JOSÉ MARTÍNEZ M.
–Déjeme ser su amigo, me dijo con voz seca aquel hombre que soñó con ser Presidente. Me apretaba con fuerza la mano y sostenía con firmeza mi brazo.
–Sí, señor, le respondí con timidez.
–Espere que todos suban al avión, dijo con voz suave el poderoso político mientras dos de mis compañeros (Fernando Ríos Parra, de Ovaciones y Edgar Hernández, de Proceso) se encaramaban al jet pintado de un rojo brillante con matrícula XG / DFS.
Era el mítico Javier García Paniagua quien despachaba entonces como secretario del Trabajo en el equipo de gobierno del presidente López Portillo.
Concluida la quinta reunión de la república convocada por el Presidente y a la que asistían los representantes de los poderes del Estado y toda la clase política, sin excepción, nos disponíamos abandonar la ciudad de Hermosillo. Lo malo es que los vuelos estaban saturados y no había ninguna posibilidad de regresar en un par de días. En el periódico mi jefe y amigo Marco Aurelio Carballo me había dado la instrucción de regresar de inmediato a la ciudad de México en cuanto terminara el conclave. Formaba yo parte del equipo de trabajo del periódico unomásuno que había sido enviado a cubrir ese encuentro.
Las reuniones de la república se celebraban los días 5 de febrero para conmemorar nuestra Constitución emanada del Congreso Constituyente de 1917 tras la reforma a la Constitución de 1857 que había perdido vigencia.
A falta de vuelos comerciales, García Paniagua nos brindó un lugar en el avión a su servicio. Si no mal recuerdo era una aeronave de nueve plazas. Y a su color escarlata se agregaba la estampa de un tigre, símbolo de la Dirección Federal de Seguridad. La temible policía política encargada de la guerra sucia contra los enemigos del viejo régimen.
Amable en el trato, pero con puños de acero y guantes de seda, García Paniagua me dijo: “Yo soy su amigo… usted no’más dígame: desde enterrar a un hombre vivo o meter a los que quiera bajo tierra”.
Sonreí como respuesta a las palabras del poderoso político que entonces frisaba los 47 años cuya ambición estaba puesta en la Presidencia. Yo era reportero del periódico unomásuno que dirigía Manuel Becerra Acosta. Tenía a mi cargo la fuente política de oposición, que incluía a los partidos, el Senado, Gobernación y las dependencias como la DFS, subordinada a la Segob.
Hijo del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional en el gobierno del presidente Díaz Ordaz, García Paniagua había sido formado con firmeza por su padre. Al “Tigre Marcelino”, como le llamaban le tocó lidiar con el movimiento estudiantil de 1968, pero él responsabilizó en una carta de su puño y letra al Estado Mayor Presidencial a cargo del general Luis Gutiérrez Oropeza de la matanza de estudiantes.
Muy joven, en 1970, a los 35 años García Paniagua fue senador de la República. Concluida su gestión como legislador fue designado al frente de la DFS por un periodo de dos años (1976-1978). Como reportero lo conocí en los últimos meses de su cargo al frente de la Federal de Seguridad. Después me encontré con él en Hermosillo en la reunión de la república de 1982. Había pasado ya como titular de la Reforma Agraria, la dirigencia nacional del PRI y ocupaba entonces la titularidad de la Secretaría del Trabajo. Aun así mantenía una enorme ascendencia en la DFS, tanto que utilizaba el avión de esa corporación policiaca para actividades oficiales.
Ya en el retiro el presidente Salinas lo sacó del ostracismo y lo designó como jefe de la policía de la ciudad de México. La idea de Salinas era darle brillo a una corporación que cargaba con un fuerte desprestigio después del paso del inefable Negro Durazo. Era una tarea imposible. La policía era controlada por una “hermandad”, una mafia que operaba como un auténtico cártel al amparo del poder.
Después de García Paniagua por la policía han desfilado una veintena de funcionarios, muchos de ellos políticos. Salvo algunas excepciones, la mayoría se enriquecieron con los botines de guerra. Entre los que desfilaron por ahí se encuentran Alejandro Gertz Manero, Leonel Godoy, Marcelo Ebrard, Joel Ortega, Manuel Mondragón, Jesús Rodríguez Almeyda, Hiram Almeyda y Raymundo Collins.
De los pocos jefes policiacos honestos sobresale el nombre de David Garay Maldonado, fallecido en abril pasado.
Uno de los que pasaron sin pena ni gloria al frente de la policía fue Marcelo Ebrard quien contrató los servicios millonarios de Rudolph Giuliani para “controlar” el crimen con el programa “Cero Tolerancia”. Pero Ebrard no entregó buenos resultados y fue cesado por el presidente Fox por no actuar con rapidez y eficacia en el linchamiento de tres agentes de la Agencia Federal de Investigación en un operativo en San Juan Ixtayopan, en la delegación de Tlahuac.
Desde la llegada del PRD y Morena al gobierno de la ciudad de México, la policía ha sido desmantelada y se han quitado atribuciones a las autoridades policiacas. Se disolvió el cuerpo de granaderos y otras áreas.
Ahora, un simple grupo de 200 anarquistas se da el lujo de actuar impunemente, son intocables y ponen de cabeza a la ciudad. Son auspiciados desde las oficinas del gobierno local y todo queda en la impunidad.
Como su padre, Omar García Harfuch se encuentra al frente de la policía, un joven formado en la academia de la desaparecida Policía Federal que ha visto desde adentro de la Policía capitalina, que ahora comanda, las redes de complicidad con el crimen organizado.
Hace nueve años, su hermano Javier García Morales –dedicado más a la política– fue asesinado en Guadalajara de cuatro disparos a la cabeza cuando se disponía entrar a una cafetería.
Por fortuna Omar García logró sobrevivir al atentado que sufrió este viernes a manos de sicarios al servicio del “Mencho”, el líder del Cártel Jalisco Nueva Generación.
Su trabajo al frente de la Policía ha sido impecable, lo malo son sus jefes y las mafias coludidas con el narco, donde están embarrados políticos, funcionarios y jueces. Ha luchado en el desmantelamiento a grupos vinculados a los cárteles que operan en la ciudad de México, pero éstos se reproducen como una hiedra.
Espero que no sea inútil su esfuerzo que ha puesto en riesgo su vida. Ojalá lo respalden y valoren su papel.
El crimen no se combate con abrazos. Eso le enseñó su padre a Omar.
Hoy me fumo un puro en su honor. Como aquel puro que me obsequió su padre Javier García Paniagua cuando nació Omar, quien nuevamente ha vuelto a renacer.
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