JOSÉ MARTÍNEZ M.
Como la mayoría de los países vivimos una crisis profunda y prolongada.
El Covid -19 nos vino a cambiar la vida a todos. La pesadilla comenzó
con el primer brote a principios de diciembre en la ciudad de Wuhan. A
finales de ese mes el gobierno de China reportó a la Organización
Mundial de la Salud la existencia de un virus desconocido que de
inmediato comenzó a extenderse por todo el mundo.
En México se reaccionó tarde y se menospreció su impacto. El último día de febrero el Consejo General de Salud –la máxima autoridad sanitaria del país– determinó actuar, toda vez que se presentó el primer caso en el país.
Lo peor estaba por venir.
Surgió la figura de Hugo López Gatell con sus informes sobre los estragos de la pandemia. Para variar, el presidente Obrador minimizó la crisis sanitaria y comenzó a politizar el tema.
El gobierno de Obrador no tenía conciencia del impacto que el coronavirus iba a traer al país.
Cien años atrás, la gripa española dejó a México tantos muertos como los caídos en la Revolución.
Entre 1918 y 1920 medio millón de personas perdieron la vida en nuestro país a consecuencia de esa gripe que dejó 50 millones de muertos a lo largo y ancho del mundo.
Años atrás, a finales del siglo XIX y principios del XX (1883 y 1902), nuestro país pudo superar lo que parecía una inminente catástrofe sanitaria cuando en Baja California se presentó una epidemia de fiebre amarilla y peste bubónica. Por fortuna se pudo contener gracias a las condiciones geográficas por lo cual el saldo fue de mínimo impacto.
Pero ahora, en pleno siglo XXI en medio de la catástrofe global emergieron dos conspicuos personajes en el peor momento con el peor gobierno de la historia: Gatell y Obrador.
Todos ya sabemos los resultados de su “estrategia” y los malabares mediáticos en los que han incurrido para justificarse y eludir sus responsabilidades.
Desde luego Gatell y Obrador alegan que la responsabilidad de las decenas de miles de muertos no es de ellos.
Hay elementos jurídicos para responsabilizar a Gatell por el manejo criminal de su “estrategia” y Obrador también debería ser juzgado por omisión y por complicidad por avalar las puntadas de su epidemiólogo de cabecera.
Moralmente Obrador es responsable porque rompió la disciplina interna de su gobierno y puso el mal ejemplo por negarse a usar un cubrebocas. Tan disparatado ha sido su “argumento” de usar dicho artefacto hasta que se “acabe la corrupción”.
Los científicos, como el mexicano Mario Molina premio Nobel de Química, como muchos otros expertos, han recomendado el uso del cubrebocas. No se trata de ninguna ocurrencia, es una recomendación seria y sustentada en evidencia científica.
Pero el presidente Obrador quien menosprecia a los científicos y detesta a cualquier inteligencia, ha optado por conducirse no chabacana sino irresponsablemente.
Lo suyo, lo suyo no es gobernar y predicar con el ejemplo. No tiene ni la más remota idea de lo que significan las políticas públicas. Él se rige por sus ocurrencias.
Comenzó a chacotear con sus famosas estampitas religiosas y sus fetiches como un trébol de la suerte como parte de su “protección” contra sus enemigos y su salud.
Y ha terminado por echarle la culpa a la chatarra y al consumo de los refrescos como responsables de las causas mortíferas de la pandemia. Ya sabemos que esos productos son nocivos para la salud, pero Gatell y Obrador no son nutriólogos y eso sí son consumidores de tortas de tamal, que es lo mismo.
En el fondo se trata de una guerra disfrazada contra los grupos empresariales productores de golosinas, chatarra y refrescos. Pero es un tema permanente de las autoridades de Salud y Educación y de la Procuraduría del Consumidor.
Vaya, el propio Obrador fue empleado de la Profeco en los inicios de esta institución.
Se trata más bien de atacar a los empresarios de Monterrey que están detrás del Frente Nacional Ciudadano, al que todos identifican como FRENA y que ha ido replicando el todo el país y que cada vez es más creciente y organiza actos hostiles a donde quiera que vaya el presidente Obrador.
En eso consiste la politización de la pandemia, en un ajuste de cuentas desde el poder contra quienes presuntamente “conspiran” para derrocarlo.
Todos identifican al grupo Femsa (Fomento Económico Mexicano) al que pertenece Gilberto Lozano quien acaudilla el movimiento anti-Obrador. El grupo Bimbo –un conglomerado de escala mundial– tampoco comulga con la ideas del gobierno obradorista.
No es una posición nueva, en otras etapas del país, ha ocurrido lo mismo cuando los empresarios se han confrontado con el gobierno.
Pasó abiertamente con los gobierno de Cárdenas, Echeverría y López Portillo.
En medio de las aguas revueltas del coronavirus ha emergido la figura de Carlos Slim como el “salvador” de la patria con la famosa vacuna, pero esa es otra historia que abordaremos en este espacio, como parte de la politización de la pandemia.
Lo que sí es cierto es el papel de Gatell como un pájaro de mal agüero, contra quien se debe de actuar con la ley en la mano por el manejo criminal de la pandemia.
Y el presidente Obrador debe asumir su responsabilidad. No basta con un minuto de silencio y promulgar un decreto en memoria de las víctimas, cuando jamás ha puesto un pie en un hospital. Hacerlo ahora es demasiado tarde, sería un acto de cinismo con ribetes políticos.
En México se reaccionó tarde y se menospreció su impacto. El último día de febrero el Consejo General de Salud –la máxima autoridad sanitaria del país– determinó actuar, toda vez que se presentó el primer caso en el país.
Lo peor estaba por venir.
Surgió la figura de Hugo López Gatell con sus informes sobre los estragos de la pandemia. Para variar, el presidente Obrador minimizó la crisis sanitaria y comenzó a politizar el tema.
El gobierno de Obrador no tenía conciencia del impacto que el coronavirus iba a traer al país.
Cien años atrás, la gripa española dejó a México tantos muertos como los caídos en la Revolución.
Entre 1918 y 1920 medio millón de personas perdieron la vida en nuestro país a consecuencia de esa gripe que dejó 50 millones de muertos a lo largo y ancho del mundo.
Años atrás, a finales del siglo XIX y principios del XX (1883 y 1902), nuestro país pudo superar lo que parecía una inminente catástrofe sanitaria cuando en Baja California se presentó una epidemia de fiebre amarilla y peste bubónica. Por fortuna se pudo contener gracias a las condiciones geográficas por lo cual el saldo fue de mínimo impacto.
Pero ahora, en pleno siglo XXI en medio de la catástrofe global emergieron dos conspicuos personajes en el peor momento con el peor gobierno de la historia: Gatell y Obrador.
Todos ya sabemos los resultados de su “estrategia” y los malabares mediáticos en los que han incurrido para justificarse y eludir sus responsabilidades.
Desde luego Gatell y Obrador alegan que la responsabilidad de las decenas de miles de muertos no es de ellos.
Hay elementos jurídicos para responsabilizar a Gatell por el manejo criminal de su “estrategia” y Obrador también debería ser juzgado por omisión y por complicidad por avalar las puntadas de su epidemiólogo de cabecera.
Moralmente Obrador es responsable porque rompió la disciplina interna de su gobierno y puso el mal ejemplo por negarse a usar un cubrebocas. Tan disparatado ha sido su “argumento” de usar dicho artefacto hasta que se “acabe la corrupción”.
Los científicos, como el mexicano Mario Molina premio Nobel de Química, como muchos otros expertos, han recomendado el uso del cubrebocas. No se trata de ninguna ocurrencia, es una recomendación seria y sustentada en evidencia científica.
Pero el presidente Obrador quien menosprecia a los científicos y detesta a cualquier inteligencia, ha optado por conducirse no chabacana sino irresponsablemente.
Lo suyo, lo suyo no es gobernar y predicar con el ejemplo. No tiene ni la más remota idea de lo que significan las políticas públicas. Él se rige por sus ocurrencias.
Comenzó a chacotear con sus famosas estampitas religiosas y sus fetiches como un trébol de la suerte como parte de su “protección” contra sus enemigos y su salud.
Y ha terminado por echarle la culpa a la chatarra y al consumo de los refrescos como responsables de las causas mortíferas de la pandemia. Ya sabemos que esos productos son nocivos para la salud, pero Gatell y Obrador no son nutriólogos y eso sí son consumidores de tortas de tamal, que es lo mismo.
En el fondo se trata de una guerra disfrazada contra los grupos empresariales productores de golosinas, chatarra y refrescos. Pero es un tema permanente de las autoridades de Salud y Educación y de la Procuraduría del Consumidor.
Vaya, el propio Obrador fue empleado de la Profeco en los inicios de esta institución.
Se trata más bien de atacar a los empresarios de Monterrey que están detrás del Frente Nacional Ciudadano, al que todos identifican como FRENA y que ha ido replicando el todo el país y que cada vez es más creciente y organiza actos hostiles a donde quiera que vaya el presidente Obrador.
En eso consiste la politización de la pandemia, en un ajuste de cuentas desde el poder contra quienes presuntamente “conspiran” para derrocarlo.
Todos identifican al grupo Femsa (Fomento Económico Mexicano) al que pertenece Gilberto Lozano quien acaudilla el movimiento anti-Obrador. El grupo Bimbo –un conglomerado de escala mundial– tampoco comulga con la ideas del gobierno obradorista.
No es una posición nueva, en otras etapas del país, ha ocurrido lo mismo cuando los empresarios se han confrontado con el gobierno.
Pasó abiertamente con los gobierno de Cárdenas, Echeverría y López Portillo.
En medio de las aguas revueltas del coronavirus ha emergido la figura de Carlos Slim como el “salvador” de la patria con la famosa vacuna, pero esa es otra historia que abordaremos en este espacio, como parte de la politización de la pandemia.
Lo que sí es cierto es el papel de Gatell como un pájaro de mal agüero, contra quien se debe de actuar con la ley en la mano por el manejo criminal de la pandemia.
Y el presidente Obrador debe asumir su responsabilidad. No basta con un minuto de silencio y promulgar un decreto en memoria de las víctimas, cuando jamás ha puesto un pie en un hospital. Hacerlo ahora es demasiado tarde, sería un acto de cinismo con ribetes políticos.