JOSÉ MARTÍNEZ M.
La incompetencia del presidente Obrador está fuera de toda duda. Es
imposible que a estas alturas de su gobierno remonte la gran crisis que
agobia al país. Las metas que se trazó difícilmente se cumplirán.
Cuando presentó su Plan Nacional de Desarrollo prometió las perlas de la
virgen. Lo peor que pudo hacer fue meter su mano en la elaboración del
documento. No había ninguna necesidad de hacerlo y desestimó el trabajo
de los expertos.
Un presidente que no entiende cómo funciona la
economía y que se rige por sus ocurrencias. Simplemente no tiene la
capacidad de análisis porque no está preparado para ejercer un cargo de
tal envergadura.
Lo dijo sin rubor: “salgo al escenario todas las mañanas y hablo de lo que siento. No analizo”.
Lo mismo ocurre en sus juntas de trabajo. En las reuniones no deja
hablar a su equipo de colaboradores y cuando hablan, no los escucha y
termina por imponer sus caprichos.
Una y otra vez cuando presenta
sus informes a lo largo del año hace cuentas alegres y aburre. Sus
informes se convierten en un fastidio como sus mañaneras.
Se ha
pasado todo el tiempo quejándose de las pasadas administraciones y su
cantaleta es la misma. Todo es culpa de la corrupción.
Lo más sensato es que renuncie. Que se vaya.
En cualquier empresa cuando un ejecutivo no entrega resultados y pone pretextos para todo es echado a patadas.
Obrador está obligado a rendir cuentas a los mexicanos. Debe
transparentar su gobierno. Por desgracia reina la opacidad. Pero él
siempre alega para todo que tiene otros datos.
Cuando llegó al poder
prometió resultados y se comprometió a transformar el país en una
auténtica democracia. Lo primero que iba hacer –según él– era implantar
un nuevo régimen en sustitución “del modelo neoliberal neoporfirista”
para resolver la corrupción, la inseguridad y la violencia.
En todo ello ha fallado. Los resultados, hasta ahora, son incluso peor que los de sus antecesores.
“Vamos por el camino de todo nuevo”, prometió cuando señaló que el país
llevaba 36 años “sin un plan de desarrollo apegado a nuestras
necesidades”.
Lo que importa a la gente –decía Obrador– es saber
cómo se va a reactivar la economía, cómo se va a garantizar el bienestar
de los mexicanos.
Vamos acabar –insistía– con las llamadas reformas estructurales, se va a priorizar el bienestar y no el lucro.
“La Cuarta Transformación significa un cambio de mentalidad… una revolución de las conciencias”.
Para él, todo estaba mal a partir de la llegada de los tecnócratas al
poder desde el sexenio de Miguel de la Madrid pasando por la alternancia
del PAN hasta llegar a Peña Nieto con el regreso del PRI a Los Pinos.
Todo quedó en palabrería. En lugar de transformar al país, hay un
severo retroceso. En términos prácticos el gobierno de Obrador en
materia económica es más neoliberal que las administraciones anteriores.
En lo político es más populista que los gobiernos de Echeverría y López
Portillo.
En la práctica todo es improvisación comenzando por las
peroratas de las mañaneras y las acciones de gobierno, los ejemplos más
claros son la “estrategia” para enfrentar la crisis sanitaria y la
política de seguridad para enfrentar la violencia del crimen organizado.
No se puede hablar de grandes logros, cuando la cruda realidad nos anticipa que el de Obrador será un sexenio perdido.
En materia económica se registra el peor de los escenarios. Obrador
recibió al país en una situación inmejorable tanto en las reservas del
Banco de México como el Fondo de Estabilización.
Lo malo es que se
han tomado decisiones de política económica equivocadas con obras
polémicas como la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el Aeropuerto
de Santa Lucía.
El modelo que pretendía Obrador era el de continuar
por la senda del llamado “milagro mexicano”, pero resultó un espejismo a
la hora de enfrentarse a la realidad.
Sin experiencia mínima en
materia económica y con enormes prejuicios por el tema del Fobaproa,
Obrador sigue anclado en el pasado, por lo que su falta de visión hace
prácticamente imposible que se tomen las medidas adecuadas para
amortiguar el impacto negativo de la economía derivado de la crisis
provocada por la pandemia. Por ejemplo, equivocadamente no se recurre a
la deuda pública para obtener recursos a menor costo y reactivar la
economía.
Estamos en el peor momento con el peor gobierno y con el
peor presidente que se recuerda. Cada vez es mayor la evidencia de su
incompetencia, la eficacia del discurso obradorista ha ido minando.
Se suponía que la cuarta transformación traería nuevas ideas y
expresiones, pero la ideología y el lenguaje están anclados en el
pasado.
Es significativo el vacío como la interpretación de los símbolos, las imágenes, los mitos y las evocaciones.
Es pertinente que el presidente contemple su renuncia. No es
descabellado asumirlo. El país reclama un verdadero liderazgo no un
político charlatán que sale al escenario a ver qué se le ocurre todas
las mañanas con un discurso hostil e irrespetuoso contra quién sea.
Ya basta de la repetición de conjuros.
Es imposible que el presidente se vaya a dormir todas las noches como
una fresca lechuga soñando que las decenas de miles de víctimas mortales
de la pandemia y de la violencia son un “montaje”.
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