miércoles, 12 de agosto de 2020

Mercados, ejército y élites, los verdaderos problemas de EE UU

 



Carlos Ramírez

 

La nominación de la senadora Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia de los EE UU por el Partido Demócrata hizo arrancar el proceso electoral presidencial. El presidente Trump viene de atrás, abajo en las encuestas y en el ánimo mediático, en medio de una grave crisis social por las protestas afroamericanas estridentes, la violencia en las calles y los desastres por el coronavirus.

Las primeras lecturas saludaron a Harris por un inexistente perfil afroamericano, producto del color de su piel. Pero las raíces familiares vienen de Sri Lanka y Jamaica, no de Africa. Y como para poner su juego central, el candidato Joe Biden adelantó la legalización de los indocumentados hispanos que han sido perseguidos por Trump.

Pero el eje del proceso electoral no girará en torno a los afectados por Trump porque constituyen temas menores, sino que repetirá el escenario del 2016: la reconstrucción del imperio estadunidense contra la falsa bandera feminista de Hillary Clinton.

Los tres temas centrales de los EE UU están a la vista: recuperar del papel central de la economía estadunidense ante la competencia china, reposicionar el dominio militar estadunidense como eje imperial y depurar las funciones de las élites políticas que se han desviado del poder para centrarse en quejas sociales.

El tema del racismo afecta a la minoría, la violencia policial es el eje del control social de las masas como punto correlativo al imperialismo militarista exterior y la agenda afroamericana se reduce a quejas y no a la incorporación de esa comunidad minoritaria --16%-- al conjunto social productivo y dominante.

En el 2016 Trump ganó a Hillary-Obama por su meta de “hacer a América grande otra vez”, esencia del dominio imperial dominante de países, clases y economías. Cuatro años después los EE UU han recuperado parte de su centralidad mundial.

Para entender la lógica del electorado estadunidense hay que explorar la sociología de la dominación imperial: que los electores entiendan que el american way of life --modo de vida estadunidense-- no se logra con las buenas maneras, sino con la explotación de los otros. El modelo de “faro de la democracia” debilitó el pensamiento imperial estadunidense del siglo XIX de la expansión territorial sobre las muertes de indios y el robo de territorio a México.

Biden y Harris representan el pensamiento culpable de un imperio fundado a sangre, fuego y expansión militarista. En su discurso en Berlín en 2008 como candidato de la esperanza de la paz, Obama se comprometió a reparar el daño imperial; en el poder, el aparato presidencial lo orientó a salvar al capitalismo expoliador. James Carter, el último presidente con cargo de conciencia, asumía compromisos morales, pero a la hora de incumplirlos sólo alcanzaba a justificarse: “es que Casa Blanca dice”.

Aunque Biden-Harris podrían representar ante el electorado moral una imagen de cargo de conciencia, al final de cuentas esa presidencia sólo alargará la crisis de decadencia del imperio. Lo grave es que Trump tampoco ofrece una salida, porque su presidencia ha carecido de una estrategia de reconstrucción imperial. El único que tenía un modelo funcional al Trump que quería rehacer la grandeza de los EE UU fue Steve Bannon, pero la nueva burocracia trumpista lo echó de la Casa Blanca y creó un círculo de aislamiento de Trump de su propio proyecto.

Con la presidencia de Ronald Reagan se agotó el ciclo de la élite gobernante con pensamiento estratégico de los EE UU como un Estado de Seguridad Nacional (concepto de Gore Vidal). Desde entonces, los presidentes estadunidenses se han movido en la incompetencia, la frivolidad, la autocomplacencia y el deterioro imperial. Trump ganó en 2016 por su meta de reconstruir el imperio, pero Biden-Harris representan figuras improvisadas, sólo ofertando perdones a los ofendidos por Trump.

Lo más significativo para los EE UU es que Biden y Harris no son una oferta estratégica del imperio, ni un ejemplo de ejercicio del poder, ni un bloque dominante, ni un proyecto de reorganización económica, sino sólo un perfil anti Trump, sin entender que Trump no fue un candidato exitoso, sino un sujeto histórico de las contradicciones sociales de un imperio decadente.

 

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Política para dummies: La política, solía decir Maquiavelo, comprueba que todos los hombres son malos por naturaleza.

 

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Contracolumna • OBRADOR, AHORA SOMOS BUENOS • LA CORRUPCIÓN DEL PRI A MORENA


JOSÉ MARTÍNEZ M.

Cuando el presidente Carlos Menem ofreció un banquete en su primera recepción, su esposa Zulema Yoma quiso saber qué preparaban los cocineros de la casa presidencial y preguntó por los detalles de la comida.
–¿Todos los menús son iguales? – inquirió.
El jefe de cocineros de la casa presidencial de la Quinta de Olivos –donde viven los presidentes de ese país– Rubén Gómez respondió con una expresión que se hizo famosa en toda la Argentina:
–Cambian los menús, cambian los presidentes, pero nunca cambian los invitados.
En México exactamente ocurre lo mismo aunque Obrador haya corrido a los cocineros, los invitados siguen siendo los mismos, lo peor que pasa ahora en Palacio Nacional es que los convidados comen del mismo plato del presidente.
Los negocios desde el poder continúan, incluso de una manera más burda.
Lo del escándalo de Odebrecht involucró a una gran parte de los gobiernos de América Latina, México no podía ser la excepción. Tan insultante fue la corrupción que los mexicanos “cansados de tan pinche tranza” que emitieron un voto de castigo contra el PRI y el PAN.
Que Obrador siga creyendo que votaron por su persona es un sueño guajiro, como también es cierto: los electores no le entregaron un cheque en blanco.
Está claro que nadie, ni el propio Obrador, deben estar por encima de la ley. Sin duda alguna, el de Peña Nieto fue uno de los sexenios más corruptos, como lo fueron los gobiernos de Salinas y de Fox, tampoco Calderón debe de tratar de lavarse las manos como el famoso Layín, Hilario Ramírez Villanueva, el alcalde de San Blas, en Nayarit, que se ufanaba públicamente de “robar poquito”.
Lamentablemente el poder político, tanto en México como en muchas partes del mundo, es un botín político. El caso Odebrecht es solo una muestra de ello. El escándalo de los Papeles de Panamá es otro ejemplo de ello.
Políticos y empresarios han ido de la mano de la corrupción. Cuando Salinas emprendió la privatización de las empresas estatales fue un verdadero carnaval de corrupción. Luego Zedillo rescató a los hombres del dinero con el Fobaproa. Los Hank, por ejemplo, fueron parte de los beneficiarios y ahora son consejeros del presidente Obrador.
El caso Odebrecht debe sentar un precedente pero el gobierno de Obrador ha comenzado a administrar políticamente este asunto con propósitos meramente electorales y no de justicia. Porque si se tratara de aplicar la ley a rajatabla podría comenzar por Bartlett y los propios encargados de combatir la corrupción, en este caso barrer las escaleras de arriba hacia abajo empezando por la secretaria de la Función Pública Irma Eréndira Sandoval.
Desde luego que Peña Nieto y los principales miembros de su equipo presidencial están embarrados como también Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún y sus hijos.
Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad –desde su fundación en 2015– y el propio equipo de Carmen Aristegui han hecho un espléndido trabajo periodístico. Han sido puntuales en ofrecer un retrato de la corrupción política del poder.
Lo malo de Obrador es que su gobierno también ha estado envuelto en escándalos de corrupción. Desde sus primeras campañas la corrupción los ha asediado. Gente de su primer círculo protagonizó escándalos, como los vimos posteriormente en su pasada campaña presidencial.
Ahora Obrador está rodeado de personajes involucrados en casos de corrupción, comenzando por su jefe de la oficina presidencial Alfonso Romo, en algún momento también lo estuvo el asesor jurídico Julio Scherer Ibarra.
En Palacio han cambiado los menús pero siguen los mismos invitados. Ahí están los casos de Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego quienes tienen más que derecho a picaporte en la oficina presidencial, hacen negocios aun en la peor crisis del país con la educación al ser favorecidos con cientos de millones de pesos.
Es el momento de que Obrador deje de ser el político ruidoso y vocinglero para pasar a actuar con la ley en la mano y ahora si “caiga quien caiga” castigar a los responsables de la corrupción de la pasada administración.
De la corrupción en las campañas ya lo sabemos. No hay un solo partido que escape de ello, en todo caso lo preocupante es la perversión con la que actúan los políticos en su ambición por hacerse del poder. Lo del caso Odebrecht es grave porque presuntamente involucra al mismo expresidente Peña Nieto y a sus principales colaboradores como Luis Videgaray, Osorio Chong y Pedro Joaquín Codwell.
Lo peor que podría ocurrir, en algún momento, es que se destapara la cloaca de la infiltración del narco en las elecciones, aunque ya sabemos que esto ha ocurrido y seguirá ocurriendo, como otras formas de corrupción, mientras en Palacio Nacional solo se cambien los menús.
Lo peor que puede hacer Obrador es pararse el cuello vociferando que ahora son buenos, la corrupción no distingue colores, siglas ni partidos políticos. La corrupción va del PRI pasando por todos los demás partidos hasta llegar a Morena.
Eso también ya lo sabemos.

Trump, sólo anti establishment, no anti capitalista ni anti imperialista

 


Carlos Ramírez

 

En la campaña presidencial del 2016, el candidato Donald Trump se presentó, de manera paradójica, como el candidato anti Estado para conducir al Estado. No fue, como no es ahora, anti capitalista ni anti imperialista; al contrario, su propuesta fue reconstruir el imperio estadunidense de las primeras tres cuartas partes del sigo XX.

Los dos presidentes estadunidenses que confrontaron al establishment dominante en los EE UU cayeron víctimas de conspiraciones internas del poder: Nixon (Watergate) y Clinton (Mónica Lewinsky). El prototipo de presidente del establishment fue Barack Obama, quien llegó a la Casa Blanca por el color de su piel, pero su misión fue salvar al capitalismo imperialista.

Con un estilo atrabancado y hasta violento, Trump recuperó el poder de la presidencia ante los grupos de poder y sus intereses. Los EE UU y su modelo capitalista siempre ha sido operado por el establishment. En 1956 C. Wright Mills publicó su ensayo ya clásico La élite de poder para revelar que “los poderes de los hombres corrientes” están determinados por los grandes y reales poderes: el económico, el político y el militar.

En 1967 G. William Domhoff publicó su investigación ¿Quién manda en Estados Unidos? y desmenuzó a las grandes corporaciones financieras e industriales, las siete principales fundaciones que forjaban líderes --entre ellas la Ford y la Rockefeller--, la estructura de poder legislativo y judicial y el sector de seguridad nacional de los militares, la CIA y el FBI.

En 1980, Leonard Silk y Mark Silk bautizaron de manera formal a esos poderes reales en su libro El establishment americano y completaron la lista de esos grupos dominantes de poder: la Universidad de Harvard, el The New York Times, la Fundación Ford, el Instituto Brookings, el Consejo de Relaciones Exteriores, entre otros, formaban y controlaban a los tomadores de decisiones.

Trump rompió los lazos de dependencia de la presidencia con esos poderes, en nombre del ciudadano de condado que padecía el funcionamiento del Estado autónomo como poder autoritario y explotador sobre el ciudadano. En los hechos, Trump ha sido igual o más capitalista e imperialista que sus antecesores. Y su racismo no difiere mucho del de Obama o los Bush o Clinton, éstos más hipócritas.

Por primera vez los demócratas del establishment se quedaron sin cuadros, En los debates de una docena de precandidatos demócratas a la presidencia nadie destacó con fuerza como para enfrentar a Trump en las urnas. El único que dejó ver indicios diferentes fue Bernie Sanders, pero su bandera de “socialismo” atrajo a los jóvenes, pero ahuyentó a los grandes intereses económicos.

A lo largo de las últimas semanas, el establishment liberal-conservador/demócrata-republicano ha fijado los criterios a favor de Joe Biden y su padrino Barack Obama, con el respaldo de los grandes medios de comunicación de los grupos de poder y ahora resulta que Biden sería el presidente bueno.

Los poderes del establishment quieren un presidente manipulable, respetuoso de las jerarquías de las élites, administrador de los intereses de los grupos dominantes, sometido a las prioridades del capital, el imperio y las corruptelas. Trump desdeñó a esos grupos y decidió en solitario.

El establishment se convirtió en el Estado profundo que está maquinando la derrota republicana…, con la alianza de los miembros republicanos del viejo establishment. Lo que se debate en los EE UU no son definiciones de política, sino estilos mediáticos y alianzas de poder.

Trump no va a terminar con el establishment porque carece de inteligencia estratégica y de bloque de poder y porque sólo ofrece un estilo diferente, pero sí podría humillarlo si le gana la reelección en noviembre próximo a Biden-Obama como se la ganó en el 2016 a Obama-Hillary.

 

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El PRI en Sinaloa. En la última encuesta de gobernadores realizada por Consulta Mitofsky de nueva cuenta destaca el de Sinaloa, el priísta Quirino Ordaz Coppel, en el primer sitio, mientras el PRI de Alito y José Murat siguen ignorando esas señales por sus acuerdos en lo oscurito con Morena. Ordaz calificó en el primer sitio del top de cinco, subiendo diez puntos porcentuales en un año. Inclusive, el sinaloense está arriba del panista yucateco Mauricio Vila, del panista queretano Francisco Domínguez y de la morenista Claudia Sheinbaum.

Política para dummies: La política es un juego de poderes, no de éticas.

 

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