Carlos Ramírez
@carlosramirezh
En una de sus
últimas conferencias, el presidente López Obrador afirmó que su gobierno estaba
preparado para proteger al 70% de
los mexicanos. La cifra es de lo más importante para ilustrar la propuesta presidencial de la/una Cuarta
Transformación (4T) del país y para consolidar los alcances reales de la política sexenal.
El punto central se localiza en la cifra del
70%. De acuerdo con encuestas ingreso-gasto del INEGI y las ultimas
evaluaciones del CONEVAL, el 80% de
los mexicanos vive con una a cinco carencias sociales y alrededor del 25% de ellas se ubica en las consideraciones de la pobreza extrema.
En términos numéricos y sobre una población de 120
millones de mexicanos, 96 millones
de personas (80%) son vulnerables a las crisis, inconsistencias de la política
económica y marginadas del desarrollo real. Si el Estado cubre el 70% de mexicanos, el 10% que quedó fuera representa una
población de 12 millones de
personas.
El problema, sin embargo, radica en el
hecho de que el actual modelo de desarrollo y de política social de los
gobiernos anteriores en realidad no
tiene capacidad de proteger al 70% de los mexicanos, sino apenas al 45%. Sólo un dato para contrastar: el
57% de los trabajadores y sus familias vive en la zona fantasmal de la economía
informal, sin protección del Estado.
Y queda en el
aire el tipo de cobertura de la
política del desarrollo, no sólo de la política presupuestal o económica. Todos
los gobiernos de 1934 al actual han enfatizado, inclusive en el largo periodo
neoliberal, el asistencialismo: es
decir, los beneficios a las familias no-propietarias de medios de producción se
han dado por la vía de los subsidios
de diferentes niveles, pero deben ser considerados como salario no-monetario.
Lo malo es que las crisis financieras del Estado han ido sacrificando esos beneficios no-salariales en retirada: política
social con instituciones y disponibilidad de bienes y servicios a todas las
familias no-propietarias, programas asistencialistas direccionados a
trabajadores, mínimos de bienestar, solidaridad y ahora dinero directo a sectores vulnerables en grado
extremo.
En este
sentido, los economistas progresistas
de 1973 a 1981 --en el Colegio Nacional de Economistas con sentido crítico--
pugnaron por una reforma del modelo
de desarrollo, de la política económica y del proyecto nacional en función de
una estrategia de “crecimiento con
distribución del ingreso” (Enrique Padilla Aragón). En términos estrictos, las
políticas sociales de 1970 al 2018 no
movieron las cifras de distribución del ingreso: el 80% de familias marginadas o en situación de vulnerabilidad menor a
extrema tiene el ingreso igual al
20% de las familias ricas.
Empleo, salarios y bienestar serían las tres variables del desarrollo social
que debiera garantizar el Estado con sus estrategias económicas
no-asistencialistas. Y si no basta el PIB porque de 1934 a 1982 el PIB promedio
anual fue de 6% y las cifras de
pobreza se mantuvieron igual y sólo se beneficiaron las clases medias, la tasa
de 2% del PIB promedio anual de 1983 a 2018 también aumentaron la marginación y la pobreza. El presidente López Obrador
señaló una meta promedio anual de PIB de 4%,
pero la crisis del Covid-19 pudiera dejarla en crecimiento negativo promedio
anual.
Sin ser culpa
directa del presidente López Obrador sino responsabilidad
de los dos ciclos del crecimiento económico --el populista y el neoliberal--,
la crisis económica provocada por el frenón
productivo para evitar el contagio masivo del virus ha reventado el viejo modelo del Estado-eje del desarrollo. El dilema de la 4T, en consecuencia, se
encuentra en dos escenarios: reconstruir
la economía de Estado que no funcionará sin una verdadera revolución presupuestal-fiscal y seguirá en la vieja política social
de subsidios o construir un nuevo
modelo de desarrollo industrial-agropecuario-tecnológico de mercado bajo la rectoría social del Estado.
Ahí, en la segunda opción, se encuentra la
posibilidad de un pacto reformador del proyecto económico-social que ningún
presidente anterior quiso siquiera suponer
como escenario. Ahí se localiza el desafío
de la 4T para ser una verdadera transformación.