JOSÉ MARTÍNEZ M.
Después de la visita oficial del presidente Obrador a Washington, en el escenario internacional se ríen y burlan de México.
No es para menos.
Claro, en lo personal Obrador salió fortalecido pero el país salió perdiendo en su dignidad al tirar por el cesto de la basura los Sentimientos de la Nación.
¿Cómo pasará Obrador a la historia? No lo sabemos, quizás las próximas generaciones lo juzguen.
En el ocaso de su vida Obrador confía en las palabras del mítico Fidel Castro cuando señaló “la historia me absolverá”, entonces el cubano era un veinteañero idealista que fue detenido y procesado por el gobierno del dictador Fulgencio Batista. Y ya vemos cómo dejó a su país con un falso legado de “prosperidad”.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas, 14% de los cubanos (más de millón y medio de personas) viven fuera de su país, la gran mayoría en Estados Unidos. Lo mismo ocurre con 36 millones de mexicanos, el 11 % de la población de EU, que representan casi el mismo número de la población que tiene Canadá.
De ese tamaño es la importancia de los migrantes mexicanos en territorio estadounidense. No se les puede ignorar ni siquiera en el peor de los discursos.
Ahora, mientras tanto y de cara a la historia, Obrador está sujeto al bisturí de las críticas.
Quien sea que le haya redactado su discurso no tuvo la menor humildad para estampar por lo menos una línea de autocrítica. De un plumazo borraron las ofensas a los migrantes, a esos trabajadores que carecen de los más elementales derechos en territorio estadounidense, pero que cada temporada de elecciones los ven como una cosecha de votos allá y acá.
Para ganar votos de los grupos republicanos conservadores Trump los ha llenado de improperios, y a su vez Obrador para atraer simpatía de éstos llegó a comparar a Trump con Hitler y amenazó con demandarlo ante los derechos humanos de la ONU.
Pero de las diatribas a los hechos hay un abismo. Ayer Hitler, hoy Trump es visto por Obrador mucho mejor que la Madre Teresa de Calcuta.
Duele el trato a nuestros paisanos.
Hoy como ayer flotan las palabras filosas de Trump como cuchillos al igual que las expresadas en el tercer y último debate presidencial con Hillary Clinton cuando señaló: “Tenemos algunos ‘bad hombres’ aquí y los vamos a expulsar”. (“We have some bad hombres here, and we’re going to get them out”).
Pero en su propia pequeñez, Obrador se fue de la lengua robusteciendo la campaña de Trump con un discurso divino: usted es el mejor amigo de México, nunca nos ha insultado ni nos ha ofendido, usted jamás ha atentado contra nuestra soberanía y bla bla bla…
Obrador olvida que en la política el azar es una combinación de circunstancias de causas y efectos imprevisibles.
Trump al invitar a Obrador a la Casa de Campaña como al burro le puso la zanahoria y éste mordió el anzuelo. No se puede creer tanta candidez, si se le puede llamar así a la nueva diplomacia del entreguismo, como lo hemos constando con el muro en el norte y el sur con el sello de la frontera por órdenes de Washington.
Obrador al carecer de la formación y visión de un estadista, no alcanza a vislumbrar el horizonte. Los políticos inteligentes saben negociar con filosa prudencia ante los grandes del mundo, ahí están los casos de presidentes de la talla de Lázaro Cárdenas o López Mateos a quienes les tocó lidiar con las expropiaciones de las industrias petrolera y energética.
Pero en el colmo con incredulidad, atestiguamos cómo las huestes de Obrador le aplauden ante la ausencia de hechos, se magnifica un discurso de anécdotas ¿En qué ranchería vivimos? ¿Tan grande es la distancia que separa a Obrador de Trump para rendirle pleitesía?
Trump es un facineroso en el que no se puede confiar. ¿Cómo en Obrador puede persistir esa torva forma de estupidez?
Condenar a la humillación la indignación de todo un pueblo por el atropello de un plutócrata rijoso y todavía aplaudir la vesania en su contra, la más baja e irracional pasión que como lepra pueda tener un político de la calaña de Donald Trump.
Ahí quedó para la historia la abismal humillación de un Obrador sometido en la más íntima entraña de la Casa Blanca desde donde Trump ha proferido sus destrozos verbales y los escupitajos en contra de los mexicanos.
Es verdaderamente una pena la entrega fácil que hizo de sí mismo el presidente Obrador. Lo sabíamos aun antes del encuentro: el mismo tren se grosería y de aburrida disipación, así que no nos esperaba ninguna sorpresa si al fin y al cabo entre Trump y Obrador sus vidas políticas son tan semejantes entre sí, que uno puede pasar de una a otra y a otra sin sentir el cambio.
Escuchamos un discurso a la altura de la arrogancia de Trump, como si se tratara de unos juegos florales a ver quién lanzaba los mejores piropos.
Trump: “¡Usted es el mejor presidente de México!”
Obrador: “Hacia mi país, hemos recibido de usted, comprensión y respeto”.
Urgen unas clases de dialéctica para el tabasqueño para que ponga en orden sus ideas y aprenda a dialogar y discutir con razonamientos y argumentaciones y no incurrir en adjetivos como los que lanzó como un baño de flores a Trump, porque ahora sus críticos se los estamos restregando en la cara.
Obrador debe sopesar la invitación que le hizo a Trump para visitar a México, pues más allá del cumplido no se puede invitar a casa al que te escupe a la cara y luego patea la puerta.
Veremos también qué dice Obrador a nuestros compatriotas en su próxima visita a Estados Unidos con fines electorales y si éstos son capaces de reclamarle que como representante de los mexicanos el tabasqueño está obligado a salir en defensa de la dignidad nacional y no a recitar poemas candorosos como lo apuntó mi colega y amigo Carlos Ramírez en su Indicador Político:
“Somos amigos, aliados y socios… el más grande espaldarazo que presidente mexicano alguno le haya dado a algún candidato presidencial estadounidense, demócrata o republicano”
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