martes, 28 de abril de 2020

PROCESO A OBRADOR


JOSÉ MARTÍNEZ M.
 
En junio del año 2000 Luis Echeverría Álvarez me recibió en su casona de San Jerónimo. Fue el primero de varios encuentros. El expresidente fue el conducto para que José López Portillo también me recibiera en la residencia de su hermana Margarita, en las Lomas de Chapultepec. El tema con ambos expresidentes fue: Julio Scherer García. El veterano periodista Raymundo Vega, corresponsal en Puebla de Excélsior en los tiempos de Scherer, fue el conducto para que el entonces senador Germán Sierra Sánchez –ahijado de Echeverría– le planteara al expresidente que yo buscaba una entrevista para tratar el tema de Scherer con motivo de un libro que preparaba sobre el santón del periodismo. El año anterior había fallecido la compañera de toda la vida de Echeverría, doña María Esther Zuno. El expresidente seguía con una intensa actividad convocando todos los lunes a su mesa a un grupo importante de políticos. Su capacidad de convocatoria era evidente. Echeverría me recibió gracias a los oficios de Germán Sierra. El senador era nieto del general Rodolfo Sánchez Taboada a quien atribuyeron dar el tiro de gracia al general Emiliano Zapata, aquel fatídico 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca, Morelos, en el encuentro del Caudillo del Sur con el coronel Jesús Guajardo, a las órdenes del general Pablo González y de Venustiano Carranza. Sánchez Taboada entonces era un militar de menor rango. Sánchez Taboada abandonó los estudios para formarse en la milicia durante la Revolución. Alcanzó el rango de general por sus acciones en armas y llegó a presidir el PRI en 1946 durante la etapa en que los militares controlaban el partido, hasta el final el sexenio de López Mateos con el general Germán Corona del Rosal. El primer empleo de Echeverría fue a los 22 años como secretario particular de Sánchez Taboada en el PRI. Así que la relación de Echeverría con los Sánchez era tan añeja y profunda que un favor al senador Germán Sierra Sánchez no se lo podía negar. Así fue posible mi entrevista con Echeverría para el tema de Julio Scherer. Después de varios encuentros le solicité al licenciado Echeverría su intervención para que el expresidente López Portillo me recibiera. Y así ocurrió. Portillo se veía muy enfermo y cansado. Fue muy amable conmigo. Eso sí, JLP me reclamó por el trato que le di en mi libro al profesor Carlos Hank González. No era para menos, le dije, recuerdo que movió la cabeza en sentido de reprobación. Con Echeverría el periodista Julio Scherer y un grupo de importantes periodistas y trabajadores sufrieron el despojo de Excélsior mediante sucias maniobras a la par de la falta de consenso de los cooperativistas hacia el grupo de Scherer. De ahí surgió la revista Proceso y luego la revista Vuelta y meses después el desaparecido periódico unomásuno, del que fui reportero. Echeverría me confió que una tarde de junio del 2000 lo visitó Scherer. El motivo: el periodista le pidió al expresidente que lo dejara todo un día sólo en su residencia, que no hubiera nadie. Scherer pretendía escribir una crónica para exorcizar sus fantasmas a partir del golpe a Excélsior. Echeverría jamás se refirió a Scherer en malos términos. A pesar de las constantes críticas al expresidente, hubo un respeto por el trabajo del periodista. De la misma forma se condujo López Portillo quien dejó escapar la frase del “yo no pago para que me peguen”, y que terminó por convertirse en la máxima de los presidentes en turno. Portillo y Scherer tenían una relación de parentesco político y aun así cada quien mantuvo su distancia. Portillo como Echeverría estuvieron siempre bajo los reflectores de Proceso de una manera crítica pero jamás hicieron berrinches en público quejándose de la línea editorial de la revista como ahora lo hace el presidente Obrador. Intolerante a la crítica, Obrador tiene mucha identificación con Manuel Bartlett. En los tiempos del gobierno de Miguel de la Madrid, Bartlett como secretario de Gobernación ordenó a su subalterno José Antonio Zorrilla Pérez, entonces director de la Federal de Seguridad, que evitara a cualquier costa la publicación de un texto que involucraba a la familia de Bartlett con una secta religiosa en Venezuela. Fue el único texto, en la historia de la revista que no se publicó. Bartlett estaba decidido a actuar hasta sus últimas consecuencias con todo lo que eso implicaba. Después, ya lo sabemos, vino el asesinato del columnista Manuel Buendía el 30 de mayo de 1984. ¡Y vaya coincidencia! Zorrilla Pérez que antes había recibido la instrucción de “encárgate de ellos” para censurar a Proceso, ahora estaba envuelto en el crimen de Buendía por el que pasaría más de 30 años en prisión. Bartlett, hoy es uno de los hombres del primer círculo del presidente Obrador. El tabasqueño que tanto alaba y presuntamente “enaltece” la figura de Scherer ahora despotrica contra Proceso. Es una vergüenza. Es inaceptable que Obrador se refiera así al hablar sin consideración de la revista que es legado del periodista más importante en la historia de México en último siglo. Y es peor aún que el hijo de Julio Scherer, quien es “consejero” de Obrador tolere y soporte que el tabasqueño se refiera así. No lo debemos permitir quienes se dignen ostentar el ejercicio del periodismo, lo suscribo con convicción por respeto a la memoria de Scherer.
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No se equivocó Scherer en llamar a Obrador, el Pejelagarto.



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