JOSÉ MARTÍNEZ M.
En los salones de Palacio Nacional el presidente Obrador habla, no
escucha. Cuando toma la palabra busca imponer el silencio. Día a día la
escena se repite. En el Salón Tesorería –donde se lleva a cabo el rito
de las mañaneras–, al fondo hay un reloj sin manecillas. Antaño marcaba
las horas. Hoy, ese cronógrafo sirve para registrar el tiempo que
transcurre inútilmente en la llamada cuarta transformación. El suntuoso
piso de mármoles europeos atrapa el tiempo entre los dorados bronces y
la luz natural que se filtra por su techo de vidrios hacen relucir la
cancelería tallada en caoba y su magnífica herrería. Ahí, todos los días
se escuchan durante horas discursos, sermones, apología de falsos
héroes y la denostación de los adversarios, más bien enemigos, de
Obrador, el presidente que se encuentra atrapado en el pasado y muy
lejano del presente. Hoy, como ayer, y como siempre los protagonistas de
la vida pública achacan sus fracasos, cuando las cosas no marchan bien
en el país, por culpa de la maldita corrupción.
Desde ahí se
escribe la crónica de una tragedia anunciada. Shakespeare diría que algo
huele a podrido en Palacio. En este lugar se construyó el Palacio de
Moctezuma y fue destruido durante la conquista de Tenochtitlán y sobre
sus ruinas se erigió la residencia de Hernán Cortés hasta que en ese
mismo recinto Agustín de Iturbide lo llamó el Palacio Imperial una vez
consolidada la Independencia. A la caída de éste, en 1824, con la firma
de la primera Constitución se le designó con el nuevo nombre de Palacio
Nacional. Pero Obrador se ha encargado de degradar a este santuario
político como la Casa de la Mentira.
Obrador está convencido que su
morada presidencial es el ombligo del mundo. Ahí ha erigido su propio
tribunal moral, como una mala copia de los tiempos del Santo Oficio.
Desde allí se condena a los sospechosos de herejía. Como ningún
presidente en la historia, Obrador ha bofeteado a la sociedad
científica. Calumnias e insultos generalizados sobre una comunidad que
no se siente merecedora de tales calificativos: “Hampones”.
“Sabelotodo”. “Todólogos”. “Turistas científicos”, etc, etc.
Comenzó su gobierno humillando a los médicos. Recortó el presupuesto a
la salud, se despidió lo mismo a galenos que enfermeras. Se confrontó
sin una estrategia contra los abastecedores de medicinas dejando sin
insumos a los hospitales, mientras padres de niños enfermos de cáncer se
hallaban clamando por la atención de sus hijos, teniendo como la única
opción de protesta el bloqueo de los accesos al aeropuerto.
Recientemente arremetió contra ingenieros, arquitectos, economistas y
médicos. A éstos últimos los calificó de mercantilistas y politizó el
tema echando leña a la hoguera al poner como ejemplo de grandes médicos y
samaritanos al Che Guevara y a Salvador Allende.
Porqué hacerlo sí
México ha tenido grandes científicos y médicos que han hecho historia
en varios campos de la medicina y otras áreas. Por qué no reconocer a
ellos. Por qué no rendirles homenaje y tributo.
Pienso en Mario
Molina quien en 1995 recibió el Premio Nobel de Química por advertir
sobre el peligro del adelgazamiento de la capa de ozono.
Pienso en
el doctor Rubén Argüero Sánchez formado en la UNAM, quien realizó el
primer trasplante de corazón en el país y pionero, a nivel mundial, en
el implante de células cardiacas.
Pienso en el doctor Ignacio
Madrazo Navarro neurocirujano, académico e investigador reconocido
mundialmente por realizar el primer trasplante experimental de células
nerviosas tomadas de un embrión humano y quien instaló un quirófano
móvil para atender a la población indígena de Chiapas durante el
levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de
1994. Experto, además, en la investigación del sistema nervioso central,
la búsqueda de mecanismos de regeneración de la médula espinal y el
tratamiento del mal de Parkinson.
Pienso en el doctor Mauro Loyo
Varela, primer latinoamericano en obtener el Premio Scoville de la
Federación Mundial de Sociedades de Neurocirugía, a la Innovación. Loyo
Varela ha ganado reconocimiento internacional por el diseño y creación
de 53 instrumentos quirúrgicos; acuñar el término instrumentos
maleables; y desarrollar tres técnicas quirúrgicas originales en
neurocirugía.
Eso sin contar a otros importantes científicos
mexicanos que ocupan un lugar notable en la Historia de la Medicina y
cuyos nombres llevan las más representativas instituciones de salud de
nuestro país.
Pienso en los demás médicos mexicanos que siguen los
pasos de los aquí antes mencionados y en los que ahora arriesgan sus
vidas y los que han fallecido atendiendo a los miles y miles de
contagiados por el coronavirus.
Y no quiero abundar en los
ingenieros, arquitectos y economistas que han servido a nuestro país
desde la trinchera de sus conocimientos y a los que se les ha agraviado
desde el púlpito presidencial.
Cómo se atreve Obrador a hacer un
llamado a la “unidad” y a una “tregua” en medio de esta crisis
sanitaria cuando él mismo atiza el fuego.
En esa tesitura lo ha
secundado la ilustrísima directora del Conacyt, María Elena
Álvarez-Buylla, quien llegó a rayar en el ridículo al señalar que antes
de la llegada de cuarta transformación todo estaba muy mal, porque la
ciencia neoliberal no había dado resultados.
¡Caramba! Qué hacer con
este presidente que abre frentes de guerra por todas partes y luego
lloriquea porque lo critican las “benditas redes sociales”.
No hay duda, a Obrador le preocupa más su ego, que los intereses del país.
En estos momentos la comunidad científica vive una de sus mayores crisis. El Conacyt está hecho un desastre.
La pregunta es ¿con qué cara el gobierno de Obrador se atreve a pedirle
a la comunidad científica su apoyo cuando ha sido falazmente agraviada?
Se ha pedido a los integrantes del Sistema Nacional de Investigadores
(SNI) que donen los estímulos a la investigación que reciben cuando la
sociedad científica ha sido uno de los sectores más olvidados no sólo
por éste, sino por casi todos los gobiernos anteriores.
Galileo Galilei supo de todo esto.
Así quedó demostrado a casi cuatro siglos de ser enjuiciado por un tribunal inquisitorio que lo obligó a retractarse.
"Escribí e imprimí un libro por el que he sido declarado por el Santo
Oficio como vehementemente sospechoso de herejía, es decir, por sostener
y creer que el Sol era el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra
no era el centro y que se movía...
“… Yo, el antedicho Galileo
Galilei, he abjurado, jurado, prometido y obligado a mí mismo según
dicho anteriormente, y en testimonio de su veracidad he suscrito con mis
propias manos el presente documento de mi abjuración y lo he recitado
palabra por palabra, en Roma, en el convento de Minerva, este día 22 de
junio de 1633".
Como Galileo yo soy de los que consideran que el
mundo no es plano como piensa Obrador y que todos los mexicanos tenemos
derecho a la libertad de expresión y a la crítica, por lo que considero
que a pesar del autoritarismo presidencial de la llamada cuarta
transformación, el país “...sin embargo se mueve”.