miércoles, 1 de julio de 2020

Contracolumna • UN INFORME TRIUNFALISTA • AQUÍ NO HA PASADO NADA




JOSÉ MARTÍNEZ M.

¿De veras Presidente usted cree que vivimos en el país de las maravillas?
¡Qué romántico!, impresiona el candor de su discurso.
Discurso que a nadie conmueve.
Huecas las palabras, sin eco, sin sustancia. El enésimo informe presidencial fue como un corte de caja de un gerente no de un Presidente.
Lástima que Obrador es un presidente sin moral ni credibilidad.
Más allá de las cifras rimbombantes y prosopopéyicas, el informe vuelve al discurso del odio y la división.
En su mensaje político Obrador dijo que él gobierna enfrentando a la “reacción conservadora”.
Por lo demás el discurso del informe resultó del todo intrascendente. Sin embargo, no dejó de ser como el ruido o rumor de muchas aguas, donde pudimos constatar el cáliz de su ira.
Digan lo que digan, Obrador amenazó, en erigirse en el “guardián” de las elecciones.
Una lectura en tono fastidioso en el que aprovechó una y otra vez para recalcar sus “virtudes”. Un ejemplo de “honestidad”, un político que más de la mitad de la vida ha contado los centavos de su sueldo, que según él, apenas le alcanza para vivir, pero que no rinde cuentas de sus bienes ni de la de sus familiares. “No tengo nada”, se lamenta siempre justificando que toda su vida ha estado entregada a la “lucha de los más pobres”.
Ante el escenario de la crisis sanitaria con su legado de decenas de miles de muertos y ante el voraz desempleo, había expectación por escucharlo. Se esperaba un discurso a la altura de un país sumido en la desdicha, en la desesperanza y la sigilosa amargura, pero en la tribuna habló un líder adormecido, fiel copia de la realidad, en la idiotez habitual de los días que vivimos.
Confirmamos después de su prolongado informe, a un político que tiene una justificación para todo, de cómo siente y piensa un Presidente de su pisoteada existencia, un discurso como monólogo, que supone que vomitar excrecencias sin término es hacer verídica la política de su gobierno.
Todo está bien para él, su fin es acabar con la peste de la corrupción. No importa que toda su vida haya estado y siga girando en el centro de la corrupción. En su equipo de gobierno abundan los corruptos, los que al final terminaron aplaudiendo su discurso bajo la premisa de “vivamos como virtuosos aunque no lo seamos”.
Así, en un ambiente fúnebre, Obrador leyó su informe como si fuera un testamento. Un Presidente que se ahoga en sus palabras.
Un Presidente que presume los “logros” de su gobierno como si fuésemos el país que por primera vez pisara la luna o descubriera Marte, cuando se refiere a la construcción del tren maya sobre las ruinas y la chatarra de unas vías férreas abandonadas quién sabe cuánto tiempo.
Para él, su aeropuerto de la discordia y las refinerías serán las construcciones más importantes en la historia de la humanidad, más que la muralla china o las pirámides de Egipto. De eso está convencido.
Millones de mexicanos que escuchaban con asombro a ese hombre bonachón que leía las líneas de un discurso sin sustancia y que proyectan las palabras de un Presidente ajeno a la realidad ante una sociedad ofendida y con una interminable indignación contra su gobierno.
Políticos van, políticos vienen y en eso se nos va la vida…
Cada seis años aparecen personajes mesiánicos que ofrecen soluciones mágicas para el país. Obrador encontró un mercado electoral en las clases pobres a las que dirigió sus discursos tóxicos llenos de verborrea prometiéndoles el paraíso.
Con toda vehemencia podemos decir sin temor a equivocarnos que hasta la fantasía tiene límites.
Obrador sigue insistiendo, como lo pudimos constatar en su informe, en asumirse como un falso profeta. Todo lo que él hace está bien, atrás quedan cuatro mil años de historia. La corrupción fue cosa natural del pasado. Con él, el país ha cambiado.
Con él se inaugura una nueva liturgia. La eucaristía es todos los días de lunes a viernes con las mañaneras y en los múltiples informes de gobierno a lo largo del año, e igual en los días festivos y el descanso, a Obrador hay que quemarle incienso y las lámparas deben de alumbrar los caminos, para él son los salmos, los himnos y la música coral, las vestiduras y los rezos, él nos guiará y señalará a los mártires de la cuarta transformación.
Su informe no dejó lugar a dudas: Preside un gobierno perfecto. No hay fallas. Los muertos del covid -19 son una ofrenda para el progreso. Simplemente aquí no ha pasado nada.
Al final, Obrador reduce al país a una especie de califato. Su informe así lo constata.
Su ejercicio del poder de su autoridad va dirigido a su “comunidad” de fieles seguidores que siguen creyendo en él, en su modelo de país, los demás pertenecen a la “reacción conservadora”.

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