lunes, 13 de abril de 2020

Gatell, 15 minutos de fama





JOSÉ MARTÍNEZ M.  


Hugo López - Gatell es el político de moda. Ha borrado del escenario al Ministro de las Buenas Intenciones, Marcelo Ebrard. Los demás miembros del gabinete presidencial son simples floreros. El presidente Obrador lo rescató del ostracismo y lo puso al frente del reality show. Es la estrella del “espectáculo de la realidad”. Lo malo es que Gatell es peor que una película de Juan Orol. Tiene a su cargo el programa vespertino del Informe Diario por el Coronavirus. Este funcionario es la revelación de la Cuarta Transformación. Obrador lo vio como un diamante bruto al que podría manejar dócilmente como una marioneta. Por eso no fue extraño que otro de los “intelectuales”, bueno es un decir, del círculo cercano al Presidente haya dicho que Obrador es todo un “científico”. 
Nos referimos a John Ackerman el inefable esposo de la secretaria de la Función Pública Irma Eréndira Sandoval, la misma funcionaria que juró y perjuró que Manuel Bartlett es el más honesto y leal de los colaboradores del Presidente. Ackerman afirmó en un programa de televisión con la dramaturga Sabina Berman (quien tiene a cargo las fábulas de Palacio) que tanto el secretario de Salud, su eminencia Jorge Alcocer y el propio Gatell sólo reciben y acatan las instrucciones del presidente Obrador frente a los estragos del coronavirus. Como sea, pero Gatell es la sensación en el equipo presidencial. Este epidemiólogo vive sus 15 minutos de fama. Donde quiera que se encuentre el mismísimo Andy Warhol se debe  estar revolcando de envidia. Gatell saltó a la fama por sus respuestas estúpidas como las que ocurren generalmente en los certámenes de belleza.

 El 16 de marzo el funcionario dijo sin rubor que “casi sería mejor que (el Presidente) padeciera coronavirus, porque lo más probable es que él en lo individual, como la mayoría de las personas, se va a recuperar espontáneamente y va a quedar inmune y entonces ya nadie tendría esta inquietud sobre él”. Y aún hay más como diría el clásico. Agregó: “La fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio, en términos de una persona, un individuo que pudiera contagiar a otros. 

El presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que tiene usted o que tengo yo, y usted también hace recorridos, giras y está en la sociedad. El presidente no es una fuerza de contagio. Entonces, no, no tiene por qué ser la persona que contagie a las masas; o al revés, como lo dije antes, o al revés”. Ni Cantinflas fue tan viral como éste epidemiólogo cuyos dichos se volvieron célebres en todo el mundo. Eso se llama “carisma”. Según los sondeos Gatell es la celebridad del momento, le ha robado los reflectores a Obrador. Vendría como “anillo al dedo”, un aforismo de Monsiváis: “Lo primero que hago en las mañanas es leer las encuestas. Si no me favorecen, pido otras encuestas; si insisten en decepcionarme, llamo a un adivino”. Ni duda cabe, si en estos momentos de crisis se llevaran a cabo unas elecciones, Gatell sería el Presidente. Ya sabemos que la Cuarta Transformación es puro surrealismo. 

Lo malo es que André Bretón ya no está para certificar la ubicuidad de este emblemático personaje del obradorismo. Lo peor para Gatell es que no sabe que “un carisma nada más sustentado en la mercadotecnia dura poquísimo, casi nada”. (Monsiváis dixit). Gatell ya lo sabe. Con Calderón terminó peor que un torero en una mala faena. La corrida agotó sus tiempos y el animal se le fue vivo al corral. En el gobierno  de Calderón fue el flamante director general de Epidemiología de la Secretaría de Salud desde donde tuvo a cargo la crisis del AH1N1 en 2009, consistente en un brote de neumonía atípica durante marzo y principios de abril de ese año. No aportó información correcta y mezcló casos confirmados con casos por confirmar, lo que condujo a tomar decisiones equivocadas. Por tal motivo se tuvieron que tomar medidas radicales para contener la epidemia. Gatell fue relegado a tareas menores y siguió cobrando su sueldo sin chistar. Ahora es la estrella de la película de la Cuarta Transformación al que todos los obradoristas saludan con reverencia. Dice Gatell que el Consejo de Salubridad General determinó dar prioridad con los “ventiladores” a los pacientes jóvenes sobre los adultos mayores, o de aquellos que tengan una enfermedad crónica como diabetes e hipertensión. Es una medida selectiva totalmente malthusiana. Para Gatell esa disposición “es una adaptación de preceptos éticos fundamentales". Supongamos que Obrador se contagie del coronavirus, entonces no tendrá derecho a un ventilador porque es hipertenso, como él mismo lo ha declarado (https://www.jornada.com.mx/2020/04/11/politica/007n3pol). 

Según Gatell la orden es que durante la asignación de recursos escasos de medicina crítica NO deberán tomarse en cuenta la “afiliación política, religión, ser cabeza de familia, valor social percibido, nacionalidad o estatus migratorio, género, raza, preferencia sexual, discapacidad” del paciente. Si va hacer así, esperemos que Obrador sea congruente por una vez en su vida y se cuide y no ponga en riesgo la vida de los demás. Que quede claro, nadie es inmune ni indestructible. Por favor que Obrador ya le baje tres rayitas a su soberbia.

Efecto del virus: nuevo modelo de desarrollo o neoliberalismo







Carlos Ramirez

http://indicadorpolitico.mx
indicadorpoliticomx@gmail.com
@carlosramirezh

Los estrategas de la Cuarta Transformación debieran estar preocupados porque el impacto de la pandemia del COVID-19 en el sistema económico productivo sólo tiene dos opciones de corto plazo: la construcción de un nuevo modelo de desarrollo o la restauración del neoliberalismo porque es el único modelo que tiene los mecanismos estabilizadores.

El escenario está puesto con el registro de las expectativas del PIB para 2020: de -8% a -10%. Se trataría de una crisis inédita: la de 1977 fue de inflación devaluación que se estabilizó con las Cartas de Intención con el FMI; la de 1983 y 1986 fue por desorden en finanzas públicas e inflación fuera de control, la de 1995 fue producto del alza de tasas de interés bancarias y el impacto demoledor en bienes muebles e inmuebles de deudores de la banca y la de 2009 fue resultado del crack en empresas especuladoras de los EE.UU. 

Las únicas salidas de esas crisis estuvieron en las puertas que tenían el letrero de neoliberalismo. Y no fue muy complicado abrir esas rutas de salida porque los gobiernos de López Portillo, De la Madrid, Zedillo y Calderón se movían dentro del pensamiento neoliberal. Por lo tanto, fue cuestión de consolidar ajustes ortodoxos para enfriar las crisis y retomar el camino. La crisis económica y productiva provocada por el COVID-19 trastoca el modelo de construcción de una 4-T posneoliberal. 

El parón económico está rompiendo la estructura productiva media, pequeña y micro del sistema económico; los despidos y cierre de empresas tardarán cuando menos dos años en reactivarse; y el peor efecto estará en las cadenas productivas atadas a las exportaciones dentro del Tratado de Comercio Libre. Si las crisis son oportunidades, entonces la del COVID-19 está presentando al gobierno de López Obrador la gran posibilidad positiva de construir otro modelo de desarrollo diferente al mixto de populismoneoliberalismo 1934-2018. 

Sin embargo, su alianza estratégica con los grandes capitales monopólicos no abona nada en la expectativa del nuevo modelo de desarrollo requerido. La plutocracia que apoya al presidente de la república en estos momentos de crisis carece de influencia en el sistema productivo: Carlos Slim es beneficiario de la privatización de empresas públicas que hizo Carlos Salinas y sobre todo de la ex paraestatal Telmex, Germán Larrea sólo explota minas, Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego especulan con las señales televisivas y Salinas Pliego es un abusivo abonero masivo y Alberto Bailleres es un comerciante de tiendas de lujo. En los hechos, ninguno de ellos influye en el modo de producción industrial o agropecuario, ni determina las relaciones sociales de producción. 

Antes del impacto económico del coronavirus, México estaba fracasando en el aprovechamiento del Tratado en la configuración y fortalecimiento de empresas intermediarias: el componente nacional en la exportación vía el TCL había bajado de 45% en el 2001 a 37% en el 2018, lo que estaría avisando que México regresaba a la república maquiladora basada en la explotación de la mano de obra barata. Los empresarios que casi viven en Palacio Nacional apoyando al presidente de la república forman parte del Club de los Ricos de la revista Forbes, pero sin incidencia en las relaciones sociales de producción. Esos empresarios son los responsables asociados al modelo de desarrollo que mantiene la estructura más desigual de distribución de la riqueza; 80% de mexicanos viviendo en condiciones de restricciones de todo tipo, en tanto que sólo el 20% de personas nada en el bienestar de su riqueza especulativa. 

La crisis económica y productiva por el parón de actividades va a desarticular las precarias cadenas de producción, distribución y consumo y afectará a los ejes centrales del sistema productivo: empresarios y trabajadores. Los marxistas que pululan alrededor de la 4-T lo saben con precisión. Y por el daño a cientos de miles de micro, pequeños y medianos empresarios, la reactivación será imposible en el corto plazo. Ahí es donde se localizan las expectativas pesimistas de PIB negativo cuando menos en tres años. En las crisis anteriores hubo una salida rápida con un año de PIB negativo porque los gobiernos buscaron proteger la planta productiva y mantener parte del empleo que generaba demanda. 

Hoy no. Las empresas van a quebrar por falta de apoyo estatal, millones de trabajadores perderán sus empleos formales porque no existen mecanismos oficiales para mantener su demanda mínima y por ello la demanda efectiva que sostiene la relación producción-consumo estará rota por cuando menos dos años. Este escenario plantea el dilema posterior al virus: o nuevo modelo de desarrollo o tardar tres años en restaurar el anterior para seguir igual que al cierre de 2019.

Rescatar al PIB del crack sexenal, no salvar banqueros como en 1995


                                                     
Carlos Ramirez
http://indicadorpolitico.mx
indicadorpoliticomx@gmail.com
@carlosramirezh
Los estudiosos de la historia económica tienen claro que la estrategia anticrisis de Roosevelt de los treinta por el crack bursátil de la Bolsa de Nueva York fue para salvar al capitalismo, no para crear una política social. El new deal o nuevo trato sentó las bases más sólidas del capitalismo imperialista.

La estrategia de defender primero a los pobres no es mala, tiene mucho contenido social y tranquiliza las conciencias hasta de los más conservadores, pero en situaciones de crisis por escasez de presupuesto llevaría el modelo Balzac de la piel de zapa: cobijar a los más pobres, pero con el costo de empobrecer a los que quedarían descobijados en situación de una cobija estrecha.

El modelo social del presidente López Obrador es muy simple de entender: su primera decisión anticrisis fue para proteger a los sectores más vulnerables: ancianos, mujeres, jóvenes, niñas y niños –improductivos– y algunos grupos agropecuarios. Pero en una situación de economía cero, lo que gana un sector lo pierde otro.

El uso de los escasos presupuestos sociales para los beneficiarios del asistencialismo del Estado descuidó a los trabajadores que están perdiendo salarios y muchos hasta sus empleos y a las micro, pequeñas y medianas empresas generan el 72% del empleo y 5l 52% del PIB.

En programas anticrisis no hay gobernantes felices. Ahí es donde se tiene que aplicar la astucia del gobernante: reconocer lo inevitable de los sacrificios en un sector social para proteger a otro, de tal manera que el resultado beneficie al sector productivo laboral porque se convierte en multiplicador de riqueza. Si se protegiera a trabajadores y empresas en esta crisis del parón económico y productivo, la economía podría reanudar su actividad en el corto plazo y por tanto se dinamizaría el pago de impuestos que financian el gasto social. En cambio, si se permite el cierre de empresas y el aumento del desempleo y del subempleo en el sector informal, el ingreso fiscal sería menor.

La economía es una ciencia de pesos y contrapesos. El paquete anticrisis de 1995, por ejemplo, condujo al Fobaproa; sin embargo, la alternativa era la del quiebre de bancos y el colapso del sistema financiero. Lo malo, sin embargo, fue que el rescate de la banca se ha extendido en momentos en que los bancos tuvieron utilidades extraordinarias.

Los dilemas en economía oscilan entre la viabilidad y el desastre en situaciones en que se carecen de opciones drásticas. Salvar a los pobres siempre tranquiliza conciencias, pero al negar de apoyo al sistema económico –empresas y trabajadores– se estaría condenando a la economía a crecimientos económicos negativos en el mediano plazo. El paquete anticrisis de 1995 centró el colapso con un PIB de -6.3%, pero con una capacidad casi inmediata de recuperación: 6.7 en 1996, 6.85 en 1997, 5.16% en 1998, 2.785 en 1999 y 4.94% en 2000, para un promedio anual sexenal de 3.26%.

Apenas en el primer cuatrimestre del año se perfila un PIB anual de -8% o menos. El dilema del gobierno radica en diseñar una política anticrisis de protección a la planta productiva, con subsidios a las empresas y a los trabajadores. El parón económico fue inevitable para romper la cadena de contagios del virus Covid-19 hasta ahora durante un mes, pero posiblemente uno o dos más. Sin apoyo gubernamental, las empresas no sólo han suspendido actividades económicas, sino que muchas están ya cerrando de manera definitiva sus actividades. Las micro, pequeñas y medianas empresas carecen de fondos de emergencia para no producir y seguir pagando salarios de sus trabajadores.

La reactivación económica hacia el último trimestre del año se dará con la panta productiva que sobreviva, sin duda las empresas de los empresarios de la mafia del poder que se alinearon al gobierno lopezobradorista, pero sin los cientos de miles de unidades productivas que tuvieron que desaparecer y sin los cientos de miles de trabajadores que perdieron sus puestos de trabajo, sobre todo en el sector servicios. El daño mayor del parón económico sin apoyo del gobierno federal estará en la desarticulación de cadenas productivas y económicas.

El rescate del Fobaproa fue inevitable para impedir la quiebra del sistema financiero, pero al gobierno de Zedillo le falló la fase de la recuperación de los créditos. En los EE. UU. Obama destinó cientos de miles de millones de dólares para rescatar empresas, pero se quedó con paquetes accionarios que obligaron a las empresas a ir restituyendo lo recibido. Por ello el Fobaproa sigue pesando en el presupuesto de gasto después de 25 años: ningún gobierno priísta, panista y ahora morenista ha obligado a los bancos a asumir esas pérdidas.

La negativa gubernamental para proteger a empresas y trabajadores de la crisis del parón productivo del Covid-19 costará un PIB negativo de cuando menos tres años y bajo en los próximos diez años.

Política para dummies: La política siempre busca el camino del menor daño, no del mayor.

viernes, 10 de abril de 2020

AMLO y el coronavirus Estado-empresarios: disputa por la hegemonía


Carlos Ramírez

Toda crisis oculta disputas por el poder. La actual, en su doble dimensión salud-economía, no podía ser la excepción, aunque se trata de algo singular por la manera en que el presidente impone su estilo particular de ejercer el poder.



A lo largo de la historia del país, los mexicanos hemos sido testigos de luchas por el control de la hegemonía del Estado, muchas de las cuales condujeron a crisis --aunque otras fueron producto de éstas--, que buscaron un realineamiento de los principales actores para la conducción de la nación.

2020 no es sino otro escenario de otra lucha por el mismo objetivo, aunque también es una oportunidad para alcanzar un acuerdo para modificar el modelo de desarrollo, lejado de la confrontación neoliberalismo populismo, que encuentre un nuevo rumbo para el crecimiento del país.



De esto trata este texto, de cómo se han dado dichas confrontaciones, el resultado de el mismo, las crisis por la que ha travesado México y la manera en que se han dado los acuerdos para salir adelante, una lección que se necesita repetir en el presente.



La presentación del programa nacional de emergencia económica del presidente López Obrador el domingo 5 de abril para encarar el desafío productivo del coronavirus, encontró un ambiente negativo en redes y medios. Sin embargo, se trata de una lectura de circunstancias que es válida, pero insuficiente para entender las razones profundas que explican la confrontación: el programa de emergencia, los mensajes presidenciales y la crítica en contra exhiben el marco de referencia de una disputa por la hegemonía del Estado.


Ante la decisión de un parón productivo para romper las rutas de contagio, el escenario de una baja drástica de la actividad económica llevó al cierre temporal de empresas y al envío de trabajadores a sus casas y muchos al desempleo. El dilema presidencial quedó planteado: salvar la república con un programa de apoyo a empresas y trabajadores o salvar su proyecto político ajustando la economía para evitar el endeudamiento. El presidente López Obrador optó por el segundo camino, aunque con decisiones de usar el poco dinero fiscal en apoyos a sectores vulnerables no productivos y a las obras emblemáticas de su administración.

Este escenario fijó las coordenadas de una disputa por el programa económico anticrisis, pero con el trasfondo de una lucha entre empresarios/trabajadores y gobierno por el dominio de las decisiones.
El modelo hegemonista lo elaboró el académico Miguel Basáñez en su estudio La lucha por la hegemonía en México 1968-1980 y luego ampliado a 1968-1990 (Siglo XXI Editores). La tesis central explica que la estructura priísta-corporativa del Estado y el papel dominante de la ideología del Estado de la Revolución Mexicana tergiversaron el papel de las ideas y llevaron la disputa por el control del aparato público a un escenario diferente: “más que el gobierno del pueblo --‘democracia’--, México parece ser el caso de un gobierno de la hegemonía ideológica: ‘hegemocracia’”.
Lo que fue el modelo ideológico histórico de la Revolución Mexicana derivó en un equilibrio de intereses sectoriales y corporativos por el control del Estado, del gobierno y de sus instituciones políticas. Para Basáñez, la crisis pasó de sistémica, proyecto histórico popular y de clases a hegemónica-elitista en 1968, con el efecto del movimiento estudiantil del 68 aprovechado por élites con intereses de dominación. Desde entonces, la política en México se maneja como bloques de poder y redes de intereses.

La corporativización del PRI y de la élite gobernante y el fortalecimiento de la oposición antipriísta y del sector empresarial como grupo de poder generaron crisis como expresión de la lucha por la hegemonía del Estado.

La hegemonía es un concepto centrado por Antonio Gramsci, el ideólogo del comunismo italiano de principios del siglo XX, como una etapa más precisa del marxismo, y se refiere al control de la dirección política del Estado por una élite de intelectuales y funcionarios, una superestructura cultural encima de la clase obrera. La hegemonía parte de la fragmentación de las élites políticas hacia el interior de corrientes y de grupos fuera de sus circunstancias y la finalización del ciclo de los líderes carismáticos: los liderazgos de partidos y grupos de poder pasaron a ser coaliciones dominantes oligárquicas, con debilitamiento de ideas, proyectos y jefaturas máximas. Aunque se ha dado el caso en que esos liderazgos únicos tengan que construir hegemonías con grupos y corrientes. Es el México de López Obrador: el tabasqueño es un liderazgo personal y único que hasta ahora no ha necesitado de una hegemonía funcional sino pragmática, de sótano, aunque sus adversarios --lo busquen o coincidan en oportunidad vayan consolidando hegemonías opositoras.
La pérdida de valor de los proyectos, la dispersión de la militancia en masas informes y la fragmentación de las corrientes ideológicas han consolidado la fase de las hegemonías en dos escenarios: al interior del grupo dominante o en las oposiciones. López Obrador creó Morena como instrumento electoral para su victoria, pero ha gobernado como líder personal a partir del control de todos los recursos del Estado que antes se repartían entre organizaciones, medios y corrientes. De la hegemonía de grupos y corrientes ha pasado a la hegemonía de uno sólo: un caudillismo absolutista.

Las crisis políticas, económicas y sociales desde la ruptura del bloque obrero revolucionario cardenista en 1958 hasta la actual confrontación empresarial provocada por el coronavirus en 2020, han tenido orígenes circunstanciales, pero en su desarrollo han derivado en la disputa por la hegemonía del Estado: todas ellas han ocurrido al interior del sistema priísta y sus subsistemas opositores y pelean por el control de la dirección del Estado. Los presidentes de la república han construido hegemonías mayoritarias de López Mateos a Peña Nieto y equilibradas incluyendo los
gobiernos panistas de Fox y Calderón con espacios otorgados a la sociedad civil para evitar confrontaciones rupturistas. La hegemonía es el espacio de consenso de toma de decisiones, con reparto de poder y recursos entre una pluralidad de organizaciones, corporaciones y personas que al final de cuentas constituyen una nueva coalición gobernante de tipo pragmática.
A partir del modelo de Basáñez se pueden enlistar las crisis económicas, políticas y sociales de México que formaron parte de la disputa por la hegemonía en el periodo 1958-2020, es decir, la lucha por el control de la dirección del Estado al margen de los causes sistémicos-institucionales.
Analizado el sistema político en circunstancia de crisis en 1977, antes de Basáñez en 1981, el entonces politólogo Manuel Camacho Solís escribió en El Colegio de México una caracterización de las crisis del sistema político priísta para derivar en “nudos” de intereses muy propios de las hegemonías complicadas. En su ensayo Los nudos históricos del sistema político mexicano, Camacho definió dos tipos de crisis:



- Estamos ante un límite del sistema político cuando las instituciones políticas dejan de funcionar dentro de sus propósitos de dominación política y administración social o cuando la clase política pierde su capacidad de hacer uso de las instituciones políticas. Ello puede ocurrir por la falta de cohesión de la clase política, insuficiencia de representación de las fuerzas políticas, pérdida de legitimidad y falta de capacidad administrativa.



- Estamos ante un límite del Estado cuando el “orden” de las clases y fuerzas sociales prevalecientes pierde su capacidad para crear las máximas posibilidades para la expansión de grupo o clase en el poder o cuando una de las clases subalternas --y sus aliados-- adquiere capacidad política, intelectual y moral para imponer un nuevo “orden”.



Los modelos de Camacho y Basáñez para teorizar las crisis se complementan para explicar las desajustes y disputas por espacios de poder en el sistema en los problemas de liderazgo, control de clases y corrientes.



1.- En 1958 se dio una fuerte ruptura al interior del bloque sindical que

era parte clave del PRI por la toma de espacios de poder por militantes del

Partido Comunista Mexicano. El gobierno revolucionario de Ruiz Cortines, con el aval del candidato priísta a la presidencia Adolfo López Mateos, acudió a la represión de obreros y el encarcelamiento de líderes.



2.- De 1958 a 1964 estalló una larga serie de conflictos urbanos, campesinos, estudiantiles y de clases medias, con la organización de médicos en 1964. De 1960 a 1964 el núcleo central de la oposición dentro del sistema/régimen fue la revista Política, en cuyo seno se percibió la configuración de dos grupos dominantes: los progresistas-cardenistas impulsores del nacionalismo revolucionario y los institucionales priístas que apuntalaron la candidatura de Díaz Ordaz a la presidencia en 1963-1964. Ahí estalló una guerra de posiciones.



3.- La crisis de 1968 fue un estallido al interior del régimen priísta potenciado por el autoritarismo del presidente Díaz Ordaz. Al no representar a oposición alguna, la disputa de trasfondo fue por el dominio de un grupo en la mira de la sucesión presidencial de 1970 que se resolvería en el segundo semestre de 1969. Los estudiantes fueron liderados por el rector de la UNAM Javier Barros Sierra, un priísta que compitió con desventaja en 1963 por la candidatura presidencial del PRI que logró con facilidad el secretario de Gobernación Díaz Ordaz. En el concepto de Basáñez, el 68 fue una lucha por la hegemonía de grupos al interior del Estado priísta.



4.- La crisis de 1970 se dio también en la lucha por la hegemonía: el grupo de Echeverría derrotó al grupo de Díaz Ordaz y la salida fue un nuevo realineamiento de las políticas del Estado: del desarrollo estabilizador de la economía mixta empresarios-Estado al populismo de Estado. El nuevo grupo condujo la economía a una expansión presupuestal y de empresas del Estado, no tuvo instrumentos para absorber la crisis de precios petroleros de 1973 y aumentó el gasto público y el déficit en 1973-1976 y llevó al país a la crisis económica de 1976: inflación de 2.7% promedio anual sexenal con Díaz Ordaz y de 15% anual sexenal con Echeverría.
La expansión del Estado consolidó una nueva hegemonía dominante de políticos progresistas, contra los burócratas diazordacistas. La salida de la hegemonía echeverrista condujo a la candidatura de José López Portillo, amigo personal de la infancia del presidente saliente, más administrativista que político y por lo tanto una puerta al Estado para los neoliberales que le siguieron en su sexenio.



5.- López Portillo encaró la disputa de proyectos al arrancar su gobierno:

el populista-nacionalista de Carlos Tello Macías como secretario de Programación y Presupuesto y neoliberal del FMI liderado por Julio Rodolfo Moctezuma en la Secretaría de Hacienda. El presidente cesó a los dos y se lanzó a la búsqueda de una nueva opción intermedia: el neodesarrollismo elefantiásico a cargo del petróleo. En 1979 decidió por Miguel de la Madrid Hurtado como secretario de Programación sin atender al hecho de que se trataba de una nueva hegemonía en construcción: la tecnocrática-neoliberal encabezada por Carlos Salinas de Gortari. El espacio de definición ideológica y política de la nueva hegemonía dentro del PRI fue el Plan Global de Desarrollo 1980-1982 y la opción del mercado. El nuevo grupo de poder se alzó con la candidatura presidencial en 1981 para las elecciones de 1982 a partir de la definición de que el viejo modelo de nación de la Revolución Mexicana había llegado a su fin. La nueva hegemonía de los tecnócratas duró hasta 2018 con el arribo de López Obrador a la presidencia. López Portillo fortaleció la hegemonía del Estado con la expropiación de la banca privada en septiembre de 1982 rompiendo la columna vertebral del poder empresarial y el sector privado se salió de sus alianzas con el PRI y pasó a la lucha frontal por la alternancia en la presidencia.



6.- La disputa por la hegemonía se salió de los cauces formales y se profundizó con dos fases de crisis económica en 1983 y 1986 y la fractura en el PRI en 1987 con la salida del partido de Cuauhtémoc Cárdenas y la Corriente Democrática y la candidatura presidencial disidente de Cárdenas en 1988. La hegemonía quedó en manos del delamadridismo-salinismo y sus reformas para terminar con el Estado social, optar por el modelo de Robert Nozick de Estado mínimo, entregar la economía al mercado y subordinar el sistema productivo a las necesidades de los EE. UU. vía el Tratado de Comercio Libre. Los sectores progresistas pasaron por un camino tortuoso de fracturas y desacuerdos hasta que el liderazgo personal de López Obrador ganó la presidencia en julio de 2018 para instaurar una nueva hegemonía en el Estado.



7.- La crisis financiera de 1995 fue producto de la disputa entre Salinas y Zedillo por el control de la clase gobernante tecnocrática, es decir, por el control de la hegemonía neoliberal. En la lucha entre Salinas y Zedillo se introdujo el grupo populista sobreviviente que quiso reconstruirse al amparo de Luis Donaldo Colosio, pero sólo pudo cerrar el camino a los precandidatos tecnócratas de Zedillo --Guillermo Ortiz Martínez y José Angel Gurría Treviño-- con candados para impedirles ser candidatos a la presidencia y Zedillo prefirió entregarle el poder al PAN con la garantía de consolidar a la corriente tecnocrática neoliberal encabezada por Francisco Gil Díaz, el jefe de los Chicago boys mexicanos desde principios de los setenta y profesor adjunto de Milton Friedman en la Universidad de Chicago. El gobierno de Calderón reforzó a esa hegemonía neoliberal con Agustín Carstens en Hacienda, sacado nada menos que de la subgerencia general del FMI. Ya sin crisis, la continuidad neoliberal en Hacienda y Banco de México se reforzó en el gobierno de Enrique Peña Nieto en 2012-2018 con un paquete de reformas estructurales de carácter neoliberal.



Las crisis económicas tuvieron soluciones ortodoxas, ante presiones populistas:



1.- La de la devaluación de 1954 condujo al modelo de desarrollo estabilizador: control de la inflación, PIB de 6% promedio anual y políticas de control salarial y de demanda. Esa devaluación preparó el reinado de doce años de Antonio Ortiz Mena en Hacienda y su desarrollo estabilizador.



2.- La crisis 1973-1976 fue producto de la lucha por la hegemonía política por encima de la economía: aumento de gasto público, dominio del Estado, inflación, déficit presupuestal y PIB alto. La devaluación de agosto de 1976 terminó con el modelo de desarrollo estabilizador. El país entró en una lucha por la hegemonía de la política económica; los populistas y los neoliberales. En 1979 López Portillo entregó la política económica al grupo De la Madrid-Salinas, con el franco-mexicano Joseph Marie Córdova Montoya como el ideológico del neoliberalismo del Estado (Diez lecciones de política económica, febrero de 1991, revista nexos). De 1982 a 1994 Salinas limpió el PRI de progresistas, entregó la economía a los EE. UU., entronizó a los Chicago boys mexicanos en el gobierno y amarró las sucesiones presidenciales de 1994, 2000, 2006 y 2012 a la economía neoliberal. De 1979 al 2018 la hegemonía dominante fue la neoliberal.



3.- La crisis de 1981-1982 condujo a la disputa por el enfoque económico; luego de entregarle la economía y la candidatura a los neoliberales, el presidente López Portillo hizo un intento por regresar a la economía de Estado con la expropiación de la banca y el control generalizado de cambios, pero De la Madrid y su operador Salinas de Gortari controlaban la hegemonía neoliberal que anuló el efecto político de la expropiación
bancaria. La salida de la crisis fue un programa neoliberal de reducción del
Estado, de salvamento de las empresas y de ajuste de precios relativos que afectaron a la población.



4.- La crisis inflación-devaluación de 1983 (PIB de -3.5%) y 1986 (-3.1%) reforzó y profundizó la estrategia ortodoxa de bajar la inflación por el lado de la demandad en tres rubros: control salarial, disminución del déficit presupuestal y baja del PIB. El centro de la estrategia fue el salvamento de las empresas para permitir la reactivación económica pasada la emergencia inflacionaria (91% promedio anual de inflación en el sexenio) y devaluatoria (el peso pasó de 26 pesos por dólar al iniciar la nueva administración en diciembre de 1982 a 2 mil 300 pesos en diciembre de 1988).



5.- La estabilización económica con Salinas de Gortari aprovechó el desplome productivo del sexenio anterior, potencio la recuperación en la negociación del tratado comercial con los EE. UU. y apostó a la neoliberalización de la producción controlada por las grandes empresas.
La crisis de 1994 fue política con alto costo en tipo de cambio que quemó las reservas y la devaluación de diciembre de 1994 condujo al colapso económico de 1995: crédito de 50 mil millones de dólares de los EE.UU.,
alza del IVA, compra de créditos incobrables de la banca privada y pérdida de bienestar social; el objetivo fue salvar a las empresas para reiniciar el crecimiento en 1996.



6.- La crisis de 2009 fue financiera por la quiebra de las empresas especuladoras en los EE. UU., con un efecto de PIB negativo de -5.3% en 2009, pero con impulso 2000-2008 y luego 2010-2012 para un PIB promedio anual de 1.8%.

Los secretarios de Hacienda en las crisis definieron rumbo de pensamiento económico neoliberal de 1954 a 2018: Antonio Carrillo Flores en 1954, Antonio Ortiz Mena 1958-1970, Mario Ramón Beteta 1976, David
Ibarra Muñoz-Jesús Silva Herzog 1981-1986, Pedro Aspe Armella-Jaime Serra-Guillermo Ortiz 1994-1996 y Agustín Carstens en 2009 en Hacienda y Luis Videgaray de 2012 a 2018.
En la revisión de personajes, los economistas hacendarios de 1976 a 2018 fueron, todos, de la corriente del neoliberalismo de la Escuela de Chicago. Los jefes de los Chicago boys mexicanos han sido tres: Córdova
Montoya con Salinas, Francisco Gil Díaz con De la Madrid, Salinas, Zedillo y Fox y Carstens (de subgerente general del FMI pasó a secretario de Hacienda de Calderón y luego gobernador del Banco de México de 2010 a 2017) con Calderón. Luis Videgaray en la Hacienda de Peña Nieto se alineó a Gil Díaz y sobre todo Carstens.
Los economistas neoliberales pasaron de técnicos en las áreas de decisión de Los Pinos, Hacienda y Programación y Presupuesto a una hegemonía en el Estado: de 1973 a 2018 las decisiones fueron técnicas, a favor de la empresa privada y con sacrificio social, promotoras de la jibarización del Estado en tamaño y objetivos sociales.



De 1988 a 2018, López Obrador fue construyendo un liderazgo personal que fue anulando a otras figuras de la disidencia priísta a la que pertenecía: Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, sobre todo.

El formato de hegemonía lopezobradorista comenzó a perfilarse en el 2000 desde la jefatura de gobierno del DF, con márgenes crecientes de autonomía del neocardenismo y del perredismo. La victoria lopezobradorista en el 2018 fue personal, con Morena como estructura legal y no como inexistente partido político.
La crisis económica de 2020 con la expectativa de -8% de PIB no fue provocada por desequilibrios económicos. Inclusive, la desaceleración en 2019 con un PIB anual de -0.1% no tuvo factores internos, sino que se trató de una decisión política de reasignación del gasto productivo a programas asistencialistas para sectores vulnerables no productivos y para las tres obras sexenales --tren maya, refinería en Dos Bocas y aeropuerto en Santa Lucía--, dejando sin fondos los apoyos a la producción.
El año de 2020 abrió con los mismos enfoques asistencialistas por encima de los productivos. La crisis de la pandemia por el virus COVID-19 llevó a la decisión extrema de un parón productivo por el cierre de empresas y negocios para confinar a las personas en sus casas como forma de romper la cadena de transmisión de la enfermedad. El efecto económico fue la clausura de actividad productivas generalizadas, el cierre de negocios y la concentración de trabajadores en sus casas. Y el desmoronamiento del PIB.
El presidente López Obrador enfrentó, en consecuencia, un dilema brutal: salvar a las empresas y subsidiar el sistema productivo por los meses de parón productivo a costa de un sacrificio adicional en el nivel de vida de
las mayorías por las decisiones neoliberales de recorte de salarios, baja de PIB y alza de bienes y servicios o apoyar a los sectores vulnerables como ancianos, mujeres solas, niñas y niños y becas de jóvenes abandonando la producción. Los costos sociales de la primera opción son de sobra conocidos: el deterioro de nivel de vida por las crisis de 1954, 1976, 1981-1986, 1995 y 2009; los del segundo, de manera lamentable, son los mismos:
deterioro social de la mayoría de los mexicanos no propietarios, sólo con atención a determinados sectores muy identificados. Los destinatarios de los beneficios sociales directos no se localizaron en las indagaciones del CONEVAL --Consejo Nacional de Evaluación de Políticas Sociales--, sino por
razones políticas: ancianos, mujeres vulnerables, niños y niñas y jóvenes estudiantes.
Se trató, otra vez, de optar entre el programa de choque neoliberal o el programa de choque populista. Los dos, por desgracia, tienen altos costos productivos y sociales, sin importar que el modelo populista beneficie a sectores vulnerables porque su efecto será una baja en el papel estimulante del Estado en la economía. En todas las crisis anteriores se aplicaron programas económicos de emergencia de tipo neoliberal.
La decisión del presidente López Obrador ante la crisis del 2020 parte del desconocimiento político del papel del PIB como indicador de la producción y dedica los fondos presupuestales disponibles a sus programas asistencialistas a sectores vulnerables no productivos y a las obras insignia de su administración y niega programas de apoyo a empresas y a trabajadores afectados por el padrón productivo. En sus discursos oficiales y en sus conferencias de prensa ha sido bastante explícito en negar un programa de rescate de empresas y trabajadores con cargo a costo sociales. Las recomendaciones empresariales, de organizaciones sociales y de economistas para un programa de rescate con enfoques de reactivación productiva hacia el segundo semestre han sido rechazadas por el presidente de la república.
En el fondo, lo que está en disputa no es sólo la resistencia a la crisis por el frenón productivo y a la caída del PIB de -8% en este año, sino que la crisis ha sido colocada por el presidente López Obrador en la lucha por la hegemonía dentro del Estado y del Estado sobre la sociedad. La aplicación de un modelo de ajuste neoliberal podría, en efecto, reducir el efecto recesivo a un año, pero con mayores costos sociales y de dominación política. Por ello sus críticas severas a los empresarios de todos los niveles.
Lo malo, en todo caso, radica en el hecho de que el programa presidencial atiende a las necesidades de sectores vulnerables no productivos, a costa de abandonar a empresas y trabajadores a una especie de darwinismo de crisis porque solo sobrevivirán los más fuertes y se romperán cadenas productivas. Y los sectores vulnerables tendrán ingresos que no funcionarán como factores multiplicadores de la demanda efectiva que ayude a una reactivación más fuerte. Por sí solo el Estado y el gasto gubernamental no alcanza para reactivar la economía porque necesita del 85% de la inversión privada total.
Asimismo, la fase de conflicto de la crisis ha llevado a una lucha por la hegemonía en el Estado: López Obrador aparece como el representante del modelo populista, aunque carece de apoyo de corrientes y se centra en
su figura y liderazgo personal. En cambio, la crítica está avanzando hacia un bloque opositor plural, disperso y dominado por el círculo rojo de la crítica personal al presidente caracterizándolo como populista. La tensión
dinámica populismo-neoliberalismo está impidiendo la construcción de un programa plural de sectores diversos para neutralizar la crisis económica por la pandemia cuando menos a este año y reactivar la economía hacia el último trimestre de 2020.
López Obrador y sus críticos están desarrollando una lucha por la hegemonía del Estado y de la sociedad y no están pensando en la dimensión de la crisis, en la oportunidad para un gran acuerdo nacional a favor de un nuevo modelo de desarrollo con políticas económicas que se salgan de la dinámica neoliberalismo-populismo y para catapultar la crisis hacia la construcción de una economía con reformas estructurales que permitan una nueva fase del desarrollo. El neoliberalismo y el populismo, cada uno por su cuenta, no garantizan que la economía regrese a tasas de PIB de 6% anual sin inflación ni devaluaciones. Los dos están apostando a regresar a la normalidad anterior a la pandemia, sin entender que no era una normalidad productiva ni de crecimiento con distribución de la riqueza; y la normalidad se puede resumir en 2019: PIB de -0.1%.
La crisis puede servir para construir un nuevo consenso nacional tipo las crisis de 1954, 1976, 1983 y 1995, aunque ahora con la posibilidad de concertar un nuevo modelo de desarrollo con distribución de la riqueza.
En términos históricos, el proyecto de la Revolución Mexicana 1917-1982, de la Constitución a la expropiación de la banca que deshizo el acuerdo de economía mixta, fue posible por el funcionamiento de una gran hegemonía nacional, con una minoría opositora --10% o menos-- sin capacidad de ofrecer una alternativa al modelo de desarrollo revolucionario-posrevolucionario.
Esa hegemonía permitió el acuerdo político, el alejamiento de la violencia

de las relaciones en las élites y una tasa promedio de PIB de 6% promedio anual.



Ese acuerdo de hegemonía posrevolucionaria --en el enfoque de Basáñez-- se dio en 1968, estalló en crisis por la sucesión presidencial y el programa económico en 1976, 1982, 1988, 1994 y 2000, no generó una nueva hegemonía de bloques de poder institucionales y tuvo como invitado externo a Cárdenas en 1994 y 2000 y a López Obrador en 2006, 2012 y 2018.
La disidencia cardenista y lopezobradorista construyó una base social de apoyo no sólo de sus seguidores tradicionales, sino de disidentes de la vieja hegemonía priísta-panista que creyeron en el discurso de López Obrador; de los 30 millones de votos del 2018, López Obrador tuvo 15 millones de seguidores y de 15 millones de flotantes del viejo régimen. Cárdenas y López Obrador construyeron cada uno un pequeño boque de poder, pero no consiguieron la dimensión de hegemonía dominante mayoritaria.
En el gobierno, López Obrador ha estado trabajando para convertir su bloque de poder en una hegemonía, pero para ello ha necesitado de los grupos del viejo régimen, como Manuel Bartlett como el símbolo de esta opción. En lugar de convencer y sumar a los grupos de la vieja hegemonía PRI-PAN, los ha estado hostigando hasta la confrontación. Los sectores de la hegemonía son, por así decirlo, los sectores invisibles del viejo sistema/régimen/Estado priísta: los empresarios, los medios de comunicación, los EE. UU., los grupos sociales callejeros, los intelectuales, la oposición leal, los beneficiarios de programas sociales, la iglesia católica, los poderes fácticos legales e ilegales y la burocracia del poder, es decir: los beneficiarios del gasto gubernamental. Sin un PRI o PAN que los organice y con un López Obrador que los quiere mediatizar hasta la anulación, estos sectores invisibles operan como opositores a la construcción de la hegemonía lopezobradorista.
Las conferencias de prensa diarias del presidente López Obrador se han convertido en la arena de lucha de López Obrador y adversarios en la disputa por construir una nueva hegemonía. La idea central del presidente, a partir de su experiencia en el régimen priísta de 1975 a 1988, se basa en la urgencia de ese espacio de poder pactado entre los grupos dominantes y los bloques de poder. El saldo de 2019 podría ser leído como la dimensión de los resultados negativos para López Obrador y para los opositores. La crisis sanitaria por la llegada masiva del COVID-19 tuvo efectos colaterales severos en todos los grupos de poder y sirvió para polarizar las posiciones; López Obrador centró en el gobierno-Estado el programa de resistencia con defensa de sectores vulnerables identificados y se negó a un programa de rescate de la economía y la economía funcional ha ido que ir cerrando empresas y despidiendo trabajadores ante la negativa del Estado a un programa anticrisis. Como López Obrador controla el presupuesto –quien tiene el dinero, tiene el poder, dice una máxima funcionalista de la ciencia política--, entonces está fortaleciendo a sus sectores sociales y debilitando a sus opositores.
En este sentido, la crisis del coronavirus está construyendo un nuevo orden económico interno y, por lo tanto, una nueva hegemonía.
Paulatinamente el presidente López Obrador irá soltando ayuda a empresas, pero a condición de sumarse a su proyecto, Esa el sentido de su declaración el martes 7 de que los grandes empresarios --Calos Slim, Alberto Bailleres, Ricardo Salinas Pliego y Germán Larrea-- habrían abandonado el cubículo de la “mafia del poder” y “minoría rapaz” para acceder al paraíso del Estado benefactor lopezobradorista. La estrategia de López Obrador es que los empresarios pierdan sus asientos en el sistema de toma de decisiones políticas, económicas y sociales, se dediquen a invertir y ganar dinero y apoyen al gobierno. El Estado, sería el mensaje, ya no es ni será otra vez el consejo de administración del sector empresarial.
El nuevo orden económico interno está siendo conducido, de modo natural, a una nueva hegemonía de poder tipo Cárdenas y Echeverría, con un presidente fuerte y empresarios, sindicatos y grupos menores subordinados al presidencialismo y el Estado como el instrumento de dominación política que había destruido el neoliberalismo, como lo señalo con claridad Carlos Salinas de Gortari en 1986 como secretario de Programación y Presupuesto, al explicar las reformas de Estado del presidente Miguel de la Madrid en 1983 como una forma de regreso al Estado dominante por arriba de las relaciones de producción: “El Estado no es la arena política donde se dirimen los conflictos sociales. Hay una autonomía relativa del Estado respecto de los diversos grupos que actúan y compiten en una sociedad plural. Por ello debe rechazarse la posición reduccionista que considera que las formas del Estado varían simplemente en correspondencia con los modos de producción”.
López Obrador quiere sacar al Estado de la lucha por la hegemonía, regresar a los empresarios a producir, dejar a partidos debilitados e incapaces de alcanza el poder y movilizar a las fuerzas sociales como las bases del nuevo Estado. La nueva estructura de poder tendrá sus universos separados: el Estado conductor, el sistema productivo y las relaciones sociales de producción.



Sin embargo, en el camino que tiene cuando menos tres años de posibilidades --dos perdidos, el primero por la desaceleración y el segundo por el COVID-19--, una crisis como la del coronavirus está sirviendo como arena de lucha por la hegemonía entre neoliberales y populistas. Y como no se ven acuerdos para pactar la reconstrucción del modelo de desarrollo, entonces los escenarios para después de la pandemia son tristes: un populismo que mantenga al país en tasa de PIB de 1% máximo y un neoliberalismo improductivo y con alto costo social que nunca recuperará el 6% de PIB anual.



En este sentido, la crisis por el COVID-19 tiene tres pistas: la pandemia sanitaria que causará muchos daños sociales, la lucha por la hegemonía entre grupos de poder y la construcción de un bloque de poder lopezobradorista.



miércoles, 8 de abril de 2020

Obrador, El Quijote del Engaño





JOSÉ MARTÍNEZ M. 




Parece que fue ayer. México pudo tener un presidente llamado Cuauhtémoc Cárdenas. Fue tres veces candidato presidencial y fue despojado de su triunfo. Finalmente renunció a la vida partidista en 2014. Tenaz y ambicioso, con un pasado oscuro, Obrador se impuso mediante una puñalada por la espalda a Cárdenas.
El tabasqueño también contendió tres veces pero en la última se apropió de las bases del partido y fundó su propio movimiento con una sola ambición: ganar las elecciones a cualquier costo. Y como el dictador Porfirio Díaz, Obrador amenazó con “soltar al tigre” cuando habló en una convención de los banqueros ante los representantes del dinero, bajo la amenaza de que no controlaría a sus huestes en caso de un fraude electoral.
El líder de Morena acaudilló la irritación social de las masas por la corrupción galopante del canalla Peña Nieto y los miembros de su gabinete. En un país maltrecho por la corrupción y con un frágil sistema democrático que dio paso a la alternancia, los gobiernos del PAN (Fox y Calderón) el partido terminó devorado por la ambición de sus líderes.
Obrador quien fue linchado mediáticamente en campañas sucias como “un peligro para México”, provocó al mismo tiempo paranoia y admiración, así llegó al poder en un país dividido, pero resultó un Quijote del engaño. Obrador como Alonso Quijano –más conocido como Don Quijote de la Mancha– pelea contra molinos de viento. Cierto, no hay duda de que padece una enfermedad mental. La vida de Obrador es verdaderamente engañosa, pero el engañador, el ficticio, es él, y los traicionados, hasta ahora, hemos sido nosotros. Obrador es un político heterodoxo, no está de acuerdo con nada ni con nadie, responde a su propia doctrina política: el pragmatismo.
Quizás sea así porque jamás estudió a los filósofos griegos. Si al menos conociera el método socrático tendría bien claro el concepto moral del bien y la justicia, quizás por eso termina haciendo todo lo contrario de lo que postulaba el padre de la filosofía política y de la ética. La ‘pax narca’, es una prueba de ello.
Para Obrador, los narcos son pueblo y necesitan de apoyo humanitario. Ese falso puritanismo lo hace ver tonto o ingenuo no como un Presidente sino como un abad de alguna aldehuela monástica. No se gobierna con palabras bonitas ni con una visión rosada de la vida ni con floridas nostalgias.
Lo que necesita el Presidente es practicar un poco de gimnasia mental. Muchas de sus respuestas son evasivas e inconexas. No hay un orden de ideas en su cabeza. Sus respuestas son tardías e imprecisas. Es más fácil desprender de sus atavíos a las grandes cocottes, tan complicados con sus corsés, escudetes, enaguas, polisones, plastrones, plumas, ligas y gemas, la simple idea de desvestir a una de esas damas requiere de una costosa operación que debe ser bien programada por adelantada, o simplemente es más fácil hacer una mudanza que en lo que tarda Obrador en ofrecer una respuesta.
Ni Obrador mismo sabe para qué llegó ahí. Su gobierno (es un decir) es un auténtico galimatías. Es triste, pero esa es nuestra realidad. En Palacio Nacional reina un Quijote del engaño que desconfía hasta de su propia sombra. Ni siquiera atiende la correspondencia de sus amigos (Cárdenas, Muñoz Ledo y Dante) que se han visto forzados a hacer públicas sus cartas. Obrador cree que están envenenadas.