JOSÉ MARTÍNEZ M.
“…el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo”. El otoño del patriarca. Gabriel García Márquez.
–Vamos a ser una potencia económica, prometió el presidente Obrador.
Palabras sin convicción, promesa al fin como otras tantas en tantos
años. No es lo mismo ver el país desde la llanura que desde las alturas
del poder. (https://www.youtube.com/watch?v=06JoszvqYXY)
Tiempo atrás el presidente López Portillo prometió lo mismo. Desde el
púlpito ofreció que nos preparáramos para “administrar la abundancia”.
Obrador aún fue más allá: prometió que en materia de salud en su
gobierno estaríamos mejor que los países escandinavos. Noruega era el
modelo a seguir, pero nuestra realidad está en los casi noventa mil
muertos por la pandemia, en los niños con cáncer sin tratamientos…
Promesas van promesas vienen y Obrador actúa peor que sus antecesores.
Ni Vicente Fox en el mejor minuto de su lucidez se atrevió a tanto. ¿De
qué sirvieron tantos años revoloteando sobre los putrefactos restos del
viejo sistema político?
Obrador, el mesías tropical, el hombre de los pantanos de la Macuspana es un personaje garciamarquiano.
En El otoño del patriarca, dice el mítico personaje: “cuando yo me
muera volverán los políticos a repartirse esta vaina como en los tiempos
de los godos, ya lo verán, decía, se volverán a repartir todo entre los
curas, los gringos y los ricos, y nada para los pobres, por supuesto,
porque ésos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda
tenga algún valor los pobres nacerán sin culo, ya lo verán, decía,
citando a alguien de sus tiempos de gloria”.
Nuestro patriarca ha
repartido el país a sus aliados, a los empresarios de siempre, a los
políticos de siempre y a los gringos como siempre. Es la “tradición”. En
México los políticos en el poder cada seis años se reparten el país.
Administran las instituciones como feudos. Pemex es un ejemplo de ello.
Nombró al frente de la compañía a Octavio Romero Oropeza, uno de sus
mejores amigos. Oropeza no sólo es un tipo incompetente sino además
corrupto. Como todos los que han pasado por ese puesto, se ha rodeado de
amigos y familiares. La “Cuatro – Te” es más de lo mismo.
Rubén
Gómez, el cocinero argentino de la casa presidencial Olivos, fue un
hombre que durante años dio de desayunar, comer y cenar a invariables de
presidentes. Vio entrar y salir a muchos de éstos conspicuos personajes
de la política, incluidos algunos dictadores. Inamovible e
imperturbable dijo:
–Cambian los menús, cambian los presidentes… Lo que nunca cambia son los invitados.
En México –como en muchos otros gobiernos del mundo– ocurre lo mismo.
Los barones del dinero, los dueños de los monopolios, los consejeros
áulicos son parte de la escenografía de la cuarta transformación. Por el
bien de México, primero los pobres fue un simple slogan de campaña. La
realidad es otra. Lo escribió García Márquez: “… el día en que la mierda
tenga algún valor los pobres nacerán sin culo…”
Lo malo es que
nuestro caso el Palacio presidencial se ha transformado en un manicomio.
Se han inventado nuevos símbolos como parte del envilecimiento de la
política donde un hombre en su rencor y necesidad de venganza reina
sobre los destinos del país. Nos ha dividido y pretende enfrentarnos
unos contra otros con inusitada violencia.
En el fondo permea la frustración, esa experta en hallar culpables, pero nunca es uno mismo.
Hace unos días se le rindió tributo a la memoria del general Lázaro
Cárdenas, el presidente que junto con Benito Juárez son los más
admirados y aclamados por los mexicanos. Cárdenas trascendió por la
expropiación petrolera. Sin duda, su mayor mérito.
¿Pero de qué sirvió su legado?
Obrador pensó acaso que el petróleo sería la palanca para impulsar a México como una potencia mundial, tal y como lo prometió.
Pemex fue el símbolo de la riqueza del país, ahora es un lastre, un símbolo de la corrupción.
Directores y líderes sindicales se enriquecieron por igual, si acaso
algunos de ellos pisaron la cárcel, otros terminaron cobijados por el
poder.
México sigue los pasos de Venezuela. Durante la dictadura
Chávez-Maduro el país sudamericano dilapidó en 15 años la riqueza que
les llevó más de un siglo construir. En el lapso 1999-2014, Venezuela
recibió 960 mil 589 millones de dólares (casi un billón de dólares). De
la bonanza pasaron a la pobreza.
El mal manejo de los fondos
públicos derrumbó las expectativas del modelo socialista. Empresas
expropiadas en nombre de la revolución, otras nacionalizadas y otras
creadas fueron financieramente insostenibles. Se subsidió a países de
América Latina y el Caribe con la venta de petróleo a precios
preferenciales.
Para los venezolanos la riqueza del petróleo
resultó un falso espejismo. La corrupción devoró al país. Igual en
México el petróleo resultó una maldición.
Emilio Lozoya hizo de
Pemex un botín. El exfuncionario goza de privilegios en su proceso.
Desde que llegó extraditado al país fue recibido como un rockstar. No
importa que él como sus antecesores haya lucrado con la riqueza del
país. Hubo quien utilizó los recursos de la petrolera para costear
cirugías plásticas para toda la familia, otros para negociar con los
embarques del oro negro y los menos para adquirir mansiones y obras de
arte y acumular fortunas bancarias en dólares y euros. Jorge Díaz
Serrano, Rogelio Montemayor y Emilio Lozoya lucen impunes en la galería
de ejecutivos de la compañía.
Joaquín Hernández Galicia “La Quina” y
Carlos Romero Deschamps son las figuras más representativas de la
corrupción sindical, pero hubo otros líderes en el olvido de la justicia
pero no de la memoria colectiva.
¿Quién se acuerda del Pemexgate para financiar la campaña presidencial del PRI en el 2000?
Veinte años después, todo sigue igual.
El gatopardismo de la cuarta transformación es más de lo mismo, aunque
Obrador diga que no son iguales a los priistas y panistas.
Ahora
Octavio Romero Oropeza ha hecho de Pemex su botín. El casi ingeniero
agrónomo cosecha la siembra de su lealtad a su amigo el presidente
Obrador.
“Diosito, no te pido que des, sino que me pongas donde haya”.
Amigos, hermanos, primos, todos caben en la cartera del director de Pemex.
Cómo transformar al país en una potencia económica sobre los escombros de Pemex donde la corrupción ha hecho nido.
Cierto, la principal empresa del gobierno es la más endeuda del mundo,
con más de 105 mil millones de dólares, algo así como el 9 por ciento
del Producto Interno Bruto. La producción ha caído 50 por ciento, cuesta
más caro producir que importar y aún peor el colapso de los precios
internacionales tienen a Pemex en punto de quiebre.
México se ha convertido en un país importador neto de hidrocarburos. ¿Cuándo dejaremos de hacerlo?
Transformar a un país en una potencia extranjera no se hace de la noche
a la mañana como prometió Obrador. Ni siquiera Dios que hizo el mundo
en seis días pudo haberlo logrado, porque al séptimo terminó agotado.
Sí. García Márquez tenía razón: “…el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo”.