JOSÉ MARTÍNEZ M.
En septiembre de hace siete años, un lunes por la tarde recibí una
llamada de la oficina del ingeniero Carlos Slim. En la línea escuché la
voz de Silvia, la secretaría de Slim, que me invitaba –por instrucciones
del magnate– a tomar un café en su despacho de avenida Las Palmas en
las Lomas de Chapultepec. Acepté el compromiso y acudí a la cita al día
siguiente. Puntual a las 5 de la tarde nos encontramos y tras los
saludos de rigor entramos de lleno al tema que preocupaba al
multimillonario. En su mesa de trabajo estaban un par de libros, una
versión en español y otra en inglés. Varias páginas estaban subrayadas
con algunos apuntes de la letra y puño de Slim.
–Oye, ¿tú conoces a los autores?
–No, respondí intrigado y lancé al unísono un par de preguntas: ¿por qué? ¿qué pasa, ingeniero?
Por la expresión en el rostro de Slim intuí que algo andaba mal. No
estaba enojado, sino lo que sigue. A los minutos de iniciar nuestra
charla el Ingeniero lanzó un par de mentadas de madre.
–Te citan en ese libro, me dijo muy encabronado.
–¿Y? cuestioné.
–Dicen que yo me hice de Teléfonos de México por mi relación con Salinas.
Me contuve las ganas de reír y continué escuchando la perorata del
Ingeniero. (En México y en otras muchas partes la gente piensa que Slim
fue un beneficiario del salinismo y aún después de 30 años lo sigue
pensando)
Slim habló como un boxeador que tira golpes a destajo
hasta quedar agotado. Cuando recuperó el aliento me dijo: los voy a
demandar a estos hijos de la chingada.
Es raro ver a Slim enojado pero esta vez estaba que echaba chispas.
El libro en cuestión es Por qué fracasan los países (Why nations fail)
escrito por Daron Acemoglu y James A. Robinson autores de ese best
seller mundial traducido a infinidad de idiomas.
Acemoglu y Robinson
son dos académicos de mucho prestigio en las universidades de Harvard y
el MIT quienes durante años emprendieron la tarea de investigar “los
orígenes del poder, la prosperidad y la riqueza”.
Al día siguiente
de mi encuentro con Slim, recibí una llamada de la oficina del doctor
Jacques Rogozinski, quien ese momento despachaba como director general
de Nacional Financiera. Me sorprendió la llamada porque el funcionario
me invitaba un café en su oficina de la avenida de Insurgentes. Acepté y
acudí a la reunión. ¡Vaya coincidencia!
Rogozinski me convocaba
para tratar el mismo tema. Entendí que entre él y Slim fluía una
comunicación después de tantos años. Rogozinski tuvo a su cargo la
responsabilidad de privatizar todas las empresas del gobierno en el
sexenio de Salinas. Telmex, la joya de la corona, fue entregada a Slim y
de ahí en adelante el magnate se convertiría en el hombre más adinerado
de México y uno de los ricos y poderosos del mundo.
Los dos se
dieron a la tarea de impugnar el trabajo de los afamados investigadores.
Rogozinski los demandó y confió en que usó dinero de sus propios
bolsillos para pagar a los abogados que llevaron el juicio. Slim, por su
parte, recurrió a su poder para presentar su inconformidad ante las
máximas autoridades de Harvard y el MIT, instituciones de las que él es
benefactor, gracias a sus donaciones millonarias.
El primer año de
Telmex en manos de Slim le generó ganancias cercanas a 8 billones de
pesos. Una megafortuna con la que pudo haber comprado en ese momento los
cinco principales bancos de México.
Rogozinski quien vive en
Washington y trabaja como consultor del Banco Mundial nunca fue llamado a
rendir cuentas sobre la privatización. Slim se hizo inmensamente ricos y
ahora su imperio se extiende a más de 30 países, en América Latina,
Europa y Estados Unidos.
Después de 30 años de las privatizaciones y
del rescate bancario (Fobaproa), México arrastra una enorme crisis que
le impide avanzar.
Desde el gobierno de López Portillo con la
expropiación de los bancos comenzó la tragedia de los mexicanos. Los
únicos que han ganado desde entonces son una élite de empresarios.
Muchos de estos conspicuos personajes son los que ahora rodean al
presidente Obrador. Uno de ellos, Alfonso Romo es su jefe de gabinete,
otros más son parte de su “Consejo Asesor” como los Hank, Salinas Pliego
y Azcárraga.
Slim ahora hace negocios multimillonarios de la mano del gobierno con las vacunas contra el coronavirus.
Hacer un cambio estructural como propone Obrador con su cuarta
transformación es una utopía. Al tabasqueño le importa disfrutar del
poder, gozar de los privilegios que le otorga ese poder. En su radar no
existe un verdadero proyecto para transformar verdaderamente al país, al
final se trata de un simple juego en el que pocos ganan y muchos
pierden.
Obrador está acotado por los poderes fácticos, lo sabe pero voltea para otro lado.
Lo suyo es la arena política, las disputas y el ajuste de cuentas con
sus críticos, la prensa, los intelectuales, los grupos políticos.
Los problemas de fondo que mantienen en vilo al país no le interesan.
Su frase de “Por el bien de todos, primero los pobres”, es sólo un slogan de campaña.
El narco, la pandemia y la pobreza, son “pelillos a la mar”. Obrador
sueña y vive para la política populachera, es un caudillo, tal vez el
último caudillo en la historia del país.
Mientras tanto, Slim y sus
contlapaches seguirán enriqueciéndose a la sombra del poder gracias a
sus contactos políticos, tal y como lo señalan Acemoglu y Robinson en su
libro Por qué fracasan los países.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario