martes, 7 de julio de 2020

Contracolumna BON VOYAGE, SEÑOR PRESIDENTE QUE DIOS LOS AGARRE CONFESADOS



JOSÉ MARTÍNEZ M.

Los mexicanos y estadounidenses tenemos visiones distintas. Posiciones encontradas. Ello explica en buena medida la reunión entre los presidentes Trump y Obrador. Al final tenemos dos lecturas diferentes del delirante encuentro.
En su momento Trump se hizo del poder de manera abrumadora, lo mismo ocurrió con Obrador al arrasar en los pasados comicios.
En su juventud, cuando Barack Obama era un brillante estudiante de Harvard se deshacía en elogios a Donald Trump. El magnate tuvo la habilidad de seducir a millones de estadounidenses, como lo hizo con Obama quien en esa época, a la edad de 29 años, escribió un texto memorable “Race and Rights Rhetoric” en el que ponderaba las virtudes del republicano: “Puedo no ser aun Donald Trump, pero aguarden, si no lo logro yo, lo lograrán mis hijos”.
Ocurre que el liderazgo de Trump se ha ido opacando en el transcurso de los años en la Casa Blanca por sus escándalos y su particular manera de entender el mundo. Trump en sus años de éxito empresarial atraía lo mismo a republicanos que demócratas. Era simplemente un ícono del sueño americano. No obstante sus tropezones aún hay muchos que siguen confiando en él a pesar de que su estrella se ha ido apagando.
Por ahora las encuestas lo desfavorecen. Pero tenía razón el formidable escritor Mark Twain quien con su agudo sentido del humor solía decir que en el mundo existen tres grandes mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las encuestas o estadísticas.
En su pasada campaña los medios daban por muerto a Trump y la mayoría se inclinaba por Hilary Clinton. El único periódico que acertó en sus predicciones fue el periódico Los Angeles Times.
Obrador en cambio sedujo a las masas con un discurso antigobiernista y lidió contra los grandes consorcios mediáticos, después de haber sufrido los obstáculos del llamado “cerco” informativo. Obrador terminó por doblegar a los principales medios con el manejo millonario de la publicidad, especialmente la televisión que terminaron por convertirse en sus principales aliados.
Esperemos que uno de los acompañantes, el vicepresidente de Televisa Bernardo Gómez, acostumbrado a rendir caravanas y pleitesía, como aquel beso en la mano de Marta Sahagún, no vaya a querer besar la mano de Trump.
Ahora representantes de esos grupos fácticos lo acompañan en su viaje por Washington. Lo malo es que a pesar de los intereses que representan no tienen la fuerza de un interlocutor con el peso de Carlos Slim quien al menos durante 30 largos años fue el comodín –vaya, la carta fuerte de los gobiernos en turno, desde Salinas hasta Peña Nieto– a tal grado de que fue el único que dio la cara cuando Trump avasalló en las elecciones y se constituía en una amenaza para México. Fue entonces que Slim citó a la famosa conferencia donde refirió que Trump “no es Terminator, es Negociator”, ayudando así, de alguna manera, a distender las relaciones del gobierno de Peña con el arribo del republicano a la Casa Blanca.
En buena medida, la percepción mexicana de que los demócratas estadounidenses son mejores aliados de México, es una visión falsa. A nuestro país siempre le ha ido muy mal con los gobiernos demócratas. En apariencia Obama fue un buen amigo de México, pero en los hechos fue inflexible en muchos aspectos, tanto en el tema de migración como en el de la seguridad nacional por el asunto de las drogas.
Como sea, pero el encuentro entre Obrador y Trump ha encendido los focos rojos en los círculos críticos del poder y ha exacerbado el nacionalismo ramplón de amplios sectores sociales.
Eso no obsta para señalar los imponderables de este polémico encuentro como lo es la ausencia de una verdadera estrategia de seguridad nacional en las relaciones bilaterales. La agenda de la reunión se circunscribe al tema del nuevo acuerdo comercial (T-MEC), según se informó, aunque existen varios asuntos básicos y prioritarios en la relación, como son los asuntos de migración que incluye el muro fronterizo, los dreamers, el combate a la drogas y los cárteles que se han expandido al territorio estadounidense, y los que abarca el comercio, cuya balanza favorece a nuestro país, además de las inversiones.
Lo peor que nos podía pasar es el manejo personalísimo de la diplomacia que está haciendo de una manera desaseada el presidente Obrador. No es posible que el Senado de la República sobre cuyas facultades recae la política exterior, independientemente de los oficios de la Cancillería, no hayan advertido al Ejecutivo de los riesgos imponderables de la vista en el contexto de las campañas presidenciales en Estados Unidos.
La última vez que el Senado prohibió un viaje presidencial, ocurrió con Vicente Fox cuando en abril de 2002 el presidente pretendía visitar Estados Unidos y Canadá, por considerar que el viaje tenía más un carácter más privado que oficial. Y los legisladores de la Cámara Alta le repitieron la misma dosis a Fox en noviembre de 2006 con el impedimento de otro viaje a Australia y Vietnam.
Como Fox, Obrador está siguiendo sus mismos pasos. Los yerros diplomáticos del guanajuatense hoy forman parte del anecdotario pero causaron un grave daño al prestigio de nuestra diplomacia. Lo mismo ocurre con Obrador quien no atendió a las recomendaciones de los expertos y de diplomáticos experimentados, incluso de su mismo partido como Porfirio Muñoz Ledo, quienes advirtieron de los riesgos políticos de la visita que indudablemente se inclina en favorecer la campaña de Trump.
Lo significativo, son también los acompañantes de Obrador en esta aventura. Empresarios muy desprestigiados a los que él mismo acusaba de pertenecer a la “mafia del poder” y que ahora la cuarta transformación ha “purificado”. Y colaboradores pusilánimes como Marcela Ebrard y Alfonso Romo que sólo velan por sus intereses y que no se atreven a decir No a un político aldeano que no tiene ni la más remota idea de cómo funciona el mundo.
Un presidente con el “síndrome del jamaicón” que antes de emprender el viaje invitó a disfrutar de una buena “guajolota”, una torta de tamal y su infaltable atole, para llegar bien fortalecido a su histórico encuentro. Eso ya lo sabían los empresarios que lo acompañan y que en la cena de la venta de boletos para la rifa del avión sin avión se empacaron sus tamales de chipilín y su champurrado de chocolate.
Nos resta solo dedicarle unas palabras a nuestro ilustre personaje: “Bon Voyage”, señor presidente… y que Dios los agarre confesados.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario