Nacional (concepto de Gore Vidal). Desde entonces, los presidentes estadunidenses se han movido en la incompetencia, la frivolidad, la autocomplacencia y el deterioro imperial. Trump ganó en 2016 por su meta de reconstruir el imperio, pero Biden-Harris representan figuras improvisadas, sólo ofertando perdones a los ofendidos por Trump.

Lo más significativo para los EE UU es que Biden y Harris no son una oferta estratégica del imperio, ni un ejemplo de ejercicio del poder, ni un bloque dominante, ni un proyecto de reorganización económica, sino sólo un perfil anti Trump, sin entender que Trump no fue un candidato exitoso, sino un sujeto histórico de las contradicciones sociales de un imperio decadente.

 

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Contracolumna • OBRADOR, AHORA SOMOS BUENOS • LA CORRUPCIÓN DEL PRI A MORENA


JOSÉ MARTÍNEZ M.

Cuando el presidente Carlos Menem ofreció un banquete en su primera recepción, su esposa Zulema Yoma quiso saber qué preparaban los cocineros de la casa presidencial y preguntó por los detalles de la comida.
–¿Todos los menús son iguales? – inquirió.
El jefe de cocineros de la casa presidencial de la Quinta de Olivos –donde viven los presidentes de ese país– Rubén Gómez respondió con una expresión que se hizo famosa en toda la Argentina:
–Cambian los menús, cambian los presidentes, pero nunca cambian los invitados.
En México exactamente ocurre lo mismo aunque Obrador haya corrido a los cocineros, los invitados siguen siendo los mismos, lo peor que pasa ahora en Palacio Nacional es que los convidados comen del mismo plato del presidente.
Los negocios desde el poder continúan, incluso de una manera más burda.
Lo del escándalo de Odebrecht involucró a una gran parte de los gobiernos de América Latina, México no podía ser la excepción. Tan insultante fue la corrupción que los mexicanos “cansados de tan pinche tranza” que emitieron un voto de castigo contra el PRI y el PAN.
Que Obrador siga creyendo que votaron por su persona es un sueño guajiro, como también es cierto: los electores no le entregaron un cheque en blanco.
Está claro que nadie, ni el propio Obrador, deben estar por encima de la ley. Sin duda alguna, el de Peña Nieto fue uno de los sexenios más corruptos, como lo fueron los gobiernos de Salinas y de Fox, tampoco Calderón debe de tratar de lavarse las manos como el famoso Layín, Hilario Ramírez Villanueva, el alcalde de San Blas, en Nayarit, que se ufanaba públicamente de “robar poquito”.
Lamentablemente el poder político, tanto en México como en muchas partes del mundo, es un botín político. El caso Odebrecht es solo una muestra de ello. El escándalo de los Papeles de Panamá es otro ejemplo de ello.
Políticos y empresarios han ido de la mano de la corrupción. Cuando Salinas emprendió la privatización de las empresas estatales fue un verdadero carnaval de corrupción. Luego Zedillo rescató a los hombres del dinero con el Fobaproa. Los Hank, por ejemplo, fueron parte de los beneficiarios y ahora son consejeros del presidente Obrador.
El caso Odebrecht debe sentar un precedente pero el gobierno de Obrador ha comenzado a administrar políticamente este asunto con propósitos meramente electorales y no de justicia. Porque si se tratara de aplicar la ley a rajatabla podría comenzar por Bartlett y los propios encargados de combatir la corrupción, en este caso barrer las escaleras de arriba hacia abajo empezando por la secretaria de la Función Pública Irma Eréndira Sandoval.
Desde luego que Peña Nieto y los principales miembros de su equipo presidencial están embarrados como también Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún y sus hijos.
Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad –desde su fundación en 2015– y el propio equipo de Carmen Aristegui han hecho un espléndido trabajo periodístico. Han sido puntuales en ofrecer un retrato de la corrupción política del poder.
Lo malo de Obrador es que su gobierno también ha estado envuelto en escándalos de corrupción. Desde sus primeras campañas la corrupción los ha asediado. Gente de su primer círculo protagonizó escándalos, como los vimos posteriormente en su pasada campaña presidencial.
Ahora Obrador está rodeado de personajes involucrados en casos de corrupción, comenzando por su jefe de la oficina presidencial Alfonso Romo, en algún momento también lo estuvo el asesor jurídico Julio Scherer Ibarra.
En Palacio han cambiado los menús pero siguen los mismos invitados. Ahí están los casos de Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego quienes tienen más que derecho a picaporte en la oficina presidencial, hacen negocios aun en la peor crisis del país con la educación al ser favorecidos con cientos de millones de pesos.
Es el momento de que Obrador deje de ser el político ruidoso y vocinglero para pasar a actuar con la ley en la mano y ahora si “caiga quien caiga” castigar a los responsables de la corrupción de la pasada administración.
De la corrupción en las campañas ya lo sabemos. No hay un solo partido que escape de ello, en todo caso lo preocupante es la perversión con la que actúan los políticos en su ambición por hacerse del poder. Lo del caso Odebrecht es grave porque presuntamente involucra al mismo expresidente Peña Nieto y a sus principales colaboradores como Luis Videgaray, Osorio Chong y Pedro Joaquín Codwell.
Lo peor que podría ocurrir, en algún momento, es que se destapara la cloaca de la infiltración del narco en las elecciones, aunque ya sabemos que esto ha ocurrido y seguirá ocurriendo, como otras formas de corrupción, mientras en Palacio Nacional solo se cambien los menús.
Lo peor que puede hacer Obrador es pararse el cuello vociferando que ahora son buenos, la corrupción no distingue colores, siglas ni partidos políticos. La corrupción va del PRI pasando por todos los demás partidos hasta llegar a Morena.
Eso también ya lo sabemos.

Trump, sólo anti establishment, no anti capitalista ni anti imperialista

 


Carlos Ramírez

 

En la campaña presidencial del 2016, el candidato Donald Trump se presentó, de manera paradójica, como el candidato anti Estado para conducir al Estado. No fue, como no es ahora, anti capitalista ni anti imperialista; al contrario, su propuesta fue reconstruir el imperio estadunidense de las primeras tres cuartas partes del sigo XX.

Los dos presidentes estadunidenses que confrontaron al establishment dominante en los EE UU cayeron víctimas de conspiraciones internas del poder: Nixon (Watergate) y Clinton (Mónica Lewinsky). El prototipo de presidente del establishment fue Barack Obama, quien llegó a la Casa Blanca por el color de su piel, pero su misión fue salvar al capitalismo imperialista.

Con un estilo atrabancado y hasta violento, Trump recuperó el poder de la presidencia ante los grupos de poder y sus intereses. Los EE UU y su modelo capitalista siempre ha sido operado por el establishment. En 1956 C. Wright Mills publicó su ensayo ya clásico La élite de poder para revelar que “los poderes de los hombres corrientes” están determinados por los grandes y reales poderes: el económico, el político y el militar.

En 1967 G. William Domhoff publicó su investigación ¿Quién manda en Estados Unidos? y desmenuzó a las grandes corporaciones financieras e industriales, las siete principales fundaciones que forjaban líderes --entre ellas la Ford y la Rockefeller--, la estructura de poder legislativo y judicial y el sector de seguridad nacional de los militares, la CIA y el FBI.

En 1980, Leonard Silk y Mark Silk bautizaron de manera formal a esos poderes reales en su libro El establishment americano y completaron la lista de esos grupos dominantes de poder: la Universidad de Harvard, el The New York Times, la Fundación Ford, el Instituto Brookings, el Consejo de Relaciones Exteriores, entre otros, formaban y controlaban a los tomadores de decisiones.

Trump rompió los lazos de dependencia de la presidencia con esos poderes, en nombre del ciudadano de condado que padecía el funcionamiento del Estado autónomo como poder autoritario y explotador sobre el ciudadano. En los hechos, Trump ha sido igual o más capitalista e imperialista que sus antecesores. Y su racismo no difiere mucho del de Obama o los Bush o Clinton, éstos más hipócritas.

Por primera vez los demócratas del establishment se quedaron sin cuadros, En los debates de una docena de precandidatos demócratas a la presidencia nadie destacó con fuerza como para enfrentar a Trump en las urnas. El único que dejó ver indicios diferentes fue Bernie Sanders, pero su bandera de “socialismo” atrajo a los jóvenes, pero ahuyentó a los grandes intereses económicos.

A lo largo de las últimas semanas, el establishment liberal-conservador/demócrata-republicano ha fijado los criterios a favor de Joe Biden y su padrino Barack Obama, con el respaldo de los grandes medios de comunicación de los grupos de poder y ahora resulta que Biden sería el presidente bueno.

Los poderes del establishment quieren un presidente manipulable, respetuoso de las jerarquías de las élites, administrador de los intereses de los grupos dominantes, sometido a las prioridades del capital, el imperio y las corruptelas. Trump desdeñó a esos grupos y decidió en solitario.

El establishment se convirtió en el Estado profundo que está maquinando la derrota republicana…, con la alianza de los miembros republicanos del viejo establishment. Lo que se debate en los EE UU no son definiciones de política, sino estilos mediáticos y alianzas de poder.

Trump no va a terminar con el establishment porque carece de inteligencia estratégica y de bloque de poder y porque sólo ofrece un estilo diferente, pero sí podría humillarlo si le gana la reelección en noviembre próximo a Biden-Obama como se la ganó en el 2016 a Obama-Hillary.

 

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El PRI en Sinaloa. En la última encuesta de gobernadores realizada por Consulta Mitofsky de nueva cuenta destaca el de Sinaloa, el priísta Quirino Ordaz Coppel, en el primer sitio, mientras el PRI de Alito y José Murat siguen ignorando esas señales por sus acuerdos en lo oscurito con Morena. Ordaz calificó en el primer sitio del top de cinco, subiendo diez puntos porcentuales en un año. Inclusive, el sinaloense está arriba del panista yucateco Mauricio Vila, del panista queretano Francisco Domínguez y de la morenista Claudia Sheinbaum.

Política para dummies: La política es un juego de poderes, no de éticas.

 

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lunes, 10 de agosto de 2020

El poder militar-financiero-mediático de EE UU decidirá si Trump o Biden

 


Carlos Ramírez

 

El principal error en la lectura política que tienen los medios mexicanos de las elecciones presidenciales radica en la caracterización de la disputa: la lucha Trump-Biden no representa una lucha entre intereses racistas y valores morales, sino entre dos formas de ejercer el poder imperial para mantener la hegemonía de los EE UU en la nueva configuración de bloques del poder mundial.

Muchos analistas siguen sin entender por qué Trump ganó las elecciones presidenciales del 2016 si representaba el puritanismo del siglo XVII y Hillary decía encarnar la primera posibilidad de que una mujer fuera presidenta del mayor imperio mundial. La realidad fue otra: Trump ofreció el regreso de los EE UU al papel de potencia mundial imperial en economía, finanzas y comercio y Hillary disfrazó su imperialismo detrás de las faldas rasgadas por la infidelidad de Bill Clinton.

Existe mucha ingenuidad en suponer que Biden será diferente a Trump; Obama le ganó a John McCain en el 2008 porque el poder militar-financiero-mediático necesitaba a un salvador del imperio y no a una figura de héroe de guerra. Trump derrotó a Hillary porque demostró que ella carecía de una oferta de consolidación imperial desde lo local. Y hoy Biden es un títere de un Obama de regreso a su discurso moral traicionado en sus ocho años de presidente.

La verdadera lucha en los EE UU encuentra a dos figuras en choque dialéctico: el Trump del puritanismo refundador nacionalista en raza y economía que sólo busca otros cuatro años personales sin elite y sin romper con el bloque dominante de poder y el Obama que también ya perdió la decencia política y ahora controla al Partido Demócrata sólo para abrirle la candidatura presidencial a su esposa Michelle en las elecciones de 2024, sin que ella represente una ideología, una definición de poder o una representación de clase.

Las dos posiciones en pugna se identifican en bloques de poder dominante: con Trump opera el Estado nacionalista racial del profundo país rural anti-Estado y con Obama-Biden asiste el establishment de intereses demócratas-republicanos que dominan la presidencia en función de sus intereses,

Sea Trump o Biden, la realidad es que las elecciones presidenciales en los EE UU han vencido el sistema representativo popular y los votos de los colegios electorales representan al verdadero gran bloque de poder estadunidense: el militar, el financiero y el mediático. Trump los representó en el 2016, en tanto que Hillary Clinton quiso construir otros grupos de poder. En los hechos, Trump no ha decepcionado a los tres poderes reales estadunidenses y Biden-Obama representan intereses particulares de pequeños grupos de poder elitistas.

La violencia de las guerras civiles moleculares --caracterización de H. M. Enzensberger-- ahora con el movimiento violento afroamericano, la alianza demócratas-hispanos, los antifa de la izquierda radical violenta, los okupa que están creando comunas de autogestión y el debilitamiento del movimiento obrero como clase capitalista al servicio del Partido Demócrata están ayudando al autoritarismo de Trump ante la tibieza de Biden-Obama.

El proceso electoral actual no presenta sorpresas, incluyendo la tendencia adelantada de Biden en las encuestas como ya había ocurrido por las mismas fechas hace cuatro años con Hillary. Inclusive, el The New York Times el día de las elecciones del 2016 le daba en las primeras horas una abrumadora mayoría de posibilidades a Hillary y tuvo que bajar los datos ante los votos de colegios electorales por Trump.

La clave de las elecciones estará en los tres debates tradicionales entre candidatos, porque Biden ha demostrado una incompetencia preocupante para discutir con Trump. Y otro dato importante radicará en la decepción del importante contingente --sobre todo jóvenes-- de la izquierda de Bernie Sanders sobre el hecho de que Biden represente la continuidad del conservadurismo.

En el 2016 Hillary perdió por no representar esa continuidad conservadora del establishment de los poderes militar-financiero-mediático, en tanto que Trump supo enarbolar la bandera de la ruptura del Estado a favor de la sociedad para garantizar la hegemonía de esos tres poderes reales como paso a consolidar un frente interno ablandado por las concesiones liberales que debilitaron el poder estadunidense.

 

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Política para dummies: La política electoral es la de los intereses de grupos dominantes, no la de los discursos demagógicos.

 

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domingo, 9 de agosto de 2020

Pandemia y PIB posterior a 2020: llegó la hora del Estado estratégico

 



Carlos Ramírez

 

Si algo define el perfil de las decisiones del presidente López Obrador, con los vaivenes coyunturales, es la reconstrucción del Estado como eje del proyecto nacional. A lo largo de cuarenta años, desde el Plan Global de Desarrollo 1980-1982, el proyecto neoliberal salinista pasó del Estado social al Estado-mercado.

Las decisiones para darle una nueva centralidad al Estado dominan todas las medidas de la 4-T: la desarticulación de organismos autónomos y de espacios cedidos a parte de la sociedad civil organizada en facciones de activistas excluyentes --INE, salud, energía-- están apuntando a la reconstrucción del Estado como rector del desarrollo y del proyecto nacional.

El modelo teórico de reconstrucción del Estado como punto axial o punto eje tiene dos problemas prácticos: uno, la expansión del Estado vía gasto condujo a la crisis de 1976 y 1982 y dio la justificación para la llegada del neoliberalismo de mercado sin Estado; y dos, las crisis del Estado-gobierno y del Estado neoliberal se localiza en la incapacidad del mercado para suplir al Estado.

Echeverría expandió la acción social, popular y económica del Estado sin ampliar los ingresos y el colapso estalló por el déficit presupuestal; Salinas y el salinismo, en el proyecto neoliberal, retrotrajeron al Estado sin desarrollar o consolidar antes una modernización de la planta productiva para suplir al Estado con un mercado eficiente en la actividad económica para competir en el exterior.

Ahora el proyecto lopezobradorista centraliza la acción del Estado sólo en la protección de sectores vulnerables y en pocas obras de infraestructura, ambas sin capacidad multiplicadora de la demanda, y el PIB no sólo se ha desplomado, sino que no podrá crecer en la reactivación pospandemia más de 2% promedio anual, un tercio del 6% conseguido en el ciclo populista 1934-1982.

El Estado lopezobradorista ha funcionado con base en reacciones a situaciones de conflicto. Sus ataques a la estructura del Estado neoliberal de desarticulación de funciones del Estado para cederlas a grupos ineficaces y facciosos de la sociedad civil carecen de una propuesta central de reestructuración del Estado unitario. Todavía es temprano para saber si esas decisiones re-centralizadoras son buenas o malas, pero en el camino existe la preocupación de que los nuevos funcionarios del Estado ignoran el proyecto general, como se advierte en las pugnas entre secretarios del gabinete, ineficacia en la comunicación con el poder legislativo de mayoría del partido del presidente y la centralización presidencial no sólo de las decisiones, sino del funcionamiento de oficinas que están regresando a la estructura estatal.

La dimensión de la crisis neoliberal ilustrada con el fracaso del modelo de globalización económica para llegar sólo a un PIB promedio anual de 2% define el desafío de reconstruir el modelo del Estado como el pivote de la economía, del modelo de desarrollo y del proyecto nacional.

En términos de su Plan Nacional de Desarrollo, el pivote del proyecto lopezobradorista sería un PIB promedio anual de 4%. Pero esa meta exige un Estado como rector del desarrollo, como reformador de la planta productiva y como pivote de la inversión multiplicadora. Pero sin reforma fiscal y sin reorganización del gasto público, las posibilidades de salida de la crisis económica neoliberal y de la crisis de la pandemia serán menores a 2% promedio anual a lo largo de los próximos quince años.

La propuesta de la 4-T, para ser verídica, tiene que cumplir tres objetivos: aumentar los ingresos fiscales, usar el petróleo para el crecimiento económico y canalizar el presupuesto para modernizar la planta productiva. La meta sería aumentar los grados de competitividad de la economía y para ello necesita reorganizar todo el aparato social, educativo, científico, tecnológico, industrial y de financiamiento.

El dilema estará en regresar al viejo Estado social cardenista o en construir un Estado estratégico que busque aumentar la competitividad mexicana en los mercados.

 

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Ciclo La columna y el poder”. Recuerde: de lunes a viernes por Zoom habrá un ciclo de conferencias sobre la columna política y el poder para celebrar los treinta años de existencia de Indicador Político. Registros en http://indicadorpolitico.mx y anakarinasl@hotmail.com

Política para dummies: La política es la base social del Estado.

 

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