miércoles, 1 de julio de 2020

El Príncipe Bernardo chantajea a México en nombre de demócratas

 

Carlos Ramírez

 

La carta del embajador retirado y canciller delamadridista Bernardo Sepúlveda Amor pidiendo que López Obrador no se reúna con Trump forma parte de la lógica del viejo régimen priísta del nacionalismo revolucionario y del nacionalismo defensivo. Pero también puede considerarse, por el lenguaje chantajista de que México y López Obrador pagarán caro su apoyo a Trump, como una traición a los intereses nacionales mexicanos.

El dato mayor de ese documento se localiza en la intención del diplomático de que México se aleje del gobierno de Donald Trump y de las intenciones de reelección del presidente estadunidense y se afilie al grupo del candidato demócrata Joe Biden, vicepresidente de los dos periodos de Barack Obama.

Y ahí, en la sombra de Obama en la elección presidencial estadunidense de noviembre próximo, se encuentra el eje del gran debate presidencial estadunidense: los electores votarán entre dos racismos, el vulgar y abierto de Trump y el silencioso e igualmente dañino de Obama-Biden, quienes en su gestión en la Casa Blanca fueron los gobernantes que mayores deportaciones de hispanos han realizado, al grado de que, con mucha razón, Obama fue calificado por los hispanos como el deportador en Jefe.

Peor aún: Obama y su compañero Biden engañaron dos veces a los hispanos, a quienes les prometieron en cada elección una reforma migratoria para que votaran por ellos y luego los abandonaron en manos de la Migra. La peor calificación que tuvo Obama de los hispanos fue el voto a favor de Trump, después de dos engaños presidenciales.

La carta del Príncipe Bernardo --apodo puesto por Porfirio Muñoz Ledo para caracterizar el enfoque monárquico de la diplomacia de Sepúlveda-- de manera mañosa destaca la tendencia del voto de hispanos a favor de Biden, pero oculta las quejas que a lo largo de doce años expresaros las minorías por los malos tratos del gobierno de Obama.

Y en los años en que los demócratas mantuvieron la mayoría en la Cámara de Representantes, los hispanos tampoco vieron reformas migratorias. Este dato también es ocultado por el Príncipe Bernardo en su carta al canciller Marcelo Ebrard Casaubón.

En esa misiva el excanciller de Miguel de la Madrid exhibe un chantaje político muy a la manera estadunidense: si México apoya a Trump y Trump gana las elecciones, existe la posibilidad de que el Partido Demócrata tenga la mayoría en las dos cámaras y, “de ser ese el caso, el Partido Demócrata se encargará de pasarle la factura política a México, con nefastas consecuencias del caso”.

Esta frase es incriminatoria del juego sucio del Príncipe Bernardo contra México, aunque, de manera objetiva, sirviendo a los intereses demócratas estadunidenses. Es, para decirlo en pocas palabras, un chantaje: o México se distancia de Trump y López Obrador cancela su reunión o los demócratas, a la manera de los republicanos, le apretarán las tuercas al gobierno de López Obrador.

En este sentido, el Príncipe Bernardo aparece como el mensajero de los chantajistas demócratas. Porque Sepúlveda dice a renglón seguido: “si gana Biden la presidencia y el Partido Demócrata el congreso, los últimos cuatro años del mandato del presidente López Obrador habrán de transcurrir en un ambiente repleto de dificultades en la relación bilateral, en donde México sería el principal perdedor”.

La carta-chantaje del Príncipe Bernardo no tiene precedente en la diplomacia mexicana y refleja la subordinación de un diplomático mexicano a intereses estratégicos y de seguridad nacional de los EEUU: se trata de un texto que destruye su prestigio diplomático al presentarlo como denigrante mensajero de los chantajes demócratas. Y esa carta tiene también una lectura inversa: demócratas y Biden están desesperados por destruir alianzas de Trump --en este caso la de López Obrador-- porque aun tiene muchas posibilidades para ganar.

La carta al canciller Ebrard liquida el perfil diplomático de Sepúlveda al reducirlo a promotor vulgar de la candidatura de Joe Biden en México y a violar los principios de soberanía amenazando a López Obrador con castigos de los demócratas si ganan posiciones en las próximas elecciones.

De Príncipe arrogante, Bernardo Sepúlveda Amor quedó recudido a simple mendigo de los intereses geopolíticos y de seguridad nacional de Biden y los demócratas y del imperio estadunidense.

 

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Política para dummies: La política es la tumba de la dignidad.

 

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Contracolumna • UN INFORME TRIUNFALISTA • AQUÍ NO HA PASADO NADA




JOSÉ MARTÍNEZ M.

¿De veras Presidente usted cree que vivimos en el país de las maravillas?
¡Qué romántico!, impresiona el candor de su discurso.
Discurso que a nadie conmueve.
Huecas las palabras, sin eco, sin sustancia. El enésimo informe presidencial fue como un corte de caja de un gerente no de un Presidente.
Lástima que Obrador es un presidente sin moral ni credibilidad.
Más allá de las cifras rimbombantes y prosopopéyicas, el informe vuelve al discurso del odio y la división.
En su mensaje político Obrador dijo que él gobierna enfrentando a la “reacción conservadora”.
Por lo demás el discurso del informe resultó del todo intrascendente. Sin embargo, no dejó de ser como el ruido o rumor de muchas aguas, donde pudimos constatar el cáliz de su ira.
Digan lo que digan, Obrador amenazó, en erigirse en el “guardián” de las elecciones.
Una lectura en tono fastidioso en el que aprovechó una y otra vez para recalcar sus “virtudes”. Un ejemplo de “honestidad”, un político que más de la mitad de la vida ha contado los centavos de su sueldo, que según él, apenas le alcanza para vivir, pero que no rinde cuentas de sus bienes ni de la de sus familiares. “No tengo nada”, se lamenta siempre justificando que toda su vida ha estado entregada a la “lucha de los más pobres”.
Ante el escenario de la crisis sanitaria con su legado de decenas de miles de muertos y ante el voraz desempleo, había expectación por escucharlo. Se esperaba un discurso a la altura de un país sumido en la desdicha, en la desesperanza y la sigilosa amargura, pero en la tribuna habló un líder adormecido, fiel copia de la realidad, en la idiotez habitual de los días que vivimos.
Confirmamos después de su prolongado informe, a un político que tiene una justificación para todo, de cómo siente y piensa un Presidente de su pisoteada existencia, un discurso como monólogo, que supone que vomitar excrecencias sin término es hacer verídica la política de su gobierno.
Todo está bien para él, su fin es acabar con la peste de la corrupción. No importa que toda su vida haya estado y siga girando en el centro de la corrupción. En su equipo de gobierno abundan los corruptos, los que al final terminaron aplaudiendo su discurso bajo la premisa de “vivamos como virtuosos aunque no lo seamos”.
Así, en un ambiente fúnebre, Obrador leyó su informe como si fuera un testamento. Un Presidente que se ahoga en sus palabras.
Un Presidente que presume los “logros” de su gobierno como si fuésemos el país que por primera vez pisara la luna o descubriera Marte, cuando se refiere a la construcción del tren maya sobre las ruinas y la chatarra de unas vías férreas abandonadas quién sabe cuánto tiempo.
Para él, su aeropuerto de la discordia y las refinerías serán las construcciones más importantes en la historia de la humanidad, más que la muralla china o las pirámides de Egipto. De eso está convencido.
Millones de mexicanos que escuchaban con asombro a ese hombre bonachón que leía las líneas de un discurso sin sustancia y que proyectan las palabras de un Presidente ajeno a la realidad ante una sociedad ofendida y con una interminable indignación contra su gobierno.
Políticos van, políticos vienen y en eso se nos va la vida…
Cada seis años aparecen personajes mesiánicos que ofrecen soluciones mágicas para el país. Obrador encontró un mercado electoral en las clases pobres a las que dirigió sus discursos tóxicos llenos de verborrea prometiéndoles el paraíso.
Con toda vehemencia podemos decir sin temor a equivocarnos que hasta la fantasía tiene límites.
Obrador sigue insistiendo, como lo pudimos constatar en su informe, en asumirse como un falso profeta. Todo lo que él hace está bien, atrás quedan cuatro mil años de historia. La corrupción fue cosa natural del pasado. Con él, el país ha cambiado.
Con él se inaugura una nueva liturgia. La eucaristía es todos los días de lunes a viernes con las mañaneras y en los múltiples informes de gobierno a lo largo del año, e igual en los días festivos y el descanso, a Obrador hay que quemarle incienso y las lámparas deben de alumbrar los caminos, para él son los salmos, los himnos y la música coral, las vestiduras y los rezos, él nos guiará y señalará a los mártires de la cuarta transformación.
Su informe no dejó lugar a dudas: Preside un gobierno perfecto. No hay fallas. Los muertos del covid -19 son una ofrenda para el progreso. Simplemente aquí no ha pasado nada.
Al final, Obrador reduce al país a una especie de califato. Su informe así lo constata.
Su ejercicio del poder de su autoridad va dirigido a su “comunidad” de fieles seguidores que siguen creyendo en él, en su modelo de país, los demás pertenecen a la “reacción conservadora”.