JOSÉ MARTÍNEZ M.*
México vive en la orfandad y la soledad. Como nunca antes el país experimenta una de sus mayores crisis. Estamos en una encrucijada. En un cruce de caminos ¿hacia dónde vamos? A ciencia cierta no lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que experimentamos un resquebrajamiento político. Todos los partidos, sin excepción, están en decadencia. Es la consecuencia de la partidocracia y la ausencia de auténticos liderazgos.
Ahora nueve gobernadores de extracción panista formaron un bloque para un nuevo pacto fiscal como un primer paso en busca de un nuevo equilibrio de poderes. Cargado de simbolismos el nuevo frente Anti-Amlo de los gobernadores es la respuesta a la concentración de poder que venía ejerciendo el presidente Obrador.
El riesgo es la balcanización política. La división del país en términos políticos que describen el proceso de fragmentación por la hostilidad conque se ha conducido el presidente Obrador en sus discursos.
¿Qué sigue? Esa es una pregunta que todos nos hacemos y que merece una respuesta del Presidente. Es cierto, se equivocó desde el principio, pues en lugar de llamar a la concordia se inclinó por la confrontación y ahí están estos primeros resultados de lucha de poderes. Obrador tiene un reto difícil para lograr una verdadera gobernabilidad. Vivimos uno de los sexenios más complicados por la impericia de un Presidente obstinado por tratar de erigirse en el poder de los poderes. Ofreció tanto y no ha cumplido en nada. Ahora falta que surja la rebelión de los empresarios y otros poderes fácticos, los medios de comunicación son una parte, habrá que incluir a los grupos de presión.
Durante décadas vivimos en el engaño. Cada seis años la elección presidencial se convertía en un rito. Una y otra vez se nos prometió el paraíso. Así pasó con la larga estadía del PRI en el poder y luego con la alternancia del PAN. Después apareció el PRD con la promesa de una esperanza y terminó por descomponerse hasta llegar con Morena, donde el componente fue la suma de todos esos partidos. Lo malo es que Morena nació corrupto y con un caudillo al frente que se siente un iluminado.
Los partidos que emergieron con la reforma política lo hicieron como parcelas de poder. Lo peor es que tenemos un Presidente anclado en el pasado, con un lenguaje político que no corresponde a nuestra realidad. Un político aldeano que divide al país y sus habitantes en liberales y conservadores. Un presidente que no sabe llevar la batuta, con colaboradores que tratan de interpretar la partitura pero que ni siquiera saben afinar sus instrumentos. Al final todo es un caos y en medio de éste un director de orquesta que se siente un virtuoso de todos los instrumentos y que al final ha ofrecido un pésimo concierto. Y en lugar del aplauso le exigen la devolución de las entradas.
Al final tenemos un pésimo Presidente con pésimos colaboradores y una administración con pésimos resultados.
Enfrentamos no sólo una crisis sanitaria sin precedente, padecemos la peor crisis económica en décadas, sufrimos una severa crisis de violencia, crimen organizado y seguridad pública, atravesamos una crisis política aderezada por la corrupción y la impunidad y lo peor una crisis de liderazgo. Como en las monarquías, el rey reina pero no gobierna. Un Presidente que usa recursos públicos para neutralizar a las masas con dádivas. La manipulación de la asistencia social en todo su esplendor.
A estas alturas del incipiente siglo XXI la única salida posible a la crisis política es el empoderamiento de los ciudadanos. La sociedad civil nació como consecuencia de una tragedia, con los terremotos de 1985 y ahora ha reaparecido, en medio del caos, en las redes sociales. Grupos emergentes que con desesperación buscan frenar las atrocidades de un gobierno sin brújula e incapaz de dar respuestas a los reclamos sociales.
Es cierto, tenemos una democracia joven. El gobierno tuvo siempre el control de los procesos electorales. Mucho antes de la reforma política de 1977 el sistema político se regía por el PRI y sus partidos satélites. Los comicios presidenciales de 1988 fueron unas elecciones de Estado y Manuel Bartlett fue el encargado del fraude para prolongar la estancia del PRI en el poder por otros dos sexenios y fue altamente recompensado. Después de esas elecciones, en 1990 como resultado de las Reformas realizadas a la Constitución en materia electoral, el Congreso de la Unión expidió el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) y ordenó la creación del Instituto Federal Electoral (IFE), a fin de contar con una institución imparcial que diera certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales.
Pero con esa reforma surgió también la partidocracia. Para obtener mayores recursos, los partidos inflaron sus padrones electorales. Lo real es que ningún partido tiene un verdadero registro de militantes. Todos hablan de millones de militantes como si viviéramos en una sociedad politizada con un alto grado de cultura política. Falso.
Lo podemos percibir incluso en las redes sociales donde los partidos políticos tienen sus grupos de simpatizantes interactuando y recurriendo a los bots. Regularmente los partidos recurren a programas informáticos para lanzar ataques masivos contra sus adversarios o contra sus críticos.
En las redes sociales, además podemos percibir la falta de la cultura política de quienes interactúan. No hay diferencia entre unos y otros. Abundan las expresiones de descalificación y agresión de manera constante. No hay reflexión ni aportación de ideas. Es simplemente una guerra de descalificaciones que nos revela nuestro analfabetismo político.
Las redes sociales son un instrumento excepcional de comunicación política pero no se les otorga esa importancia. Podrían ser un instrumento de presión política para poner frente a las cuerdas a los gobernantes.
Ante la partidocracia, los grupos emergentes, que poco a poco van tomando cuerpo, pudieran acudir a las redes sociales como un instrumento inteligente de participación ciudadana de la sociedad civil, de donde deberían surgir nuevos liderazgos políticos encabezados por un grupo de notables con representaciones en cada uno de los estados del país y así trabajar mediante objetivos y resultados, puesto que ahora el movimiento anti-obradorista cada vez más se extiende a diferentes actores políticos y sectores económicos y sociales.
En medio de las disputas de poder, están los ciudadanos y los partidos necesitan de una sociedad política fuerte y activa para consolidar nuestra incipiente democracia.
*José Martínez M. Periodista y escritor.
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