Hasta unos años el Ejército era un tema intocable para la prensa. Lo 
mismo ocurría con la figura presidencial y la Iglesia. Esos tabúes 
terminaron. Ahora están bajo el escrutinio público. Hay que aclarar que 
no es una concesión de nadie, es una conquista de la libertad de 
expresión contra los prejuicios y la conveniencia del poder. Cierto, el 
presidente Obrador se queja de la metralla de críticas en su contra pero
 es incapaz de realizar un ejercicio de autocrítica. Por el contrario él
 mismo las alienta con sus desplantes y menosprecio por la prensa. Eso 
se llama soberbia. 
 Ahora decidió apartar al secretario de la 
Defensa Luis Cresencio Sandoval para que no haga ninguna declaración 
sobre el escándalo del general Salvador Cienfuegos. Obrador mismo apeló a
 su papel de comandante supremo de las fuerzas armadas para proclamarse 
“vocero” del caso Cienfuegos. 
 “Voy a ser yo el vocero porque es un 
asunto muy delicado y yo quiero darle seguimiento e informar para que no
 se preste a un golpeteo injusto contra la institución… Vamos a esperar a
 que se desarrolle el juicio… no debe culparse a todas las Fuerzas 
Armadas… la defensa al Ejército no significa encubrir a nadie, porque si
 hay otros oficiales involucrados que se castiguen”.
 Con qué calidad
 moral el presidente Obrador va a defender a las fuerzas armadas, sí él 
mismo las calumnió, atacó y descalificó durante largos años. Él mismo 
emprendió una campaña para sacar al ejército de las calles y peor aún se
 mofó de su antecesor Felipe Calderón –quien también como él fue jefe 
supremo de las fuerzas armadas– al que endilgó el apodo de “Comandante 
Borolas”. 
 No cabe duda que el ejército ha perdido el prestigio de 
otras épocas. Pero tampoco los militares son hermanas de la caridad o 
monjes tibetanos a los que haya que rendirles deidad. Lo que hay que 
brindarles es respeto por lo que representan para el país. Y ese respeto
 se los regateó Obrador en su momento. 
 Entre la verdad jurídica y 
la verdad periodística hay un enorme trecho. La prensa no puede erigirse
 en un tribunal y condenar a nadie quien sea. Esperemos, pues, las 
pruebas y los alegatos del caso Cienfuegos que va de la mano del juicio a
 Genaro García Luna –el más poderoso de los miembros del gabinete 
presidencial de Calderón– quien enfrenta cargos por sus vínculos con el 
narco.
 Dudo que exista alguien decidido a meter las manos al fuego 
por Cienfuegos como por García Luna. Desde que se destapó la cloaca de 
la narcopolítica con el caso Buendía una veintena de generales y otros 
altos mandos se han visto involucrados en el narcotráfico. Lo 
preocupante es que miles de soldados, de todos los rangos, han desertado
 o han estado implicados con estas mafias hasta llegar a la cima de la 
pirámide con el general Cienfuegos mientras se desempeñaba al frente de 
la Secretaría de la Defensa Nacional desde donde presuntamente actuaba a
 favor de un grupo criminal.
 Hombre formado en la brega de las 
armas, al presidente Álvaro Obregón –quien dijo que él iba a ser el 
presidente más honesto de México porque solo robaba con un brazo– se le 
atribuye una frase de la picaresca política “no hay general que resista 
un cañonazo de 50  mil pesos”. El general Plutarco Elías Calles a la 
sazón presidente de la República expulsó del país a los periodistas 
Victoriano Salado Álvarez y Jesús Guisa Acevedo por utilizar ese dicho 
en contra de los altos mandos militares. 
 En las fuerzas armadas la 
palabra honestidad es más que un acto de disciplina, es una palabra con 
una connotación de un hondo significado. Para un militar ser honesto 
significa carácter y entereza. No negociar principios, no mentir y ser 
hombres abiertos como cajas de cristal en todos los aspectos de su vida.
 Por desgracia muchos de estos valores se han ido perdiendo. Los casos 
más emblemáticos hasta hora por temas de narcotráfico son los de Jesús 
Gutiérrez Rebollo y Salvador Cienfuegos, ambos del más alto rango, pero 
hay otros asuntos preocupantes como la corrupción en el manejo de 
recursos públicos.
 Apenas en el mes de agosto por insistencia de un 
diario en la plataforma de transparencia se hizo público un desvío por 
más de 156 millones de dólares del ejército a empresas fantasmas, la 
mayoría de todo ello durante la gestión del general Salvador Cienfuegos 
al frente de la Defensa, aunque también se encuentra involucrada la 
actual administración del general Cresencio Sandoval. Ninguno de los 
altos mandos responsables hasta ahora ha sido sancionado.
 De acuerdo
 a una base de datos del SAT, 250 compañías “fantasmas” emitieron 11 mil
 175 comprobantes y facturas digitales correspondientes a operaciones 
simuladas, inexistentes o ficticias que amparan bienes y servicios 
contratados por la Defensa Nacional en decenas de instalaciones 
castrenses como campos, cuarteles y guarniciones en diversas zonas del 
país, el Heroico Colegio Militar, el Museo Nacional de la Cartografía, 
un parque eólico ubicado en el Itsmo de Tehuantepec, el cine del Centro 
de Atención Social para Militares Retirados, el Campo Militar 37-D en 
Santa Lucía (Estado de México), la Escuela Militar de Sargentos, la 
Dirección General de Administración y el cancelado aeropuerto de 
Texcoco.
 Todas estas anomalías documentadas por el Servicio de Administración Tributaria dependiente de la Secretaría de Hacienda. 
 Antes de ponerse el uniforme de comandante supremo y asumirse como 
vocero del caso Cienfuegos, el presidente Obrador tiene un fuerte reto 
hacia el interior de las fuerzas armadas.
 Sin duda, la detención del
 general Cienfuegos fue una fuerte sacudida para el gobierno de México y
 para la reputación de nuestras fuerzas armadas. 
 Nadie debe estar 
por encima de la ley, es un telegrama urgente para el presidente Obrador
 cuya administración se rige por la opacidad. La falta de transparencia 
hace sucumbir el discurso presidencial de la honestidad. 
 Obrador 
declaró a su gobierno en pie de guerra contra la corrupción, por lo 
tanto debe actuar como buen soldado y depurar su administración o 
terminará peor que sus antecesores.
 Para empezar debe ser congruente
 con su discurso de tipificar a la corrupción como un “delito grave”, de
 comprometerse a “vigilar” a los “amigos, compañeros y familiares”, “a 
no robar y a no permitir que nadie se aproveche de su cargo o posición 
para sustraer bienes del erario o hacer negocios al amparo del poder 
público”.
 Es tiempo de pasar de las diatribas a los hechos en lugar 
de sudar calenturas ajenas como es el caso del general Cienfuegos jefe 
de la milicia en uno de los gobiernos más corruptos de las últimas 
décadas.
 Lo malo es que el presidente Obrador está cayendo en el 
juego perverso de Estados Unidos de utilizar su dominio imperial para 
controlar a México, como a otros países, Panamá en su momento, por 
ejemplo con el general Noriega, por el tema de las drogas, cuando parte 
del problema está allá, al otro lado del muro.
lunes, 19 de octubre de 2020
Contracolumna • OBRADOR SUFRE CALENTURA • EL DESPRESTIGIO DEL EJÉRCITO
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