JOSÉ MARTÍNEZ M.
sábado, 31 de octubre de 2020
Contracolumna • BARBOSA DECLARA LA GUERRA A LA BUAP • GOBIERNO INTEGRADO POR DELINCUENTES
Contracolumna - JOSÉ MARTÍNEZ M. • LA JORNADA, LA NIÑERA Y LA FE CIEGA • ROSA ICELA RODRÍGUEZ, RIFA DEL TIGRE
JOSÉ MARTÍNEZ M.
viernes, 30 de octubre de 2020
EE. UU. 2020 (3). Por Trump, izquierda se convirtió en derecha liberal-imperial
Si durante decenios la izquierda mexicana y latinoamericana caracterizó a los EE. UU. como un
modelo sistémico de imperialismo antidemocrático, Donald Trump hizo el milagro de que importantes
personalidades de algunas izquierdas de la región consideren que Joe Biden y
los demócratas salvarán a la
democracia estadunidense del demonio fascista --así lo dicen-- que hoy habita
en la Casa Blanca.
Personalidades como Andrés Oppenheimer en Reforma, David Brooks en La
Jornada, Jorge Castañeda en sus redes y en sus plataformas de mesas
redondas y León Krauze en El Universal, entre muchos otros, cayeron en la trampa maniquea de que un extremo determina la existencia del otro
exactamente contrario. Y hoy resulta que el Partido Demócrata representa la Atenas clásica de la democracia real.
Lo malo, sin embargo,
ha radicado en el hecho de que Trump contribuyó a aportar elementos suficientes
no para ubicarlo en la ultraderecha puritana del siglo XVII, sino para revelar que el extremo demócrata de Joe
Biden y su promotor Barack Obama nunca
han representado la democracia. Y que las elecciones en los EE. UU., por más
extremosas que sean, nunca han sido
un ejemplo de democracia, sino que siempre han exhibido la pugna por el poder
entre bloques de dominación social
basados en la codicia, la explotación y la competencia irracional.
Y, peor, aún, que la democracia no existe en los EE. UU. y que demócratas y republicanos han usado
al ejército, a la CIA y al poder del dólar para derrocar gobiernos democráticos en varias partes del mundo. El
demócrata Kennedy, por ejemplo, estalló la guerra imperialista estadunidense en
Vietnam que el republicano Nixon tuvo que cancelar y que Kennedy también ordenó
el derrocamiento criminal de la
Revolución Cubana y el asesinato de
sus lideres. Y que el demócrata Barack Obama asesinó en un país extranjero a Osama bin Laden, señalado sin juicio legal como responsable del
ataque terrorista del 9/11 de 2001 y que tiró
su cadáver al mar.
Y que demócratas y republicanos han forjado el papel de los EE. UU. como los policías del capitalismo
mundial, que gobiernos de ambas formaciones mantienen invadido el medio oriente para asegurar los pozos petroleros y que
la Junta Interamericana de Defensa en América Latina y la OTAN en Europa son cuarteles nucleares estadunidenses para
invadir a cualquier país que atreva a salirse
del capitalismo y quiera ser, por decisión interna, socialista.
Y que una democracia, en un buen resumen de Robert Dahl, se basa
en dos coordenadas: información y
participación, y los medios estadunidenses son aparatos del complejo de dominación ideológica demócrata-republicano
y que sus políticas editoriales, como lo demuestran contra Trump, sólo sirven
para mantener el status quo capitalista. Ahora se ve que
los principales medios señalados como catedrales
de la libertad de prensa ocultan las historias negras de demócratas y de Biden
y dedican todas sus páginas a aplastar
a Trump hasta en su forma de respirar.
Y que en participación la política estadunidense se hace con dinero, mucho dinero, fortunas de
dinero, y que sólo los ricos y sus
intereses pueden participar en el sistema electoral. Para ser candidato
presidencial se debe tener un capital mínimo de mil millones de dólares, cuando
en una democracia se mide la equidad.
La popularidad de Biden no se calcula por sus propuestas sociales, que no tiene
porque sus ofertas sirven sólo a los ricos, sino por la recaudación de dinero del pueblo para defender políticas
capitalistas que siempre van contra
el pueblo, como la reforma sanitaria de Obama.
Por eso llama la atención que analistas
con ubicación en la izquierda digan que Trump dañó la democracia, cuando en realidad no ha hecho más que usar la
misma democracia que han manipulado los demócratas; y que Biden llevaría a la
democracia de regreso a la normalidad,
cuando Trump terminó con guerras e invasiones --salvo las heredadas por
demócratas y republicanos-- y Biden quiere regresar al imperialismo militar
como dominación antidemocrática del
mundo.
En la realidad, la batalla Trump-Biden es por el control del imperialismo depredador y
antidemocrático de la Casa Blanca, no por la democracia que nunca ha existido en los EE. UU. Si no,
que lo digan los indios, los mexicanos y los afroamericanos que padecieron la opresión racial e imperialista.
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Por no dejar. La ventaja de 7 puntos porcentuales de Biden en los estados
clave disminuyó ayer a 3.7.
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Política para dummies:
La política es el arte del engaño y la política en su máxima expresión se
descubre cuando la izquierda cae en el garlito ideológico del maniqueísmo
disfrazado de dialéctica.
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jueves, 29 de octubre de 2020
EE. UU. 2020 (2): Biden, candidato tardío de Obama-establishment imperial
Carlos Ramírez
Joe Biden se había preparado
para ser candidato presidencial en el 2016 con una larga carrera legislativa y
ocho años de vicepresidente, pero al final Barack Obama ejerció el dedazo
presidencial a favor de Hillary Clinton por compromisos con Bill Clinton. Hoy
Biden es un títere de Obama y de los
poderes fácticos detrás de la coalición demócratas-republicanos por el control del establishment de poder.
Los demócratas se han movido siempre como sociedad secreta para
mantener el control de los principales hilos de los poderes reales, entre los
que sobresalen los grandes medios,
las corporaciones financieras, la industria militar, los grupos de la comunidad
de los servicios civiles, militares y privados de inteligencia y seguridad
nacional y los gigantes tecnológicos.
En las nominaciones presidenciales siempre se han dado batallas
por el control de los candidatos
tradicionales de ambos partidos. Donald Trump llegó como un foráneo y sin suscribir las alianzas
con esos poderes fácticos. Biden fue ungido como candidato demócrata en una
baraja de precandidatos famélicos.
Hoy, por ejemplo, se quiere ascender a figura histórica a la candidata
demócrata a la vicepresidente Kamala Harris por ser la primera mujer en llegar a esa nominación y por el color afroamericano de su piel, pero antes se
dijo lo mismo con Hillary sin ser feminista sino parecer una mujer con fuerza
de poder como hombre y Obama fue el primer presidente afroamericano.
Biden ha tenido que cargar
con el saldo deficiente de los ocho años de Obama. Como vicepresidente tuvo
funciones un poco de mayor responsabilidad a la figura tradicional inactiva de
ese cargo, pero sin sobresalir. A
Biden le falta presencia, temple, energía y sobre todo audacia. Sus
posibilidades han crecido en función del miedo
a la reelección de Trump. Si Biden gana la presidencia, no terminará siquiera
su primer mandato de cuatro años, cederá
la presidencia a Kamala Harris y ésta será la candidata a la reelección en
2024.
La agenda de campaña de Biden carece
de propuestas reales, salvo la de reconstruir la fracasada reforma sanitaria de
Obama que millones de estadunidenses están pagando sin accesos a servicios de salud. Dejó entrever la asunción de la agenda progresista
fiscal --no socialista-- de Bernie Sanders, pero las condiciones de la coalición demócrata de intereses con el
sector financiero van a impedirlas. La manera de tranquilizar a Sanders será
nombrarlo, a petición del propio excandidato “socialista”, secretario del
Trabajo que en los EE. UU. carece de
valor político real.
Obama nunca confió en
Biden; lo designó vicepresidente como parte de los compromisos con Bill Clinton. En cambio, Hillary asumió la
titularidad del Departamento de Estado para potenciar de manera internacional su persona y venderla como una policía mundial “de pantalones”. Biden aceptó de manera sumisa las decisiones sucesorias de Obama, se hizo a un lado en la
campaña por las elecciones internas de 2016 y bajó nivel a sus tareas políticas
en los cuatro años de Trump. De hecho, Biden fue sacado del sótano de su casa, verdadero refugio de aislamiento
político y ahora viral, para subirlo a una campaña agobiante por el desafío que representa Trump.
Biden fue hecho
candidato y sería presidente --de ganar-- del establishment de los poderes fácticos de los EE. UU. dominados
por corporaciones en todas sus áreas. El verdadero poder detrás de Biden es el
expresidente Obama, cuya popularidad ha aumentado
vis a vis la imagen atrabancada de
Trump; es decir, es una competencia de imágenes mediáticas en medios, pero en
un sistema de comunicación de masas controlado
por el mismo establishment. Ahora se ve que todos los grandes medios han
publicado editoriales apoyando a
Biden, lo que explicaría las campañas de acoso y crítica contra Trump.
En este sentido, el gobierno de Biden será el tercer periodo presidencial de Obama, aunque con el debate abierto
por anticipado de quién sería el candidato presidencial del expresidente en
2024: Biden o Harris o logrará
colocar a Michelle Obama para seguir el modelo de los dos Bush que fueron
presidentes, lo que no pudo lograr
Clinton con Hillary, para consolidar la dinastía
Obama.
En síntesis, la posibilidad
de victoria de Biden depende del miedo a Trump y de su papel como títere de grupos, poderes fácticos y
liderazgos que siempre lo han opacado.
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La política siempre tiene un costo que muchos están deseosos de pagar con tal
de estar en la feria del poder.
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miércoles, 28 de octubre de 2020
Contracolumna • OBRADOR Y LA POLÍTICA DEL AVESTRUZ • EE. UU., ELECCIONES Y LA AGENDA MÉXICO
EE. UU. 2020 (1). Trump: rebelión social conservadora vs. establishment
Carlos Ramírez
A pesar de la campaña mediática exitosa por el control y la complicidad de los grandes
medios de comunicación de masas, en realidad Donald Trump no debe ser visto como una anomalía
política en la crisis de liderazgo estadunidense, sino que se ha perfilado como
un sujeto histórico de las
contradicciones sociales en la sociedad de los EE. UU.
Es decir, Trump es producto
de la sociedad estadunidense desgastada, corrompida, engañada y manipulada por
la gran coalición liberal-conservadora de los partidos Republicano y Demócrata.
El voto por Trump en 2016, a pesar de la herencia
de Barack Obama como el primer presidente afroamericano en la sociedad racista
y esclavista y ante la candidatura de la primera mujer Hillary Clinton, no puede ser una aberración histórica
de 63 millones de votos populares.
En realidad, el voto de 2016 ha sido escondido por las ciencias sociales estadunidenses y por los
propios medios que hoy repudian a Trump con información tergiversada,
manipulada y engañosa. Y no se trata
de asumir a Trump como un político común, sino de entender cómo un perfil
caucásico, racista, explotador, misógino, vulgar, mentiroso y manipulador pudo convencer a la mayoría de los colegios
electorales en el 2016 y cómo es que podría refrendar el apoyo el próximo martes 3 de noviembre y llegar a la
reelección.
Los analistas extranjeros, entre ellos los mexicanos, han caído en
la trampa intelectual del conflicto
estadunidense. Los enfoques sobre las elecciones presidenciales en los EE. UU.
parten de los vicios interpretativos
anti Trump y no del esfuerzo de análisis racional de la compleja, irracional,
polarizada y racista sociedad estadunidense. Y estos analistas aún no explican por qué llegó Obama a la
presidencia en 2008, las razones de su olvido
de compromisos de raza para servir mejor al capitalismo racista estadunidense y
su imposición de Hillary como
candidata de esa coalición de intereses capitalistas-imperialistas
identificados de manera pomposa como bloque
liberal, pero al final serían
conservadores, racistas y explotadores.
Trump, pues, es un sujeto histórico de la contradicción
de clases en los EE. UU., una rebelión de las masas conservadoras ante la depredación liberal que ha producido a
un comerciante como el hombre más rico del mundo --Jeff Bezos, 190 mil millones de dólares de fortuna personal, empresa de envíos
Amazon-- ante el crecimiento de la pobreza afroamericana. En esta lógica liberal-demócrata hay que evaluar el movimiento Black Live Mater por el abuso policiaco
de policías de zonas gobernadas por
demócratas contra afroamericanos sólo por el color de su piel.
Como suele ocurrir con los fascismos, los ricos lideran a los pobres. Ante esta
realidad, el establishment liberal-demócrata ahora reforzado con republicanos
resentidos con Trump por haberlos dejado fuera
del poder ha construido la personalidad de un Trump anti social, pero la mayor
parte de su base electoral sigue siendo de los excluidos por el capitalismo-imperial estadunidense, entre ellos
afroamericanos e hispanos que siguen siendo explotados por el blanco capitalista.
En 2016 Trump se impuso a la campaña
liberal-demócrata del establishment y la complicidad de los medios volcados a
favor de Hillary y contra Trump, logró casi 63 millones de votos populares y por alguna razón no explicada y
vigente hoy alcanzó 304 votos de los
538 votos electorales, arriba de los 270 mínimos. Y Hillary, la heroína del Obama como héroe
existencial tipo Mailer --su existencia por el color de la piel sin atender a su pensamiento
capitalista-imperial-racista-- fue derrotada
por votos que vieron en Trump a la alternativa
al modelo explotador del establishment liberal-imperialista y -como escribió un
político-- se “taparon la nariz” en
la urna para eludir el malo olor de la parte negativa de Trump. Esta
contradicción no fue analizada por los medios y analistas liberales en estos casi cuatro años, agobiados por imponer la categoría de Trump como el
peor hombre del planeta en toda su historia, y ahora repiten argumentos, pasiones e histerias para anunciar que Trump
está ya derrotado antes de las
elecciones.
Trump podría perder, pero la realidad histórica perseguirá a los explicadores
del presente.
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La política es lo que resulta.
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lunes, 26 de octubre de 2020
Contracolumna • PUEBLA Y TLAXCALA, AMENAZAS A PERIODISTAS • FUNCIONARIOS Y UN MAGISTRADO CORRUPTO
JOSÉ MARTÍNEZ M.
Morena y nuevo sistema de partidos sin partido hegemónico o casi único
Carlos Ramírez
El trasfondo del
desorden en el partido-movimiento Morena para designar a su nueva dirección
nacional se localiza en la propuesta de construcción de un sistema de partidos sin modificar el actual sistema
político presidencialista: el fin
histórico del partido único, dominante, hegemónico y mayoritario; es decir, la
liquidación del modelo PRI.
En el escenario de Morena se deben agregar, como variables dependientes, las decisiones que llevaron
al registro de tres nuevos partidos
que girarán en la orbita del liderazgo del presidente López Obrador. A pesar de
contar con una mayoría absoluta todavía sólida y una aprobación también
mayoritaria, por directrices presidenciales Morena no repetirá las tres fases del modelo PRI: partido callista del
caudillo como poder transexenal, el partido cardenista como poder dominante y
el partido alemanista como estructura de Estado.
Una de las claves de la
reorganización del sistema de partidos dentro del sistema político se localiza
en el registro legal de tres nuevos
partidos con grupos dirigentes que pululan alrededor del presidente de la
república. Y ahí habrá un reparto
negociado de votos que disminuirá la fuerza de Morena: cada nuevo partido
necesitará de 3% de votos en el 2021
para mantener su registro, lo que quiere decir que le quitarán a Morena 9 puntos porcentuales; el PT y el Partido Verde,
aun con alianzas regateadas, también,
necesitaran como mínimo 3% cada uno, con lo cual Morena ya tendría que sacrificar 15 puntos porcentuales de su
base electoral, aunque el PT y el PV tengan más de 3 puntos.
Si se reproduce el
modelo de 2018, Morena repartirá votos en las elecciones y a la hora de la
composición de su mayoría en la
Cámara aceptará traslado de diputados. Pero en los hechos, la existencia de
cinco partidos aliados a Morena tendrá que contabilizar
sus votos cada uno arriba de 3% para mantener el registro.
Al final, la estrategia parece ser la de impedir la creación del modelo PRI como partido hegemónico por los
cotos políticos que implica. Por eso el presidente López Obrador nunca aceptó la propuesta de Porfirio
Muñoz Ledo de convertir a Morena en un nuevo PRI mayoritario, porque esa
estructura de partidos tiende a cumplir la maldición de Robert Michels y
convertirse en una estructura de oligarquías excluyentes. Y el asunto se iba a complicar porque Porfirio buscaría un
partido sobre el presidente de la
república.
El nuevo sistema de
participación política estará en las personas, los grupos y los movimientos y no en un partido totalizador. El
presidente López Obrador ha sido insistente en criticar las estructuras de representación
partidista que se olvidan de la gente y asume a los votantes como boletas electorales y no como grupos
sociales.
Este modelo tendrá una exigencia
que hoy se cumple de manera sobrada, pero no se tienen datos de que se mantenga
el próximo sexenio: el liderazgo
personal del presidente sobre el partido y sus aliados. El próximo presidente
tendrá que gobernar con una coalición de seis
partidos; Morena, PT, PES, PVEM, Fuerza Social y Redes Progresistas. Y tampoco se prevé un Frente Amplio como
en el 2006 porque en realidad Morena es dominante
y los cinco restantes son partidos-rémora que dependen de López Obrador.
El sistema de partidos basado en una balcanización de partidos dificulta la definición de un proyecto de
gobierno, obliga a negociaciones paso a paso y distrae a los presidentes en
negociaciones menores, como se probó
en Brasil. La clave estará en que Morena pueda liderar la coalición con mínimo un 45% de los votos y sólo
necesitar 6 puntos para la mayoría absoluta.
Pero el problema
radicará en los problemas previsibles para que los tres nuevos partidos --PES,
RSP y FS-- en las dificultades para
lograr el 3% de votos en una competencia en que deberán garantizar una base
electoral que no dependa de López Obrador.
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EE. UU. a una semana de
las elecciones. El promedio de encuestas en los
estados clave revela una disminución
de la ventaja de Joe Biden respecto a Donald Trump, al pasar de 6.5 puntos en
julio pasado a menos de 4 puntos esta semana. De los seis determinantes, Trump
ha recuperado tres. O sea…
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La política ya no se hace con ideas sino a partir de la teoría de juegos.
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Contracolumna • DULCE SILVA SUEÑA SER GOBERNADORA • MORENA BUSCA APODERARSE DE TLAXCALA
JOSÉ MARTÍNEZ M.
Y, sin embargo, Trump se mueve; Biden: ojeroso, cansado, sin agenda
Carlos Ramírez
El tercer
y último debate presidencial en la campaña en los EE. UU., luego de suspender
el segundo porque el demócrata Joe Biden lo quería virtual desde el sótano
de su casa, debió ser una sorpresa hasta para el propio Donald Trump
porque dejó la estridencia, acorraló a su adversario con datos de corrupción
familiar y hasta respetó a la conductora.
Biden arribó al debate sin municiones políticas, con una
imagen de político cansado, sin gestos, no fue una pose de estadista que
pudieron haberle aconsejado sus asesores, sino más bien reflejó el cansancio
de una nominación que en realidad no deseaba. Trump, en cambio, parecía
una fiera herida del primer debate, pero apostó a las reglas
institucionales que al final le beneficiaron.
Si no hay claridad sobre los efectos del último debate en
el ánimo de los electores, algunos indicios deben tonarse en cuanta: hasta
ahora parece que han votado por adelantado --y por miedo al contagio de
las aglomeraciones del día de los comicios-- 50 millones de estadunidenses, casi
un tercio de los casi 150 millones que se esperan en las urnas de los
250 millones del padrón electoral.
Los rezagados suelen ser los que esperan las últimas
expresiones de los candidatos y por tanto los aún indecisos. Muchos de
ellos, dijeron los analistas, eran votantes de Trump que estaban a la espera de
algún indicio positivo de su candidato o cambiaban el sentido de su voto.
A esos votantes debió de apelar Biden. Sin embargo, Trump se vio más
vivo, más animado, más a la ofensiva, en tanto que Biden estuvo todo el tiempo
contra las cuerdas. Cuando menos hubo cinco detalles que suelen
animar a la toma de decisiones del votante:
1.- El problema del black live mater no es de Trump,
sino de los alcaldes y gobernadores demócratas que han sido tolerantes
con la violencia de los afroamericanos; y luego el movimiento se tornó anarquista,
ideológico y destructivo, sin que los gobernantes lo encararan con las
fuerzas.
2.- La corrupción familiar de la familia de Biden, revelada por el
New York Post y censurada por Twitter, arrinconó a Biden en
expresiones sólo de negación, en tanto que el presidente le dijo que todo
estaba en la computadora de su hijo que tienen las autoridades. El hijo
de Biden cobró por reuniones de empresarios extranjeros con su padre
como vicepresidente.
3.- A la mitad del debate Trump se encontró con un
argumento genial que luego le machacó a Biden toda la segunda mitad:
prometes y prometes, pero fuiste ocho años vicepresidente y “no hiciste
nada”. Un argumento similar fue de Reagan para derrotar a Carter:
pregúntense ustedes si hoy están mejor que hace cuatro años, en medio de la
crisis petrolera, inflacionaria y de caos. Cuando Biden prometió, como Obama en
dos campañas, regularizar a los ilegales, Trump le volvió a remachar:
por qué no lo hiciste como vicepresidente; Biden sólo pudo culpar
a los senadores republicanos, y Trump no lo soltó: hubieras negociado.
4.- El tema racista careció de argumentación por parte de
Biden, a pesar de que tenía mucha tela de donde cortar; sin esfuerzos, no
pudo poner el tema de los supremacistas blancos violentos que entraron
en el primer debate. Biden se enredó con temas menores que fueron
desdeñados por Trump.
5.- En política exterior Biden dejó la imagen de halcón
cuando se quejó que Trump se había hecho amigo del líder de Corea del Norte, de
Putin y del jefe de China, pero Trump dijo que el camino no era la guerra, sino
la negociación y que Corea del Norte ya no era un peligro nuclear.
Los debates tienen efectos irregulares en el sentido del
voto, pero Biden necesitaba enganchar a Trump a conductas irracionales
como las del primer debate y Trump se salió de esa trampa de ring de
boxeo. Y con datos a veces no ciertos, Trump logró arrinconar a Biden en
temas ideológicos tachándolos de socialistas que suelen desanimar a
demócratas y puso al “socialista” Bernie Sanders y a la “socialista” Alexandria
Ocasio-Cortez, ambos demócratas, como los ideólogos del programa de
Biden.
El saldo quedó claro: Biden no pudo darle la puntilla
a Trump y Trump mostró que Biden había fracasado con su agenda como ocho
años como vicepresidente de Obama.
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Política para dummies:
La policía es el arte de la confrontación, y de eso sabe más Trump que Dormilón
Biden.
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