Carlos
Ramírez
Al final de
cuentas a México no le importa quién
gane las elecciones presidenciales en los EE UU. Las relaciones de
subordinación, dependencia y seguridad nacional se fijan en la Casa Blanca, sea quién sea el presidente y están
enmarcadas en los marcos de subordinación fijados
por el Tratado comercial en sus dos versiones.
Los presidentes
de los EE UU lo entienden muy bien
porque la función política de la Casa Blanca es la de moverse en los referentes de la seguridad nacional
expansionista del imperio estadunidense. Para los EE UU la seguridad nacional
es ideológica, de dominación militar
y económica, ahora determinados por el conflicto con China, Rusia, Corea del
Norte e Irán.
México no pinta en el mapa de inteligencia y
seguridad nacional de los EE UU, tanto en sus niveles civiles como militares.
Importa, sí, en los asuntos comerciales del Tratado porque somos la parte maquiladora de su producción, que lo
mismo puede ser China que Vietnam. El mercado de consumo de 120 millones de
mexicanos es engañoso por la baja
capacidad de compra del mexicano. Y la migración ilegal es un asunto de enfoque
terrorista.
A México le fue
bien con Trump gracias al tropiezo
del presidente Peña Nieto en octubre del 2016 al darle la noción de
presidenciable en su visita como candidato, pero ante el error estratégico de la demócrata Hillary Clinton que no vino para evitar un apuntalamiento al presidente
Peña Nieto. Los cuatro presidentes que ocuparon poco más de un cuarto de siglo
--Bush Sr., Clinton, Bush Jr. y Obama, de 1989 a 2016-- sacaron a México de su mapa estratégico. Y en ese periodo, los
enfoques estratégicos y de seguridad nacional de México sobre los EE UU fueron
fijados por la Doctrina Negroponte de
archivar la historia basada en el
conflicto histórico del robo de la
mitad del territorio mexicano en el siglo XIX por el pragmatismo de la vecindad de mercado comercial.
Ayuda a esta desideologización de la política
exterior mexicana el hecho de que las relaciones internacionales también
perdieron los referentes ideológicos con la derrota soviética en 1989-1991. Y China, Rusia, Corea del Norte e
Irán no andan en una disputa
ideológica sino de dominación económica, tecnológica y comercial.
En este
escenario se localiza la elección presidencial en los EE UU en noviembre
próximo. La polarización Trump-Biden
interesa a los estadunidenses en función de enojos contra el estilo atrabancado
de Trump, contrastado ahora con el perfil timorato
de Biden. Las posibilidades mexicanas de arrancar más concesiones comerciales a
los EE UU dentro del Tratado dependerán
de las habilidades de negociar cuestiones concretas, sea quien sea el
presidente.
Los temas de seguridad bilateral se resumen al
crimen organizado y los migrantes ilegales por la penetración de terroristas,
pero México seguirá cediendo en todo
lo que pida Washington.
Y la influencia de México en los migrantes
legales e ilegales en los EE UU es prácticamente nula, en función de que todos salieron huyendo de la crisis de México y del fracaso económico. Los
migrantes van a votar en función de sus propios
intereses de legalización o de no-persecución policiaca con fines de
deportación.
De aquí que el realismo político mexicano en su
relación con los EE UU se basa en no
conflictuar temas, en aceptar todas las exigencias de la Casa Blanca, en
intensificar el comercio, en eludir
compromisos reales con los mexicanos legales e ilegales en territorio
estadunidenses y en salirse de los
conflictos partidistas locales.
El modelo es el
de la inevitabilidad histórica de
dos naciones fronterizas, en términos de que al final de cuentas el poderoso
tendrá que lidiar y cargar con la
nación débil. Quiera o no.
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Política para dummies: La política exterior es el reflejo del fracaso de la
política interior.
@carlosramirezh
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