JOSÉ
MARTÍNEZ M.
Como
periodista he practicado uno de los deportes más peligrosos en México: la
cacería de Dinosaurios. Es un ejercicio consciente que corre sus riesgos. En mi
jardín han pastado de diferentes especies. Para sorpresa de los estudiosos en
la paleontología política, en nuestro país sobreviven algunos especímenes que
ni siquiera tiene el Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos
(Fox dixit).
No
solo los expertos de la Institución Smithsoniana están sorprendidos. En las
principales universidades de ese país hay académicos especializados en el
estudio de nuestros dinosaurios políticos. Uno de ellos es el prestigiado
mexicanólogo Peter H. Smith, al que conocí en México hace muchos años cuando le
realicé una entrevista en El Colegio de México y a quien después visité un par
de veces a principios de los noventa en su cubículo de la Universidad de
California en San Diego, de la que es profesor emérito de Ciencia Política.
Lo
consulté cuando escribía mi libro Las enseñanzas del Profesor (Indagación de
Carlos Hank González, editorial Océano, marzo 2000). En una de nuestras charlas
salió a relucir el nombre de Manuel Bartlett Díaz, en esos años apuntaban hacia
él severos señalamientos por el asesinato del periodista Manuel Buendía.
El
doctor Smith es autor de un libro de culto para los estudiosos de la política
mexicana: Los laberintos del poder, en el que aborda metodológicamente el
reclutamiento de las élites políticas desde el Porfiriato hasta los tiempos del
presidente Luis Echeverría. El investigador dedicó diez años de su vida a
desentrañar las telarañas de nuestro sistema político.
No
es curiosidad ni coincidencia pero otro mexicanólogo que seguía las coordenadas
de Bartlett era George Grayson, recién fallecido en 2015. Grayson fue un
reputado académico del College William and Mary donde impartió cátedra a
estudiantes de innumerables generaciones durante varias décadas.
Conocí
a Grayson por un tema: Carlos Slim Helú. Se interesó en mi trabajo sobre el
magnate y fue un feroz crítico de éste. Fue de los primeros en hablar de
Slimlandia, por el control de Slim sobre la economía mexicana. El académico e
investigador de la política mexicana fue un severo crítico de Obrador. Publicó
el libro titulado Mesías Político, una biografía crítica sobre el tabasqueño del
que decía “no es de izquierda ni de derecha”, es un populista que maneja una
ideología que se parece más a los presidentes priistas de las décadas de los
sesenta y setenta.
Como
Smith, Grayson consideraba a Bartlett como un político potencialmente peligroso
y una amenaza para el país por sus presuntas conexiones con la narcopolítica.
Obrador ha puesto a Bartlett sobre un pedestal, le ha rendido homenaje en las
mañaneras. Obrador es la tapadera de Bartlett, no hay otra cosa. Así de
sencillo. Recordemos que la complicidad une más que la sangre.
El
Observatorio Geopolítico de las Drogas, con sede en París, y la agencia
antidrogas del Departamento de Justicia de Estados Unidos (DEA), pusieron a
Bartlett bajo su lupa desde mediados de los ochenta tras los asesinatos del
periodista Manuel Buendía y el agente antinarcóticos estadounidense Enrique
Camarena. Los presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo lo defendieron a
capa y espada de los señalamientos en su contra por la justicia de Estados
Unidos. Era obvio: Bartlett fue el héroe que permitió la sobrevivencia del PRI
en el poder tras los polémicos resultados de las elecciones presidenciales de
1988 que le dieron el triunfo a Salinas, tras el mítico fraude electoral de la
caída del sistema cometido por Bartlett en detrimento de Cuauhtémoc Cárdenas.
El
periodista Miguel Ángel Granados Chapa documentó en su libro titulado Buendía.
El primer asesinato de la narcopolítica en México, importantes pistas que
conducen a Bartlett en su complicidad con el exdirector de la DFS José Antonio
Zorrilla Pérez, castigado con más de 30 años de prisión por el crimen de
Buendía. Bartlett siempre negó una relación de amistad con Zorrilla, refirió
una y otra vez que entre ambos todo se circunscribía al plano institucional.
Falso.
A
Granados Chapa no le alcanzó tiempo para profundizar aún más en la presunta
responsabilidad de Bartlett en el crimen contra Buendía. Si se reabre el
expediente de este caso Bartlett quedaría al descubierto en su relación con
Zorrilla, amistad que el siempre negó. El primer empleo de Bartlett en la
política fue como secretario auxiliar de Jorge Rojo Gómez en 1962 cuando el
hidalguense lideraba la Confederación Nacional Campesina y entonces José
Antonio Zorrilla Pérez fungía como líder nacional de las juventudes campesinas
del PRI.
Desde
esos años venía la relación Bartlett-Zorrilla. Y curiosamente Zorrilla apareció
lo mismo en las amenazas contra la revista Proceso de Julio Scherer y el
asesinato de Buendía, cuando Bartlett era el poderoso e intocable secretario de
Gobernación en el sexenio de Miguel de la Madrid. Con Obrador nuevamente
Bartlett aparece en el centro del escándalo que lo involucra, de alguna manera,
en negocios familiares con el gobierno y actos de corrupción. Eso nos demuestra
que Bartlett tiene más vida que un gato. Es un sobreviviente del parque
jurásico priista, ahora reivindicado por Obrador como un prócer de la cuatroté.
En
términos coloquiales Bartlett es un político con raíces de prehistoria
política. Su bisabuelo materno fue Manuel Díaz Mirón, un militar que halló
refugió en el periodismo y que aprovechó esa circunstancia para fungir como
gobernador temporal en Veracruz. Su abuelo fue el poeta Salvador Díaz Mirón,
cuyos restos reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres, pero también hay
que acotar que el vate Díaz Mirón fue un personaje rijoso y conflictivo
involucrado en varios duelos a muerte. En uno de ellos perdió un brazo al
quedar inmovilizado por un balazo tras una riña con Martín López por los
insultos a una dama.
Al
final, el célebre poeta, quien también fue periodista, era una persona culta
pero al mismo tiempo vulgar. Díaz Mirón pisó la prisión y quedó a deber varias
muertes. De ahí viene el carácter hosco y valentonado de Manuel Bartlett Díaz,
cuyo padre fue ministro de la Suprema Corte y gobernador de Tabasco quien fue
obligado a abandonar el cargo por reprimir a estudiantes universitarios que
protestaron por el aumento al transporte público.
Bartlett
proviene, pues, de una familia ligada al periodismo, la cultura y la bohemia.
Su madre Isabel Díaz Castilla era parte de la familia de unos famosos cantantes
de principios del siglo XX, los Cuates Castilla (Miguel Ángel y José Ángel Díaz
Mirón y González de Castilla). Ahora Bartlett concluye su trayectoria política
bajo la protección y complicidad del presidente Obrador, al que pone como un
ejemplo de la Casa de las Virtudes. Quizás Bartlett sueña con ocupar un espacio
en la Rotonda junto a su abuelo. Al menos tiene la bendición presidencial como
la tuvo con el PRI durante la mayor parte de su vida.
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