Carlos Ramírez
Con seguridad en Palacio Nacional están extrañados que nadie haya preguntado, cuando menos en público, qué quiere el presidente López Obrador
de Morena para su proyecto sexenal. Y eso que todos ya saben que las definiciones y gestiones de gobierno se deciden en las conferencias de prensa
matutinas, no en los espacios
tradicionales del poder.
El primer tercio del
sexenio se fue en el planteamiento de las estrategias
presidenciales, la definición de los nuevos estilos de gobernar y la lidia con una pandemia inesperada. El segundo tercio, el de banderillas en los toros, es el de los jaloneos entre los grupos de
poder presidencial por el relevo legislativo, las gubernaturas y los alineamientos para la sucesión
presidencial de 2024. Los grandes toreros se hacen cargo de poner en persona las banderillas a los
toros para fijar la autoridad que manda
en la plaza.
Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto perdieron sus sucesiones y las
elecciones de sus sucesores por colapsos
en sus partidos, fracturas en sus coaliciones y permisividades democráticas. Y
todos ellos salieron fracturados en
sus coaliciones y partidos en las elecciones de medio sexenio con el cambio de
diputados federales que implica, de suyo, un nuevo reacomodo de grupos de poder con miras al sexenio siguiente.
A favor de la estrategia lopezobradorista corre el hecho de que nunca ha pensado en Morena como un
partido tradicional, sino como estructura administradora
de cargos públicos. PRI, PAN y PRD han sido partidos de proyectos, el primero de corporaciones, el segundo de creencias y
el tercero de tribus. Morena no tiene un proyecto ideológico porque ese proyecto es el presidente López Obrador. Y para evitar que Morena pudiera ser otro PRI corporativo, la estrategia
radicará en dividir las posiciones
de poder con el PES 2.0, el Partido Verde y el PT, además de los grupos
lopezobradoristas --como el de Pedro Haces-- que no lograron registro como partidos, pero que van a funcionar como hilos de poder fuera de Morena. En este
sentido, las candidaturas se van a gestionar en Palacio Nacional, no en Morena.
La clave para resolver
el enigma Morena se localiza en la
agenda presidencial. Lo que menos quisiera el presidente sería tener que lidiar
con Morena como --para citar un ejemplo histórico sólo en parecidos de
coyuntura partidista-- Díaz Ordaz tuvo que bregar
con Carlos A. Madrazo y su PRI autónomo, militante y equidistante a Los Pinos o
como Salinas cuando la sucesión se le salió
de control por la fuerza personal de Manuel Camacho Solís operando por la
libre.
Morena va a ser el pivote
lopezobradorista para consolidar su proyecto, vencer las presiones que quieren
tumbarle sus puntos clave --apoyos sociales, obras y nuevas relaciones
políticas-- y encarar la alianza
opositora previsible de partidos y formaciones
sociales hoy confrontadas con la presidencia. El bloque de poder
lopezobradorista no va a pasar por
Morena y menos si llega al partido algún líder político que quiera quitarle liderazgo político al
presidente. Hasta ahora han bastado el gabinete y las dos cámaras para ir desinflando apasionamientos y
arrinconando a la oposición en una derecha conservadora sin destino histórico.
La tarea fundamental
del segundo tercio del sexenio será la de administrar
la crisis para impedir confrontaciones innecesarias. La polarización ayuda a decantar posicionamientos, como ahora, por
ejemplo, muchos intelectuales han comenzado a replegarse porque no quieren estar en la misma lista con Héctor Aguilar Camín --¿colegas enemigos 2.0?-- y
sus negocios de poder con Carlos Salinas de Gortari o aliados al Gabriel Lozano
desbocado de FRENAAA.
En este sentido, lo peor
que le puede pasar al gobierno actual es que Morena se convierta en un dolor de cabeza con un dirigente que
busca un Guinness record y no entender el juego de poder
presidencial.
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Política para dummies:
La política se aprende en clases de hilados y tejidos y no en las cloacas del
poder.
@carlosramirezh
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