JOSÉ MARTÍNEZ M.
A la memoria de René Avilés Fabila
Sobre los cadáveres de los estudiantes de la masacre de 1968, Porfirio Muñoz Ledo construyó su carrera política.
Desde las catacumbas del poder busca ahora con ansiedad desbocada
presidir las riendas de Morena. Habla como si el pasado no contara o
existiera, recurre al falso discurso “progresista”.
Como Obrador, Muñoz Ledo lleva en la sangre los genes del PRI. Los dos han envilecido la política al declararse de “izquierda”.
Si Obrador con desfachatez glorifica a Mussolini ante la comunidad
internacional dejando en el olvido las masacres, los crímenes de guerra y
los atropellos a los derechos humanos cometidos por el dictador, Muñoz
Ledo justificó con excesiva desvergüenza la matanza de los estudiantes
en la Plaza de Tlatelolco.
Morena y sus líderes representan todo aquello contra lo que los estudiantes protestaban.
Obrador y Muñoz Ledo desde su primera juventud formaron parte del PRI.
Ahora enarbolan banderas ajenas para apropiarse de la lucha de los
jóvenes estudiantes que estaban en contra del autoritarismo.
A
principios de la década de los cincuenta Muñoz Ledo comenzó su longeva
trayectoria de tunante. Siempre insatisfecho, Porfirio ha pasado de los
brazos de partido en partido como un objeto, manoseado y poseído como
las damas con aspiraciones a estrellas de Hollywood. Así ha transcurrido
su existencia, de la vanidad a la frivolidad hasta llegar al hastío con
la conciencia adormecida.
En el ahíto de su vida Muñoz Ledo deja de
lado su cansancio, lo domina la ambición y mira con desprecio a sus
pares, los que ahora lo atacan y lo ven como una piltrafa, la
inteligencia perdida desde hace tiempo, un tiliche que no puede guardar
el equilibrio pero al cual la ambición lo empuja a seguir no importa que
ahora dispute el control de un partido en medio de una lucha de lodo
hasta llegar dispuesto a un menage a trois en la dirección política de
Morena.
Las nuevas generaciones tal vez no conocen la longeva
trayectoria de Muñoz Ledo, un trapecista político que ha sabido
camuflarse a todos los colores partidistas. Muchos como él, incluido
Obrador, han tenido el don de la ubicuidad. En veces pueden mostrarse
institucionales, progresistas, reformistas, liberales o revolucionarios,
según convenga.
Cuando la matanza de los estudiantes en octubre de
1968, Muñoz Ledo era un recalcitrante priista dispuesto a poner el pecho
en defensa del presidente Díaz Ordaz. Cincuenta años después le puso la
banda presidencial en el pecho a Obrador. Desde entonces hasta Morena
ha pretendido ser el rector del discurso ideológico de los partidos en
los que ha militado.
No hay diferencia entre el discurso
diazordacista y obradorista, los dos concluyen en el autoritarismo de
gobiernos hegemónicos.
La matanza con todas sus consecuencias
históricas fue para Muñoz ledo un acto de “madurez revolucionaria”, una
decisión de “supremacía del poder político”.
Después de 52 años
reina sobre los cadáveres de aquellos jóvenes el mismo discurso, las
mismas voces y el fantasma de los desaparecidos actores.
Hoy los
militares son parte del poder, lo comparte con ellos el presidente
Obrador, no le hace que en sus discursos incendiarios desde la oposición
los responsabilizó de la masacre. Los añejos discursos están ahí para
la historia como las incongruencias de su gobierno.
Cuando Muñoz
Ledo respondió el V informe del gobierno de Díaz dio lectura a la
reivindicación ideológica del sistema: “Con la más estricta objetividad
podemos afirmar que los conflictos sociales que tuvieron lugar en
México, y que llegaron a poner en peligro la paz pública, no dejaron
como saldo el más mínimo incremento de poder de influencia a favor de
quienes se oponen a la transformación acelerada y a la autonomía del
país.
“Entre estas instituciones guarda un papel prominente el
Partido Revolucionario Institucional, cuyos principios y programa de
acción están ordenados precisamente según el pensamiento que hoy
confirma, esclarece y afianza con actos el más distinguido de sus
miembros: Gustavo Díaz Ordaz”.
“Como miembro de este partido y como
mexicano que confía honestamente en el destino de la nueva generación,
nada me ha conmovido más hondamente en el texto del V Informe que el
valor moral y la lucidez histórica con que el Presidente de México
reitera su confianza en la ‘limpieza de ánimo y en la pasión de justicia
de los jóvenes mexicanos’”.
Sí, Muñoz Ledo tiene Alzheimer
político. Parece que es contagiosa y progresiva. El mismo mal lo padece
Obrador quien también presenta síntomas graves de pérdida de memoria y
confusión ideológica.
Dos años después de la matanza del 2 de
octubre, Obrador a los 17 años en 1970 acudió al PRI a afiliarse y en él
se mantuvo imperturbable hasta 1989, todavía dio su última batalla en
el PRI defendiendo la causa del entonces candidato presidencial Carlos
Salinas de Gortari.
Ahora Obrador como Muñoz Ledo se autoproclaman
de “izquierda”, no importa que Obrador admire a Mussolini y Muñoz Ledo a
Díaz Ordaz, cuya imagen lleva tatuada en el pecho.
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