JOSÉ MARTÍNEZ M.
Con la cuarta transformación afloró la decadencia de nuestro sistema político. Tarde que temprano iba a ocurrir. Ya lo sabíamos. Videos más videos menos, las historias de corrupción política ya nos aburren.
Lo malo es que Obrador quiso convertir a Palacio Nacional en la casa de la virtud y terminó corrompiendo a la corrupción.
La corrupción se ha pegado a la piel de Obrador. Es algo inocultable. Político que no es corrupto es monje.
El tabasqueño presume llevar en la cartera un billete de doscientos pesos. Como presidente cuenta los centavos de su sueldo que le alcanza apenas para vivir. Es la “muestra” de estar del lado de los pobres y con sobrada ironía es el mensaje para medir desdeñosamente a los demás.
En su delirio siente que encarna a Jesús y a México lo confunde con el pueblo de Israel.
En su vesania cree que la historia tiene un propósito y el país un destino superior. Un pueblo purificado desde las liturgias de su púlpito que contrasta con el odio inexplicable por sus adversarios a los que de manera petulante llama “conservadores”.
Nada de lo que sucede en su mundo es habitual en el de los demás.
Su pensamiento está poblado de demonios atrozmente humanos. Para él, todos son corruptos y su misión consiste en transformar a esos demonios, no importa que para ello el caso Lozoya le ponga ventilador a la mierda.
Lozoya alentado por el “guía moral” de la cuarta transformación juega al Wikileaks y a los Panama Papers.
Lozoya ha proporcionado a la Fiscalía 15 horas de grabación en videos y promete un caudal de documentos evocando los escándalos de las filtraciones masivas en la era de Internet.
Para Obrador llegó la hora de la justicia. Llevar a todos a la cárcel. ¿Y quién se va a encargar de cerrar la puerta si todos están embarrados?
Qué se puede esperar de Lozoya quien embarró a su propia familia.
Su madre presa durante 100 días en cinco cárceles distintas en Alemania sin derecho a un juez y nueve meses en arraigo domiciliario por órdenes de la Fiscalía.
Lozoya que pasó de la atmósfera de un lujo desafiante en un vecindario de millonarios a una cárcel de Málaga y de ahí trasladado a una prisión de Madrid desde donde negoció su extradición para luego llegar a México y ser recibido como un héroe para comparecer en el juicio del siglo sin pisar la cárcel y brindando con champaña rodeado de lujos y apapachos del gobierno.
Lozoya convertido en un rehén de la “justicia” para delatar a los enemigos de Obrador.
En un juicio verdaderamente escatológico Lozoya le ha puesto ventilador a la mierda, no es que se haya inspirado en el ensayo de Dalí “El arte de tirarse pedos”. En el surrealismo de la política mexicana está demostrado que nuestros políticos –sin distinción alguna– su sueño, su digestión, su éxtasis, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte, los hace únicos. Se sienten genios como Dalí. Lozoya es un ejemplo.
Sabíamos que el poder embrutece y enriquece y la política desde los tiempos del PRI y el PAN con la alternancia y Morena instalado en el poder han sido la continuación por diferentes vías de la corrupción.
Si el hermano de Obrador fue pillado recibiendo dinero ilegal para financiar a Morena y exhibido al igual que Bejarano, su hermano el presidente se encarga de glorificar el soborno llamando “amablemente” al cochupo como “aportaciones”.
Pío Obrador en el nombre lleva la penitencia.
La corrupción hizo nido en Morena desde antes de su fundación y nació corrupto como otros partidos. Es un hecho real. No se trata de un acto filosófico pero en lo mundano nos revela lo pío y lo impío que nos recuerda el diálogo entre Sócrates y Eutifrón, a través de argumentos que buscan aclarar la postura de cada uno frente a su realidad de difamado y de incriminado.
Pero resulta que ni Andrés Manuel es Sócrates ni Pío López Obrador es Eutifrón.
Nos queda claro que Morena no es un partido de principios morales y que en ese partido cabe lo mismo lo legal que lo ilegal, el cabildeo, la presión y la seducción.
Obrador mismo ha roto los principios básicos de su partido como también él mismo ha roto con la disciplina interna del gobierno.
Obrador es un político de claroscuros. Ahora ante la obviedad del hermano se muestra tolerante a la corrupción.
Para él el concepto de la corrupción varia de un partido a otro, dependiendo de quien incurra en esos actos. Obrador define quién es corrupto y quién no lo es, todo bajo su estigma sulfuroso aunque termina atrapado en la hipocresía.
Morena es el epítome de la corrupción. Lo vemos con el cabildeo rampante de su gobierno donde se favorece a los amigos con contratos de asignación directa, las licitaciones son letra muerta, todo se rige por el tráfico de influencias, todo siempre a cambio de dinero.
El escándalo de los videos aportados por Lozoya lo mismo que los videos filtrados a los medios y exhibidos en las redes sociales en los que se ven involucrados personajes de la vida pública nos demuestran el desaseo de nuestro sistema político. Los legisladores del Congreso actuando como cabilderos para favorecer intereses corporativos. Muchos diputados y senadores salen con mucho más dinero que con el que entraron. Campañas políticas financiadas con dinero de aportaciones ilegales de empresarios, “donativos” sin remitentes, vínculos de funcionarios y políticos con conexiones nacionales e internacionales y lavado de dinero de la mafia.
Hoy están todos embarrados por poner ventilador a la mierda. Tenía razón Salvador Dalí, ojalá los políticos aprendieran el arte de echarse un pedo.
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