JOSÉ MARTÍNEZ M.
México está parado en tierra movediza. Es innegable que el país se
encuentra fracturado. Nos encaminamos a una de las elecciones más
importantes de las últimas décadas frente a un nuevo régimen sin
contrapesos y con partidos sin representatividad. Obrador obtuvo un
triunfo aplastante no tanto por sus ideas sino por el hartazgo de la
gente. Los partidos postularon malos candidatos y entre ellos emergió
por enésima vez Obrador con un discurso superficial y sin contenido pero
a la vez incendiario dirigido a la muchedumbre. Prometía castigar a la
“mafia del poder” y terminó rodeándose de ellos. La “rifa del avión” y
el retiro de las pensiones a los expresidentes fueron otras de sus
“ofertas”.
La impostura de un político que actúa con engaños con apariencia de verdad.
A la gente le pareció atractiva la propuesta pero en el fondo su
discurso mostraba un hueco ideológico. Formó Morena a su imagen y
semejanza con lo peor de los políticos de todas las tendencias,
incluidos representantes del Yunque y otros grupos de la ultraderecha y
personajes del clero político, entre ellos mezclados un puñado de
tránsfugas de la izquierda.
En esa campaña predominó el insulto y
las descalificaciones pero el país salió perdiendo. De 90 millones de
electores, un terció lo hizo por obrador, unos 25 millones dividieron su
voto como parte de la polarización, pero otro tanto cercano a los 35
millones se abstuvo de participar.
Los resultados de la gestión de
Obrador al frente del gobierno son desastrosos en cualquier segmento que
se analice. Cambiar las bases del viejo régimen no es cualquier cosa.
Implica cambios estructurales y constitucionales profundos. Para ello se
necesita un Congreso fuerte, no servil a los caprichos presidenciales y
un poder judicial fortalecido, pero tenemos uno corrupto y elitista.
El país necesita partidos fuertes pero tenemos simples cascarones, que
son auténticas fachadas de grupos privilegiados y poco o nada
comprometidos con una refundación del país.
Se necesita también una
sociedad civil empoderada pero la sociedad se encuentra dividida y
desorientada. FRENA es solo una expresión de los grupos empresariales
con una agenda muy precisa pero sin una auténtica base social, en ella
concurren grupos sociales sin ideología pero hartos del manejo caciquil
del presidente. Al final Gilberto Lozano, el líder de esta organización,
es como el alter ego de Obrador.
La polarización del país es
consecuencia del malestar social frente al encono, la cerrazón y la
exclusión promovida desde Palacio Nacional.
Hasta ahora no hay una voz poderosa que se deje escuchar como contrapeso.
Como nunca antes los intelectuales empiezan a esbozar una propuesta
política pero carecen de una plataforma ideológica cercana a la gente.
Mientras tanto el presidente Obrador aprovecha esos vacíos dejados por
los partidos, aún incluso a Morena, para cautivar a las masas con sus
discursos incendiarios.
Un presidente que se impone como el poder de
los poderes sin siquiera saber qué hacer con el timón en medio de la
tormenta que amenaza llevar al país a un naufragio.
El carácter esquizo-paranoide de Obrador es un reflejo de su liderazgo, lo cual se evidencia en el desorden de su gobierno.
La prensa es la única que ha cumplido de sobra su papel. Por eso el
presidente la detesta. Los ataques y descalificaciones contra los medios
son una muestra de la desesperación del presidente cuando se siente
acorralado por las críticas.
El tiempo se agota y no hay visos de
una verdadera oposición articulada en torno a una fuerza política
partidaria. Los partidos aún no se reponen del golpe demoledor de las
pasadas elecciones que los dejó fuera de combate. El de Morena fue un
golpe de suerte como el un boxeador de peso minimosca contra un peso
pesado que en lugar de músculo estaba lleno de grasa.
Morena con
una mínima afiliación de simpatizantes contó con el apoyo del público
expectante. Los que apoyaron el triunfo de Obrador fueron unos bisoños
en política que le creyeron toda su palabrería pero de a poco se han ido
desencantando.
El discurso de “Por el bien de México, primero los
pobres” fue sólo un slogan de campaña. Publicidad barata y engañosa. El
presidente dice que la crisis derivada de la pandemia no ha hecho
estragos entre los pobres. Eso no se lo cree ni el más lerdo de sus
seguidores.
Obrador vive lejos de esa realidad. Pero los partidos
están peor. Morena ni se diga. Para este movimiento todo gira en torno a
la figura del tabasqueño.
Lo peor de todo es que Obrador ha
convertido a su gobierno en un espectáculo. Da lo mismo burlarse de las
denuncias periodísticas de las masacres, que de la lucha de las mujeres.
Su conducta es irresponsable y bochornosa. Para él la violencia y las
matanzas no existen, como lo dijo en su segundo informe. Las mujeres,
según él, son manipuladas por la derecha.
En ese sentido, las denuncias de la prensa resultan “triviales”, “insustanciales”, de poca trascendencia.
No hay autocrítica. Todo lo frivoliza. Para él no es importante la
ciencia, el arte y la cultura. Para Obrador lo importante son las
encuestas y las rifas. El espectáculo. Eso hace al pueblo, feliz… feliz.
Para él no es importante el hambre y las muertes que ha dejado la guerra de la pandemia.
Seamos cínicos y no nos quejemos de los excesos que comete éste
personaje y la pasividad del entorno que le ha permitido alcanzarlos.
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