JOSÉ MARTÍNEZ M.
¿Oh! Decepción. Cuando todos esperábamos un gran discurso político en
desagravio por las ofensas de Donald Trump, el presidente Obrador recitó
un poema, una oda al enemigo de los migrantes… “hemos recibido de
usted, comprensión y respeto”.
¡Zas!
Era la oportunidad de
refrendar los Sentimientos de la Nación pero el discurso se convirtió
en un mensaje de resignación. Palabras carentes de retórica. Líneas sin
sustento, incapaces de conmover o persuadir.
Un discurso plano,
lleno de lugares comunes y como una quesadilla embarrada de sesos, con
datos anecdóticos de personajes históricos pero sin profundidad y sin
menor contenido de filosofía.
De qué sirvieron tantos discursos
antiTrump de parte de Obrador, el otrora candidato rebelde, el político
rijoso que prometió en sus mítines de campaña con discursos incendiarios
“poner en su sitio” al mayor agresor de los mexicanos, a los que ha
llamado “narcotraficantes”, “asesinos” y “violadores”.
Obrador
claudicó y terminó por alinearse con un “discurso oficial”, que
contrasta con el líder vociferante que ahora no tiene una explicación
cabal que lo justifique.
En alabanza a Trump, Obrador recitó el siguiente poema:
“Algunos pensaban que nuestras diferencias ideológicas habrían de
llevarnos de manera inevitable al enfrentamiento. Afortunadamente, ese
mal augurio no se cumplió y considero que hacia el futuro no habrá
motivo ni necesidad de romper nuestras buenas relaciones políticas ni la
amistad entre nuestros gobiernos…
“Presidente Trump:
“Como en
los mejores tiempos de nuestras relaciones políticas, durante mi mandato
como presidente de México, en vez de agravios hacia mi persona y, lo
que estimo más importante, hacia mi país, hemos recibido de usted,
comprensión y respeto”.
¡Zas!
Obrador se equiparó a la Nación. La Nación es él, como Luis XIV de Francia, el Rey Sol que decía: “El estado soy yo”.
¿Y el muro?
La respuesta es de Trump:
Lo dijo en un discurso electoral en Pittsburgh:
“¿Saben por qué vamos a ganar las elecciones? Porque los estadounidenses quieren seguridad en las fronteras”.
Ahora en Washington en el “encuentro histórico”, Obrador no dedicó ni una línea de su discurso al muro.
En cambio ofreció “mano de obra” barata y trabajadora con el nuevo tratado comercial.
Obrador lo dijo así:
“… el Tratado es una gran opción para producir, crear empleos y
fomentar el comercio sin necesidad de ir tan lejos de nuestros hogares,
ciudades, estados y naciones. En otras palabras, los volúmenes de
importaciones que realizan nuestros países del resto del mundo, pueden
producirse en América del Norte, con menores costos de transporte, con
proveedores confiables para las empresas y con la utilización de fuerza
de trabajo de la región.
Desde luego, no se trata de cerrarnos al
mundo, sino de aprovechar todas las ventajas que nos brinda la vecindad,
así como la aplicación de una buena política de cooperación para el
desarrollo.
“Este Tratado permite atraer inversiones de otros
lugares del hemisferio a nuestros países, siempre y cuando se cumpla con
los principios de producir mercancías de elevado contenido regional y
de procurar condiciones salariales y laborales justas para los
trabajadores del país exportador o importador de bienes de consumo.
Es importante también señalar que, en este acuerdo, los tres países
aportamos capacidad productiva, mercados, tecnología, experiencia, mano
de obra calificada y terminamos complementándonos. Por ejemplo, México
tiene algo sumamente valioso para hacer efectiva y potenciar la
integración económica y comercial de la región; me refiero a su joven,
creativa y responsable fuerza laboral”.
Desde el análisis de la semántica, la connotación de las palabras de Obrador nos remiten a un discurso neoliberal.
El estado de bienestar es solo un ideal, una fantasía que no es posible, una ficción, una ilusión como una quimera.
Es el discurso de la resignación.
¿Y la rebeldía? ¿Y la justicia?
Presidente Trump, dijo Obrador, “lo que más aprecio, es que usted nunca
ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía”.
¿Y la frontera sur? ¿Y la amenaza de los aranceles a cambio de cerrar el paso a los migrantes?
Atrás quedó el discurso antiTrump.
Y pregunto:
¿A dónde quedó aquel discurso que pretendía cambiar el mundo?
Quedó claro, que no va cambiar el mundo.
El que ha cambiado es Obrador.
El político de la resignación que cree tener los otros datos ajenos a la realidad: los indicadores de que vamos bien.
Perverso en el manejo de la manipulación mediática, Obrador fue a
Washington a sumarse como uno más a la campaña para la reelección de
Trump.
Más claro ni el agua. El pretexto fue el T-MEC
Obrador
sabía que al poner un pie fuera de su palacio con rumbo al aeropuerto
para su encuentro con Trump, iban a estar sobre él los reflectores de la
prensa.
Y ocurrió.
La idea era sacar raja política del viaje.
En realidad el traslado de Obrador en un vuelo comercial se convirtió en
un acto de campaña. El objetivo de atraer simpatías funcionó, aunque
también le llovieron críticas y burlas al tabasqueño.
¡Qué sencillo! ¡Es encantador! Se deshacían las señoras en elogios, pero el viaje en si tiene muchas lecturas.
Pasamos del “avión de redilas”, al avión guajolotero.
La estrategia del equipo de Obrador consistió en diseñar una operación
mediática convirtiendo en un espectáculo el viaje presidencial.
Obrador aprovechó para darse un baño de pueblo, para marcar una falsa
distancia de los personajes de la Mafia del Poder que allá lo aguardaban
y que ahora forman parte de su “Consejo Asesor”. Los auténticos pares
de Trump, los personajes con los que al plutócrata suele dialogar.
Bisnes son bisnes. Lo demás es política barata.
¿Y los Sentimientos de la Nación?
Ni modo… ya será para la otra.
¡Viva México!
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