JOSÉ MARTÍNEZ M.
Murió un trovador, pero su corazón seguirá latiendo en cada bohemio.
Apenas hace 13 días (7 de diciembre) cumplía 85 años y comenzaba con los estragos del coronavirus, la maldita enfermedad que le arrebató la vida como a otros millones en el mundo.
Su alma frágil de quetzal no soportó el sufrimiento. Se fue pero nos dejó un enorme e invaluable legado.
Su padre Santiago Manzanero lo inició en el arte de la música cuando apenas era un niño. Su primer empleo como músico fue en un circo tocando los timbales para amenizar el espectáculo de los malabaristas. Tenía entonces siete años y a los ocho fue inscrito por su abuela Rita Maqueiro Chi, en la escuela de bellas artes de Mérida. Anhelaba ser violinista pero la anciana cambió su modesta máquina de coser por un piano desvencijado en el que “Manzanita” comenzó sus primeros acordes hasta llegar a convertirse en un virtuoso.
Cuando alcanzó los 16 años ya era todo un profesional al lado de la orquesta de los hermanos Madariaga que encabezaba Adriano, el más viejo de esa dinastía de músicos. Lo mismo trabajó en el Grupo Tulipanes para pasar después a ocupar en un espacio en los grandes escenarios musicales.
Su paisano, el gran compositor Luis Demetrio, autor de La Puerta lo invitó a trabajar en la ciudad de México a la que arribó a los 22 años de edad, en el último tercio de la pasada década de los cincuenta.
En esos años se comenzó a gestar en la Gran Bretaña el grupo de los Beatles cuando John Lenon formó en su escuela el grupo The Quarry Men al que después se sumaron Paul McCarney y George Harrison.
Mientras los jóvenes apostaban al rock and roll, Manzanita irrumpía con su alma de bolero. Había nacido para ser bohemio. Con sus canciones escribió innumerables páginas de amor y romanticismo.
Su Maestro, Rafael de Paz fue quien le hizo su primera grabación. Para Manzanero, su Maestro fue el padre que él hubiera querido tener. De él recibió los mejores consejos en la vida.
Ya no estará entre nosotros, pero vivirá eternamente en el corazón de los enamorados y será el faro que iluminará hasta la existencia del último bohemio.
Se fue con un enorme dolor. El ecocidio de la selva maya lo perturbaba. El “tren maya” que ha provocado un daño masivo en el sureste del país lo mantenía intranquilo. Sufrió con impotencia la destrucción ambiental de los ecosistemas. Estaba decidido a utilizar su celebridad para tratar de influir en las decisiones que han afectado a un número indeterminado de comunidades mayas y de otras etnias.
Lamentablemente el tiempo no le alcanzó.
En algunas entrevistas mostró su orgullo por su ascendencia maya.
Aunque no dominaba la lengua de sus antepasados, aprendió un poco de ella para comunicarse con sus paisanos. En el alma y en la sangre llevó el sentir y el pensar de su origen.
“Siento con toda mi alma, pero en serio con toda mi alma, el no haber vivido en la época de la Conquista y echarme una docena de españoles de los que asesinaron a mucha gente de la mía”, le confió a uno de sus entrevistadores.
Los bohemios están de luto. Los más prestigiados tenores y hasta los más modestos trovadores de cantina cantaban sus canciones.
Viajero incansable que recorrió el mundo por placer, el trovador emprendió su último viaje en medio de la desdicha provocada por la pandemia.
Adiós Manzanita. Te doy las gracias porque Contigo aprendí / Que existen nuevas y mejores emociones/ A conocer un mundo nuevo de ilusiones / Que la semana tiene más de siete días / A hacer mayores mis contadas alegrías / Y a ser dichoso…