lunes, 19 de octubre de 2020

Contracolumna • OBRADOR SUFRE CALENTURA • EL DESPRESTIGIO DEL EJÉRCITO



JOSÉ MARTÍNEZ M.

Hasta unos años el Ejército era un tema intocable para la prensa. Lo mismo ocurría con la figura presidencial y la Iglesia. Esos tabúes terminaron. Ahora están bajo el escrutinio público. Hay que aclarar que no es una concesión de nadie, es una conquista de la libertad de expresión contra los prejuicios y la conveniencia del poder. Cierto, el presidente Obrador se queja de la metralla de críticas en su contra pero es incapaz de realizar un ejercicio de autocrítica. Por el contrario él mismo las alienta con sus desplantes y menosprecio por la prensa. Eso se llama soberbia.
Ahora decidió apartar al secretario de la Defensa Luis Cresencio Sandoval para que no haga ninguna declaración sobre el escándalo del general Salvador Cienfuegos. Obrador mismo apeló a su papel de comandante supremo de las fuerzas armadas para proclamarse “vocero” del caso Cienfuegos.
“Voy a ser yo el vocero porque es un asunto muy delicado y yo quiero darle seguimiento e informar para que no se preste a un golpeteo injusto contra la institución… Vamos a esperar a que se desarrolle el juicio… no debe culparse a todas las Fuerzas Armadas… la defensa al Ejército no significa encubrir a nadie, porque si hay otros oficiales involucrados que se castiguen”.
Con qué calidad moral el presidente Obrador va a defender a las fuerzas armadas, sí él mismo las calumnió, atacó y descalificó durante largos años. Él mismo emprendió una campaña para sacar al ejército de las calles y peor aún se mofó de su antecesor Felipe Calderón –quien también como él fue jefe supremo de las fuerzas armadas– al que endilgó el apodo de “Comandante Borolas”.
No cabe duda que el ejército ha perdido el prestigio de otras épocas. Pero tampoco los militares son hermanas de la caridad o monjes tibetanos a los que haya que rendirles deidad. Lo que hay que brindarles es respeto por lo que representan para el país. Y ese respeto se los regateó Obrador en su momento.
Entre la verdad jurídica y la verdad periodística hay un enorme trecho. La prensa no puede erigirse en un tribunal y condenar a nadie quien sea. Esperemos, pues, las pruebas y los alegatos del caso Cienfuegos que va de la mano del juicio a Genaro García Luna –el más poderoso de los miembros del gabinete presidencial de Calderón– quien enfrenta cargos por sus vínculos con el narco.
Dudo que exista alguien decidido a meter las manos al fuego por Cienfuegos como por García Luna. Desde que se destapó la cloaca de la narcopolítica con el caso Buendía una veintena de generales y otros altos mandos se han visto involucrados en el narcotráfico. Lo preocupante es que miles de soldados, de todos los rangos, han desertado o han estado implicados con estas mafias hasta llegar a la cima de la pirámide con el general Cienfuegos mientras se desempeñaba al frente de la Secretaría de la Defensa Nacional desde donde presuntamente actuaba a favor de un grupo criminal.
Hombre formado en la brega de las armas, al presidente Álvaro Obregón –quien dijo que él iba a ser el presidente más honesto de México porque solo robaba con un brazo– se le atribuye una frase de la picaresca política “no hay general que resista un cañonazo de 50 mil pesos”. El general Plutarco Elías Calles a la sazón presidente de la República expulsó del país a los periodistas Victoriano Salado Álvarez y Jesús Guisa Acevedo por utilizar ese dicho en contra de los altos mandos militares.
En las fuerzas armadas la palabra honestidad es más que un acto de disciplina, es una palabra con una connotación de un hondo significado. Para un militar ser honesto significa carácter y entereza. No negociar principios, no mentir y ser hombres abiertos como cajas de cristal en todos los aspectos de su vida.
Por desgracia muchos de estos valores se han ido perdiendo. Los casos más emblemáticos hasta hora por temas de narcotráfico son los de Jesús Gutiérrez Rebollo y Salvador Cienfuegos, ambos del más alto rango, pero hay otros asuntos preocupantes como la corrupción en el manejo de recursos públicos.
Apenas en el mes de agosto por insistencia de un diario en la plataforma de transparencia se hizo público un desvío por más de 156 millones de dólares del ejército a empresas fantasmas, la mayoría de todo ello durante la gestión del general Salvador Cienfuegos al frente de la Defensa, aunque también se encuentra involucrada la actual administración del general Cresencio Sandoval. Ninguno de los altos mandos responsables hasta ahora ha sido sancionado.
De acuerdo a una base de datos del SAT, 250 compañías “fantasmas” emitieron 11 mil 175 comprobantes y facturas digitales correspondientes a operaciones simuladas, inexistentes o ficticias que amparan bienes y servicios contratados por la Defensa Nacional en decenas de instalaciones castrenses como campos, cuarteles y guarniciones en diversas zonas del país, el Heroico Colegio Militar, el Museo Nacional de la Cartografía, un parque eólico ubicado en el Itsmo de Tehuantepec, el cine del Centro de Atención Social para Militares Retirados, el Campo Militar 37-D en Santa Lucía (Estado de México), la Escuela Militar de Sargentos, la Dirección General de Administración y el cancelado aeropuerto de Texcoco.
Todas estas anomalías documentadas por el Servicio de Administración Tributaria dependiente de la Secretaría de Hacienda.
Antes de ponerse el uniforme de comandante supremo y asumirse como vocero del caso Cienfuegos, el presidente Obrador tiene un fuerte reto hacia el interior de las fuerzas armadas.
Sin duda, la detención del general Cienfuegos fue una fuerte sacudida para el gobierno de México y para la reputación de nuestras fuerzas armadas.
Nadie debe estar por encima de la ley, es un telegrama urgente para el presidente Obrador cuya administración se rige por la opacidad. La falta de transparencia hace sucumbir el discurso presidencial de la honestidad.
Obrador declaró a su gobierno en pie de guerra contra la corrupción, por lo tanto debe actuar como buen soldado y depurar su administración o terminará peor que sus antecesores.
Para empezar debe ser congruente con su discurso de tipificar a la corrupción como un “delito grave”, de comprometerse a “vigilar” a los “amigos, compañeros y familiares”, “a no robar y a no permitir que nadie se aproveche de su cargo o posición para sustraer bienes del erario o hacer negocios al amparo del poder público”.
Es tiempo de pasar de las diatribas a los hechos en lugar de sudar calenturas ajenas como es el caso del general Cienfuegos jefe de la milicia en uno de los gobiernos más corruptos de las últimas décadas.
Lo malo es que el presidente Obrador está cayendo en el juego perverso de Estados Unidos de utilizar su dominio imperial para controlar a México, como a otros países, Panamá en su momento, por ejemplo con el general Noriega, por el tema de las drogas, cuando parte del problema está allá, al otro lado del muro.