miércoles, 2 de diciembre de 2020

Contracolumna · GOBIERNO DE LIMOSNAS · TERCER AÑO DE PESADILLA


JOSÉ MARTÍNEZ M.


En términos estrictos hoy arranca el tercer año de la cuarta trasformación. Ni los más optimistas promotores de ese proyecto político tienen argumentos para hacer un balance propositivo del proyecto obradorista.
En estos dos primeros años de su mandato, el país no ha cambiado, pero el que sí ha cambiado es Obrador.
Los días pasan y su proyecto de “transformar” al país es una simple quimera. La anhelada cuarta transformación es una ilusión producto de su imaginación.
En todo caso se trata de un menjurje de ideas políticas y económicas pero aderezadas con propósitos moralistas y sin el menor ápice de ética.
En su trasnochado discurso, en la confusión ideológica Obrador ve al país como Sodoma y Gomorra y él se asume como un personaje bíblico cuya misión es redimir a un pueblo esclavizado por el legado de la corrupción de un añejo régimen que todo lo pervirtió.
Pero resulta que Obrador es un falso apóstol. Un “charlatán”, como bien lo describió en una sola palabra Octavio Rodríguez Araujo, un reputado estudioso del pensamiento marxista que terminó desencantado de esa cosa que muchos llaman “izquierda” mexicana.
La Cuatro Te es un champurrado oscuro y espeso. A los pobres, Obrador les ha dado atole con el dedo y a los ricos también, solo que acompañado con tamales de chipilín.
El tabasqueño está acostumbrado a comprar voluntades a cambio de unos cuantos pesos. Durante años ha lucrado políticamente con la necesidad de la gente. A sus fieles devotos no les da empleo, pero ofrece dádivas, lo mismo a jóvenes que a los ancianos. Es, por decirlo de una manera vulgar, como darle maíz a los puercos.
Esa masa a la que un magnate de la televisión un día calificó como los “jodidos”, es el alma y el espíritu que le da aliento a la cuarta transformación.
Los pobres son la “base social” de su proyecto, y sobre los cimientos de esa masa descansa todo el peso de un gobierno identificado con otros intereses que no son los de los pobres, pero que Obrador con su machacante discurso todos los días trata de legitimarse.
Alguna ocasión lo dijo abiertamente en un discurso angelical la lideresa de Morena, Yeicol Polevnsky cuando con cinismo y sin escrúpulos nos hizo saber en qué consiste la visión de Morena, el partido de los pobres que ve a la masa de los jodidos como una mera clientela política. Los pobres, subrayó, son unos malagradecidos sin conciencia. Un lumpen.
“Cuando sacas a la gente de la pobreza y llegan a la clase media, se les olvida de dónde vienen”.
El mismo Obrador quien se asume como el redentor de los pobres prefirió sacrificarlos cuando ordenó inundar las partes bajas de Tabasco en el momento en que una presa amenazaba con desbordarse en medio de las lluvias que habían inundado al estado.
Su eslogan de campaña de “Por el bien de todos, primero los pobres”, fue solo una linda frase de campaña, más hueca que la jícara de un bule.
Los dos primeros años de gobierno tienen a los pobres más jodidos que nunca.
Como a los cazadores de safaris les fascina presumir a sus presas, en las campañas políticas a Obrador le gusta posar con los pobres.
La mayoría de las víctimas de la pandemia y de la violencia que azota al país son los más pobres. Sin medicinas, sin empleos y sin futuro, millones de mexicanos viven en el letargo, en una especie de adormecimiento colectivo que produce una somnolencia profunda y prolongada.
Con Obrador la pobreza se ha convertido en una enfermedad patológica.
Llegó al poder con el respaldo electoral como ningún otro de sus antecesores, con el control mayoritario del Congreso, con el apoyo del sector empresarial –a cuyos representantes maldecía– pero su ineptitud, su arrogancia y su ignorancia lo han sumido en una sombra, en un hombre solitario lleno de complejos y limitaciones, atrapado por una corte de aduladores que se han visto beneficiados por el tufo de la corrupción emanada de las cañerías de la cuarta transformación.
El símbolo de la cuarta transformación terminó corrompido por la corrupción. La corrupción hizo nido en el instituto para devolver al pueblo lo robado. Y como ayer con René Bejarano, ahora su secretario particular Alejandro Esquer resultó envuelto en líos de corrupción.
Acostumbrado a ese tufo que corroe a la política, sin distinción de partidos, Obrador simple voltea para otra parte como lo hizo con Bartlett y todo el sequito que lo rodea, incluido el general Cienfuegos o Lozoya.
Julio Scherer lo decía sin tapujos: “la mierda, se junta con la mierda”. Y en esos charcos se comienza a mover Rosario Robles para tratar de obtener su libertad. Ella, la poderosa funcionaria que tenía bajo su responsabilidad el programa de la “cruzada nacional contra el hambre”, mientras el gobierno de Peña Nieto todo era una desenfrenada bacanal.
Gatopardismo puro, los años van y los días vienen y Obrador seguirá hablando en nombre del “pueblo” porque sabe que los pobres son políticamente como el oro molido, y eso le reditúa ganancias políticas.
Dos años después el país está más dividido y atomizado.
Ojalá los pobres sepan algún día en qué consistía la bandera de la cuarta transformación.
Por ahora me quedo con un recuerdo en mi incipiente inicio como periodista, de un hombre maravilloso que se llamó Rodolfo Enrique Cabral, mejor conocido como Facundo Cabral quien contaba la siguiente anécdota: a los nueve años de edad y de vivir en medio de la pobreza más absoluta y tras una largo peregrinaje desde la Tierra del Fuego hasta la ciudad de La Plata en la provincia de Buenos Aires llegó con la idea de ver al presidente Juan Domingo Perón y a su esposa Evita, famosos entonces por su discurso en favor de los pobres, para pedirle un trabajo.
Evita se sorprendió por las palabras de aquel niño descalzo y desarrapado que no pedía limosna, sino un empleo.
Acá, Obrador y su cuarta transformación es la otra cara de la historia.

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