domingo, 6 de septiembre de 2020

Morena no fue ni será partido, sino tamalera surtida para repartir cargos

 


Carlos Ramírez

 

Desde que fue concebido como aparato de masas para la candidatura de López Obrador como líder social de masas, Morena nunca fue pensado como partido político formal y sí como un movimiento de masas coalicionista. La idea radicó en no repetir el modelo del PRI como el espacio sistémico de dominación política, pero a costa de manipular las movilizaciones de las masas.

Por eso la crisis real hoy en Morena no radica en la búsqueda de un líder partidista que se mueva con autonomía relativa de la presidencia de la república y que pueda llegar a convertirse --como en los tiempos priístas-- en una figura de liderazgo frente al ejecutivo.

El modelo de sistema político actual es presidencialista, pero sin un partido que opere como subsistema o sistema alterno. En el enfoque sistémico marxista de José Revueltas, el secreto del modelo priísta de Estado “ideológico total y totalizador, no totalitario”, radicaba en “el control total de las relaciones sociales” en el PRI vía el corporativismo inventado por el presidente Cárdenas en 1938. Hoy las relaciones sociales se controlan desde el ejecutivo.

De modo natural, los presidentes del partido del Estado se convirtieron en títeres del presidencialismo o en figuras de contrapeso. López Obrador entendió ese modelo sistémico cuando fue presidente del PRI en Tabasco en el gobierno de Enrique González Pedrero: o se sometía a la pasividad o tenia que confrontar al ejecutivo local para defender a sus afiliados; optó por lo segundo y fue cesado.

En este sentido, Morena no atraviesa por una crisis, sino que sólo refleja los problemas presidenciales para consolidarlo sólo como partido de movimientos sociales. Todos los aspirantes quieren construir un partido real que se convierta en contrapeso al ejecutivo, pero no en organizador o administrador de grupos sociales. En el reparto de candidaturas, el Morena de López Obrador privilegió a movimientos sociales y no a liderazgos tradicionales en camino a convertirse en pequeñas oligarquías partidistas.

En este sentido, Morena ha buscado ser el movimiento social de movimientos sociales y no pone obstáculos en recibir a grupos o figuras del viejo régimen priísta, pero en tanto se asuman en el nuevo modelo de organización política basada en el liderazgo presidencial. Morena seria, en palabras del político-politólogo Samuel Aguilar, una olla de tamales, en el que caben de chile, chepil, dulce, mole, salsa roja o verde o de cualquier sabor.

Hasta ahora, todos los aspirantes a dirigir Morena quieren asumir un liderazgo partidista de grupos, de masas o de ideología que de modo natural se vea obligado a confrontar al presidente de la república o a señalarle los rumbos. El partido Morena deberá ser el canal institucional para acceder a cargos públicos de elección, pero no para representar a sus respectivos movimientos ni para imponerle condiciones o senderos al presidente.

Más que un nuevo sistema político, la propuesta presidencial es la misma estructura del sistema priísta --presidente, partido, bienestar, acuerdos con sectores invisibles, ideología y prioridades constitucionales--, pero sólo con el agotamiento del modelo del partido-sistema y el egreso al presidente-sistema. Aquí se asume el sistema como la caja negra del politólogo David Easton: el espacio de distribución autoritaria y autoritativa de bienes y beneficios por una sola fuerza. Dentro de la caja negra --el PRI-- se resolvían los conflictos de clases, cargos, grupos y escalafones.

Cárdenas creó en 1938 el modelo corporativo con las clases dentro del Partido de la Revolución Mexicana, pero el modelo se agotó con el fin de obreros, campesinos y clases medias como clase y como masa. Construir un Morena fuerte seria regresar al corporativismo de partido que se convirtió en un obstáculo para el funcionamiento del presidencialismo.

Por ello, la crisis en Morena y su nueva dirigencia es una crisis prevista para impedir un partido-sistema, un partido-gobierno, un partido-Estado o un partido neocorporativista que inmovilice el funcionamiento del presidencialismo como liderazgo social.

 

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Política para dummies: La política está escondida dentro de la política.

 

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Contracolumna • YOUTUBER O PRESIDENTE • OCLOCRACIA, LA DECADENCIA



JOSÉ MARTÍNEZ M.

Nuestro sistema político se encuentra en decadencia.
Las elecciones nunca han gozado de buena reputación –ni dentro ni fuera del país–. Los partidos políticos son simples cascarones.
Un youtuber famoso tiene más seguidores que la suma de todos los afiliados a nuestros partidos políticos.
Ni el PRI en sus mejores tiempos cuando era considerado una aplanadora electoral llegó a contar con más afiliados que Luisito Comunica con millones de suscriptores.
Obrador tiene un tercio de los seguidores de Luisito.
Vaya, ni el tabasqueño con todo el aparato político a su favor les hace cosquillas a los principales youtubers a pesar de que gasta más de medio millón de pesos mensuales en mantener el equipo de sus “benditas redes sociales”.
¿Quién es más importante: un youtuber o un presidente? Preguntaría Monsiváis.
Cuando Obrador ganó por fin las elecciones lo hizo de una manera aplastante, pero el resultado lo hizo ensoberbecer como un divo, altivo y engreído. Pero resulta que los políticos no son artistas.
Adicto a los reflectores Obrador –amparado en su arrogante fama– se condujo con la misma frivolidad de las figuras del espectáculo para registrar su nombre como una marca comercial.
Todos los políticos aspiran a ser populares y viven inmersos en la videopolítica. Los políticos ya no son líderes ahora son marcas registradas.
La plaza pública desapareció. Los políticos recurren a la televisión y a las redes sociales para atraer a las masas.
Partidos más partidos menos todos los políticos son iguales.
Los medios digitales ahora juegan un papel preponderante pero los partidos ni los políticos cambian. Mantienen las viejas prácticas y se encuentran rebasados al no representar prácticamente a nadie, aunque en teoría lo hacen cuando solicitan algún registro.
Los partidos funcionan como instrumentos de control político de las masas, en el sentido de que éstas tienen derecho a participar en la selección de liderazgos y en la implementación de las políticas públicas. Pero al final de cuentas los que mantienen el control son las elites políticas que se reparten los cargos con discrecionalidad.
La razón ideológica de los partidos está desapareciendo. La institucionalidad se ha diluido, la razón histórica se ha perdido. La modernización está cambiando la esencia de las organizaciones políticas.
Obrador y Morena –que no es un partido político sino un movimiento– es la expresión los cambios que se vienen experimentado en los últimos años. De tal suerte que se ha dado paso a la oclocracia como una degeneración natural de nuestra democracia.
La degeneración de nuestro sistema político impulsada por Obrador tiene mucho que ver con el hecho de socavar las instituciones autónomas surgidas por la presión desde la sociedad como son las referentes a los derechos humanos y la transparencia. Lo malo es que con Obrador cada vez se están socavando numerosas instituciones en perjuicio de nuestra democracia.
Obrador quien desde su papel de opositor y desde el pedestal de su gobierno ha manifestado recurrentemente su desprecio por la ley. Su obsesión por implementar un gobierno regido por las muchedumbres es una manifestación de la descomposición política que está llevando a la decadencia de nuestro sistema democrático.
La “consulta” pública que ha decidido respaldar para “enjuiciar” a los expresidentes es un ejemplo de ello, aun a sabiendas de que es anticonstitucional y una farsa.
La creación del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado es una expresión de ese menjurje ideológico para repartir bienes mediante subastas para engañar a las masas incultas e ignorantes que celebran las ocurrencias de su líder.
Un presidente sin ética ni autoridad moral que decide por sí mismo cuál es la buena y la mala corrupción y que solapa la impunidad lo mismo de sus colaboradores, amigos y familiares.
Un presidente que se erige en el árbitro electoral y que se refocila con la derrota de sus adversarios.
Un presidente para quien no existe la balanza de la justicia y que se sirve de un machete como un cacique para imponer sus decisiones.
Obrador gusta de movilizar a las multitudes a su antojo. Él es el líder que domina al populacho corrupto y tumultuoso que gira en torno de Morena, no al pueblo al que dice representar.
Al tabasqueño desde siempre se ha inclinado por la manipulación de las mayorías incultas recurriendo al indebido uso de la fuerza. Lo atestiguamos en su plantón sobre la principal avenida del país y en sus marchas para bloquear los pozos petroleros.
Ahora desde el poder recurre a la misma fórmula de la manipulación con sus “encuestas” como fue el caso en la cancelación del aeropuerto de Texcoco.
Lo vimos en su informe cuando apeló a los sentimientos de la muchedumbre para justificarse, ese es su estilo particular de “gobernar”, utilizando el miedo y el nacionalismo, el circo, el linchamiento, la dádiva y el favor como las formas de ejercer la justicia. Pero en los hechos vemos que se trata de un gobierno desorganizado, irracional y corrupto, con un discurso que siempre va dirigido con falsedad y mentiras en beneficio de esa muchedumbre sobre los grandes colectivos de la sociedad.
Obrador un político demagogo como en los tiempos del cesarismo que llama impuros a quien no está con él pero por el simple hecho de simpatizar con su proyecto de la cuarta transformación se purifican.
Al final, Morena es un cascarón que se ha resquebrajado frente a un gobierno en decadencia con un presidente soberbio y solitario que se sueña un elegido y que se proclama como el segundo mejor presidente del mundo, mientras el país se le deshace entre las manos.
El que fuera el político más popular de los últimos años, representado en parodias en la televisión, el personaje preferido de los caricaturistas, el benefactor de los ancianos, el caudillo que soñó con pasar a la historia como Benito Juárez, el político que acabó en el papel de actor y humorista jugando a ser youtuber con discursos improvisados ante una audiencia en vivo en sus conferencias mañaneras como en un stand-up comedy, pero que es aborrecido por las que un día calificó como “las benditas redes sociales”.
Sí, el peor presidente en el peor momento, con un sistema político en decadencia frente a los retos de un país sumido en la peor crisis de su historia.