lunes, 30 de marzo de 2020

Urge gabinete de salvación, alianza emergencia, concertación o guerra



Carlos Ramírez

@carlosramirezh


Luego de que las autoridades de salud se equivocaron y dejaron a la población suelta en el periodo de primeros contagios externos, ahora que comienza la fase de dispersión local del virus la estrategia gubernamental debiera de salirse del cerco de las mañanas en Palacio Nacional y construir un equipo plural de especialistas que tomen el control de las acciones bajo la coordinación ejecutiva del presidente de la república.

 La sociedad vive el desconcierto de un presidente que anda suelto por todo el país y órdenes de salud de confinamiento casi total en las casas. Y no puede dar imagen de liderazgo un funcionario de segundo nivel --el subsecretario Hugo López-Gatell-- que no es capaz de someter al presidente de la república a los dictámenes que imponen a toda la población.

La explicación de la movilidad presidencial es clara: dar la imagen de menos estridencia y mostrar a un presidente trabajando. Pero la pandemia apenas ha comenzado a causar estragos en la población. España se tardó en imponer decisiones y el presidente Sánchez se la pasó justificando la tardanza y hoy ese país está en segundo lugar de infectados. México puede seguir ese camino: impuso el confinamiento después de un largo periodo de permisibilidad en circulación, lo que ha provocado contagios que hoy están estallando en enfermos y fallecidos.

El escenario previsible tiene dos pistas: las cosas siguen igual y se aguanta por fuerza personal presidencial de miles de infectados y varios cientos de fallecidos o el presidente retoma el control de la pandemia con un gobierno de guerra contra el virus. El actual gabinete es inexistente, el gabinete de salud lo controla un subsecretario que se la pasa explicando lo que el presidente está haciendo. El rostro de angustia de López-Gatell repitiendo tres veces, subiendo la voz en cada quédense en casa contrasta con el presidente de la república en giras con temas menores.

Viene una crisis de salud, una crisis infecciosa, una afectación de millones de personas enfermas y una recesión que podría llevar al PIB a un sótano de -7% a -10% y la necesidad de una reconstrucción económica total para los próximos diez años, a una situación que sencillamente destruyó el modelo previsto en la campaña y en la toma de posesión.

Lo ideal sería un gobierno de emergencia nacional; pero bastaría con un nuevo gabinete de salud con las figuras experimentadas que están emitiendo llamados de cordura y explicando los efectos de la pandemia, con el presidente de la república coordinando las acciones en Palacio Nacional, sin salir y mostrando que los expertos no sometidos al poder tienen la facultad de encarar la emergencia.

La crisis nacional por la pandemia apenas está llegando, pero nadie y nada garantiza que nos vayamos a salvar. Y vienen tres tiempos previsibles: el efecto destructivo de la crisis de salud, el desplome de la economía productiva y la incertidumbre si el gobierno no lee el colapso de la estructura nacional. El presidente batalla contra molinos de viento, que no son, por cierto, las hojas de los ventiladores creadores de energías, sino los analistas que disfrutan la crítica aprovechando las imágenes presidenciales.

Ahora más que nunca se requiere de un gobierno de unidad nacional al frente de la crisis, con cuando menos tres programas de emergencia: de salud, de recesión y de cohesión nacional. El presidente de la república cuenta con un sólido liderazgo por sus luchas en el pasado, pero no le alcanza para la dimensión de la crisis que está estallando en salud y espacios sociales y la económica inevitable.

El inicio de las cifras de infectados y fallecidos es el momento clave para una propuesta de liderazgo y una recomposición de las tareas ejecutivas del Estado --no sólo del gobierno--. La crisis no se puede encarar un invisible secretario de Salud al frente del Consejo de Salubridad General y subordinado al ejecutivo. Lo que está en riesgo con la actual crisis y que no estuvo con los terremotos y la del H1N1 no es Morena ni el grupo gobernante, sino, como en las crisis de 1981-1982 y de 1994-991, la existencia de México como nación viable.


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Temores infundados. El presidente López Obrador dice que no se va a aislar porque entonces los conservadores tomarían el control del país. El asunto es más simple: el presidente y su partido controlan la Suprema Corte, las dos Cámaras, tienen mayoría en diez de quince gubernaturas del año próximo, la tendencia de votos de Morena es mayoritaria, el gabinete es absolutamente lopezobradorista, las dos armas son leales a las instituciones y desde cualquier confinamiento puede tener el control del país. Así que los conservadores están en minoría y no podrían tomar el poder.

Política para dummies: La política es sinónimo de liderazgo; así de sencillo.



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Después de la pandemia no habrá normalidad alguna


Carlos Ramírez

http://indicadorpolitico.mx
@carlosramirezh


Si en Palacio Nacional existe una estrategia --criticada, pero existente-- para superar la pandemia del COVID-19, el gran desafío será el regreso a la normalidad. A la crisis del H1N1 le ayudó la crisis financiera provocada por la quiebra de la financiera Lehman Brothers de 2008 para distraer a la sociedad.


Las tres grandes catástrofes naturales anteriores --los terremotos de 1985, la pandemia del H1N1 en 2009 y los terremotos del 19 de septiembre de 2017-- tuvieron impactos en el PIB: -3.8% en 1986 y -5-3% en 2009, pues los terremotos de 2017 ocurrieron en una economía cuando menos sólida.


Los efectos económicos del COVID-19 están siendo calculados hasta ahora con tasas de -2% a -7%, con la circunstancia agravante del -0.1% de 2019. En el peor escenario de -7% para 2020, el PIB necesitaría crecer en los cuatro años restantes del sexenio en 8% para mantener la meta presidencial de 4% promedio anual sexenal; y si el PIB de 2020 llega a -4%, entonces los cuatro años restantes tendría que crecer al 6% promedio anual. En la realidad no existe ninguna razón racional para esperar PIB de 6% u 8%


Lo malo de la crisis actual radica en tres hechos que siguen impidiendo que la economía pueda crecer más de 2.5%:


1.- No existe un proyecto de crecimiento económico como objetivo, pues la política económica ha privilegiado la política social de asignación directa de subsidios con fondos quitados a la producción.


2.- No existe un pacto productivo con el sector privado para regresar a la economía mixta que en el pasado fue uno de los motores del crecimiento económico de 6% en el largo periodo 1934-1983.


3.- Y no existe la propuesta de un nuevo modelo de desarrollo con reformas estructurales productivas que permitan regresar a crecimientos de PIB arriba de 4% sin generar presiones inflacionarias y devaluatorias.


En este contexto y con estas limitaciones, el regreso de México a la normalidad anterior a la pandemia de este año estará acotado por las descalificaciones de los organismos financieros privados y públicos contra la política económica del gobierno lopezobradorista. Y si bien el gobierno mexicano tiene todo el derecho de cuestionar las descalificaciones, de todos modos, dependerá de los informes de las calificadoras en tanto México siga siendo parte del sistema financiero internacional, tenga deuda-lastre y mantenga la necesidad de inversiones extranjeras que determinan llegadas en función de los reportes de las calificadoras.


Dos crisis anteriores --terremoto de 2017 y pandemia H1N1-- no necesitaron de golpes de timón en la política económica ni el modelo de desarrollo porque estallaron en medio del control de la política económica. Los terremotos de 1985 atraparon al gobierno de De la Madrid en el centro de la reforma de mercado que le redujo fondos y movilidad al Estado.


En todas las crisis de la naturaleza anteriores e inclusive en las crisis financieras, la salida fue la configuración de acuerdos productivos, políticos y sociales para potenciar la política económica con el sector empresarial, lograr el apoyo político con concesiones a los partidos en el Congreso donde se discutían las estrategias de emergencia y el liderazgo presidencial para acotar los márgenes críticos del círculo rojo.


En todos los casos, los presidentes de la república operaron para cohesionar a la sociedad y liderar a los sectores bajo la hegemonía del Estado: De la Madrid llegó tarde, pero le ayudó el enfoque estratégico sociopolítico de Manuel Camacho como operador; Calderón se adelantó para distraer la atención de los efectos recesivos del crack de Lehman Brothers; y Peña Nieto cedió el manejo de la crisis a las autoridades capitalinas.


El colapso económico provocado por el COVID-19 atrapó a la economía en una fase recesiva determinada por el desinterés presidencial en el PIB y la prioridad en la política social asistencialista directa, propia una economía tipo Europa del norte. Por ello, el PIB previsto para 2020 antes de la pandemia estaba ya en 0.5% en enero y habría de seguir bajando hasta una tasa similar a la de 2019 de -0.1%, sin que hubiera en los planes de Palacio Nacional alguna estrategia para pactar un repunte del crecimiento vía --como ha sido siempre y tendría que seguir siendo en tanto prevalezca el mismo modelo de desarrollo estatista-- un acuerdo productivo con los empresarios.


En este sentido, el regreso de México a la normalidad económica, política y social carecerá de expectativas para salir del hoyo recesivo de -4% a -7% de PIB y no tendrá los fondos fiscales necesarios para una reactivación inmediata. Los primeros cálculos de los analistas refieren que el PIB estará debajo de 0% --es decir: negativo-- hasta finales de 2021 y podría comenzar un crecimiento lento no mayor a 2% para lo que resta del sexenio.

Es posible que la normalidad esperada sea peor a la existente antes de la pandemia.



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Política para dummies: La política es el todo, no las partes.





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