martes, 7 de julio de 2020

AMLO-Trump: no computadoras en Secretaria de Economía, metáfora TCL



Carlos Ramírez

 

Firmado y ratificado por los congresos legislativos de los dos países, el Tratado de Comercio Libre 2.0, con una lista muy estricta de exigencias estadunidenses y sin un nuevo modelo de desarrollo mexicano, el presidente López Obrador se reunirá con el presidente Donald Trump para agradecerle su apoyo en la revalidación del acuerdo comercial.

Sin embargo, la diplomacia no logrará ocultar el trasfondo de los efectos sociales y políticos del Tratado en el sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional mexicano. Las reformas comerciales impulsadas por Trump van a obligar al Estado mexicano a salirse del control y la conducción de las relaciones sociales, van a darle a los empresarios mayores libertades productivas que lo alejarán del autoritarismo del Estado y acotarán las funciones reforzadas el presidencialismo mexicano.

Dentro del TCL 2.0 no deben caer las recientes decisiones mexicanas de desplazar a inversionistas extranjeros para recuperar la participación del Estado en la economía productiva, sobre todo en el sector energético. Tampoco el nuevo TCL considera seguir arrastrando el viejo modelo sindical de control político de los trabajadores y los objetivos de los líderes sindicales de tener sus cuotas legislativas de poder. Y la parte más compleja deberá ser la desregulación de la economía para disminuir las restricciones del Estado, lo que tendría que llevar a una mayor autonomía relativa económica, productiva y sobre todo política de los empresarios.

Los gobiernos de Bush Sr., Clinton, Bush Jr. y Obama fueron muy tolerantes con la participación de México en el Tratado en función de su sistema/régimen/Estado de tipo priísta, es decir, de control presidencial de la economía estatizada. El primer aviso de Trump llegó por la vía del embajador estadunidense Christopher Landau y su queja de que no se pueden cambiar las reglas económicas vigentes. El embajador no lo dijo, pero en sus palabras quedó el mensaje cifrado: el Estado mexicano no puede regresar a la economía productiva,

El problema del modelo lopezobradorista de regreso del Estado al protagonismo económico no es el estatismo en sí o el discurso ideológico antineoliberal, sino que lo malo se localiza en el hecho de que el Estado mexicano carece del dinamismo, de capacidad tecnológica y de dinero para desplazar a grupos privados. Lo que vio el embajador Landau es que el Estado es parte de la producción y juez de las regulaciones.

Si el Estado mexicano quiere regresar a su papel dominante en la economía productiva, tendría que jugar sin ventajas. Sobre todo, necesitaría enormes cantidades de dinero para desarrollar tecnologías, capacitaciones e investigación científica para la competencia en innovaciones con las empresas privadas. Las empresas publicas se hundieron en la escasa competitividad porque su ineficacia fue tapada con subsidios y, al final, ni dieron fondos al Estado y si succionaron presupuesto.

El Tratado salinista desarticuló las alianzas sociales del Estado y la liberación de fuerzas llevó a la derrota del PRI en el 2000. Peña recuperó la presidencia para el PRI con un programa de modernización sectorial que perdió el rumbo y no quiso deshacerse de lo viejo. Ahora el modelo posneoliberal lopezobradorista quiere reconsolidar al Estado regresándolo a algunas áreas productivas que requieren de más fondos de los que tiene todo el presupuesto federal. Ahí naufragará el modelo posneoliberal: carece de financiamiento para el regreso del Estado a la economía productiva, de fuerza competitiva en tecnología y ciencia y sus viejas clases sociales --campesinos, obreros, clases profesionales, grupos populares-- no saben a dónde dirigirse.

El mensaje contradictorio sobre el desafío del TCL 2.0 y la incapacidad del Estado para competir con el sector privado en la producción ocurrió en la Secretaría de Economía, la dependencia encargada del modelo de desarrollo, de la planta industrial y de la competitividad: por decisión de austeridad se le quitaron computadoras al 75% de los empleados y ahora tendrán que trabajar con lápiz y papel, mientras las empresas privadas han invertido capital en inteligencia artificial y desarrollo tecnológico.

La imagen de Economía será las del Tratado 2.0: el regreso a la edad de piedra de la economía con lápiz y papel.

 

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Política para dummies: La política hoy es cibernética.

 

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Contracolumna BON VOYAGE, SEÑOR PRESIDENTE QUE DIOS LOS AGARRE CONFESADOS



JOSÉ MARTÍNEZ M.

Los mexicanos y estadounidenses tenemos visiones distintas. Posiciones encontradas. Ello explica en buena medida la reunión entre los presidentes Trump y Obrador. Al final tenemos dos lecturas diferentes del delirante encuentro.
En su momento Trump se hizo del poder de manera abrumadora, lo mismo ocurrió con Obrador al arrasar en los pasados comicios.
En su juventud, cuando Barack Obama era un brillante estudiante de Harvard se deshacía en elogios a Donald Trump. El magnate tuvo la habilidad de seducir a millones de estadounidenses, como lo hizo con Obama quien en esa época, a la edad de 29 años, escribió un texto memorable “Race and Rights Rhetoric” en el que ponderaba las virtudes del republicano: “Puedo no ser aun Donald Trump, pero aguarden, si no lo logro yo, lo lograrán mis hijos”.
Ocurre que el liderazgo de Trump se ha ido opacando en el transcurso de los años en la Casa Blanca por sus escándalos y su particular manera de entender el mundo. Trump en sus años de éxito empresarial atraía lo mismo a republicanos que demócratas. Era simplemente un ícono del sueño americano. No obstante sus tropezones aún hay muchos que siguen confiando en él a pesar de que su estrella se ha ido apagando.
Por ahora las encuestas lo desfavorecen. Pero tenía razón el formidable escritor Mark Twain quien con su agudo sentido del humor solía decir que en el mundo existen tres grandes mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las encuestas o estadísticas.
En su pasada campaña los medios daban por muerto a Trump y la mayoría se inclinaba por Hilary Clinton. El único periódico que acertó en sus predicciones fue el periódico Los Angeles Times.
Obrador en cambio sedujo a las masas con un discurso antigobiernista y lidió contra los grandes consorcios mediáticos, después de haber sufrido los obstáculos del llamado “cerco” informativo. Obrador terminó por doblegar a los principales medios con el manejo millonario de la publicidad, especialmente la televisión que terminaron por convertirse en sus principales aliados.
Esperemos que uno de los acompañantes, el vicepresidente de Televisa Bernardo Gómez, acostumbrado a rendir caravanas y pleitesía, como aquel beso en la mano de Marta Sahagún, no vaya a querer besar la mano de Trump.
Ahora representantes de esos grupos fácticos lo acompañan en su viaje por Washington. Lo malo es que a pesar de los intereses que representan no tienen la fuerza de un interlocutor con el peso de Carlos Slim quien al menos durante 30 largos años fue el comodín –vaya, la carta fuerte de los gobiernos en turno, desde Salinas hasta Peña Nieto– a tal grado de que fue el único que dio la cara cuando Trump avasalló en las elecciones y se constituía en una amenaza para México. Fue entonces que Slim citó a la famosa conferencia donde refirió que Trump “no es Terminator, es Negociator”, ayudando así, de alguna manera, a distender las relaciones del gobierno de Peña con el arribo del republicano a la Casa Blanca.
En buena medida, la percepción mexicana de que los demócratas estadounidenses son mejores aliados de México, es una visión falsa. A nuestro país siempre le ha ido muy mal con los gobiernos demócratas. En apariencia Obama fue un buen amigo de México, pero en los hechos fue inflexible en muchos aspectos, tanto en el tema de migración como en el de la seguridad nacional por el asunto de las drogas.
Como sea, pero el encuentro entre Obrador y Trump ha encendido los focos rojos en los círculos críticos del poder y ha exacerbado el nacionalismo ramplón de amplios sectores sociales.
Eso no obsta para señalar los imponderables de este polémico encuentro como lo es la ausencia de una verdadera estrategia de seguridad nacional en las relaciones bilaterales. La agenda de la reunión se circunscribe al tema del nuevo acuerdo comercial (T-MEC), según se informó, aunque existen varios asuntos básicos y prioritarios en la relación, como son los asuntos de migración que incluye el muro fronterizo, los dreamers, el combate a la drogas y los cárteles que se han expandido al territorio estadounidense, y los que abarca el comercio, cuya balanza favorece a nuestro país, además de las inversiones.
Lo peor que nos podía pasar es el manejo personalísimo de la diplomacia que está haciendo de una manera desaseada el presidente Obrador. No es posible que el Senado de la República sobre cuyas facultades recae la política exterior, independientemente de los oficios de la Cancillería, no hayan advertido al Ejecutivo de los riesgos imponderables de la vista en el contexto de las campañas presidenciales en Estados Unidos.
La última vez que el Senado prohibió un viaje presidencial, ocurrió con Vicente Fox cuando en abril de 2002 el presidente pretendía visitar Estados Unidos y Canadá, por considerar que el viaje tenía más un carácter más privado que oficial. Y los legisladores de la Cámara Alta le repitieron la misma dosis a Fox en noviembre de 2006 con el impedimento de otro viaje a Australia y Vietnam.
Como Fox, Obrador está siguiendo sus mismos pasos. Los yerros diplomáticos del guanajuatense hoy forman parte del anecdotario pero causaron un grave daño al prestigio de nuestra diplomacia. Lo mismo ocurre con Obrador quien no atendió a las recomendaciones de los expertos y de diplomáticos experimentados, incluso de su mismo partido como Porfirio Muñoz Ledo, quienes advirtieron de los riesgos políticos de la visita que indudablemente se inclina en favorecer la campaña de Trump.
Lo significativo, son también los acompañantes de Obrador en esta aventura. Empresarios muy desprestigiados a los que él mismo acusaba de pertenecer a la “mafia del poder” y que ahora la cuarta transformación ha “purificado”. Y colaboradores pusilánimes como Marcela Ebrard y Alfonso Romo que sólo velan por sus intereses y que no se atreven a decir No a un político aldeano que no tiene ni la más remota idea de cómo funciona el mundo.
Un presidente con el “síndrome del jamaicón” que antes de emprender el viaje invitó a disfrutar de una buena “guajolota”, una torta de tamal y su infaltable atole, para llegar bien fortalecido a su histórico encuentro. Eso ya lo sabían los empresarios que lo acompañan y que en la cena de la venta de boletos para la rifa del avión sin avión se empacaron sus tamales de chipilín y su champurrado de chocolate.
Nos resta solo dedicarle unas palabras a nuestro ilustre personaje: “Bon Voyage”, señor presidente… y que Dios los agarre confesados.

Contracolumna • CANDIL DE LA CALLE… • EL DOMADOR DOMADO


JOSÉ MARTÍNEZ M.

Mientras México entró a la lista negra de los cinco países más mortíferos por el coronavirus con más de 31 mil fallecidos, el presidente Obrador prepara sus maletas para su alucinante encuentro con Donald Trump, el gobernante de la nación con más víctimas en el mundo por la pandemia (más de 130 mil muertos y cerca de 3 millones de contagios).
Además del maltrato a su investidura por no otorgarle el estatus de visitante distinguido, Obrador está obligado a someterse a los protocolos de la Casa Blanca, tanto por disposiciones de las autoridades de salud de ese país como por el Servicio Secreto.
Candil de la calle, oscuridad de su casa, Obrador tendrá que presentar un certificado médico como constancia de estar libre del covid -19, además de cumplir con las prerrogativas de las aerolíneas de vuelos comerciales, de las autoridades de inmigración, de salud y de seguridad nacional de Estados Unidos.
Obrador, para quien el uso de cubrebocas es una humillación, tendrá que acatar las reglas de sus anfitriones.
En México, Obrador rompió con la disciplina interna del gobierno, pasó por encima de los protocolos del Consejo de Salubridad General y politizó la pandemia, la que, según él, le “cayó como anillo al dedo”. Lo mismo ha hecho Trump quien consideró al coronavirus como una “farsa” exagerada por los demócratas “para perjudicarlo”.
En el peor de los ridículos y sin ningún fundamento científico, Gatell elevó a los altares al presidente Obrador al calificarlo como “una fuerza moral” que no representa riesgo de contagio ante la pandemia.
A partir de los últimos días de febrero y durante un lapso de 127 días consecutivos (hasta el domingo 5 de julio), a la vista de todo el país atestiguamos un espectáculo –no se le puede llamar de otra manera– donde con afeites y maquillajes el vocero Hugo López Gatell hizo una manipulación de la información referente a la crisis sanitaria. Convirtió en un circo las conferencias.
Desde entonces la población de todo el país se mantuvo en vilo. En todo ese tiempo Obrador estuvo literalmente en el limbo (entre la vida y el infierno). Entre ocurrencias y altanerías contra los medios de comunicación que han dado cuenta de la tragedia, el Presidente veía impasible cómo se le deshacía el país entre las manos.
Con una economía maltrecha, atemperada por la desconfianza de los inversionistas, y un endeble sistema de salud, el presidente Obrador resintió un golpe duro a su egocentrismo. No obstante, se empecinó en asumirse como el “salvador de la patria”, a pesar de que sus malas decisiones tanto sanitarias como económicas que terminaron por hundir más al país.
Delirante Obrador sigue insistiendo en un discurso triunfalista como si no hubiera pasado nada. En la misma sintonía se ha mantenido el vocero López Gatell, ocultando datos y cifras sobre los efectos de la pandemia hasta llegar el pasado domingo 5 de julio a “cambiar” su “modelo” de “comunicación” para la narrativa de la crisis sanitaria. Pero eso fue solo un decir, porque siguen la misma línea de su cantaleta donde reina la confusión como una canción burlesca donde ya todos nos sabemos la tonada. Un supuesto cambio de “estrategia” para eludir responsabilidades y cuestionamientos.
Está claro que Gatell es la personificación de la fábula de El burro y la flauta, de Tito Monterroso.
Con un historial de fracasos por la crisis sanitaria del H1N1 en 2009 –que costó la vida a más de mil personas y más de 70 mil víctimas de neumonomía–, Gatell fue designado por Obrador como el flautista de su orquesta.
“No estás solo… No estás sólo”, en el peor de los colmos Obrador ofreció su respaldo a Gatell.
Con descaro y sin el menor rubor Gatell se atrevió a señalar ante una “comparecencia virtual” ante un grupo de senadores que “México, y ningún país, del mundo, sabe cuántos casos positivos de coronavirus tienen”.
Lo cierto es que expertos del más alto nivel de México y de prestigiosas instituciones académicas y científicas del extranjero han cuestionado el “modelo” y la información derivada de éste sobre los números reales de las víctimas de la pandemia que pueden representar hasta tres veces más que las “estadísticas oficiales”.
En esas circunstancias el presidente Obrador emprenderá su viaje a Washington y tendrá que tragar sapos sin hacer gestos para su encuentro con Trump.
Desde el pasado mes de marzo por disposición del Servicio Secreto todo aquel que visite la Casa Blanca deberá acatar, sin excepción, las disposiciones sanitarias que representen una amenaza que infecte al presidente Trump y a su personal más cercano. Incluye las visitas de jefes de Estado que deberán informar qué países han visitado en los últimos 30 días.
Un equipo dirigido por Tony Ornato, subjefe de personal de operaciones de la Casa Blanca, se encarga del monitoreo y evaluación de los protocolos. En la residencia oficial por recomendación del Centro de Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) se han instalado estaciones de desinfección para lavado de manos y controles de temperatura para todos los visitantes.
Por disposición del Consejo de Seguridad nacional, Obrador tendrá que responder a un cuestionario de riesgo de salud completo ante inmigración al momento de su llegada.
Además, antes y durante el vuelo en que el viajará Obrador, irán encubiertos agentes del Servicio Secreto que reportarán a su alto mando sobre el comportamiento de los invitados a la Casa Blanca respecto a si usaron o no mascarillas en las terminales y durante el vuelo, pues nadie gozará de privilegios si tiene un encuentro con el presidente Trump.
López Obrador aceptó sin tapujos las “sugerencias” (por decir amablemente de alguna manera a las exigencias de la Casa Blanca).
“No me niego, vamos a cumplir con todos los protocolos”, respondió Obrador a los cuestionamientos de los medios.
Ante Trump, Obrador ha perdido su arrogancia, lo cual contrasta con su comportamiento irreverente en México ante las disposiciones sanitarias. Giras y besos por aquí y por allá sin que nadie se lo impida, mientras Gatell se comporta como una marioneta del Presidente.
En México Obrador es la “fuerza moral”, en Estados Unidos es como un pelele, un muñeco de trapo, un político que se muestra ante Trump como una persona débil, de poco carácter que se deja manejar fácilmente.
Y Obrador que presumía de haber domado a la pandemia, ¡Zas! terminó por ser domado por Trump.
Así o más claro.

AMLO-EU: del nacionalismo defensivo al pragmatismo sin agenda estratégica

Carlos Ramírez

 

El error en el análisis sobre la reunión del presidente López Obrador con el presidente Donald Trump no radica en lo obvio: el uso que le dará el anfitrión dentro de su campaña electoral. Lo más importante radica en el hecho de que por primera vez México carece de una agenda estratégica con los EE UU.

La falta de esa agenda estratégica y la laguna de enfoque geopolítico en la diplomacia tribal del canciller Marcelo Ebrard Casaubón llevaron al error de pedir el apoyo de Trump en la pandemia --ventiladores--, cuando la agenda estratégica exigía una sana distancia del imperios ante la agenda real: migración, la Guardia Nacional resguardando los intereses de Washington en las fronteras mexicanas, la falta de iniciativas en las correcciones del Tratado de Comercio, el intervencionismo de las agencias de inteligencia y seguridad nacional en el narco en México y las presiones para mantener negocios dentro del Tratado.

En los más de doscientos años de relaciones bilaterales --primero como posición española y luego como república--, México definió sus relaciones con la Casa Blanca con tres principios: el conflicto histórico por la perdida de la mitad del territorio en la invasión de 1847, la vecindad imperial basada en la frontera estadunidense con el sur latinoamericano en el Suchiate y no en el Bravo y la desconfianza.

México pasó del nacionalismo activo hasta principios del Siglo XX al nacionalismo defensivo --concepto de Lorenzo Meyer-- y de ahí saltó el entreguismo totalizador que exigió el Tratado de Comercio libre firmado por el presidente Carlos Salinas de Gortari en 1993 y ratificado en sus términos formales --comercio-- y en sus términos estratégicos --geopolítica del imperialismo estadunidense-- por los presidentes Enrique Peña Nieto y López Obrador.

El Tratado en sus dos versiones --el firmado por Bush-Clinton y el revisado por Peña-López Obrador-- se basó en el Memorándum (Proceso 758) del embajador estadunidenses en México en 1991 John Dimitri Negroponte --el más poderoso jefe de los servicios de inteligencia y seguridad nacional de la Casa Blanca--, en el que se fijó el parámetro estratégico del comercio como eje de la dominación imperial:

Desde una perspectiva de política exterior, un TCL institucionalizaría la aceptación de una orientación norteamericana en las relaciones exteriores de México”.

Y así fue. El sometimiento de la histórica política exterior mexicana con principios estratégicos de seguridad nacional en función de los intereses mexicanos se enterró a finales de 1989, iniciadas ya las negociaciones del Tratado, con el apoyo de México a la invasión de los EE UU de Panamá para arrestar al jefe del ejército panameño --paradójicamente agente de la CIA durante el año en que George Bush Sr. dirigió la agencia--, violando la soberanía panameña.

El Tratado que rige la totalidad de las relaciones bilaterales --en lo económico y en seguridad nacional-- se firmó en función de las propuestas de la Comisión Binacional México-EE UU que concluyó en 1987 que México debería cambiar sus enfoques históricos y educativos sobre los EE UU desde la educación. Los gobiernos de De la Madrid y Salinas cumplieron con esa recomendación.

Y ha querido la realidad exhibir el desdén estadunidense a los enfoques de vecindad del Tratado con una política migratoria militarizada, agresiva y racista que México, hasta ahora, no se ha atrevido a condenar. En plena revisión del Tratado Trump se dedicó a insultar, criminalizar y deportar a mexicanos sólo por consideraciones sociales, sin que los gobiernos de Peña Nieto y López Obrador pudieran o quisieran impedirlo o cuando menos disminuir su agresividad.

El Tratado salinista anuló la agenda estratégica de la política exterior mexicana y el gobierno de Trump ha definido la suya con criterios racistas, de explotación de recursos y de desdén.

El nuevo gobierno del presidente López Obrador y del canciller Ebrard debió de haberle dado prioridad a la definición de su agenda estratégica con los EE UU, inclusive sin agresividad ni confrontación, pero sí con la ratificación de los principios históricos reales de la diplomacia de colaboración-resistencia-defensiva.

Esta semana, sin esa agenda estratégica mexicana, se dará la reunión de López Obrador con Trump.

 

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Política para dummies: La política es la estrategia de defensa ante las agresiones de adversarios y conquistadores.

 

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