José Martínez M.
Las balas que mataron a Manuel Buendía marcaron a toda una
generación de periodistas. Los asesinos no doblegaron a la prensa, la
fortalecieron. Su ejecución –perpetrada desde las alturas del poder– fue un
crimen de Estado. Quienes ordenaron el crimen quedaron impunes. Los autores
materiales fueron puestos en prisión. Han transcurrido 36 años desde entonces
pero las nuevas generaciones de periodistas mantienen presente el legado de
Buendía y Julio Scherer, como referentes del periodismo mexicano del siglo XX.
No fue ninguna coincidencia que en la vida de ambos periodistas la sombra de
Manuel Bartlett haya estado presente. Parece que fue ayer. Era miércoles. Me
acuerdo bien. Ese día del 30 de mayo de 1984 un eclipse de sol oscureció la
mañana en buena parte del país por un lapso de once segundos. Y la vida de
Manuel –el periodista más leído e influyente de todo el país– acabó en menos de
cinco segundos, cuando un sicario lo asesinó de cinco balazos por la espalda,
pasadas las seis y media de la tarde.
Desde entonces las sospechas recayeron en varios personajes.
Uno de ellos: Manuel Bartlett, lo mismo que el general del más alto rango Juan
Arévalo Gardoqui. Le pido a Ignacio Cobo –el mejor amigo de Bartlett– que me
apoye para lograr una entrevista a fondo con su socio y compañero de toda la
vida. Conozco a Nacho desde hace más de 20 años y a Bartlett lo entrevisté por
primera vez hace 38 cuando recién había tomado posesión como secretario de
Gobernación en el sexenio del presidente Miguel de la Madrid. Me dice Nacho:
“le entregue tu petición a Manuel. Me pidió que te dijera que podías escribir
lo que quisieras, siempre y cuando no digas mentiras, que le vale madres lo que
publiquen de él los periodistas, que todos van hablar mal de él hasta el día en
que se muera”. En efecto, Bartlett siempre ha sido renuente a dar entrevistas
para evitar ser puesto contra las cuerdas. Sabe que la política es un ring sin
cuerdas y que dar un paso en falso lo haría caer al vacío. Sobre el tema Manuel
Buendía, Bartlett rehusó una entrevista cara a cara con el periodista Miguel
Ángel Granados Chapa. A cambio, Bartlett aceptó responder a un cuestionario en
el que respondió deslindándose del crimen y de su relación con su subalterno
José Antonio Zorrilla Pérez, quien desempeñaba la titularidad de la Dirección
Federal de Seguridad. Por el crimen Zorrilla purgó una pena de 30 años en
prisión al igual que otros agentes de la DFS implicados en el homicidio.
El periodista Miguel Ángel Granados Chapa documentó este caso
en su libro póstumo Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México,
aunque existen otros libros sobre el tema que robustecen la presunta
vinculación de Bartlett con el caso Buendía. Bartlett ha sido toda su vida un
hombre del sistema. Él mismo se ha jactado de no haber renunciado nunca al PRI.
Pertenece a Morena vía el Partido del Trabajo, del que fue senador. Es de los
que hablan al oído del presidente Obrador. Es uno de los ideólogos de ese
movimiento oscilante que no tiene forma pero que se identifica más con el
fascismo de las “camisas guindas”. En el viejo régimen del PRI, el secretario
de Gobernación gozaba de un poder inconmensurable. El Presidente reinaba, el
verdadero poder emanaba de Gobernación. Reyes Heroles lo decía: “el secretario
de Gobernación no habla, se siente”. En sus seis años como titular de
Gobernación, Bartlett dejó sentir su poder. Una noche envío a Zorrilla a las
oficinas de la revista Proceso para amedrentar a Scherer y lo consiguió. En
1983 censuró un reportaje que involucraba a familiares de Bartlett con una
secta en Venezuela. El escritor Vicente Leñero escribió que Bartlett y Zorrilla
“no se andan con mamadas”. En su libro Los Presidentes, Scherer narra ese
macabro episodio. En el crimen de Buendía, la mano ejecutora salió de la DFS,
la orden la dio Zorrilla y desde las alturas del poder partió la instrucción
“encárgate de ello”.
La conexión Bartlett-Zorrilla nació en 1962 durante los
últimos años del gobierno de Adolfo López mateos. Bartlett se desempeñaba
entonces como secretario auxiliar del líder de la CNC, Javier Rojo Gómez. A su
vez, Zorrilla era el líder nacional de las juventudes campesinas. Allí trabaron
amistad. Después coincidieron nuevamente en el sexenio de Luis Echeverría,
cuando Mario Moya Palencia era secretario de Gobernación y Bartlett director de
Gobierno y Zorrilla se desempeñaba como secretario particular de Fernando
Gutiérrez Barrios en la DFS. Y luego fortalecieron sus lazos cuando Bartlett
fue nombrado titular de Gobernación por De la Madrid. Fue entonces que Zorrilla
con el respaldo de Bartlett ocupó la dirección de la Federal de Seguridad. El
resto de la historia ya la sabemos. Gracias a su enorme poder e influencia,
Bartlett no fue investigado. No se le consideró sospechoso de ser uno de los
autores intelectuales del homicidio de Buendía. A Bartlett sus grandes crímenes
lo han protegido. Gracias a Bartlett el PRI prolongó su poder hasta el año
2000, luego de la caída del sistema de 1988, con el fraude patriótico. Para los
priistas fue un héroe, como lo es ahora para Morena, según el propio presidente
Obrador. Gracias a ese poder que brinda el aparato del Estado a sus hombres, en
los expedientes del Archivo General de la Nación no hay ni una sola referencia
a Manuel Bartlett por el asesinato de Buendía, aunque es evidente la conexión
entre él y Zorrilla, un hecho que Bartlett ha negado desde que ocurrió el
crimen.
Para Bartlett fue el crimen perfecto. La ejecución de Buendía
fue un atentado a la libertad de expresión. En su defensa Bartlett puede
objetar que nunca fue llamado a un juicio como probable responsable. También
opera a su favor el criterio que predomina en la Suprema Corte en el sentido de
que después de seis años sin consignar a nadie en una averiguación previa la
misma caduca. Así que, patéticamente pudiera invocarse la prescripción del
delito al no presentarse en su momento una denuncia en su contra. El de Buendía
literalmente es el primer crimen contra la Libertad de expresión documentado en
México, pero por deficiencias en la ley, constitucionalmente nada se puede
hacer, al estar prohibidas las excepciones. En los últimos años la legislación
ha cambiado y el caso Buendía pudo haber llegado hasta las más altas instancias
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. A Bartlett lo protegieron. Lo
hicieron intocable. Fue una forma de corresponder a sus “servicios patrióticos”
para que el régimen del PRI se prolongara hasta su agotamiento. La vida ha sido
más que generosa con Manuel Bartlett. Es rico y poderoso. En el ocaso de su
vida, goza del manto protector de Obrador, el presidente que algún día prometió
acabar con la impunidad y la corrupción. Lo malo es que después de Manuel
Buendía han sido asesinados un par de centenares de periodistas. Y el panorama
luce peor con el gobierno de Obrador, un presidente abiertamente declarado
enemigo de la prensa.
Un Presidente que en buena medida debe su cargo a la cuota de
sangre que los periodistas han pagado en su lucha cotidiana a lo largo de las
últimas décadas en contra de los abusos del poder y la narcopolítica.