JOSÉ MARTÍNEZ M.
Si los políticos son huérfanos por naturaleza, los intelectuales son hijos malcriados del poder.
Los intelectuales y el poder ahora libran un choque de intereses y visiones. Lo malo es que los intelectuales no tienen frente así a un interlocutor. Mucho antes del inicio de su mandato Obrador rompió con los intelectuales. Para empezar el tabasqueño no está a la altura de los reclamos del país. Su conducta como respuesta es un intercambio de monólogos, un collage de ocurrencias y de datos falsos. Sus prejuicios lo llevan a actuar con sordera en vez del diálogo y la cortesía.
La esencia de la disputa está en el control de las elecciones. Del órgano electoral y en la violación constitucional de la sobre-representación en el Congreso.
El simple hecho de tratar de erigirse en el “guardián” del inminente proceso electoral ha generado el debate.
No obstante, la confrontación de los intelectuales y el poder ha sido permanente. Al menos en México en los últimos años ha sido un tema de la agenda política, aunque el asunto ha estado presente en todas las etapas de nuestra historia como nación. Ahora ha recobrado interés debido al autoritarismo presidencial por atentar contra la pluralidad.
Ahora las críticas contra los intelectuales se dan en el sentido de que su protesta se debe a la pérdida de canonjías y prebendas. Hay algo de cierto en el fondo, pero no se puede generalizar en este punto.
Lo cierto es que durante décadas los intelectuales fueron acostumbrados a ser los consentidos del poder. El Estado actuaba como un falso mecenas y permitía ciertas prerrogativas.
Acostumbrados al peternalismo, algunos intelectuales ahora ven al gobierno como un padre autoritario, cuando Obrador actúa a rajatabla y se confronta con ellos al juzgarlos como representantes del neoliberalismo.
¿Qué hace el poder con los intelectuales? Y ¿Qué hacen los intelectuales con el poder?
Desde La República de Platón, los filósofos –como ahora los intelectuales– se han ocupado de qué cosa hacen o deben hacer los intelectuales en la sociedad.
Es obvio el malestar de los intelectuales con el gobierno de Obrador. Sobra decir las decisiones erróneas que se han tomado en muchos ámbitos, una de ellas, por ejemplo, es el gran fracaso de la “estrategia” gubernamental frente a la pandemia, que de haber sido bien implementada pudo evitar la tragedia que estamos padeciendo. En la agenda están también temas ambientales que son auténticos planes de destrucción como el tren maya y la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía.
Lo malo es que algunos intelectuales actúan como grupo, y se asumen, por decir lo menos, como una clase aparte. Es indudable que existen otros intelectuales con autoridad moral que ajenos a los dogmatismos y juegan un papel preponderante en la cultura y la academia.
Muchos intelectuales se consolidaron como grupos a partir de la década de los ochenta con el desembarco de los tecnócratas en el poder, una corriente de intelectuales que apostó por sumarse abiertamente a su proyecto político.
En esa etapa muchos tránsfugas de la academia tomaron por asalto los medios de comunicación. Comenzaron a ocupar importantes espacios en los medios masivos de comunicación, con mesas de análisis y debate, conducción de noticieros y ocupando cargos en la burocracia política. Incluso llegaron a tener el control de las instituciones culturales.
Tiempo atrás los intelectuales –muchos de ellos escritores– se asumieron como “La Mafia” de la cultura. Encabezados por Fernando Benítez fueron aliados del viejo régimen del que recibían canonjías y prebendas, como cargos diplomáticos, asesorías en las altas esferas de la élite política, o elaborando discursos o presidiendo instituciones.
En el cardenismo los intelectuales desempeñaron un papel relevante, muchos de ellos expresaron de manera abierta su simpatía y filiación por el régimen del general Lázaro Cárdenas.
A partir de la política indigenista se asumieron ideas y anhelos de equidad y justicia de la Revolución. El antropólogo Manuel Gamio fue uno de los principales intelectuales del cardenismo, así dio paso a sus obras “Hacia un México nuevo” y “Forjando Patria”, por poner unos ejemplos.
Está claro que el intelectual no puede permanecer expectante, un no-político, que no significa apolítico ni politófobo, como piensa Obrador de los intelectuales a los que considera reaccionarios, al calificarlos de “conservadores”.
El desplegado publicado en el periódico Reforma bajo el título “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”, suscrito por una treintena de personajes de diferentes ámbitos es importante porque se suma a otros documentos provenientes del mismo círculo cercano al gobierno de Obrador, como las cartas de Cuauhtémoc Cárdenas y el propio Porfirio Muñoz Ledo donde hacen recomendaciones de política económica.
En la carta de ahora ni están todos los que son ni son todos los que están. Hay una diáspora de los intelectuales. Pero quienes firman ese documento se asumen como una masa crítica, aunque hay algunos que han sacado la pancarta y que lanzan consignas como las desaparecidas huestes corporativas del “atraca matraca”.
Sin embargo, hay una fuerte corriente de ciudadanos en coincidencia con la demanda que plantean en su escrito los intelectuales ante un gobierno que actúa de manera facciosa e intolerante, buscando cerrar los espacios a la pluralidad en aras de un falso dogmatismo.
Obrador quisiera que los intelectuales se condujeran como siervos del poder, pero ahora sus fervientes críticos se rebelan y se proclaman independientes y llaman a conformar un bloque opositor para democratizar el Congreso.
Bueno, eso es otra cosa, en la que ya abundaremos en este espacio.
Si los políticos son huérfanos por naturaleza, los intelectuales son hijos malcriados del poder.
Los intelectuales y el poder ahora libran un choque de intereses y visiones. Lo malo es que los intelectuales no tienen frente así a un interlocutor. Mucho antes del inicio de su mandato Obrador rompió con los intelectuales. Para empezar el tabasqueño no está a la altura de los reclamos del país. Su conducta como respuesta es un intercambio de monólogos, un collage de ocurrencias y de datos falsos. Sus prejuicios lo llevan a actuar con sordera en vez del diálogo y la cortesía.
La esencia de la disputa está en el control de las elecciones. Del órgano electoral y en la violación constitucional de la sobre-representación en el Congreso.
El simple hecho de tratar de erigirse en el “guardián” del inminente proceso electoral ha generado el debate.
No obstante, la confrontación de los intelectuales y el poder ha sido permanente. Al menos en México en los últimos años ha sido un tema de la agenda política, aunque el asunto ha estado presente en todas las etapas de nuestra historia como nación. Ahora ha recobrado interés debido al autoritarismo presidencial por atentar contra la pluralidad.
Ahora las críticas contra los intelectuales se dan en el sentido de que su protesta se debe a la pérdida de canonjías y prebendas. Hay algo de cierto en el fondo, pero no se puede generalizar en este punto.
Lo cierto es que durante décadas los intelectuales fueron acostumbrados a ser los consentidos del poder. El Estado actuaba como un falso mecenas y permitía ciertas prerrogativas.
Acostumbrados al peternalismo, algunos intelectuales ahora ven al gobierno como un padre autoritario, cuando Obrador actúa a rajatabla y se confronta con ellos al juzgarlos como representantes del neoliberalismo.
¿Qué hace el poder con los intelectuales? Y ¿Qué hacen los intelectuales con el poder?
Desde La República de Platón, los filósofos –como ahora los intelectuales– se han ocupado de qué cosa hacen o deben hacer los intelectuales en la sociedad.
Es obvio el malestar de los intelectuales con el gobierno de Obrador. Sobra decir las decisiones erróneas que se han tomado en muchos ámbitos, una de ellas, por ejemplo, es el gran fracaso de la “estrategia” gubernamental frente a la pandemia, que de haber sido bien implementada pudo evitar la tragedia que estamos padeciendo. En la agenda están también temas ambientales que son auténticos planes de destrucción como el tren maya y la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía.
Lo malo es que algunos intelectuales actúan como grupo, y se asumen, por decir lo menos, como una clase aparte. Es indudable que existen otros intelectuales con autoridad moral que ajenos a los dogmatismos y juegan un papel preponderante en la cultura y la academia.
Muchos intelectuales se consolidaron como grupos a partir de la década de los ochenta con el desembarco de los tecnócratas en el poder, una corriente de intelectuales que apostó por sumarse abiertamente a su proyecto político.
En esa etapa muchos tránsfugas de la academia tomaron por asalto los medios de comunicación. Comenzaron a ocupar importantes espacios en los medios masivos de comunicación, con mesas de análisis y debate, conducción de noticieros y ocupando cargos en la burocracia política. Incluso llegaron a tener el control de las instituciones culturales.
Tiempo atrás los intelectuales –muchos de ellos escritores– se asumieron como “La Mafia” de la cultura. Encabezados por Fernando Benítez fueron aliados del viejo régimen del que recibían canonjías y prebendas, como cargos diplomáticos, asesorías en las altas esferas de la élite política, o elaborando discursos o presidiendo instituciones.
En el cardenismo los intelectuales desempeñaron un papel relevante, muchos de ellos expresaron de manera abierta su simpatía y filiación por el régimen del general Lázaro Cárdenas.
A partir de la política indigenista se asumieron ideas y anhelos de equidad y justicia de la Revolución. El antropólogo Manuel Gamio fue uno de los principales intelectuales del cardenismo, así dio paso a sus obras “Hacia un México nuevo” y “Forjando Patria”, por poner unos ejemplos.
Está claro que el intelectual no puede permanecer expectante, un no-político, que no significa apolítico ni politófobo, como piensa Obrador de los intelectuales a los que considera reaccionarios, al calificarlos de “conservadores”.
El desplegado publicado en el periódico Reforma bajo el título “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”, suscrito por una treintena de personajes de diferentes ámbitos es importante porque se suma a otros documentos provenientes del mismo círculo cercano al gobierno de Obrador, como las cartas de Cuauhtémoc Cárdenas y el propio Porfirio Muñoz Ledo donde hacen recomendaciones de política económica.
En la carta de ahora ni están todos los que son ni son todos los que están. Hay una diáspora de los intelectuales. Pero quienes firman ese documento se asumen como una masa crítica, aunque hay algunos que han sacado la pancarta y que lanzan consignas como las desaparecidas huestes corporativas del “atraca matraca”.
Sin embargo, hay una fuerte corriente de ciudadanos en coincidencia con la demanda que plantean en su escrito los intelectuales ante un gobierno que actúa de manera facciosa e intolerante, buscando cerrar los espacios a la pluralidad en aras de un falso dogmatismo.
Obrador quisiera que los intelectuales se condujeran como siervos del poder, pero ahora sus fervientes críticos se rebelan y se proclaman independientes y llaman a conformar un bloque opositor para democratizar el Congreso.
Bueno, eso es otra cosa, en la que ya abundaremos en este espacio.
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