JOSÉ MARTÍNEZ M.
Para Elva Elena Gárate y sus hijos, con mis sinceras condolencias por irreparable pérdida
Abraham García Ibarra fue un periodista combativo. Todavía en el
estertor de la muerte asumió su destino fatal con lucidez. Se despidió
de Mouris Solloum George –su entrañable compañero de batallas
periodísticas en los últimos cuatro lustros– con un hasta luego, que
sonaba más a una despedida fúnebre. Apenas hace cinco años Mouris y la
directiva del Club de Periodistas de México le rindieron un homenaje por
su larga trayectoria en su quehacer profesional que consistió en una
medalla de oro macizo de 18 quilates. Varios compañeros del club
hicieron una aportación voluntaria. Fue una manera de expresar el cariño
por su viejo maestro que aún seguía trabajando con la pasión de un toro
bravo a pesar de haber sufrido un infarto que lo puso en la antesala de
la muerte. Ahora le tocó perder ante la parca como otras decenas de
miles de mexicanos víctimas del Covid.
Convaleciente también por la
pandemia, que lo puso al borde de la muerte, Mouris no pudo despedirse
personalmente de Abraham porque también convalecía de Covid. Lo hizo por
la vía telefónica. Después de dos meses de estar aislado de la familia y
de trabajar en pleno confinamiento, atado a un aparato de oxígeno,
Mouris apenas fue dado de alta este fin de semana. La libró. Estuve al
tanto de la salud de Mouris cuando apenas había sido infectado por el
coronavirus y se jugaba la vida en esa especie de ruleta rusa. Con dolor
nos reímos de algunas anécdotas de Abraham quien seguía los sabios
consejos de Renato Leduc, “un periodista que no huele a aliento
alcohólico… es como una rosa sin aroma”.
Parece que fue ayer.
El año pasado Abraham estaba por cumplir 80 años el 23 de octubre. Días
antes un grupo de amigos nos reunimos a desayunar en el Club France de
la Ciudad de México. Al final nos quedamos en la sobremesa César
Garizurieta Vega y yo. César me invitó a continuar la charla en su casa
en la colonia Del Valle, bebimos unas copas de vino tinto y repasamos
algunos apuntes de su padre César Garizurieta Erenzweig, mejor conocido
por el sobrenombre del “Tlacuache”, un político y diplomático que además
fue periodista y escritor y muy amigo del presidente Adolfo Ruiz
Cortines, del que fue consejero.
El Tlacuache acuñó una frase que
lo hizo célebre para su infortunio: “vivir fuera del presupuesto es
vivir en el error”. Una expresión mal interpretada que derivó en un
arbitrario estigma para su autor, y que en décadas no ha sido nada
sencillo desenredar el equívoco.
En fin. En la charla Garizurieta
hijo, nombró a varios amigos comunes. Así mencionó el de Abraham García
Ibarra, a quien yo conocí en mis incipiente tiempo de reportero. Así
nació nuestra amistad.
Garizurieta es abogado como su padre.
Pertenece a la Sociedad Mexicana de Geografía e Historia y amigo de
periodistas. Me propuso hacer un convivio para festejar a Abraham García
Ibarra e invitó a varios colegas. Acordamos que no fueran más de cinco
para poder charlar, propuse que la reunión se efectuara en mi casa.
Garizurieta corrió las invitaciones y yo las reforcé personalmente. El
día de la celebración todo estaba en punto. El menú y los tragos. A la
mera hora nadie llegó. Mi familia y un amigo que se comunicó de última
hora conmigo fue invitado de último momento. Vi a Abraham muy triste. Lo
apapachamos y él se dejó querer. Partió un pastel, que ni siquiera
probó y la comida, nada más picó. Bebió tequila tras tequila, lo
acompañé hasta quedar exhautos. La memoria de Abraham era prodigiosa.
Recordaba detalles con precisión de muchos temas. Con el cansancio y los
lingotazos de alcohol se puso nostálgico rememorando viejos tiempos de
su natal Sinaloa. Hablamos de Mazatlán y de Culiacán, donde yo viví
durante un año cuando Miguel Ángel Félix Gallardo había dejado de ser el
jefe de jefes y surgían los nuevos líderes del cártel de Sinaloa,
entonces el Chapo daba sus primeros pasos decisivos que lo iban a llevar
con el tiempo a la cumbre del narco, acumulando dinero y prestigio como
mafioso. Una celebridad en el mundo del crimen.
Cuando yo nací,
Abraham García Ibarra ya había pasado su primera prueba de fuego en el
periodismo, oficio en el que se inició a los 15 años como asistente de
linotipos y al poco tiempo se estrenaba como reportero en el periódico
El Sol del Pacífico, en su natal Mazatlán. A lo largo de 65 años
colaboró en los más diversos medios tanto electrónicos como impresos
tanto en Sinaloa como en la capital del país.
En los últimos 20 años
colaboró en las tareas del Club de Periodistas donde estuvo a cargo de
la política editorial de la revista Voces del Periodista hasta el
momento en que sufrió un infarto que lo puso con un pie en las garras de
la muerte. Fue la mano derecha de Mouris Solloum en muchas de las
tareas del club.
Abraham gozaba de la vida, decía que la mejor
etapa de su vida como periodista había sido en el Club. Sin duda, ahí
formó a varias generaciones de periodistas de todo el país que acudían a
su ayuda. Se convirtió en el Maestro.
Me duele su muerte como las
de otros colegas y decenas de miles de compatriotas más, que perdieron
la vida a consecuencia de la pandemia.
En la mesa de mi casa siempre
habrá un lugar para Abraham a quien conocí en la plenitud de su vida y
al que ya viejo fue abandonado por algunos de sus amigos en los que él
confiaba. Me duele su muerte como le duele a su familia, de la que eran
parte Mouris y Celeste a quienes entregó un cachito de su vida.
Hoy doblan las campanas por Abraham y decenas de miles más en esta guerra perdida frente al Covid.
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