miércoles, 3 de febrero de 2021

Contracolumna • CAZADOR DE NAZIS Y DICTADORES • MIGUEL JULIO RODRÍGUEZ VILLAFAÑE


JOSÉ MARTÍNEZ M.

Miguel Julio Rodríguez Villafañe es uno de mis amigos que ha sido determinante en el oficio del periodismo. Con su amistad y la de otros amigos, me he construido a lo largo de los años. Siempre me aferro y trato de ser fiel a los amigos de verdad, a los viejos amigos. Son ellos los primeros críticos de mi trabajo y a los que correspondo con sentimientos de verdadera gratitud.
Por sus hechos, por su forma de vida, por sus principios irrenunciables, Miguel Julio no es un hombre común.
Desde hace tres decenios Miguel Julio vive modestamente. Él es de Córdoba, Argentina donde se gana la vida como Profesor de Derecho Constitucional. Es doctor en Derecho y Ciencias Sociales, ensayista y periodista.
He tenido el privilegio de compartir con él en algunos foros académicos de España y de algunos países de Latinoamérica sobre temas de derecho a la información y la libertad de expresión.
Aunque nos separan algo así como 7 mil kilómetros de distancia, nos une una cosa en común: el periodismo. Cuando nos encontramos en cualquier lugar charlamos como si el tiempo y la distancia no existieran.
Mi amigo fue ¬Juez Federal Nº 1 de Córdoba y como magistrado del poder judicial detuvo personalmente al criminal nazi Josef Franz Leo Schwammberger, uno de los cinco criminales de guerra más buscados del mundo.
Schwammberger se ocultó en Argentina. Muy joven se integró las SS y fue sindicado como criminal de guerra. Fue comandante de tres campos de concentración en la zona de Cracovia entre 1942 y 1944 donde mataba por odio, aburrimiento y placer.
En 1949 se fue a esconder a la Argentina. A pesar de la orden de su captura internacional había logrado permanecer prófugo durante casi cuatro décadas. En 1987 fue detenido en Huerta Grande, Córdoba. Tres años más tarde fue extraditado para ser juzgado por sus horrendos crímenes.
Cuando Miguel Julio lo detuvo, el nazi vivía en el barrio La Cumbre de La Plata junto a su esposa y sus dos hijos. Trabajaba en Petroquímica Sudamericana y se había nacionalizado como argentino unos años antes, en 1965, obteniendo de esa manera una Libreta de Enrolamiento cuyo número era 7.603.354 y en la que figuraba su nombre real.
Simon Wiesenthal, el cazador de nazis, lo denunció. Dijo que había sido jefe de custodia en los guetos de Kzwadow y Szamensol y comandante de los campos de Mieles y Przensyl
El mismo año en que había obtenido su nacionalización y su documento de identidad argentina, en Alemania, Simon Wiesenthal, el cazador de nazis, denunció que Schwammberger vivía en Argentina.
No obstante los crímenes cometidos por Schwammberger, los militares argentinos lo protegieron durante muchos años.
Por esa razón, Miguel Julio se negó a firmar la ley de indulto en el gobierno del presidente Saúl Menen. Fue el único 
 que se negó a firmar dicho indulto a fines de 1989 que favoreció a los responsables de graves delitos de lesa humanidad, entre ellos a los integrantes de la dictadura de la junta militar, como Jorge Rafael Videla, quien se asumió como presidente de facto de la Argentina. Sobre ello ha escrito Miguel Julio en su obra titulada "Crimen de Crímenes ¬genocidios entre 1904 y 2005¬ Memoria con Verdad y Justicia ¬ Derechos Humanos, Principios a respetar y Educación para la Paz".
La negativa de Miguel Julio a firmar el indulto a los militares le mereció amenazas de muerte y no le importó renunciar a la comodidad del oneroso salario de su cargo y a la promoción de su estatus como miembro del poder judicial.
Menen pactó diez decretos para exonerar a los militares. A dichos indultos se les conoce como leyes de impunidad. Fue hasta el año de 2003 que el Congreso declarara nulas las leyes de Punto Final y Obediencia Debida algunos y ocurrió que los jueces que fueron cómplices del poder presidencial comenzaron a declarar inconstitucionales aquellos indultos referidos a crímenes de lesa humanidad.
Me enorgullece tener un amigo así con los cojones bien puestos. Miguel Julio es un hombre de agallas y de leyes. Como juez actuó conforme a sus principios a sabiendas de que la complicidad del poder judicial y la subordinación del poder legislativo ante el Ejecutivo es una amenaza a la democracia que amenaza con devorar así mismo a un país.
Miguel Julio nos dice cómo la sociedad argentina ha demostrado su clara vocación por defender los derechos humanos consagrados por la Constitución y los pactos internacionales, incluso, manifestándose en las calles.
Él, junto con una corriente de diputados del llamado Interbloque de Cambiemos ha dado la batalla para retirar las condecoraciones que el gobierno argentino entregó en gestiones anteriores a conspicuos personajes que han violentado los derechos humanos, entre ellos Nicolás Maduro y Augusto Pinochet.
En 2013 por decisión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al dictador de Venezuela Nicolás Maduro se otorgó la condecoración del Collar de la Orden del Libertador General San Martín. Pero en 2017 mediante el Decreto 640, publicado el 10 de agosto de ese año, se le quitó a Maduro el derecho al uso de la condecoración incluso se dice, en los considerandos de la medida, la necesidad de gestionar la devolución de la distinción.
Miguel Julio ha cuestionado y sometido al escrutinio público los reconocimientos a Pinochet.
Lo paradójico respecto de lo antes referido resulta que por los decretos 500/75, 2904/76 y 868/93, se otorgó al dictador Augusto Pinochet la “Orden de Mayo al Mérito Militar al Grado de Gran Cruz”, la “Orden del Libertador San Martín” y la “Orden de Mayo al Mérito”. O sea, tres de las máximas condecoraciones que confiere el gobierno de Argentina.
Esas condecoraciones además, están hechas de oro y otros metales preciosos y tienen un valor de joya en sí mismas.
La primera fue otorgada durante el gobierno de Isabel Perón, la segunda por Jorge Rafael Videla y la última, por Carlos Menem en 1993.
Pinochet llevó adelante una dictadura caracterizada por gravísimas violaciones a los derechos humanos y fue partícipe central en el Plan Cóndor, en virtud del cual los ejércitos se coordinaban para la detención, interrogatorios con tortura, traslados entre países y desaparición o muerte de personas consideradas como supuestos subversivos.
Cuento estas amargas experiencias en la que mi amigo Miguel Julio Rodríguez Villafañe ha gastado parte de su vida en defensa de los intereses de su país.
En México por el contrario, ante los ojos de millones de compatriotas hemos atestiguado el fervor de los líderes de la cuarta transformación por los peores dictadores. La admiración del canciller Marcelo Ebrard y del presidente Obrador por conspicuos criminales es una clara señal de la pudrición política que vive el país.
En varias ocasiones el presidente Obrador ha rendido homenaje y pleitesía al dictador Benito Mussolini quien estableció un régimen totalitario y masacró a su pueblo.
Lo mismo hizo Marcelo Ebrard como jefe de gobierno de la Ciudad de México cuando hizo un homenaje a manera de reconocimiento al dictador de Azerbaiyán, Heydar Aliyev con dos monumentos dedicados, en dos sitios emblemáticos de la capital y con alto valor histórico: Paseo de la Reforma, en la entrada de Chapultepec, y la Plaza de Tlaxcoaque, en el entronque de 20 de Noviembre y Fray Servando.
Resulta paradójico que mientras en Argentina, ciudadanos como Miguel Julio luchan todos los días por dignificar la memoria de su patria, en México con la cuarta transformación sus principales gobernantes enaltecen a verdaderos sátrapas que denigran nuestra historia.

martes, 2 de febrero de 2021

Contracolumna ANABELL ÁVALOS VS UN NIDO DE SERPIENTES


JOSÉ MARTÍNEZ M.


Hay liderazgos que trascienden a los partidos políticos. Es el caso de Anabel Ávalos, candidata al gobierno de Tlaxcala.
Durante tres semanas, Anabell estuvo confinada tras haber contraído el Covid. La pesadilla de la enfermedad la pasó en compañía de sus hijos. Venció al Covid y salió fortalecida, con ánimos de dar la más dura de sus batallas políticas.
Mujer de temple, de mano firme pero de una sensibilidad política, como pocos, Anabell es ante todo una persona común que goza de un prestigio entre sus pares y los ciudadanos.
Ganó a pulso la nominación a la candidatura para gobernar Tlaxcala. Su paso por el gobierno de la capital tlaxcalteca consolidó sus aspiraciones.
Sin trampas ni arreglos bajo la mesa, como suele ocurrir en la política a la mexicana, Anabell mereció la confianza de diversos partidos que conforman una coalición integrada por el PRI, PAN, PRD y otras organizaciones locales (PAC y PS). En su partido no hubo necesidad de confrontarse con nadie, su nominación era considerada como una expresión “natural” de su reconocida trayectoria política.
A su postulación se sumaron los demás partidos en una muestra de confianza a su liderazgo. Desde luego afectó el ego de sus contrincantes. No obstante, Anabell es la candidata de la conciliación y de la unidad política de los tlaxcaltecas cuya campaña va creciendo como la espuma.
La candidatura de Anabell contrasta con el manejo político de sus contrincantes aglutinados en torno de Morena.
En Tlaxcala todos están de acuerdo en que Morena es peor que un nido de serpientes.
Para decirlo de una manera más “elegante”, Morena en Tlaxcala –como ocurre en muchas partes del país con este partido– es como una canasta de manzanas podridas.
Hasta los aprendices de políticos, incluidos los más bisoños, nada más entran en contacto con esa cosa y se contagian. Como ocurre con el ganado, los políticos de las tribus de Morena abrevan de las aguas envenenadas de ese partido.
Morena, lo hemos subrayado, una y otra vez, está hecho como las salchichas, con los desperdicios de todas las organizaciones políticas.
Tlaxcala no es la excepción.
Esa condición engrandece la figura de personalidades como Anabell Ávalos, una mujer congruente con sus ideales y sus principios que se ha mantenido aferrada al timón pese a las tormentas.
Vienen días difíciles para el país. Desde el poder, Morena se apresta a contender a lo largo y ancho del país con los peores candidatos que se recuerden.
Las elecciones están en peligro, no solo por la pandemia y el gran fracaso de la política sanitaria del gobierno de Obrador para controlar el desastre provocado por el bicho, tanto en lo económico como en lo social, sino por la injerencia del Presidente en el proceso electoral, quien es parte esencial del engranaje de una guerra sucia de baja intensidad en materia electoral con el uso ilegal del presupuesto público a través de los “superdelegados” y los batallones de “servidores de la nación”.
De ahí la importancia de los liderazgos locales como el de Anabell Ávalos que representan la unidad de sus ciudadanos frente al discurso de la división y el odio promovido desde Palacio Nacional.
En los liderazgos locales está la clave para desmantelar el aparato fascista de Morena que busca ampliar su control político.
La mayor preocupación de los ciudadanos es contar con líderes políticos confiables y no en personajes arbitrarios que asumen el poder como un auténtico botín político.
El de Obrador es un ejemplo cruel de ello. Un gobierno integrado por una caterva de políticos despreciables.
En Tlaxcala, Lorena Cuéllar quien pretende gobernar el estado es un ejemplo vivo de la corrupción. Su obsesión por el poder mantiene dividido a su partido y constituye una amenaza para la estabilidad y el desarrollo de los tlaxcaltecas.
No es fortuito que Anabell Ávalos por su prestigio candidata de la Coalición “Unidos por Tlaxcala” encabece las preferencias electorales. Desde finales de 2020 comenzó a registrar un ascenso en las preferencias electorales que la coloca en franca competición con su única y verdadera rival quien ha terminada marcada por el desprestigio social y político y quien pretendió implantar un imperio político basado en la corrupción.
Sin duda se impondrá Anabell y marcará el final del reinado de Lorena Cuéllar quien pasó los últimos años de su vida brincando como chapulín de partido en partido,
Sí los pequeños triunfos del PRI en Coahuila e Hidalgo le dieron un poco de oxígeno a ese partido, Tlaxcala se perfila como un estado que no está dispuesto a rendirse ante Morena, el partido que simboliza la decadencia política del país.
Tiene razón Obrador cuando dice que no se puede derrotar a quien no quiere morirse. Ese es el PRI y sus aliados.
La alianza “Unidos por Tlaxcala” en el mes de enero emprendió una tendencia a la alza. Y eso solo es el principio.
Al margen de las encuestas y de los datos demoscópicos del INE, la alianza “Unidos por Tlaxcala” va in crescendo al ritmo de las campañas.
Mientras tanto, en Morena todo es opacidad y mentiras. Las pugnas internas en ese partido así lo confirman. Según datos oficiales de Morena, Dulce Silva estaba mejor posicionada que Lorena Cuéllar. Bien a bien, nadie sabe a qué intereses responde Cuéllar, quien se encuentra identificada con grupos mafiosos del estado de Puebla, uno de ellos es el capitaneado por el exgobernador Tony Gali, uno de los capos de los giros negros.
Cuéllar alegó que ganó la encuesta interna del partido, pero resultó falso y enfrenta un litigio ante la autoridad electoral por sus malas maniobras, al igual que denuncias en su contra por irregularidades financieras con el manejo de recursos federales de los programas de bienestar.

viernes, 29 de enero de 2021

Contracolumna EL COVID DE SLIM JOSÉ MARTÍNEZ M.


EL COVID DE SLIM

JOSÉ MARTÍNEZ M.

Carlos Slim hoy cumple 81 años y nos demuestra que tiene más vidas que un gato.
Si alguien piensa que el Covid va a derrotar al magnate, se equivocan. Slim está un paso adelante del bicho.
En un momento me sorprendió el mensaje del heredero de la corona cuando descorrió el telón y anunció que su padre tenía el Covid. Unos días atrás Slim había perdido a su amigo Larry King por culpa del maldito Covid. Slim estaba triste y de luto.
En los últimos meses Slim había estado callado. No decía nada. Aunque aislado en su propio mundo –en medio de una atmósfera de un lujo desafiante– el Ingeniero seguía trabajando al igual que sus hijos.
Ahora el mundo se enteraba que Slim –el hombre que ocupó el pódium de los hombres más ricos de la Tierra– acudía a un hospital de beneficencia pública para atenderse el Covid.
Slim rompía el silencio al mandar un poderoso mensaje al presidente Obrador. El hombre más rico del país y uno de los más poderosos del mundo, estaba ahí, en un acto de humildad en el Instituto Nacional de Nutrición, un hospital para los pobres donde las cuotas son simbólicas.
Mientras el presidente se refugiaba en los salones lujosos de Palacio rodeado de médicos y de sus principales colaboradores del sector salud, sin haber puesto jamás un pie en un hospital desde que irrumpió la pandemia, el todopoderoso magnate aprovechaba el vacío para reivindicar a las instituciones de salud pública de la que él es uno de sus patronos.
Era un señal para indicar al presidente hacía dónde debía conducirse. Por desgracia ni Obrador ni sus colaboradores entendieron el significado de ese mensaje.
Prácticamente la relación entre Slim y el presidente está rota. Sus diferencias afloraron desde hacía muchos años antes. La cancelación del aeropuerto de Texcoco fue el detonante de su enemistad. El tema del aeropuerto derivó incluso en un drama familiar. Provocó el divorció del arquitecto Fernando Romero y Soumaya Slim.
El propio Obrador se encargó de atizar la leña cuando anunció en una de sus mañaneras la “jubilación” del ingeniero Slim.
Con sus altas y sus bajas se ha mantenido la relación política entre ambos personajes.
En diciembre pasado recibí una llamada de uno de los personajes más cercanos a Slim. Charlamos unos minutos, días después me hizo llegar una carta sobre la pésima relación del Ingeniero con el presidente.
En realidad me duele saber cómo pierde el país por estas estupideces. Las pugnas de poder son evidentes. Aún en la peor desgracia del país y enfermos los dos, cada uno en su mundo, riñen cada cual a su manera.
Slim se siente traicionado. A todas las negociaciones fallidas de su imperio con el gobierno, se suman los manejos poco transparentes del aporte de Slim a la rifa del avión presidencial y la donación de mil millones de pesos para la adquisición de las vacunas.
La atención médica a Slim en un hospital de pobres es parte de esa guerra.
No dudo que Slim haya contraído el bicho y que ahora reciba atención médica especializada. Pudo atenderse en su mansión de Las Lomas y contratar los servicios de los mejores médicos del mundo.
Sé cuán cuidadoso es Slim con su salud. En su casa y su oficina es permanente el uso de humidificadores para mantener relajado y fresco el ambiente. Me consta.
Lo cierto es su precario estado de salud. Sufre hipertensión y es diabético. Por lo tanto está entre la población de alto riesgo.
Hace treinta años Slim se sobrepuso a la muerte. En un hospital de Houston tres veces se les fue a los médicos y sobrevivió por un problema en el corazón. Años atrás en su juventud sufrió un aparatoso accidente en su motocicleta Harley- Davidson y sobrevivió.
Durante mucho tiempo compartí con el Ingeniero temas de salud hasta llegamos a intercambiar tips para combatir la diabetes. De tal suerte que lee compulsivamente todo cuanto cae en sus manos sobre esa enfermedad crónica.
Conocí a Slim cuando apenas cumplía sesenta años. Hoy justamente llega a los 81 años. Cuando lo conocí era un hombre fuerte y corpulento. Tenía unos meses de haber enviudado cuando lo comencé a tratar. Ahora lo veo cansado y hasta melancólico. Pero sigue siendo un hombre fuerte que ama la vida y que gasta cientos de millones de dólares en temas de salud, tanto en Estados Unidos como México y el resto de América Latina.
Harvard, el MIT y el Instituto Nacional de Nutrición que lleva el nombre del doctor "Salvador Zubirán", son un ejemplo de las instituciones que reciben aportaciones de Slim.
Ahora se atiende en nutrición, un hospital que para él tiene un enorme significado simbólico. Slim fue amigo personal del doctor Salvador Zubirán a quien apoyó incondicionalmente en sus investigaciones. La relación de Slim y Zubirán fue muy estrecha hasta la muerte de este en 1998. La madre de Slim, doña Linda Helú era oriunda de Chihuahua como el doctor Zubirán originario de un pueblo tarahumara (Cusihuiriachi).
Desde su infancia Slim fue amigo de Bill Richardson –el primer gobernador de origen hispano en Estados Unidos– cuya madre también era de origen chihuahuense, doña María Luisa López-Collada Márquez.
Cuando enviudó doña María Luisa, (de don William Blaine Richardson Jr., padre de Bill Richardson) contrajo nupcias con el doctor Salvador Zubirán. Slim incluso compró la casa de Cuernavaca donde María Luisa y Zubirán vivieron los últimos años de su vida.
De esto charlaba con el ingeniero Slim en muchos de nuestros encuentros hace ya algunos años.
En una de nuestras charlas largamente prolongadas después de una espléndida comida y ya en la sobremesa, Slim me contó su admiración por Zubirán y recordó cómo el doctor Zubirán se opuso firmemente ante el presidente Miguel Alemán cuando éste por sus pistolas decidió que la UNAM le entregara un Doctorado Honoris Causa al presidente Harry S. Truman. A cambio el doctor Zubirán fue víctima de una campaña de calumnias y vituperios ordenada desde lo más alto del poder.
Ahora Slim fue a un hospital de los pobres para atenderse, no tanto porque se sienta un apóstol, sino porque sentía la necesidad de mandar un mensaje al país y de manera marcada al presidente Obrador.
El presidente tenía la obligación de reivindicar a las instituciones de la salud pública, atenderse en uno de esos hospitales y desde ahí dirigir un mensaje a la nación.
A eso fue Slim al hospital de nutrición, no importa que el gobierno de Obrador le haya birlado miles de millones de pesos que el magnate donó para las vacunas.
Fue una señal desesperada de Slim para tratar de buscar un mensaje de reconciliación nacional.

miércoles, 27 de enero de 2021

Contracolumna VENCÍ AL COVID… JOSÉ MARTÍNEZ M.


VENCÍ AL COVID…

JOSÉ MARTÍNEZ M.


Es covid.
Cuando escuché el diagnóstico médico me estremecí. Pensé que en el peor de los casos pasaría a formar parte de las estadísticas como uno más de los miles y miles que cada día pierden la vida desde que comenzó la pandemia. Apenas había transcurrido la primera semana de enero y yo estaba infectado del virus. Así comenzaba el 2021. Tenía unos días de haberme dado un respiro después del peor año de mi existencia. La ilusión de que iban a mejorar las cosas se desvaneció. Mis esperanzas se esfumaron. De pronto estaba, ahí, en el infierno tan temido.
Ahora estaba yo ahí frente a mi realidad. Los hospitales de la Ciudad de México a tope y sin la menor esperanza siquiera de ocupar algún lugar en una clínica privada. Por mi condición económica provocada por la pandemia ni remotamente puedo ahora aspirar a un hospital privado. Es inaccesible. No dispongo de un seguro médico ni cuento –como millones de personas– de un carnet de acceso a ninguna institución pública de salud.
Cuando recurrí en su momento a una simple consulta en el Instituto Nacional de Nutrición ni siquiera se tomaron la molestia en atenderme para tomarme mis datos.
Ahora estaba enfermo y a la medianoche estaba yo ahí en mi cama con la saturación de oxígeno al límite con el temor de que no cayera en una oxigemia, pues una insuficiencia respiratoria podía complicar mi frágil estado de salud si en algún momento se llegaran a disparar mis niveles de glucosa. La temperatura por encima de los 39 grados al borde de los 40. Una tos seca no me dejó conciliar el sueño el día anterior. Ni siquiera me había percatado que mis sentidos del gusto y el olfato estaban ausentes. En la mañana de ese día había conducido 400 kilómetros de carretera de ida y vuelta. En el camino almorcé fuerte y todavía bebí un caballito de tequila como se hace cuando uno se quiere cortar una gripe. Entonces comenzaban los síntomas y yo ni siquiera lo sabía hasta que en la noche ¡Bingo! el Covid me tenía atrapado en sus garras.
Con más de seis décadas de existencia no estaba dispuesto a dar tregua a mi enemigo invisible, estaba decidido a dar, tal vez, la última batalla de mi existencia. Desde un año antes me había estado preparando a sabiendas de que algún día me tocaría por mucho que me estuviera cuidando y hasta escondiendo debajo de la cama.
Nadie es inmune por rico y poderoso que sea. Y menos yo, un veterano periodista que desde hace cinco lustros decidió trabajar por su cuenta ganándose la vida como un modesto escritor. Al igual que el presidente Obrador que se tomó siempre el Covid con frivolidad cayó en las garras del bicho y se atrincheró en su palacio. Lo mismo le ocurrió al magnate Carlos Slim quien tan pronto presentó los primeros síntomas se fue a atender de inmediato al hospital de nutrición, del que es uno de sus benefactores. Slim y sus temores de no querer ser el más rico del panteón.
Yo había sido advertido de que la única forma de enfrentar en su momento el bicho era reforzando mi sistema inmunológico. Para ello por lo menos me tomé una veintena de frascos de vitaminas desde que comenzó la pesadilla del Covid. Ahora había llegado la hora de hacer frente al maldito virus.
Mis hermanas Nora y Norma –quienes se encuentran en la primera línea de fuego en el combate al Covid– llegaron a mi casa a la medianoche. Yo estaba tirado en la cama con el cuerpo hecho trizas. Dolores musculares, temperatura y una tos espantosa me delataban.
Me tomaron los signos vitales: ritmo cardíaco, oxigenación, temperatura y presión arterial.
Tienes buena frecuencia respiratoria, me dijeron en un tono de alivio.
Entonces desplegaron de sus mochilas de excursionistas todos los implementos necesarios, además traían consigo un tanque de oxígeno y un aparato de ozono y una máquina portátil generadora de oxígeno. A partir de ese momento mi recámara quedó transformada en un cuarto de cuidados intensivos.
Con esos equipos y con los medicamentos necesarios Nora y Norma se han dado a la tarea de salvar muchas vidas, al menos las de cuatro centenares de pacientes de todas las edades y clases sociales que no encontraron, por diversos motivos, un lugar en un hospital para atenderse del Covid.
Nora y Norma han antepuesto su vida para salvar la vida de los demás llevando casi un año sin tregua en la primera línea de fuego del Covid.
Ahora estaba yo ahí ante ellas con mi vida como un cheque al portador.
Apenas un mes antes había dejado el estrés al que las deudas y mi precaria situación económica me habían llevado a consecuencia de los estragos financieros provocados por la pandemia. Cancelé proyectos, suspendí la escritura de un par de libros en los que venía trabajando, perdí mis ingresos como colaborador free lance y terminé vendiendo lo único de valor que tenía: mis libros. Pagué parte de mis deudas y pase las Navidades con el alma adormecida de tantas presiones, sin quejarme ni decir nada a nadie sobre mi debilitado estado de salud. Aposté la fortaleza sí se le puede llamar asíde mi sistema inmunológico al consumo desaforado de las vitaminas y a las bacanales que procuré muchas veces los fines de semana con alucinantes carnes asadas y tragos de güisqui, mezcal y tequila.
Estaba ahí ahora para pagar las facturas de tantas borracheras y el tren de grosería de los últimos años, de hacer un balance de mi vida, de llegar a pensar haber vivido sin fines, de haber estado comiendo y produciendo mierda durante los años y los años. Había llegado el momento de hacer, de modo inevitable, el recuento del trajín y la vaciedad de aquellos años todos. Ser autocrítico antes de pasar a formar parte de las estadísticas para bien o para mal.
Sabía yo que llevaba todas las perder. Con 63 años y una enfermedad crónica, la misma que mató a mi padre y a mi hermano Ismael, así que ahora estaba ahí desnudo y sin prejuicios ante el bicho más mortífero de los últimos tiempos.
La atención de mis hermanas fue más que oportuna. Comenzaron el tratamiento con anticoagulantes y una fuerte dosis de ozono vía intravenosa y rectal, aspirinas y otros medicamentos para combatir la infección. Al mismo tiempo sin ninguna concesión fui sometido a una rigurosa dieta a base de verduras y jugos verdes y nada más. Me daba igual, había perdido el apetito y ni siquiera percibía el más mínimo sabor y olor de las cosas.
Por dos semanas estuve anclado en mi cama con los síntomas y el fastidio por el encierro. Estaba secuestrado por una intermitente temperatura que combatía con compresas para tratar de estabilizarla. La fiebre era la respuesta de mi sistema inmune para defenderme del virus. Mis defensas estaban haciendo bien su trabajo, de algo servían los puños de vitaminas que día con día durante un año estuve consumiendo para prepararme para estos momentos. Las vitaminas D, C, Zinc, Omega 3, Glisina, Selenio y otras habían funcionado.
Salvo un día estuve conectado al oxígeno al 2 por ciento y dejé el aparato no tanto porque estuviera mejor sino porque una persona más enferma lo requería y mis hermanas decidieron que yo no lo requería pues mis niveles de saturación evolucionaban satisfactoriamente.
Después de dos intensas semanas y de haber cumplido su ciclo el bicho dentro mi cuerpo, mi hermana Nora me confió: “Te salvaste canijo”.
En la soledad de mi enfermedad le daba a mi alma descanso y paz con la música. El virus cansa y deja un vacío. El encierro permanente semiparaliza el cuerpo. Yo no estaba dispuesto a terminar como un tiliche, como un muñeco de trapo, sin equilibrio.
Tras superar la enfermedad, experimenté que mi voz había adquirido un tono sedante como cuando uno sube una montaña y termina agitado. Poco a poco me siento relajado y comienzo con mínimas dificultades a aporrear mi teclado.
Nora y Norma me dicen a manera de consuelo. “Vas a tomar unos días de descanso… viene tu recuperación”.
Ha pasado una semana desde entonces. Tenía unas ganas irrefrenables de escribir y contarles esta amarga experiencia.
Quizás resulte temerario decirlo, pero lo bellamente onírico sucedió: vencí al Covid.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Contracolumna • EL PEOR GOBIERNO • AMLO, EL MÁS ODIADO




JOSÉ MARTÍNEZ M.

Obrador es un presidente polémico y uno de los personajes políticos más odiados.
Como decía el clásico, “lo que se ve no se juzga”.
Obrador dice que su gobierno es el segundo mejor evaluado de todo el mundo. Se apoya en una encuesta de una empresa extranjera. Pero una mayoría de mexicanos lo detesta y hasta lo maldicen. Sus seguidores, a su vez, lo idolatran.
Todos los hombres que llegan a la cumbre del poder, sin excepción, recurren a la maquinaria de la propaganda política. Muestran un rostro diferente de su verdadera personalidad.
Todos los políticos son “asesorados” para proyectar una imagen cercana a la gente. Algunos llegan al extremo de gastar cantidades exorbitantes para generar una imagen de credibilidad y confianza.
Obrador construyó una imagen contradictoria. La esencia de su discurso fue hablar a nombre de los grupos vulnerables y promotor de los principios de la democracia.
Se asumió como el “defensor” de las libertades y el “protector” de los débiles. Todo lo que hace y todo lo que dice es en nombre del “pueblo”.
Su concepto de “pueblo” es tan abstracto que sus palabras caen en el vacío.
En nuestro país hablar en “nombre” del “pueblo” es lo más lucrativo para los políticos.
En el caso de Obrador, los recursos para las políticas públicas del bienestar social se han utilizado con propósitos electorales. El clientelismo está enfocado a las masas vulnerables.
Los candidatos de Morena a los cargos de elección del 2021 han dispuesto de recursos como jamás había ocurrido antes. Sin embargo, el manejo de presupuestos multimillonarios no es ninguna garantía de triunfo.
La ambición por el poder ha desatado una guerra interna en el partido obradorista. La imagen de Morena y la del presidente Obrador están muy deterioradas.
De hecho, a partir de diciembre comenzó a correr su tercer año de gobierno y los resultados de su gobierno son nulos. Simplemente el año que termina ha sido el peor de la historia. Ni siquiera en los periodos de guerra la economía del país había experimentado una caída de tales magnitudes. Todo ello se traduce en mayor pobreza y desempleo. Ya no digamos el nivel de los indicadores de salud.
Qué puede ofrecer un gobierno que ha fracasado social, económica y políticamente a quienes llegaron a confiar en sus promesas de bienestar.
Los resultados del gobierno obradorista son palpables.
Por fortuna las redes sociales han venido a contribuir al debate político. Cuando le favorecieron, Obrador las calificó de “benditas”, ahora que se han volcado en su contra, las considera como “malditas” y hasta ha llegado a amenazar con demandar a las compañías de Facebook y Twitter.
Ante la falta de una verdadera oposición que enriquezca nuestro sistema político, los medios son el contrapeso a los excesos de un presidente y gobierno populista con rasgos autoritarios.
Pesa más la palabra de la prensa que la de los políticos. Por eso Obrador todos los días se encarga de denostar a los medios. Incluso, el presupuesto publicitario está dirigido a las empresas mediáticas que lo respaldan. Él mismo se encarga de señalar cuál es la “buena” y la “mala” prensa.
En el contexto político actual, la comunicación ha adquirido un carácter político. Los medios se han convertido en el verdadero termómetro social de los actos del gobierno.
El mismo Obrador ha contribuido a que los medios se conviertan en actores políticos. Reforma y El Universal son un ejemplo de ello por su influencia sobre la opinión pública.
Los medios han pasado de ser meros espectadores de la política y ahora juegan un papel central sin caer en los extremos de los partidos que fijan una posición ideológica.
En las últimas décadas se ha ido construyendo una prensa más crítica, en tanto los partidos se han devaluado ante la sociedad.
En Estados Unidos, la prensa jugó un papel determinante para frenar al presidente Trump. Allá los medios están más definidos ideológicamente que en México, aunque comparten con la prensa mexicana los mismos intereses económicos.
Durante años nuestra prensa fue codependiente del sistema político. La comunicación dejó de ser un simple aditivo de la política.
Ahora junto con las redes sociales será vital en las próximas elecciones.
El presidente Obrador lo sabe perfectamente.
Como la prensa sabe que Obrador es el peor presidente que encabeza el peor de los gobiernos en nuestra historia.
El político más odiado y el más polémico. Eso se comprobará en las urnas en las próximas elecciones.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Contracolumna RÉQUIEM POR UN BOHEMIO JOSÉ MARTÍNEZ M.



JOSÉ MARTÍNEZ M.


Murió un trovador, pero su corazón seguirá latiendo en cada bohemio.
Apenas hace 13 días (7 de diciembre) cumplía 85 años y comenzaba con los estragos del coronavirus, la maldita enfermedad que le arrebató la vida como a otros millones en el mundo.
Su alma frágil de quetzal no soportó el sufrimiento. Se fue pero nos dejó un enorme e invaluable legado.
Su padre Santiago Manzanero lo inició en el arte de la música cuando apenas era un niño. Su primer empleo como músico fue en un circo tocando los timbales para amenizar el espectáculo de los malabaristas. Tenía entonces siete años y a los ocho fue inscrito por su abuela Rita Maqueiro Chi, en la escuela de bellas artes de Mérida. Anhelaba ser violinista pero la anciana cambió su modesta máquina de coser por un piano desvencijado en el que “Manzanita” comenzó sus primeros acordes hasta llegar a convertirse en un virtuoso.
Cuando alcanzó los 16 años ya era todo un profesional al lado de la orquesta de los hermanos Madariaga que encabezaba Adriano, el más viejo de esa dinastía de músicos. Lo mismo trabajó en el Grupo Tulipanes para pasar después a ocupar en un espacio en los grandes escenarios musicales.
Su paisano, el gran compositor Luis Demetrio, autor de La Puerta lo invitó a trabajar en la ciudad de México a la que arribó a los 22 años de edad, en el último tercio de la pasada década de los cincuenta.
En esos años se comenzó a gestar en la Gran Bretaña el grupo de los Beatles cuando John Lenon formó en su escuela el grupo The Quarry Men al que después se sumaron Paul McCarney y George Harrison.
Mientras los jóvenes apostaban al rock and roll, Manzanita irrumpía con su alma de bolero. Había nacido para ser bohemio. Con sus canciones escribió innumerables páginas de amor y romanticismo.
Su Maestro, Rafael de Paz fue quien le hizo su primera grabación. Para Manzanero, su Maestro fue el padre que él hubiera querido tener. De él recibió los mejores consejos en la vida.
Ya no estará entre nosotros, pero vivirá eternamente en el corazón de los enamorados y será el faro que iluminará hasta la existencia del último bohemio.
Se fue con un enorme dolor. El ecocidio de la selva maya lo perturbaba. El “tren maya” que ha provocado un daño masivo en el sureste del país lo mantenía intranquilo. Sufrió con impotencia la destrucción ambiental de los ecosistemas. Estaba decidido a utilizar su celebridad para tratar de influir en las decisiones que han afectado a un número indeterminado de comunidades mayas y de otras etnias.
Lamentablemente el tiempo no le alcanzó.
En algunas entrevistas mostró su orgullo por su ascendencia maya.
Aunque no dominaba la lengua de sus antepasados, aprendió un poco de ella para comunicarse con sus paisanos. En el alma y en la sangre llevó el sentir y el pensar de su origen.
“Siento con toda mi alma, pero en serio con toda mi alma, el no haber vivido en la época de la Conquista y echarme una docena de españoles de los que asesinaron a mucha gente de la mía”, le confió a uno de sus entrevistadores.
Los bohemios están de luto. Los más prestigiados tenores y hasta los más modestos trovadores de cantina cantaban sus canciones.
Viajero incansable que recorrió el mundo por placer, el trovador emprendió su último viaje en medio de la desdicha provocada por la pandemia.
Adiós Manzanita. Te doy las gracias porque Contigo aprendí / Que existen nuevas y mejores emociones/ A conocer un mundo nuevo de ilusiones / Que la semana tiene más de siete días / A hacer mayores mis contadas alegrías / Y a ser dichoso…

sábado, 26 de diciembre de 2020

Contracolumna EL AÑO QUE SE NOS FUE... JOSÉ MARTINEZ M.


JOSÉ MARTINEZ M.


Está por concluir uno de los años más tristes en la historia del mundo. Quizás hemos pasado los días más tristes de nuestra existencia. Experimentamos una de las peores catástrofes sanitarias. Esta crisis nos sorprendió en medio de tanta hambre, de tanta pobreza y de tanta desdicha. Como el tatuaje de un hierro ardiente, a varias generaciones, la pandemia nos acompañará como un recuerdo toda la vida.
El año de 2020 permanecerá guardado en nuestra memoria individual como el punto de arranque de nuestro destino y de nuestra historia personal.
A nuestra manera vivíamos en nuestra Arcadia, pero nuestro paraíso se convirtió en un infierno. Quizás, sin darnos cuenta, éramos sumamente felices.
Estos días de fiesta me han embargado de melancolía. Apenas en marzo me atreví a recurrir a las redes sociales como una válvula de escape a mis frustraciones. Para escapar de esa soledad aventé una botella al mar y coloqué una imagen de Cortázar con la silueta de un gato.
Sentí una irrefrenable manera de escribir. Me volqué a criticar nuestros políticos y gobernantes, responsables en gran medida de las pésimas estrategias que han dejado a decenas de miles de víctimas de la pandemia, sin omitir nuestra propia culpa al actuar con desdén ante el flagelo provocado por el virus.
Muchos llegaron al extremo de la psicosis, como una expresión de una falsa creencia de lo que aún está sucediendo.
Nos dijeron que no nos preocupáramos, que éramos una raza fuerte y resistente. Que en abril se iba a aplanar la curva y que los muertos no excederían de seis mil. Después se nos dijo que llegar a 60 mil sería una catástrofe. Oficialmente van más de 120 mil, el doble del escenario catastrófico, pero las actas de defunción en el registro civil nos indican que hay otros 200 mil muertos, por encima de los registros del comportamiento habitual en los últimos años.
Los muertos se han reducido a unas simples cifras, a formar parte de las estadísticas. Lo mismo ha ocurrido con las víctimas de las masacres y las tragedias ocurridas en las últimas décadas y que han convertido al país en un cementerio.
Ante millones de ojos en el mundo, la gente no sale de la sorpresa por todo lo que le ha sucedido en nuestro país ante la insensibilidad de un gobierno presidido por unas autoridades que hasta ahora jamás han puesto un pie en un hospital, excepto cuando se hizo una simulación para un acto de propaganda política.
Un gobierno que declaró tres días miserables de duelo por las víctimas de la pandemia, mientras el presidente rompía las reglas internas de su administración y apostaba de una manera ruin y deleznable por actos propagandísticos de campaña, llegando a tomar decisiones criminales como inundar pueblos enteros ante la amenaza del desbordamiento de una presa, mientras a otros se las arrebataba para abastecer las cuencas de nuestros vecinos del norte.
Mientras tanto, las escenas fúnebres han sido parte de nuestra vida cotidiana en el año más mortífero del último siglo.
En los albores de la primavera, las Naciones Unidas dio la voz alerta, al reconocer que enfrentábamos la peor pandemia de nuestra historia. Vimos pasar el verano y el otoño con tristeza, el invierno tocó a nuestras puertas con fiereza.
Pasamos la peor de las navidades de nuestra existencia con hospitales desbordados, sin la infraestructura ni los medicamentos necesarios, con panteones y hornos crematorios al tope. Atrás quedaron las falsas promesas de disponer de un sistema sanitario del primer mundo.
Pensar que decenas de miles de personas ya no están aquí, sin saber a qué horas sucedió su desgracia.
Hoy todo parecería una locura. El número de muertos es descomunal.
Nuestra tragedia comenzó con la muerte de un joven de 41 años que había asistido a un concierto de rock el 3 de marzo en el Palacio de los Deportes. Fue internado en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias. El 19 de marzo su cuerpo salió directo a la morgue…
Nada ha cambiado desde entonces.
En mi nostalgia invernal transcurren en mi jardín ciertos atardeceres apacibles de soledad y lejanía, con un poco de sol. De vez en cuando las bandadas de pájaros vuelan hacia el sureste y se escuchan, esporádicamente, como si provinieran de un mundo irreal. Nostalgia de aquellos mediodías cuando el tiempo parecía paralizarse sobre las ramas. La quietud es tan irreal que ni los pájaros se mueven entre el follaje.
Así se nos acaba el peor año de nuestra existencia ante la impunidad de un gobierno y su falsa estrategia. Donde reina la ambición de un hombre ávido de poder que lucra políticamente con la desgracia en un país de pobres donde el hombre piensa con el estómago ve con su desnudez y siente con su miseria.
Sólo nos cabe preguntar, ¿Y ahora quién sigue?