JOSÉ MARTÍNEZ M.
La diputada Lorena Cuéllar –aspirante a la gubernatura de Tlaxcala– se siente la reencarnación del símbolo de la patria. Como en el espejo de Blanca Nieves se siente la más bonita y la más inteligente. Ya sabemos que se trata de una farsa y que recurre a promocionarse con fotografías de su añeja juventud para tratar de “vender” una imagen que no corresponde a su verdadera personalidad. Como en el cuento de marras ofrece manzanas envenenadas a todos aquellos incautos que “confían” en Morena, el partido de la corrupción.
No hace mucho, durante décadas una mujer tlaxcalteca de origen otomí y de una singular belleza, que trabajó como mesera en un bar, fue el “símbolo” de la Patria.
Fue la imagen de los libros de texto con la que numerosas generaciones de mexicanos estudiamos en las escuelas públicas.
Pero entre la imagen de María Victoria de los Reyes Dorantes Sosa –el nombre de la joven mujer que inmortalizó su belleza en la memoria colectiva de los mexicanos– y la de Lorena Cuéllar no hay la más mínima comparación. Es hasta una ofensa para la musa que inspiró a célebres artistas como Gerardo Murillo, mejor conocido como el “Dr. Atl”, Diego Rivera y Jorge González Camarena, éste último fue quien la inmortalizó en un lienzo, cuya imagen aparecía, año con año durante más de medio siglo, en las portadas de los libros de texto gratuitos.
En contraste, la imagen de Lorena Cuéllar aparece frente a los personajes más nefastos de Morena y sus aliados y uno que otro expriista. Entre ellos Gerardo Fernández Noroña, Mario Marín, mejor conocido como el gober precioso, Félix Salgado Macedonio, René Bejarano, Manuel Bartlett, Layda Sansores y un largo etcétera.
Todos estos conspicuos personajes de la llamada “cuarta transformación” –todo lo que signifique esa cosa– se sueñan en un lienzo al lado del presidente Obrador como falsos símbolos de nuestra historia.
Victoria Dorantes jamás militó en un partido político. Fue una mujer común que se ganaba la vida trabajando. Ni siquiera fue como esas mujeres de la Revolución a las que la actriz María Félix encarnó en sus películas, y a las que el cine se encargó de retratar como las “Adelitas”, vaya ni tampoco fue aprendiz de guerrillera y mucho menos una política como las de Morena que se sienten la reencarnación de la patria como Lorena Cuéllar. Victoria era la pareja de un modesto policía que trabajó como “guardespaldas” de un encumbrado político hidalguense. Ella era una muchacha común, una mesera de un bar a donde solían acudir algunos intelectuales, como el célebre Renato Leduc y renombrados artistas plásticos como los mencionados anteriormente.
En la pasada década de los sesentas el pintor Jorge González Camarena recibió la encomienda del ilustre poeta Jaime Torres Bodet –secretario de Educación Pública– de retratar a una mujer como el símbolo de la patria. Autor de las novelas de la Revolución El águila y la serpiente y La sombra del caudillo, el escritor Martín Luis Guzmán director fundador de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos y quien estaba bajo las órdenes de Torres Bodet, apresuró al pintor González Camarena en encontrar al símbolo que sintetizaría en una imagen a nuestra patria.
El símbolo que tanto se ansiaba en encontrar fue descubierto en un antro, donde Victoria Dorantes –la mujer de origen otomí– se ganaba la vida honradamente.
Nacida, hace ya un siglo, en la Hacienda de San Lucas Coaxamalucan, en el pequeño pueblo de Tetla, la joven mujer de una belleza mestiza con rasgos indígenas deslumbró a González Camarena quien hizo hasta lo imposible por convencerla para que posara como su modelo. Su esposo la respaldó plenamente, por desgracia un par de años después falleció.
A partir de entonces la imagen de Victoria Dorantes se convirtió en la compañía de millones de estudiantes de primaria. Niños que crecieron con ese símbolo de la patria y cuya imagen veían con devoción al abrir sus primeros libros educativos.
En cambio ahora, los niños y los jóvenes de Tlaxcala cuando leen los diarios impresos o digitales lo primero que ven son las notas escandalosas de una mujer envuelta en escándalos de corrupción, señalados por sus propios compañeros de partido quienes se refieren a ella como la “candidata impostora”. Lorena Cuéllar, la mujer tlaxcalteca perteneciente a una dinastía de caciques políticos que durante décadas se han apoderado del control político de Tlaxcala y que ella busca continuar por esa senda, aun pasando por encima de los cadáveres de sus compañeros de Morena.
Victoria Dorantes, la ciudadana común y corriente, que ha sido el mayor símbolo popular de la patria representada por la joven vestida de blanco, con la bandera de México y un libro entre sus manos, es recordada en Tlaxcala con devoción y nostalgia.
Ahora las falsas heroínas como Lorena Cuéllar y los falsos próceres como Andrés Manuel López Obrador se envuelven en la bandera de la corrupción como símbolos de la decadencia política que representa la llamada “cuarta transformación”.
Hoy las heroínas de la patria son Lorena Cuéllar, Beatriz Gutiérrez Müller, Claudia Sheinbaum, Dolores Padierna, Rosario Robles, Layda Sansores, Olga Sánchez Cordero, Rocío Nahle, Irma Eréndira Sandoval, Tatiana Clouthier, Layda Sansores, Citalli Hernández y Yeidckol Polenvnsky, entre otras.
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