lunes, 27 de abril de 2020

Reacciones previsibles de la prensa; ataques a presidente salvan lectores


Carlos Ramírez

@carlosramirezh




Desde su campaña electoral, Donald Trump se encontró que la prensa sería uno de sus principales adversarios porque la comunidad periodística más importante representaba los intereses del establishment liberal. Al llegar a la Casa Blanca, dedicó buena parte de su tiempo a atacar a los medios para destruir su base de credibilidad y debilitarlos como negocios.

La gran prensa aún no salía del hoyo de la caída de los anunciantes privados ni de la baja de lectores de ediciones impresas de comienzos de siglo. El The New York Times y sobre todo The Washington Post decidieron pasar a la ofensiva de respuesta contra Trump y optaron por dos caminos simultáneos: el fortalecimiento de sus espacios digitales comercializados y una línea de ataque frontal contra el presidente. A la vuelta de un año, los medios superaron su crisis de publicidad y conquistaron, en total, algo así como más de 10 millones de lectores.

Los medios criticados con dureza por el presidente López Obrador, en efecto, han sido adversarios de su estilo popular de hacer política y, también en efecto, representan al viejo modelo político progresista priísta al que, de 1975 a 1988, el propio López Obrador perteneció.

Un análisis académico independiente y mesurado podría deslindar los tonos de la crítica de los medios y de las respuestas presidenciales para separar los contenidos racionales de los sentimientos apasionados. Una cosa fue que los comentarios de columnistas al esquema antivirus del presidente se basarán en experiencia anteriores y otra cosa que fueran parte de un fantasmal golpe blando.

El problema en México radica en el hecho de que el Estado vía el gobierno ha sido el principal anunciante en medios, mientras el sector privado y los lectores o auditorios carecen de sentido político como para sostener medios independientes y críticos. Reforma se salva porque tiene ya un acuerdo de subsidios empresariales para criticar a López Obrador, mientras los demás no han explorado siquiera esa posibilidad.

La polarización social derivada del enfrentamiento presidente-medios críticos no ayuda a resguardar una de las condiciones de la democracia moderna: el derecho a criticar. Si los empresarios y los lectores apoyaran a los medios críticos, los momios podrían equilibrarse. Pero el empresariado y la sociedad mexicana tiene menor educación política que la estadunidense.

En el viejo régimen priísta los medios críticos formaban parte del modelo de Estado dominante en tres variantes: la dictadura perfecta de Vargas Llosa, el ogro filantrópico de Octavio Paz o el Estado ideológico total y totalizador de José Revueltas. El Estado era la unidad nacional y dependía de cada titular administrar o alentar la crítica como contrapeso de equilibrio o aplastarla para imponer la versión única.

La transición electoral democrática no ha avanzado la construcción de nuevas habilidades políticas. A falta de escuelas prácticas de educación política, los medios seguirán siendo el espacio de democratización fuera del Estado, del gobierno y de los partidos. La alternancia PRI-PAN, PAN-PRI, PRI-Morena ha carecido de educación política y desde 1968 las contradicciones se mueven en los modelos de exclusión del contrario.

Todo Estado subdesarrollado tiene la obligación de propiciar la prensa critica como tarea democratizadora, pero con restricciones que eviten el modelo actual de periódicos de empresarios no-periodistas que se quedan con los recursos para beneficio propio: empresarios de medios ricos con periodistas pobres. Lo hicieron, a regañadientes y con explosiones autoritarias, el PRI y el PAN en la presidencia.

Cuando se cerraron en México las opciones de debate político democrático, la radicalización llevó a movilizaciones populares callejeras y armadas y antidemocráticas: las protestas estudiantiles reprimidas y la guerrilla armada y violenta en los setenta y el EZLN armado en 1994.



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EU: Virus, peor que Vietnam. Las cifras de enfermos y fallecidos por el COVID-19 rebasará esta semana las cifras de muertos y heridos en combate en la guerra de Vietnam: 46 mil 500 caídos en campos de batalla, contra 50 mil fallecidos por el virus: y 303 mil heridos en el sudeste asiático, contra 220 mil infectados.

Política para dummies: La política es, a pesar de todo, el reino frío de la caliente realidad.


viernes, 24 de abril de 2020

LOS SOLDADOS DEL PRESIDENTE




JOSÉ MARTÍNEZ M.


En 1993 el Tigre Azcárraga –el todopoderoso dueño de Televisa– se declaró ante Carlos Salinas de Gortari “soldado del Presidente”, ahora el dueño de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego es el nuevo “soldado” del presidente López Obrador. Así de serviles son los dueños de los medios de la televisión que a cambio de su respaldo reciben privilegios y canonjías.
Bien lo decía Carlos Marx, las segundas partes nunca son buenas. En ‘El 18 brumario de Luis Bonaparte’, el filósofo alemán escribió: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. En efecto, Obrador se ve reflejado en el espejo de Napoleón Bonaparte al repetir la misma hazaña de Salinas de Gortari con el dueño de Televisa, al designar en los hechos al dueño de TV Azteca como su fiel escudero. Y como los antiguos emperadores romanos, Obrador para reforzar su guardia pretoriana ha incorporado a su batallón de soldados a nuevos combatientes. En el pase de lista de “los periodistas que lo defienden” dio a conocer los nombres de una parte de esos guerreros que como los niños héroes se han envuelto en la bandera de la “cuarta transformación”. Esos escoltas que actúan como gendarmes fieles de la cuarta transformación son –según lo dijo Obrador– Federico Arreola, Enrique Galván Ochoa, Pedro Miguel, Jorge Zepeda Paterson y los caricaturistas de La Jornada. Cuánta razón tenía Carlos Monsiváis quien decía que “antes se necesitaba mucho valor para criticar al Presidente, ahora se necesita mucho valor para defenderlo". Los periodistas que defienden al presidente de la ‘cuarta transformación’, sí que son unos verdaderos valientes y en el homenaje a estos defensores de la nueva patria, Obrador se desató atacando a diestra y siniestra a todos los periodistas, a los que acusó de no ser “independientes, profesionales y éticos”. No se equivocó Monsiváis al señalar a Obrador como “un político de temperamento calificado de autoritario” y del que refería también que “el peor retrato de Obrador es el que él da de sí mismo, con cosas tan absurdas como ‘cállate chachalaca’, o con malos candidatos que no ameritan consideración alguna”. (http://gerardoesquivel.blogspot.com/…/amlo-visto-por-monsiv…)
Con la prensa, Obrador ha emprendido una de sus batallas más absurdas. Como escribió el columnista Carlos Ramírez, “los periodistas aliados a la 4T son, de una u otra manera, militantes del proyecto gubernamental actual: Arreola fue parte del equipo de López Obrador en años pasados, aunque después hizo lo mismo con Peña Nieto; Enrique Galván Ochoa es uno de los cinco redactores de la Constitución Moral; Pedro Miguel es ideólogo perredista-lopezobradorista que escribe artículos semanales, y Zepeda fue apoyador abierto de las candidaturas de López Obrador”. Lo que no se entiende es qué es lo que defienden estos periodistas patriotas, porque la llamada cuarta transformación es meramente un concepto "lampedusiano". Es decir, la 4T es el “gatopardismo" puro que propone "cambiar todo para que nada cambie". En otras palabras, se trata de una simple simulación, con un peligroso y vulgar ingrediente: la destrucción de las instituciones. Obrador piensa que con sus guardianes pretorianos que escriben en defensa de su ‘cuarta transformación’ le puede declarar la guerra a todo el mundo, como lo hizo con la prensa. Obrador ya incurrido en pifias que lo han ridiculizado en la prensa internacional, como la famosa carta revelada por el periódico Reforma donde pedía al rey de España y al Papa disculparse por Conquista de México. Lo que sí sería bueno para calar de qué está hecho Obrador es que en su próximo viaje a Estados Unidos para entrevistarse con Donald Trump le reclame al presidente estadounidense por la mayor ofensa que México ha recibido en su historia como país: colocar la bandera de Estados Unidos en la asta central del Palacio Nacional como ocurrió aquel 14 de septiembre de 1847, tras la derrota del último bastión de la Ciudadela en la invasión estadounidense. Ojalá Obrador se diera el valor frente a Trump para ventilar abiertamente ante la prensa, como a ambos les gusta hacerlo, este asunto que humilló como nadie la soberanía de México. No hacerlo sería una cobardía de su parte. Debe hacerlo en congruencia como lo hizo con el rey de España y el Papa. De lo contrario, el no hacerlo, revelaría que todo es simple propaganda patriotera para atraer los reflectores de la prensa. Esa prensa que él califica de mala y perversa porque no se humilla a sus pies como esa recua de impostores disfrazados de periodistas que pululan en las mañaneras.