JOSÉ MARTÍNEZ M.
Parece que fue ayer. México pudo tener un presidente llamado Cuauhtémoc Cárdenas. Fue tres veces candidato presidencial y fue despojado de su triunfo. Finalmente renunció a la vida partidista en 2014. Tenaz y ambicioso, con un pasado oscuro, Obrador se impuso mediante una puñalada por la espalda a Cárdenas.
El tabasqueño también contendió tres veces pero en la última se apropió de las bases del partido y fundó su propio movimiento con una sola ambición: ganar las elecciones a cualquier costo. Y como el dictador Porfirio Díaz, Obrador amenazó con “soltar al tigre” cuando habló en una convención de los banqueros ante los representantes del dinero, bajo la amenaza de que no controlaría a sus huestes en caso de un fraude electoral.
El líder de Morena acaudilló la irritación social de las masas por la corrupción galopante del canalla Peña Nieto y los miembros de su gabinete. En un país maltrecho por la corrupción y con un frágil sistema democrático que dio paso a la alternancia, los gobiernos del PAN (Fox y Calderón) el partido terminó devorado por la ambición de sus líderes.
Obrador quien fue linchado mediáticamente en campañas sucias como “un peligro para México”, provocó al mismo tiempo paranoia y admiración, así llegó al poder en un país dividido, pero resultó un Quijote del engaño. Obrador como Alonso Quijano –más conocido como Don Quijote de la Mancha– pelea contra molinos de viento. Cierto, no hay duda de que padece una enfermedad mental. La vida de Obrador es verdaderamente engañosa, pero el engañador, el ficticio, es él, y los traicionados, hasta ahora, hemos sido nosotros. Obrador es un político heterodoxo, no está de acuerdo con nada ni con nadie, responde a su propia doctrina política: el pragmatismo.
Quizás sea así porque jamás estudió a los filósofos griegos. Si al menos conociera el método socrático tendría bien claro el concepto moral del bien y la justicia, quizás por eso termina haciendo todo lo contrario de lo que postulaba el padre de la filosofía política y de la ética. La ‘pax narca’, es una prueba de ello.
Para Obrador, los narcos son pueblo y necesitan de apoyo humanitario. Ese falso puritanismo lo hace ver tonto o ingenuo no como un Presidente sino como un abad de alguna aldehuela monástica. No se gobierna con palabras bonitas ni con una visión rosada de la vida ni con floridas nostalgias.
Lo que necesita el Presidente es practicar un poco de gimnasia mental. Muchas de sus respuestas son evasivas e inconexas. No hay un orden de ideas en su cabeza. Sus respuestas son tardías e imprecisas. Es más fácil desprender de sus atavíos a las grandes cocottes, tan complicados con sus corsés, escudetes, enaguas, polisones, plastrones, plumas, ligas y gemas, la simple idea de desvestir a una de esas damas requiere de una costosa operación que debe ser bien programada por adelantada, o simplemente es más fácil hacer una mudanza que en lo que tarda Obrador en ofrecer una respuesta.
Ni Obrador mismo sabe para qué llegó ahí. Su gobierno (es un decir) es un auténtico galimatías. Es triste, pero esa es nuestra realidad. En Palacio Nacional reina un Quijote del engaño que desconfía hasta de su propia sombra. Ni siquiera atiende la correspondencia de sus amigos (Cárdenas, Muñoz Ledo y Dante) que se han visto forzados a hacer públicas sus cartas. Obrador cree que están envenenadas.
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