Carlos Ramírez
Uno de los errores más
comunes en el análisis periodístico de sucesos que afectan a la sociedad es
asumir la interpretación personal de
los analistas como si fueran los estados sociales de ánimo. El debate Donald
Trump-Joe Biden se está pasando, en los EE. UU. y México, por el filtro de los que los autores suponen que debe ser la política: la
ética y el buen comportamiento.
Sin embargo, hubo dos enfoques ausentes en los análisis posteriores al debate: el perfil del
estadunidense medio que se mueve en función del resentimiento, la codicia, la explotación y el bulling social y los 538
votos electorales que son los que elegirán al próximo presidente sin importar los que vieron el debate y
decidirán su voto popular en función de los comportamientos de los candidatos
peleando a cuchilladas la
presidencia.
La sociedad electoral estadunidense, la de la calles, la de los
intereses egoístas, la que busca ganancias, es otra cosa: votó antes por el imperio invasor para construir un
nivel de vida basado en la exacción
de recursos, aceptó derrocamiento de gobiernos que afectaban ese confort,
reeligió al tramposo de Nixon y lo derrocó
el establishment del FBI, se divirtió con las calenturas de Clinton, quiso a Obama por el color de la piel y se decepcionó por sus resultados y por
ello voto enseguida con enojo por
Trump y no por Hillary Clinton.
Para esa opinión del establishment, Trump perdió el debate; pero para la base estadunidense enojada con los
políticos, encarada contra el fisco del Estado, decepcionada porque no les
hacen caso, racista por configuración genética
y violenta contra quienes quieren romper el orden interior formal y se encuentran con la brutalidad policiaca como medio de
control social de minorías resentidas o radicalizadas a la izquierda, Trump refrendó su propuesta presidencial de
2016.
Quienes van a elegir al
próximo presidente de los EE. UU. serán esas bases sociales celulares con sus propias contradicciones. Ahí fue
donde Trump hundió a Dormilón Biden: el presidente enarboló,
con enojo, el argumento de ley y orden
contra los disturbios en ciudades --y lo subrayó varias veces Trump--
gobernadas por apáticos y atemorizadas
autoridades locales del Partido Demócrata, mientras Biden convocaría a la Casa
Blanca a una reunión entre sociedad,
policías y gobierno para buscar una
salida.
A los analistas liberales suele no gustarles estos métodos sociales analíticos, pero en realidad la
función del análisis es la de exhibir
la realidad; si imponen sus puntos de vista, entonces se trataría de opinión y su mercado es menor. Y hasta
ahora pocos han analizado la
realidad de la sociedad estadunidense: Myrdal en el caso del problema negro, Katherine Cramer en el
perfil del estadunidense medio resentido
con el Estado, Wright Mills con su perfil de la élite de poder que manda
e impone gobiernos.
El resultado del debate del martes debe medirse en función del
estado de ánimo del estadunidense
medio --la mayoría silenciosa que
despertó Nixon-- que está harto del Estado, que admira a quienes defraudan al
Estado, que apoya la fuerza, que es racista hipócrita y que, en fin, sabe que su confort depende de gobiernos que tienen que ensuciarse las manos para
invadir países y explotar personas y que se la pasa leyendo los movimientos en
la bolsa de valores porque vive de la especulación
codiciosa en el mercado accionario y no de sus salarios.
Lo que ha sido tipificado como concepto sociológico como las
buenas conciencias --a partir de una novela revalorada de Carlos Fuentes--
suelen dictar los enfoques en
medios, pero no representan los
intereses o las pasiones del estadunidense ahogado
por la pandemia, el confinamiento y el desempleo y que no se preocupa por los muertos si éstos significan que la economía
deba abrirse para trabajar.
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Política para dummies:
La política, señoras y señores, es Machiavelli. Lo demás es el Manual de Carreño.
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