viernes, 28 de agosto de 2020

Inevitable caída de PIB; debate: rebote o reorganización productiva

 



 

Carlos Ramírez

 

Si el desplome del PIB en 2020 era inevitable en México y el mundo por la paralización productiva para romper de golpe las cadenas de contagio del coronavirus, ahora lo que viene para la economía mexicana es un gran dilema que daría vigencia o descarrilaría a la 4-T: quedarse sólo en el rebote productivo con la reanudación de actividades de sectores y empresas sobrevivientes o aprovechar la crisis para la reorganización total del modelo de desarrollo y sus metas de bienestar social.

El rebote daría, como está señalado en algunos de los reportes del Banco de México, apenas una tasa promedio anual de 2% del PIB en los próximos diez años, con lo cual se recuperaría lo perdido en más de quince años. Pero el 2% mantendría la tasa promedio del periodo neoliberal salinista 1983-2018. La meta comprometida por la 4-T fue de 4% promedio anual.

Para salir del hoyo recesivo con un nuevo dinamismo económico productivo y de distribución social, la 4-T tendría que realizar cuando menos tres movimientos estratégicos que se han discutido en el seno del Colegio de Economistas del Valle de México: relanzar la rectoría del Estado como pivote del desarrollo, definir el nuevo modelo productivo basado en el sector industrial y agroindustrial y redefinir la economía mixta con una reorganización de la fuerza del Estado en el sector obrero como poder público en las relaciones sociales de producción.

Para esta nueva ofensiva de desarrollo, el gobierno federal requiere también cuando menos de tres dinámicas productivas: un plan de competitividad que implicaría remover las bases productivas actuales que siguen siendo las que heredó la economía de Estado populista ineficiente; un programa de innovación de formas de producción con mayor contenido tecnológico; y un audaz replanteamiento de la educación científica, tecnológica y humanista para crear recursos humanos para las nuevas formas modernas de producción.

El actual Plan Nacional de Desarrollo 2018-2024 estaba diseñado para darle continuidad al modelo productivo del Tratado de Comercio Libre, pero sin afanes de competitividad ni de modernización de la planta productiva. El frenón productivo del confinamiento dio la oportunidad para, aun de manera drástica, depurar los sectores obsoletos.

Pero no se advierte en el sector público ningún equipo de análisis que esté reflexionando la oportunidad del colapso productivo del 2020 para presentar nuevas formas de reorganización productiva. La empresa privada carece de esa sensibilidad porque está diseñada para tener utilidades. Pero la rectoría del Estado no consiste sólo en definir y ejercer la autoridad del poder para imponer reglas y condiciones, sino para redefinir rumbos productivos.

La 4-T no parece tener pensamiento modernizador frente a las adversidades y podría quedarse sólo en reanudar el crecimiento económico bajo, desequilibrado y mal repartido con las tasas previsibles de PIB de 2%, con la circunstancia agravante de que el hoyo recesivo de 2020 multiplicará la pobreza y la marginación y por lo tanto acrecentará en los cuatro años que restan del actual sexenio las protestas sociales en las calles por falta de bienestar que no alcanzará con un gasto público castigado por la recesión.

Ahí sí, para la gran reforma modernizadora de México, la crisis de la pandemia cayo como anillo al dedo: oportunidad para rehacer el modelo de desarrollo o regresar al rancio populismo priísta que sólo ha producido crisis recurrentes.

 

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EE. UU. 2020. Si algo da el poder en acto es el olfato político. El presidente Trump ha detectado que las protestas sociales violentas se están revirtiendo contra los demócratas como actos de falta de gobierno y dos mensajes dejó caer en la convención republicana: el discurso de “la ley y el orden” y el vestido de estilo verde militar tipo casaca de Melania Trump. Las protestas y paros deportivos benefician a Trump.

Por lo demás, las encuestas no están convenciendo como antes. Los análisis se centran en los 538 votos electorales que deciden la presidencia. Y hay dos extremos: quienes le dan una victoria holgada a Biden y quienes razonan una victoria apretada de Trump.

 

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