miércoles, 20 de mayo de 2020

Contracolumna: OBRADOR, ENTRE EL FASCISMO Y LA OCLOCRACIA




JOSÉ MARTINEZ M.

¿Cómo pasará Obrador a la historia?
Ese es el dilema de Obrador. Él se sueña en un lienzo al lado de los héroes de la Patria. Pero Obrador ignora que la historia no la hace un solo hombre. La verdadera historia la hacen los pueblos.
Sería un despropósito de su parte pretender convertir a México en una Venezuela, pero aunque suene a una mafufada hay quienes alientan al tabasqueño. Uno de ellos es el dominicano Héctor Díaz Polanco quien ocupa un alto cargo en la directiva nacional de Morena.
Díaz Polanco es el presidente de la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de Morena y es uno de los responsables del adoctrinamiento de las “camisas guindas” del lopezobradorismo.

Un video en el siguiente enlace (https://www.youtube.com/watch?v=izocG1gsltA) demuestra la pretensión de este conspicuo personaje quien conspira desde el poder para “integrar” a México a la “revolución bolivariana”.


Díaz Polanco y Alfonso Ramírez Cuéllar, quien ocupa interinamente la dirección nacional de Morena, fueron quienes urdieron la marranada, no se le puede llamar de otra manera, de que se faculte al Inegi para “supervisar” el patrimonio familiar de los mexicanos.
Ramírez Cuéllar amenaza con presentar la propuesta como una iniciativa de ley una vez que regrese a su curul en la Cámara de Diputados. El borrador del mencionado engendro mereció un amplio rechazó social y político. Al presidente Obrador no le quedó más opción que recular porque tenía pleno conocimiento de ese documento.
Desde la irrupción de Morena en el poder, el gobierno ha llevado a cabo una demolición del sistema económico y pretende ampliarlo a todo el sistema político. Los cambios constitucionales, incluida la reelección de los legisladores y la consulta de la revocación del mando forman parte de esas aspiraciones encaminadas a establecer un Estado fascista disfrazado de un régimen populista.
No debemos permanecer indiferentes ante las asechanzas que todos tenemos a la vista. Por un lado, la actitud totalitaria con la que se conduce Obrador. El conflicto que mantiene con la prensa es una prueba de ello. En lo económico se ha manifestado groseramente contra los inversionistas, primero fue lo del aeropuerto, luego lo de una compañía cervecera en Mexicali hasta llegar a cuestionar el rescate de la banca internacional a los empresarios mexicanos por la crisis económica derivada de la pandemia y ahora las restricciones en el sector energético.
Otro rasgo que caracteriza a su gobierno bonapartista es la tendencia autoritaria de su comportamiento como líder político del país y el apoyo en que se basa para la toma de decisiones en consultas plebiscitarias para “legitimar” sus acciones de gobierno.
Realmente Obrador es un galimatías político.
No es de izquierda ni lo será jamás. La izquierda en México (lo poco o nada que existía de ella), sucumbió desde los inicios de la pasada década de los ochenta. Muchos “comunistas” aventaron la toalla antes del derrumbe del muro de Berlín. Una izquierda nylon, sin ideólogos y sin cabeza, que terminó absorbida por el ala nacionalista del PRI con el surgimiento de la Corriente Democratizadora que encabezó Cuauhtémoc Cárdenas, quien tampoco jamás militó en la izquierda.
Obrador proviene de las filas priistas más inclinadas al populismo que a la izquierda. Vaya, Obrador no se tomó el tiempo de aprender el abc del marxismo comenzando por el 18 Brumario de Luis Bonaparte.
En esa confusión mental y política, Obrador está más identificado con una oclocracia bajo falsas promesas de repartir bienes y ejercer justicia.
El champurrado de ideologías que componen a Morena y por tanto al gobierno de Obrador han incurrido en la degradación de nuestra democracia con sus defectos y sus virtudes. La de Obrador es una “mala democracia”. De ahí al despotismo hay solo un paso.
A un año y medio de su gobierno hemos atestiguado la decadencia de su gobierno mientras se refocila criticando al antiguo régimen priista y al fracaso de los panistas de la alternancia.
Obrador aún desde el poder ha puesto de manifiesto su menosprecio por la ley y su gobierno se rige por lo que digan las muchedumbres.
Lo hemos visto con sus consultas patitos para decidir sobre los destinos del Aeropuerto o del Tren Maya o para cerrar una empresa con inversión extranjera a punto de entrar a operar.
Como lo escribió en su ensayo sobre la oclocracia el politólogo Mario Arriagada Cuadriello:
“Los tipos impuros (los degradados) suelen ser más reales que los puros (¿por qué no nos molesta describir una aristocracia como oligárquica o a algunas monarquías árabes como tiránicas?). Pareciese que hoy los demagogos oclócratas nos han convencido a las multitudes que lo nuestro es puro y se llama democracia y nada más; cuando lo cierto es que el populacho al que pertenecemos está siendo víctima de la demagogia y de un típico y triste caso de borreguismo multitudinario o, como se dice más formalmente, de ‘conformidad grupal’”.
Nos guste o no, los mexicanos estamos a la mitad de una tormenta a bordo de un barco sin un capitán que atienda el timón mientras los pasajeros contemplan, algunos apacibles y otros entre horrorizados e indignados, cómo vamos directo a un choque contra un témpano de hielo.
El capitán y su equipo emborrachados de poder, en tanto, se regocijan festejando que son unos chingones, una camarilla de politicastros que ignoran que el barco corre el riego de chocar e irse a pique.

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