jueves, 15 de octubre de 2020

Contracolumna • EL PATRIARCA ILUMINADO • OBRADOR Y EL POPULISMO



JOSÉ MARTÍNEZ M.


Detrás de las piedras fortificadas de Palacio Nacional, con sus portones blindados, en uno de sus salones principales todas las mañanas comparece Obrador iluminado por una luz decrepita. Él se autoproclama como uno de los mejores presidentes de la historia que sueña con trascender en un lienzo junto a los próceres de la patria. No se trata de una fábula. Es la realidad de nuestro país dominado por un solo hombre con una desbocada personalidad autoritaria que apela a su apabullante respaldo electoral. Es el patriarca que goza de autoridad e impone sus reglas y que reclama fe ciega a sus colaboradores. 
Las decisiones polémicas de su gobierno se rigen por falsas consultas populares para otórgales una “legitimidad democrática”. Como México ahora, en Latinoamérica en las últimas décadas muchos pueblos han padecido gobiernos populistas que han derivado en un desastre. Nuestra literatura política está plagada de historias de caudillos que han sumido a sus pueblos en la pobreza lacerante y la corrupción cancelando su desarrollo social y económico.
Nos encontramos en un cruce de caminos sin una brújula que nos indique una salida. Es como estar atrapados de noche en un laberinto en el que el guía no tiene ni el más remoto sentido de la orientación y nos lleva a ciegas confiando en su palabra prometiendo que vamos rumbo al paraíso cuando en realidad nos conduce al precipicio. 
Así estamos, caminamos a ciegas en medio de la peor crisis económica y sanitaria de nuestra historia como nación, con el peor gobierno en el peor momento. 
Nuestro iluminado se asume como el salvador de la patria como aquel personaje que peleaba con molinos de viento, pero en este caso se trata del Quijote del engaño.
Atrapado en los fantasmas del pasado el inquilino de Palacio en su esquema mental divide a los mexicanos en liberales y conservadores, no es un marxista que propugne por la lucha de clases, pero su gobierno mantiene ciertos rasgos bonapartistas.
La llamada cuarta transformación es un régimen personal donde no cabe su propio partido.
El nuevo régimen no gobierna con métodos democráticos, más bien se rige por apariencias, su relación con las masas es a conveniencia conforme a sus intereses personales, porque en el fondo su verdadera relación es con los grupos fácticos de poder con los cuales ejecuta las políticas de su gobierno.
Los grandes empresarios a los que antes se refería como la “mafia del poder”, ahora son sus consejeros áulicos. El gobierno está más identificado con los intereses sustanciales de estos personajes. 
Es más que evidente cómo los empresarios se han adaptado al estilo del jefe del nuevo gobierno. Los empresarios más poderosos se han mostrado tolerantes y hasta complacientes en tanto no se vean afectados sus intereses.
Estas contradicciones son un mero reflejo del bonapartismo obradorista como continuación del régimen salinista donde los empresarios fueron los grandes beneficiarios y los pobres encapsulados en programas asistencialistas como instrumentos de contención social.
Por encima de amplios segmentos de la sociedad, Obrador ha “conciliado” –si se le puede llamar así a la manipulación– a los pobres con las dádivas o limosnas del gobierno, mientras que se protegen los intereses de los grandes empresarios con los que incluso ha establecido alianzas.
Los empresarios no están dispuestos a que el Estado se desmorone por eso apuntalan al gobierno de Obrador con sus inversiones mientras estas les resulten redituables no solo de manera económica sino políticamente. El capital financiero no actúa en el vacío.
El riesgo de México es que la intolerancia de Obrador pone en riesgo de conducir al país al fascismo. La admiración del tabasqueño  por Mussolini no es una simple ocurrencia.
El de Obrador no es un gobierno suspendido en el aire, lo peligroso es que se eleve por encima de la nación, toda vez que el eje de este régimen se sustenta en una camarilla de políticos fanatizados que creen ciegamente en su líder. Esa es parte de la disputa en torno al control de Morena. La disyuntiva es el fascismo o el regreso al pasado priista. Ya sabemos que Obrador se conduce fuera de su partido. El Estado y el pueblo es él.
Poco a poco Obrador ha ido adoptando las instituciones a sus exigencias y conveniencias e incluso ha llegado a las expresiones totalitarias en su discurso. “O se está en contra o a favor de la cuarta transformación”, ha dicho.
Lo que no se da cuenta, es que con esas actitudes de mantener un control absoluto sobre su gobierno combinado con su obsesión mesiánica está llevando al país a la catástrofe. 
Una y otra vez se han dejado escuchar algunas voces criticando la concepción autoritaria y vertical de su poder en torno a su liderazgo carismático.
Obrador funda su legitimidad y recurre a su “autoridad absoluta” bajo el supuesto apoyo de la “voluntad del pueblo”.
Él es el único y exclusivo portavoz del pueblo cuyos seguidores están incondicionalmente subordinados a su liderazgo. 
Vivimos en una democracia maquillada donde predomina el caudillismo. El líder que promueve el resentimiento y el odio social en nombre del pueblo para preservar su audiencia electoral. El Quijote del engaño que viola sistemáticamente la ley y los derechos ciudadanos, que vulnera la libertad de expresión, que militariza al gobierno, que se burla y reprime a la disidencia y que atenta contra las conquistas sociales más elementales: la ciencia y la cultura.
El falso líder que ha institucionalizado la pobreza con medidas ineficaces pero oportunistas al estar destinadas a seguir cautivando la esperanza de los más necesitados y que son la base de la pirámide del poder.
Esa es la esencia detrás de la escenografía de todas las mañanas en Palacio donde Obrador habla con un discurso repetitivo en las conferencias para tratar de ocultar los fracasos del gobierno de la cuarta trasformación.

Salinas, Woldenberg, INE, IFE: democracia despótica del embudo

 


 

Carlos Ramírez

 

La crisis del sistema electoral estalló en mil pedazos en las elecciones presidenciales de 1988 y fue el presidente Carlos Salinas de Gortari quien construyó un modelo de estructura electoral estatista para sustituir la Comisión Federal Electoral de 1988 con el Instituto Federal Electoral (hoy INE) para cambiar la forma de organizar elecciones… pero para que todo siguiera igual que antes.

La clave del nuevo modelo fue el INE, pero sobre todo la participación de una élite intelectual de izquierda socialista en fase terminal para edificar el nuevo modelo sistema electoral. Hoy el INE, hijo del IFE, es el organismo que controla la democracia con reglas autoritarias y quién decide quién sí y quién no debe participar; se trata del modelo de la democracia del embudo. La negativa de registro de partido a México Libre (Margarita Zavala) forma parte de la democracia controlada por intereses gubernamentales en curso vía el INE.

La reforma política de 1978 facilitó la construcción de un sistema de partidos basado en la pluralidad, con la decisión de alta política de registrar al Partido Comunista Mexicano para jalarlo hacia la institucionalización. Pero hoy el sistema de partidos es demasiado complicado y pasa por una red de intereses burocráticos, sin que la autoridad electoral haya mantenido bajo control a otros partidos: la negativa a México Libre contrasta con el desorden administrado por el INE y el Tribunal Electoral de Morena, el partido en el poder.

El sistema electoral posterior al fraude de 1988 fue entregado por Salinas de Gortari al Grupo Nexos a través de José Woldenberg, un militante del sindicalismo universitario y miembro del PSUM y PMS, dos siglas del PCM en proceso de desideologización socialista y de priización preperredista. El modelo de consejo electoral del IFE creó una burocracia celeste basado en el reglamentismo, el control autoritario de la lucha política y su subordinación partido mayoritario en turno.

El IFE-INE es una aduana difícil de traspasar si no es bajo las reglas autoritarias de los consejeros, cuando el sistema electoral debiera ser una estructura de funcionarios profesionales garantes de la libertad del voto. Y no puede haber libertad de voto si la complicidad INE-Tribunal Electoral decide, en función de voluntarismo político, quiénes sí y quiénes no debieran ser partido y quienes sí y quiénes no son demócratas. De ser estrictos, todos los partidos hoy registrados en el INE debieran de ver cancelados sus registros por violación de las reglas existentes del mismo organismo.

El INE y el Tribunal Electoral se han puesto en ocasiones por encima de la Constitución para aplicar reglamentos burocráticos autoritarios, restrictivos y antidemocráticos. Hoy resulta que el INE va a determinar, por la vía antidemocrática de las encuestas, quién debe ser el presidente de Morena. Las encuestas son sondeos para conocer estados de ánimo coyunturales. Pero sería el de Morena el primer caso en el que la autoridad electoral se encarga de decidir quien debe ser el presidente del partido.

El modelo intervencionista del INE tiene que ser sustituido por una estructura electoral menos autoritaria, su consejo debe ser sustituido por funcionarios sin autoridad para determinar reconocimientos y la credencial de elector debe ser suplida por la cédula de identidad. Es decir, el modelo Salinas-Woldenberg no garantiza la democracia electoral y deja las elecciones, por la vía indirecta, en el gobierno federal en turno.

 

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EE. UU., a 20 días de las elecciones. El diario New York Post presentó documentos que revelan que Joe Biden y su hijo están involucrados en tráfico de influencias y negocios con empresarios de Ucrania, justo cuando el candidato demócrata necesitaba salirse de cualquier escándalo. Este expediente se une a las denuncias de que el mismo hijo de Biden estuvo involucrado en negocios con los chinos.

 

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Política para dummies: La política debe ser facilitadora de la democracia, no su rémora.

 

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