sábado, 10 de octubre de 2020

Contracolumna • RÉQUIEM POR ABRAHAM GARCÍA IBARRA • COVID, POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS


JOSÉ MARTÍNEZ M.

Para Elva Elena Gárate y sus hijos, con mis sinceras condolencias por irreparable pérdida

Abraham García Ibarra fue un periodista combativo. Todavía en el estertor de la muerte asumió su destino fatal con lucidez. Se despidió de Mouris Solloum George –su entrañable compañero de batallas periodísticas en los últimos cuatro lustros– con un hasta luego, que sonaba más a una despedida fúnebre. Apenas hace cinco años Mouris y la directiva del Club de Periodistas de México le rindieron un homenaje por su larga trayectoria en su quehacer profesional que consistió en una medalla de oro macizo de 18 quilates. Varios compañeros del club hicieron una aportación voluntaria. Fue una manera de expresar el cariño por su viejo maestro que aún seguía trabajando con la pasión de un toro bravo a pesar de haber sufrido un infarto que lo puso en la antesala de la muerte. Ahora le tocó perder ante la parca como otras decenas de miles de mexicanos víctimas del Covid.
Convaleciente también por la pandemia, que lo puso al borde de la muerte, Mouris no pudo despedirse personalmente de Abraham porque también convalecía de Covid. Lo hizo por la vía telefónica. Después de dos meses de estar aislado de la familia y de trabajar en pleno confinamiento, atado a un aparato de oxígeno, Mouris apenas fue dado de alta este fin de semana. La libró. Estuve al tanto de la salud de Mouris cuando apenas había sido infectado por el coronavirus y se jugaba la vida en esa especie de ruleta rusa. Con dolor nos reímos de algunas anécdotas de Abraham quien seguía los sabios consejos de Renato Leduc, “un periodista que no huele a aliento alcohólico… es como una rosa sin aroma”.
Parece que fue ayer.
El año pasado Abraham estaba por cumplir 80 años el 23 de octubre. Días antes un grupo de amigos nos reunimos a desayunar en el Club France de la Ciudad de México. Al final nos quedamos en la sobremesa César Garizurieta Vega y yo. César me invitó a continuar la charla en su casa en la colonia Del Valle, bebimos unas copas de vino tinto y repasamos algunos apuntes de su padre César Garizurieta Erenzweig, mejor conocido por el sobrenombre del “Tlacuache”, un político y diplomático que además fue periodista y escritor y muy amigo del presidente Adolfo Ruiz Cortines, del que fue consejero.
El Tlacuache acuñó una frase que lo hizo célebre para su infortunio: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Una expresión mal interpretada que derivó en un arbitrario estigma para su autor, y que en décadas no ha sido nada sencillo desenredar el equívoco.
En fin. En la charla Garizurieta hijo, nombró a varios amigos comunes. Así mencionó el de Abraham García Ibarra, a quien yo conocí en mis incipiente tiempo de reportero. Así nació nuestra amistad.
Garizurieta es abogado como su padre. Pertenece a la Sociedad Mexicana de Geografía e Historia y amigo de periodistas. Me propuso hacer un convivio para festejar a Abraham García Ibarra e invitó a varios colegas. Acordamos que no fueran más de cinco para poder charlar, propuse que la reunión se efectuara en mi casa. Garizurieta corrió las invitaciones y yo las reforcé personalmente. El día de la celebración todo estaba en punto. El menú y los tragos. A la mera hora nadie llegó. Mi familia y un amigo que se comunicó de última hora conmigo fue invitado de último momento. Vi a Abraham muy triste. Lo apapachamos y él se dejó querer. Partió un pastel, que ni siquiera probó y la comida, nada más picó. Bebió tequila tras tequila, lo acompañé hasta quedar exhautos. La memoria de Abraham era prodigiosa. Recordaba detalles con precisión de muchos temas. Con el cansancio y los lingotazos de alcohol se puso nostálgico rememorando viejos tiempos de su natal Sinaloa. Hablamos de Mazatlán y de Culiacán, donde yo viví durante un año cuando Miguel Ángel Félix Gallardo había dejado de ser el jefe de jefes y surgían los nuevos líderes del cártel de Sinaloa, entonces el Chapo daba sus primeros pasos decisivos que lo iban a llevar con el tiempo a la cumbre del narco, acumulando dinero y prestigio como mafioso. Una celebridad en el mundo del crimen.
Cuando yo nací, Abraham García Ibarra ya había pasado su primera prueba de fuego en el periodismo, oficio en el que se inició a los 15 años como asistente de linotipos y al poco tiempo se estrenaba como reportero en el periódico El Sol del Pacífico, en su natal Mazatlán. A lo largo de 65 años colaboró en los más diversos medios tanto electrónicos como impresos tanto en Sinaloa como en la capital del país.
En los últimos 20 años colaboró en las tareas del Club de Periodistas donde estuvo a cargo de la política editorial de la revista Voces del Periodista hasta el momento en que sufrió un infarto que lo puso con un pie en las garras de la muerte. Fue la mano derecha de Mouris Solloum en muchas de las tareas del club.
Abraham gozaba de la vida, decía que la mejor etapa de su vida como periodista había sido en el Club. Sin duda, ahí formó a varias generaciones de periodistas de todo el país que acudían a su ayuda. Se convirtió en el Maestro.
Me duele su muerte como las de otros colegas y decenas de miles de compatriotas más, que perdieron la vida a consecuencia de la pandemia.
En la mesa de mi casa siempre habrá un lugar para Abraham a quien conocí en la plenitud de su vida y al que ya viejo fue abandonado por algunos de sus amigos en los que él confiaba. Me duele su muerte como le duele a su familia, de la que eran parte Mouris y Celeste a quienes entregó un cachito de su vida.
Hoy doblan las campanas por Abraham y decenas de miles más en esta guerra perdida frente al Covid.

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