sábado, 16 de mayo de 2020

La Contracolumna: LA CIENCIA, EL EGO Y LA TRAGEDIA DE OBRADOR


JOSÉ MARTÍNEZ M.

En los salones de Palacio Nacional el presidente Obrador habla, no escucha. Cuando toma la palabra busca imponer el silencio. Día a día la escena se repite. En el Salón Tesorería –donde se lleva a cabo el rito de las mañaneras–, al fondo hay un reloj sin manecillas. Antaño marcaba las horas. Hoy, ese cronógrafo sirve para registrar el tiempo que transcurre inútilmente en la llamada cuarta transformación. El suntuoso piso de mármoles europeos atrapa el tiempo entre los dorados bronces y la luz natural que se filtra por su techo de vidrios hacen relucir la cancelería tallada en caoba y su magnífica herrería. Ahí, todos los días se escuchan durante horas discursos, sermones, apología de falsos héroes y la denostación de los adversarios, más bien enemigos, de Obrador, el presidente que se encuentra atrapado en el pasado y muy lejano del presente. Hoy, como ayer, y como siempre los protagonistas de la vida pública achacan sus fracasos, cuando las cosas no marchan bien en el país, por culpa de la maldita corrupción.
Desde ahí se escribe la crónica de una tragedia anunciada. Shakespeare diría que algo huele a podrido en Palacio. En este lugar se construyó el Palacio de Moctezuma y fue destruido durante la conquista de Tenochtitlán y sobre sus ruinas se erigió la residencia de Hernán Cortés hasta que en ese mismo recinto Agustín de Iturbide lo llamó el Palacio Imperial una vez consolidada la Independencia. A la caída de éste, en 1824, con la firma de la primera Constitución se le designó con el nuevo nombre de Palacio Nacional. Pero Obrador se ha encargado de degradar a este santuario político como la Casa de la Mentira.
Obrador está convencido que su morada presidencial es el ombligo del mundo. Ahí ha erigido su propio tribunal moral, como una mala copia de los tiempos del Santo Oficio. Desde allí se condena a los sospechosos de herejía. Como ningún presidente en la historia, Obrador ha bofeteado a la sociedad científica. Calumnias e insultos generalizados sobre una comunidad que no se siente merecedora de tales calificativos: “Hampones”. “Sabelotodo”. “Todólogos”. “Turistas científicos”, etc, etc.
Comenzó su gobierno humillando a los médicos. Recortó el presupuesto a la salud, se despidió lo mismo a galenos que enfermeras. Se confrontó sin una estrategia contra los abastecedores de medicinas dejando sin insumos a los hospitales, mientras padres de niños enfermos de cáncer se hallaban clamando por la atención de sus hijos, teniendo como la única opción de protesta el bloqueo de los accesos al aeropuerto.
Recientemente arremetió contra ingenieros, arquitectos, economistas y médicos. A éstos últimos los calificó de mercantilistas y politizó el tema echando leña a la hoguera al poner como ejemplo de grandes médicos y samaritanos al Che Guevara y a Salvador Allende.
Porqué hacerlo sí México ha tenido grandes científicos y médicos que han hecho historia en varios campos de la medicina y otras áreas. Por qué no reconocer a ellos. Por qué no rendirles homenaje y tributo.
Pienso en Mario Molina quien en 1995 recibió el Premio Nobel de Química por advertir sobre el peligro del adelgazamiento de la capa de ozono.
Pienso en el doctor Rubén Argüero Sánchez formado en la UNAM, quien realizó el primer trasplante de corazón en el país y pionero, a nivel mundial, en el implante de células cardiacas.
Pienso en el doctor Ignacio Madrazo Navarro neurocirujano, académico e investigador reconocido mundialmente por realizar el primer trasplante experimental de células nerviosas tomadas de un embrión humano y quien instaló un quirófano móvil para atender a la población indígena de Chiapas durante el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de 1994. Experto, además, en la investigación del sistema nervioso central, la búsqueda de mecanismos de regeneración de la médula espinal y el tratamiento del mal de Parkinson.
Pienso en el doctor Mauro Loyo Varela, primer latinoamericano en obtener el Premio Scoville de la Federación Mundial de Sociedades de Neurocirugía, a la Innovación. Loyo Varela ha ganado reconocimiento internacional por el diseño y creación de 53 instrumentos quirúrgicos; acuñar el término instrumentos maleables; y desarrollar tres técnicas quirúrgicas originales en neurocirugía.
Eso sin contar a otros importantes científicos mexicanos que ocupan un lugar notable en la Historia de la Medicina y cuyos nombres llevan las más representativas instituciones de salud de nuestro país.
Pienso en los demás médicos mexicanos que siguen los pasos de los aquí antes mencionados y en los que ahora arriesgan sus vidas y los que han fallecido atendiendo a los miles y miles de contagiados por el coronavirus.
Y no quiero abundar en los ingenieros, arquitectos y economistas que han servido a nuestro país desde la trinchera de sus conocimientos y a los que se les ha agraviado desde el púlpito presidencial.

Cómo se atreve Obrador a hacer un llamado a la “unidad” y a una “tregua” en medio de esta crisis sanitaria cuando él mismo atiza el fuego.
En esa tesitura lo ha secundado la ilustrísima directora del Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla, quien llegó a rayar en el ridículo al señalar que antes de la llegada de cuarta transformación todo estaba muy mal, porque la ciencia neoliberal no había dado resultados.
¡Caramba! Qué hacer con este presidente que abre frentes de guerra por todas partes y luego lloriquea porque lo critican las “benditas redes sociales”.
No hay duda, a Obrador le preocupa más su ego, que los intereses del país.
En estos momentos la comunidad científica vive una de sus mayores crisis. El Conacyt está hecho un desastre.
La pregunta es ¿con qué cara el gobierno de Obrador se atreve a pedirle a la comunidad científica su apoyo cuando ha sido falazmente agraviada?
Se ha pedido a los integrantes del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) que donen los estímulos a la investigación que reciben cuando la sociedad científica ha sido uno de los sectores más olvidados no sólo por éste, sino por casi todos los gobiernos anteriores.
Galileo Galilei supo de todo esto.
Así quedó demostrado a casi cuatro siglos de ser enjuiciado por un tribunal inquisitorio que lo obligó a retractarse.
"Escribí e imprimí un libro por el que he sido declarado por el Santo Oficio como vehementemente sospechoso de herejía, es decir, por sostener y creer que el Sol era el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no era el centro y que se movía...
“… Yo, el antedicho Galileo Galilei, he abjurado, jurado, prometido y obligado a mí mismo según dicho anteriormente, y en testimonio de su veracidad he suscrito con mis propias manos el presente documento de mi abjuración y lo he recitado palabra por palabra, en Roma, en el convento de Minerva, este día 22 de junio de 1633".
Como Galileo yo soy de los que consideran que el mundo no es plano como piensa Obrador y que todos los mexicanos tenemos derecho a la libertad de expresión y a la crítica, por lo que considero que a pesar del autoritarismo presidencial de la llamada cuarta transformación, el país “...sin embargo se mueve”.

Los invito a leer mañana domingo La Contracolumna de José Martínez M.