jueves, 1 de octubre de 2020

Contracolumna • MUÑOZ LEDO TIENE ALZHEIMER • LA MATANZA DEL 2 DE OCTUBRE


JOSÉ MARTÍNEZ M.
A la memoria de René Avilés Fabila

Sobre los cadáveres de los estudiantes de la masacre de 1968, Porfirio Muñoz Ledo construyó su carrera política.
Desde las catacumbas del poder busca ahora con ansiedad desbocada presidir las riendas de Morena. Habla como si el pasado no contara o existiera, recurre al falso discurso “progresista”.
Como Obrador, Muñoz Ledo lleva en la sangre los genes del PRI. Los dos han envilecido la política al declararse de “izquierda”.
Si Obrador con desfachatez glorifica a Mussolini ante la comunidad internacional dejando en el olvido las masacres, los crímenes de guerra y los atropellos a los derechos humanos cometidos por el dictador, Muñoz Ledo justificó con excesiva desvergüenza la matanza de los estudiantes en la Plaza de Tlatelolco.
Morena y sus líderes representan todo aquello contra lo que los estudiantes protestaban.
Obrador y Muñoz Ledo desde su primera juventud formaron parte del PRI. Ahora enarbolan banderas ajenas para apropiarse de la lucha de los jóvenes estudiantes que estaban en contra del autoritarismo.
A principios de la década de los cincuenta Muñoz Ledo comenzó su longeva trayectoria de tunante. Siempre insatisfecho, Porfirio ha pasado de los brazos de partido en partido como un objeto, manoseado y poseído como las damas con aspiraciones a estrellas de Hollywood. Así ha transcurrido su existencia, de la vanidad a la frivolidad hasta llegar al hastío con la conciencia adormecida.
En el ahíto de su vida Muñoz Ledo deja de lado su cansancio, lo domina la ambición y mira con desprecio a sus pares, los que ahora lo atacan y lo ven como una piltrafa, la inteligencia perdida desde hace tiempo, un tiliche que no puede guardar el equilibrio pero al cual la ambición lo empuja a seguir no importa que ahora dispute el control de un partido en medio de una lucha de lodo hasta llegar dispuesto a un menage a trois en la dirección política de Morena.
Las nuevas generaciones tal vez no conocen la longeva trayectoria de Muñoz Ledo, un trapecista político que ha sabido camuflarse a todos los colores partidistas. Muchos como él, incluido Obrador, han tenido el don de la ubicuidad. En veces pueden mostrarse institucionales, progresistas, reformistas, liberales o revolucionarios, según convenga.
Cuando la matanza de los estudiantes en octubre de 1968, Muñoz Ledo era un recalcitrante priista dispuesto a poner el pecho en defensa del presidente Díaz Ordaz. Cincuenta años después le puso la banda presidencial en el pecho a Obrador. Desde entonces hasta Morena ha pretendido ser el rector del discurso ideológico de los partidos en los que ha militado.
No hay diferencia entre el discurso diazordacista y obradorista, los dos concluyen en el autoritarismo de gobiernos hegemónicos.
La matanza con todas sus consecuencias históricas fue para Muñoz ledo un acto de “madurez revolucionaria”, una decisión de “supremacía del poder político”.
Después de 52 años reina sobre los cadáveres de aquellos jóvenes el mismo discurso, las mismas voces y el fantasma de los desaparecidos actores.
Hoy los militares son parte del poder, lo comparte con ellos el presidente Obrador, no le hace que en sus discursos incendiarios desde la oposición los responsabilizó de la masacre. Los añejos discursos están ahí para la historia como las incongruencias de su gobierno.
Cuando Muñoz Ledo respondió el V informe del gobierno de Díaz dio lectura a la reivindicación ideológica del sistema: “Con la más estricta objetividad podemos afirmar que los conflictos sociales que tuvieron lugar en México, y que llegaron a poner en peligro la paz pública, no dejaron como saldo el más mínimo incremento de poder de influencia a favor de quienes se oponen a la transformación acelerada y a la autonomía del país.
“Entre estas instituciones guarda un papel prominente el Partido Revolucionario Institucional, cuyos principios y programa de acción están ordenados precisamente según el pensamiento que hoy confirma, esclarece y afianza con actos el más distinguido de sus miembros: Gustavo Díaz Ordaz”.
“Como miembro de este partido y como mexicano que confía honestamente en el destino de la nueva generación, nada me ha conmovido más hondamente en el texto del V Informe que el valor moral y la lucidez histórica con que el Presidente de México reitera su confianza en la ‘limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos’”.
Sí, Muñoz Ledo tiene Alzheimer político. Parece que es contagiosa y progresiva. El mismo mal lo padece Obrador quien también presenta síntomas graves de pérdida de memoria y confusión ideológica.
Dos años después de la matanza del 2 de octubre, Obrador a los 17 años en 1970 acudió al PRI a afiliarse y en él se mantuvo imperturbable hasta 1989, todavía dio su última batalla en el PRI defendiendo la causa del entonces candidato presidencial Carlos Salinas de Gortari.
Ahora Obrador como Muñoz Ledo se autoproclaman de “izquierda”, no importa que Obrador admire a Mussolini y Muñoz Ledo a Díaz Ordaz, cuya imagen lleva tatuada en el pecho.

Trump-Biden, lectura estratégica: el resentimiento y los 538 votos reales

 



Carlos Ramírez

 

Uno de los errores más comunes en el análisis periodístico de sucesos que afectan a la sociedad es asumir la interpretación personal de los analistas como si fueran los estados sociales de ánimo. El debate Donald Trump-Joe Biden se está pasando, en los EE. UU. y México, por el filtro de los que los autores suponen que debe ser la política: la ética y el buen comportamiento.

Sin embargo, hubo dos enfoques ausentes en los análisis posteriores al debate: el perfil del estadunidense medio que se mueve en función del resentimiento, la codicia, la explotación y el bulling social y los 538 votos electorales que son los que elegirán al próximo presidente sin importar los que vieron el debate y decidirán su voto popular en función de los comportamientos de los candidatos peleando a cuchilladas la presidencia.

La sociedad electoral estadunidense, la de la calles, la de los intereses egoístas, la que busca ganancias, es otra cosa: votó antes por el imperio invasor para construir un nivel de vida basado en la exacción de recursos, aceptó derrocamiento de gobiernos que afectaban ese confort, reeligió al tramposo de Nixon y lo derrocó el establishment del FBI, se divirtió con las calenturas de Clinton, quiso a Obama por el color de la piel y se decepcionó por sus resultados y por ello voto enseguida con enojo por Trump y no por Hillary Clinton.

Para esa opinión del establishment, Trump perdió el debate; pero para la base estadunidense enojada con los políticos, encarada contra el fisco del Estado, decepcionada porque no les hacen caso, racista por configuración genética y violenta contra quienes quieren romper el orden interior formal y se encuentran con la brutalidad policiaca como medio de control social de minorías resentidas o radicalizadas a la izquierda, Trump refrendó su propuesta presidencial de 2016.

Quienes van a elegir al próximo presidente de los EE. UU. serán esas bases sociales celulares con sus propias contradicciones. Ahí fue donde Trump hundió a Dormilón Biden: el presidente enarboló, con enojo, el argumento de ley y orden contra los disturbios en ciudades --y lo subrayó varias veces Trump-- gobernadas por apáticos y atemorizadas autoridades locales del Partido Demócrata, mientras Biden convocaría a la Casa Blanca a una reunión entre sociedad, policías y gobierno para buscar una salida.

A los analistas liberales suele no gustarles estos métodos sociales analíticos, pero en realidad la función del análisis es la de exhibir la realidad; si imponen sus puntos de vista, entonces se trataría de opinión y su mercado es menor. Y hasta ahora pocos han analizado la realidad de la sociedad estadunidense: Myrdal en el caso del problema negro, Katherine Cramer en el perfil del estadunidense medio resentido con el Estado, Wright Mills con su perfil de la élite de poder que manda e impone gobiernos.

El resultado del debate del martes debe medirse en función del estado de ánimo del estadunidense medio --la mayoría silenciosa que despertó Nixon-- que está harto del Estado, que admira a quienes defraudan al Estado, que apoya la fuerza, que es racista hipócrita y que, en fin, sabe que su confort depende de gobiernos que tienen que ensuciarse las manos para invadir países y explotar personas y que se la pasa leyendo los movimientos en la bolsa de valores porque vive de la especulación codiciosa en el mercado accionario y no de sus salarios.

Lo que ha sido tipificado como concepto sociológico como las buenas conciencias --a partir de una novela revalorada de Carlos Fuentes-- suelen dictar los enfoques en medios, pero no representan los intereses o las pasiones del estadunidense ahogado por la pandemia, el confinamiento y el desempleo y que no se preocupa por los muertos si éstos significan que la economía deba abrirse para trabajar.

 

 

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Política para dummies: La política, señoras y señores, es Machiavelli. Lo demás es el Manual de Carreño.

 

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