Carlos
Ramírez
Las elecciones
presidenciales en los EE. UU. no
muestran una lucha entre los dictadores que siguen a Trump y los democráticos
que quieren a Biden-Obama. Al final del día, los dos representan dos corrientes del mismo imperio
estadunidense que anda en busca de reorganizar
su dominación interna: la derechista de los demócratas y la puritana de los
republicanos.
Muchos
analistas mexicanos han caído en la trampa
retórica de suponer que Trump es un enemigo de la democracia y que quiere
imponer una dictadura en una nación controlada
por los intereses financieros, mediáticos, militares y corporativos y que la
pareja Biden-Obama es la salvadora
de la democracia idealizada por el vizconde de Tocqueville. Las gestiones de
Reagan y Obama demostraron que la Casa Blanca es el trono de un imperio mundial, el único hasta ahora.
La dominación de los intereses hegemónicos
sobre las élites se puede permitir el lujo
de impulsar corrientes “socialistas” como las de Bernie Sanders o Alexandria
Ocasio-Cortez que no pasan de ser
populistas tercermundistas y estatistas. El triángulo del poder en los EE. UU. tiene sus tres vértices: el Pentágono, Wall Street y los ricos y corporaciones
de Forbes y Fortune.
El error de Trump ha estado en su negativa
a someterse a los dictados de ese Estado
profundo del establishment demócrata-republicano y gobernar a partir de sus
caprichos que, por lo demás, responden a los sentimientos antiautoridad del Estado por parte de los granjeros y trabajadores
que no disfrutan de las mieles de la
riqueza y el confort. La brutalidad
policiaca contra los afroamericanos responde a la lógica del establishment demócrata-republicano y no a las huestes de Trump. Al buscar un
modelo económico que genere más empleo, salarios y bienestar, Trump aparecería
más populista, aunque lo repudian
por su estilo atrabancado de referirse a mujeres y a los migrantes.
El discurso del
miedo que ha desarrollado la
candidatura Biden-Obama contra Trump en el sentido de que va a cometer fraude,
suspendería las elecciones o de plano se negaría
a dejar la Casa Blanca si pierde estaría en la argumentación de campaña. Como
todos los presidentes en ejercicio, Trump ha hecho uso de todas las estratagemas e instrumentos de poder de la Casa
Blanca para ganar, como antes lo hicieron todos, incluyendo al John F. Kennedy
que pactó con la mafia cubana
operaciones de fraude electoral.
La victoria de
Trump en el 2016 atrapó distraído al
establishment, quienes creyeron las encuestas de la estructura de sondeos de
los grandes diarios que pertenecen a esa organización de poder ya no tan
secreto. Trump en la Casa Blanca desplazó
a los personeros del Estado-establishment y gobernó a capricho porque era la única forma de administrar el poder.
Pero en estos casi cuatro años, Trump no
se salió de la agenda imperial estadunidense. En cambio, con tal de construir
una opción, la pareja Biden-Obama está comprometiendo
una agenda progresista contraria a
los intereses dominantes del complejo militar-industrial-mediático.
Lo que hay que
entender es que los EE. UU. no
votarán entre democracia o dictadura, sino por un administrador del mismo
imperio. A Trump le critican sus frases hirientes contra migrantes, pero Obama
en sus dos periodos deportó a más de
tres millones de indocumentados hispanos y se ganó a pulso el título de Deportador
en Jefe.
La imagen nada
democrática de falta de respeto a
las instituciones democráticas la dio la demócrata Nancy Pelosi en el último
informe de gobierno de Trump cuando delante de la asamblea rompió en pedazos su copia del informe gritando ¡mentiras!, un acto
de repudio a las instituciones.
De la ahí la
importancia de fijar las elecciones estadunidenses en sus verdaderos parámetros: hay dos candidatos --Trump y Biden/Obama--
que representan al mismo imperio
explotador, invasor y racista.
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Política para dummies: La política consiste en saber identificar los
demonios.
@carlosramirezh
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