Carlos
Ramírez
El error en el análisis sobre la reunión
del presidente López Obrador con el presidente Donald Trump no radica en lo obvio: el uso que le dará el anfitrión dentro de
su campaña electoral. Lo más importante
radica en el hecho de que por primera vez México carece de una agenda estratégica con los EE UU.
La falta de esa agenda estratégica y la laguna de enfoque geopolítico en la
diplomacia tribal del canciller Marcelo Ebrard Casaubón llevaron al error de pedir el apoyo de Trump en la
pandemia --ventiladores--, cuando la agenda
estratégica exigía una sana distancia
del imperios ante la agenda real:
migración, la Guardia Nacional resguardando los intereses de Washington en las
fronteras mexicanas, la falta de iniciativas en las correcciones del Tratado de
Comercio, el intervencionismo de las
agencias de inteligencia y seguridad nacional en el narco en México y las
presiones para mantener negocios
dentro del Tratado.
En los más de doscientos años de relaciones
bilaterales --primero como posición española y luego como república--, México definió sus relaciones con la Casa
Blanca con tres principios: el conflicto histórico por la perdida de la mitad del territorio en la invasión de 1847, la
vecindad imperial basada en la frontera
estadunidense con el sur latinoamericano en el Suchiate y no en el Bravo y la desconfianza.
México pasó del
nacionalismo activo hasta principios del Siglo XX al nacionalismo defensivo --concepto de Lorenzo Meyer--
y de ahí saltó el entreguismo
totalizador que exigió el Tratado de Comercio libre firmado por el presidente
Carlos Salinas de Gortari en 1993 y ratificado
en sus términos formales --comercio-- y en sus términos estratégicos --geopolítica del imperialismo
estadunidense-- por los presidentes Enrique Peña Nieto y López Obrador.
El Tratado en
sus dos versiones --el firmado por
Bush-Clinton y el revisado por Peña-López Obrador-- se basó en el Memorándum
(Proceso 758) del embajador
estadunidenses en México en 1991 John Dimitri Negroponte --el más poderoso jefe
de los servicios de inteligencia y seguridad nacional de la Casa Blanca--, en
el que se fijó el parámetro
estratégico del comercio como eje de
la dominación imperial:
“Desde una perspectiva de política exterior,
un TCL institucionalizaría la aceptación de una orientación norteamericana en
las relaciones exteriores de México”.
Y así fue. El sometimiento de la histórica política
exterior mexicana con principios estratégicos de seguridad nacional en función
de los intereses mexicanos se enterró
a finales de 1989, iniciadas ya las negociaciones del Tratado, con el apoyo de México a la invasión de los EE
UU de Panamá para arrestar al jefe del ejército panameño --paradójicamente
agente de la CIA durante el año en que George Bush Sr. dirigió la agencia--, violando la soberanía panameña.
El Tratado que rige la totalidad de las relaciones
bilaterales --en lo económico y en seguridad nacional-- se firmó en función de
las propuestas de la Comisión
Binacional México-EE UU que concluyó en 1987 que México debería cambiar sus enfoques históricos y
educativos sobre los EE UU desde la educación. Los gobiernos de De la Madrid y
Salinas cumplieron con esa
recomendación.
Y ha querido la
realidad exhibir el desdén
estadunidense a los enfoques de vecindad del Tratado con una política
migratoria militarizada, agresiva y racista que México, hasta ahora, no se ha atrevido a condenar. En plena
revisión del Tratado Trump se dedicó a insultar, criminalizar y deportar a mexicanos sólo por consideraciones sociales, sin que los gobiernos de Peña
Nieto y López Obrador pudieran o quisieran impedirlo o cuando menos disminuir
su agresividad.
El Tratado
salinista anuló la agenda
estratégica de la política exterior mexicana y el gobierno de Trump ha definido
la suya con criterios racistas, de explotación de recursos y de desdén.
El nuevo
gobierno del presidente López Obrador y del canciller Ebrard debió de haberle
dado prioridad a la definición de su
agenda estratégica con los EE UU, inclusive sin agresividad ni confrontación,
pero sí con la ratificación de los
principios históricos reales de la
diplomacia de colaboración-resistencia-defensiva.
Esta semana, sin esa agenda estratégica mexicana, se
dará la reunión de López Obrador con Trump.
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Política para dummies: La política es la estrategia de defensa ante las
agresiones de adversarios y conquistadores.
@carlosramirezh
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